La salle jb de 2016

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Jorge Capella Riera – De La Salle

El Maestro Juan Bautista de La Salle

Jorge Capella Riera Profesor Emérito de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Lima, 7 de abril del 2016

Publicado por UMEC-WUCT umec@org.va

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Jorge Capella Riera – De La Salle

Contenido Introducción

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Contexto en que vivió el Señor de La Salle

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Vida de Juan Bautista Perfil biográfico Rasgos de su personalidad Espiritualidad Obras literarias

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De La Salle el Maestro Guía de las Escuelas Reglas de cortesía y urbanidad cristiana para uso de las escuelas cristiana

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El Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas Origen del Instituto Un Instituto de laicos consagrados para el ministerio de la educación Los Hermanos y el valor apostólico y salvífico de las cosas Profanas Formación de los Hermanos Preparación de los Hermanos para explicar el Catecismo o Deberes del cristiano para con Dios y medios para cumplirlos debidamente El señor de La Salle renuncia a su patrimonio Primeros votos perpetuos en el Instituto Las Reglas Comunes de los Hermanos Crisis en el Instituto pero con un buen final

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Expansión y pervivencia Influencia de las Escuelas Cristianas en la historia de la pedagogía La familia lasaliana Presencia Lasaliana en sociedades multirreligiosas

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Epílogo

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Fuentes de información

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Introducción Desde sus primeros hagiógrafos hasta la actualidad son muchos los libros que se han escrito sobre Juan Bautista de La Salle. Mi breve estudio no pretende, en modo alguno, emular a alguno de ellos. El único objetivo que persigo es poner de relieve al Maestro, así con mayúscula, pues eso fue el santo: uno de los más grandes y prestigiosos educadores de todos los tiempos. Por lo tanto, el lector comprenderá que me ocupe tan solo de los aspectos relativos a la educación trabajados por de La Salle, especialmente aquéllos que tienen que ver con la Escuela Cristiana que creó y con el Instituto de los Hermanos de las Escuelas que fundó para gestionarlas y perpetuarlas. La Salle le dio un viraje de 180 grados a los antiguos métodos de educación. Antes se enseñaba a cada niño uno por uno. La Salle reunió a los alumnos por grupos para darles clase. En la actualidad eso parece muy natural, pero en su tiempo era una novedad. Entonces se educaba en base a gritos y golpes. Juan Bautista reemplazó el sistema del terror por el método del amor y de la convicción y los resultados fueron maravillosos. La gente se quedaba admirada al ver cómo mejoraba totalmente la juventud al ser educada con los métodos de nuestro santo. Además, logró democratizar la educación en una época en que asistían a la escuela sólo niños privilegiados. De La Salle hizo posible que los demás niños, cuyos padres eran pobres, pudieran también recibir educación de calidad en las Escuelas de los Hermanos. Insisto en que me interesa lo de Maestro pero para poder comprenderlo a cabalidad es indispensable que me refiera al contexto en que se desarrolló su vida, a los hitos y algunos compromisos de la misma, a los rasgos más característicos de su personalidad y a su peregrinaje espiritual. Debo confesar que el tiempo que he dedicado a la lectura y estudio de las obras de San Juan Baustista de La Salle ha sido un extraordinario ágape espiritual en el que he gozado de sus sabias enseñanzas. Antes de proceder al análisis de lo estudiado voy a hacer algunas precisiones: Este estudio es de divulgación pues solo pretende contribuir a difundir la vida y obra de San Juan Baustista de La Salle en su faceta de Maestro. No se trata, de ninguna manera, de un trabajo académico. 3


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El mérito de este trabajo corresponde fundamentalmente a De La Salle autor de unas obras que en su mayor parte todavía tienen vigencia. Y, en su medida, a sus biógrafos que he consultado y a quienes he citado literal o referencialmente, según me ha aconsejado el discurso. Si en algún caso ha habido omisiones les pido me disculpen. Mi aporte ha consistido tan solo en sistematizar la información que he acopiado. Las obras del santo que utilizo son las que figuran a continuación con las abreviaturas que empleo en las citas: Reglas Comunes de los Hermanos de las Escuelas Cristianas RC Memorial sobre los orígenes MSO Memorial sobre el Hábito MH Voto heroico VH Fórmula de Votos FV Memorial a favor de la lectura en francés MLF Reglas personales RP Testamento T Reglas de cortesía y urbanidad cristiana RU Deberes del Cristiano para con Dios - I DC 1 Deberes del Cristiano para con Dios - II DC 2 Deberes del Cristiano - III DC 3 -

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Me he permitido una serie de anotaciones a pie de página para referirme a datos, hechos y sobre todo personas, que me han parecido significativos para una mejor comprensión del escrito. Sobre los personajes he elaborado muy breves biografías en las que sólo hago referencia a aquello que condicionó su vida. Los textos del Señor de La Salle van en letra cursiva.

He optado por emplear la primera persona del singular solo en esta breve introducción y la primera del plural para el resto del texto por querer imprimir un sello más personal al inicio del escrito. Dedico este breve estudio a Benedicto Cristóbal, a Norbert Niubó y a Guillermo Sánchez Moreno, a quienes quiero como hermanos, a aquellos discípulos de La Salle que dejaron huella en mi vida y en mi trabajo, y a las educadoras y a los educadores de vocación.

Lima, 7 de abril de 2016

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Contexto en que vivió el Señor de La Salle

La vida de Juan Bautista de La Salle estuvo encarnada en unas circunstancias muy concretas que influyeron en su persona y en sus obras. Época histórica Al inicio de la exposición es necesario que centremos la atención en la época histórica que le tocó vivir al santo, lo que nos lleva a remontarnos a la Francia de los siglos XVII y XVIII, época en la que reinaba Luis XIV. 1 Entre estos siglos se instaura en Europa el absolutismo como forma de gobierno por antonomasia. El reinado de Luis XIV en Francia fue, sin duda, el periodo absolutista de más esplendor de toda la Edad Moderna. Con este soberano, Francia consiguió ponerse a la cabeza del mundo durante todo el siglo XVII y parte del XVIII hasta el estallido de la Revolución Francesa en 1789. Rojano Simón (2010) nos recuerda que “es en el ámbito de las mentalidades donde se sucede el cambio más notable, que desembocará en los principios de la Ilustración. De esta manera, surgen distintas tendencias filosóficas humanistas: el empirismo, que se basa en la experiencia como principio del conocimiento, del que Francis Bacon, Thomas Hobbes y John Locke son los principales representantes. Y el racionalismo, que se basa en la razón, cuyos máximos exponentes fueron Descartes, Spinoza y Leibniz. La razón humana como instrumento del conocimiento y la utilidad de las matemáticas en el método de la ciencia son el pilar del conocimiento filosófico sobre el que se asientan las bases de la ciencia moderna. La racionalización de los estudios sobre la naturaleza, el movimiento de los cuerpos y el conocimiento humano llevarán, a partir del siglo XVII, a la destrucción de conceptos tradicionales”. Así pues, la imposición del racionalismo y el empirismo en las mentalidades de la época son el marco donde tenemos que ubicarnos.

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Luis XIV fue nombrado rey de Francia en 1643, pero su verdadero reinado comenzó a partir de 1661, a la muerte del cardenal Mazarino, y finalizó en 1715 cuando “el rey sol” murió a los 77 años. Le sucedió su biznieto Luis XV. Luis XIV en 1661 recibió un reino en el que la centralización de poderes en la figura del monarca era un hecho indiscutible. A la estabilidad interna le siguió la situación hegemónica de Francia en el exterior. A partir de este momento el rey se erigió como elemento unificador y símbolo de la nación, comprometiéndose a la defender el Estado, mantener la Justicia como poder supremo y proteger al pueblo.

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Ambiente social En lo social, añade Rojano Simón, “la burguesía se consolida como principal apoyo de las tendencias absolutistas. El obispo Bossuet 2 sostenía que Dios escogía a los reyes para que mantuvieran la paz y la justicia en su reino, de manera que éste debía ser respetado por sus súbditos. Como cabeza del Estado, el rey tiene la obligación de llevar a cabo reformas para mejorar la calidad de vida de sus súbditos y legislar de forma racional y coherente. La sociedad francesa sufrió cambios que derivaron en la estratificación según el poder adquisitivo de sus miembros. La nobleza, el clero y alta burguesía ostentan los primeros puestos de la pirámide social y tercer estado es el estrato más bajo de la sociedad. El signo de nobleza se adquiría por nacimiento, por donación expresa del rey, por la compra de determinados cargos o por el ejercicio continuado de determinadas funciones públicas. La nobleza de sangre estaba constituida por los descendientes de las grandes familias señoriales que poseían rentas territoriales”. “Algunos sectores de la nobleza de sangre se ausentaron de sus territorios (absentismo) para ocupar puestos políticos en la corte real y pasaron a pertenecer a la nobleza cortesana. La nobleza de espada, por su parte, monopoliza los cargos de dirección del ejército que sólo respondían ante el propio rey. La nobleza de toga está representada en el Parlamento de Paris y en el funcionariado judicial de las provincias, donde sus cargos son hereditarios y pueden dimitir nombrando a su sucesor. El clero conforma otra clase social privilegiada mezclada con los altos y bajos estratos de la sociedad”. Sinembargo, la mayor parte de la población era la clase baja, integrada por artesanos, jornaleros, campesinos, y pequeños tenderos o vendedores. En su mayoría carecían de estudios. Debajo de ellos estaban los pobres de solemnidad, es decir, los mendigos, que al no poseer nada, vivían pidiendo limosna, sobre todo en las ciudades. Juan Bautista vivió estas circunstancias sociales. Él pertenecía a la clase media alta, y su abuelo materno hasta tuvo título de nobleza, que se perdió con el

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Jacques Bénigne Bossuet (1627-1704) Religioso, predicador y escritor francés. Nació el 27 de septiembre de 1627 en Dijon, en el seno de una familia de magistrados, burguesa y bien conectada. Su padre se trasladó a Metz para formar parte del recién creado Parlamento de esta ciudad. Estudió con los jesuitas, donde ya mostró su precocidad y enorme inteligencia. A los quince años ingresó en el Colegio de Navarra donde tuvo de profesor a Nicolas Cornet. Estudió griego, filosofía y humanidades aunque su ocupación principal fue el estudio de las Sagradas Escrituras. En 1650 se ordenó sacerdote en París y obtuvo el título de doctor en Teología. Fue arcediano en Metz. De regreso a París (1659) se entregó a la oratoria sagrada. En 1669 fue nombrado obispo de Condom y en 1670 Luis XIV le nombró preceptor del delfín, a quien dedicó diez años de su vida y obras como el Discurso sobre la historia universal(1681). En 1671 accedió a la Academia Francesa. En 1681fue nombrado obispo de Meaux y en 1697 Consejero de Estado. Intervino en la Asamblea del clero, combatió la Reforma protestante y, oponiéndose a su amigo Fénelon, intervino en la querella del quietismo. Entre sus muchas obras, inspiradas en la elocuencia de Cicerón y San Agustín, cabe destacar -aunque inacabada y editada tras su muerte- Política deducida de las propias palabras de la Sagrada Escritura (1709). Mantuvo una estrecha relación con la Compañía del Santo Sacramento y especialmente con San Vicente de Paul. Defendía la igualdad entre todos los hombres, pero entendía que la única forma de garantizar la paz y la seguridad era la implantación de un Estado gobernado por un rey cuya autoridad le era dada por Dios, y en quien los hombres debían depositar su derecho natural a regirse. En los últimos años de su vida jugó un rol activo en la política y en la diplomacia francesa. Actuó como mediador en la disputa surgida entre Luis XIV y el papa Inocencio XI y buscó el acercamiento con los protestantes. Sus últimos años los pasó entre su diócesis y Versalles, muriendo el 12 de abril de 1704.

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matrimonio de su madre. Pero sin duda no se perdió en la familia el estilo y los modales exquisitos propios de la clase noble. Pudo estudiar cómodamente en centros de reconocida calidad, cosa que no era accesible a los pobres. Su familia estaba relacionada, por lazos de sangre o por motivos sociales, con las mejores familias de la ciudad, lo cual imponía en su casa un nivel de vida más que mediano. Su padre, magistrado de la audiencia, ocupaba un cargo de distinción, y ello repercutía, sin duda, en toda la familia. Religiosidad Por otra parte, la misma Rojano Simón (2010) señala que “en Europa, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, se produce una progresiva desmembración de la unidad cristiana de la que surgirán nuevas iglesias. Y en el caso específico de Francia, la iglesia católica durante el reinado de Luis XIV se encuentra integrada en el Estado absolutista desde la firma del Concordato de 1516. A partir de este momento se edifica la teoría de la iglesia galicana sometida al rey. Los principios sobre los que se sustentaba dicha doctrina fueron los siguientes: el Papa comparte la autoridad con el soberano de Francia por lo tanto no dispone de autoridad sobre el mismo; los Concilios Ecunémicos definen los dogmas de la Iglesia Católica en el reino galo; los poderes espiritual y temporal se encuentran separados; todo decreto de los concilios, bula pontificada o decisión papal deben ser aprobados y confirmados por el rey antes de ser aplicados en Francia; el rey tiene derecho de nombramiento y presentación de candidatos a los diversos cargos eclesiásticos”. El absolutismo no permitía la consolidación de ningún poder espiritual dentro del reino. Así pues las órdenes más activas, como la Compañía de Jesús, fueron duramente perseguidas. Las universidades, hasta entonces en poder de la Iglesia, pasaron a pertenecer al Estado y se convirtieron en instrumentos de la monarquía y cantera de puestos burocráticos. Desde las aulas se aleccionaban las conciencias y las mentalidades introduciendo tendencias filosóficas, literarias y artísticas afines, en un intento domesticar a los intelectuales, exaltando la gloria del Rey-Sol como autoridad absoluta del Estado y lugarteniente de Dios en la Tierra. La vida de Juan Bautista coincide con siete pontificados: Inocencio X (15741655), Alejandro VII (1655-1667), Clemente IX (1668-1670), Clemente X (16701676), Inocencio XI (1676-1689), Alejandro VIII (1689-1691), Inocencio XII (1691-1700) y Clemente XI Clemente XI (1649 - 1721). Sin duda, esta sucesión de Pontífices tuvo su influencia en Juan Bautista, que profesó toda su vida fidelísima devoción al Papa.

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Cultura En cuanto a la cultura, Juan Bautista estudió la Filosofía y la Teología que le preparaban para el ministerio sacerdotal. Coronó sus estudios con el doctorado en Teología, y por sus escritos se ve que había leído mucho dentro de las diversas ramas teológicas: Sagrada Escritura, Dogmática, Moral, Culto, Espiritualidad, Patrística, Historia de la Iglesia, Vida monástica, etc. Entre los libros que tenía en su Biblioteca sabemos que estaban los escritos de varios padres y doctores de la Iglesia, y obras muy prestigiosas de teología y de vida espiritual. En sus escritos queda claro que en muchas ocasiones tenía ante los ojos obras de autores que eran muy importantes ya en su época, o que habrían de adquirir prestigio posteriormente. Y cuando llegó el momento de elaborar las Reglas Comunes de los Hermanos, leyó, asimiló, consultó y desentrañó varias de las Reglas de Órdenes religiosas existentes. En su época hubo, dentro de la Iglesia, doctrinas peligrosas, que originaron tensiones, y que llegaron a ser el problema más serio de la Iglesia. Fueron, especialmente, las corrientes galicanas y el quietismo; ambas, en algún modo, relacionadas entre sí, pero de contenido distinto. El quietismo atrajo y conquistó a personas de gran prestigio, tanto entre el clero como en la vida religiosa y entre los fieles más cultivados. El problema llegó al punto culminante cuando el Papa Clemente XI promulgó la Bula Unigenitus que perturbó la paz de la iglesia 3. En este famoso documento, 101 proposiciones del jansenista Pascasio Quesnel fueron condenadas como herejías, como ya habían sido condenados los escritos de Cornelio Jansenio. La resistencia de muchos eclesiásticos franceses y la negación del parlamento francés a registrar la Bula, llevaron a controversias que se extendieron por la mayor parte del siglo XVIII. Debido a que los gobiernos locales no recibieron oficialmente la Bula, no fue, técnicamente, aceptada por estas áreas. El episcopado francés se dividió, y algunos prelados y sacerdotes apelaron a un Concilio, sin someterse a la decisión del Papa. Fue el movimiento de los «apelantes», que tantas luchas sordas, y tantos sinsabores originaron a Juan Bautista en los últimos años de su vida, ya que personas para él muy queridas, se adhirieron al movimiento de los apelantes. 3

No fue ésta la única controversia en que estuvo involucrado Clemente XI. Otra muy importante fue la relativa a la adaptación de la fe a las costumbres chinas. En ella se mezclaron varias causas que hicieron más difícil toda la cuestión: primero el conflicto del método entre diversas órdenes, conflicto entre diversos institutos misioneros, conflicto de rivalidades nacionales, conflicto creado por la institución de vicarios, que pugnaba por el antiguo régimen; conflicto entre potencias coloniales, mala voluntad de los adversarios, hechos jansenistas y de trasfondo una escasa actitud de diálogo en una Iglesia que no debería verse más que como misionera. Los participantes de esta controversia fueron: los capuchinos, los dominicos y franciscanos, con mucha experiencia y respaldo en campos de misión, y los jesuitas, una orden nueva en la Iglesia, aunque ya con un acierto y acreditación por su método de apostolado en la India.

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En cuanto a las corrientes galicanas, consistían en establecer distancias entre la Iglesia de Francia y la Santa Sede. Un alejamiento que, en ocasiones, llevaba visos de escisión o cisma. De La Salle, como es comprensible, no pudo abstraerse de estos problemas. Pero para él había un principio claro e inconmovible: siempre con la Iglesia, siempre con el romano Pontífice, cabeza visible de la Iglesia. Y este principio lo siguió escrupulosamente a lo largo de su vida, a pesar de las presiones de que fue objeto y a pesar de las dificultades que de ello se derivaron. Educación No vamos a hacer un análisis de las corrientes educativas y pedagógicas de la época, sino más bien constatar la realidad de la escolaridad en los niños y jóvenes franceses. De las Heras (2013) nos dice que “las escuelas elementales estaban sometidas directamente a la jurisdicción del Chantre o del maestrescuela, si bien dependían directamente de los obispos”. Gallego (1986) las llama "escuelas menores" y nos dice que la "enseñanza se pagaba, aunque en cada escuela se debía admitir gratuitamente a un corto número de pobres si conseguían la adecuada cédula de indigente". Por tanto, eran "escuelas de pago" que llamamos hoy. En la práctica, estaban separados los niños ricos de los pobres y, los profesores, en bastantes casos, se centraban más en los ricos, con lo cual muchos niños pobres abandonaban la escuela”. Los maestros, en su mayoría, eran eclesiásticos o semieclesiásticos (sacristán, cantor de la parroquia, etc.) y el resto del grupo, a veces, estaba constituído "por zapateros, bodegoneros, taberneros, albañiles, peluqueros...". “Las escuelas de caridad dependían de la parroquia. Eran totalmente gratuitas y si la parroquia no disponía de muchos medios, el ayuntamiento o algunas familias generosas, colaboraban en su sostenimiento.” Pedagógicamente estos centros funcionaban como las escuelas elementales; es decir, se enseñaba a leer y a escribir en latín y, si daba tiempo, se enseñaba francés; al cálculo y aritmética llegaban pocos, puesto que muchos se ponían a trabajar. Por lo demás, estas escuelas rompieron el monopolio de las escuelas elementales, creando problemas de tipo económico y de competencia entre los maestros.

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“Las escuelas de los maestros calígrafos tenían como finalidad aprender a escribir. Los maestros enseñaban a redactar toda clase de documentos comerciales y epistolares completando su labor con algunas nociones de cálculo comercial. Estaban bien organizados, pues, uno por uno prestaban juramento ante el teniente de policía, de la localidad, quien figuraba como protector oficioso de la corporación. Un síndico los presidía y, gradualmente, habían logrado una legislación que les concedía la exclusiva para impartir sus enseñanzas específicas. En cuanto a los estudios medios, existían colegios, también de pago. Fue famosa la Ratio Studiorum, de los jesuitas, que regulaba las enseñanzas impartidas en sus colegios, y que sirvió de modelo a otras instituciones en diversos países de Europa. Tuvo mucha influencia en la organización de la enseñanza en la historia de la pedagogía. Estos colegios constituían el paso obligado para ir a la Universidad y dependían de ella. La clase social que frecuentaba estos centros era media-alta, y siempre pensando en continuar sus estudios en la Universidad.” En cuanto a la educación religiosa, Poutet y Pungier (1995) nos pintan un horizonte bastante negro: "la ignorancia religiosa está muy extendida (...). Las antiguas supersticiones de la edad media no han muerto, la hechicería - verdadera o simulada - atormenta al mundo campesino". Además, el clero, en su mayoría, estaba poco formado, pues en esta época todavía no había ninguna condición precisa para acceder al sacerdocio, lo cual tenía su influencia en los fieles. Así las cosas, y por iniciativa de los obispos, en 1615 se toma la decisión de poner en práctica los decretos del Concilio de Trento. De esta manera, muchos obispos emprendieron una reforma pastoral que afectaba a todos los terrenos de la vida cristiana incluyendo la formación religiosa. Se insistía en el deber de los párrocos de enseñar a los niños y también a los adultos poco formados. Bastantes obispos publicaron catecismos en sus diócesis. Pero para una sólida formación en el mundo de los pobres, se necesitaba algo más. Precisamente ante esta situación de necesidad social y eclesial surgieron numerosas congregaciones religiosas que se orientaron por la educación cristiana en escuelas gratuitas para pobres. El iniciador de esta loable iniciativa es Démia 4; también son importantes San Pedro Fourier 5, el mismo San 4

Charles Démia (1637 - 1689). Fue un sacerdote y pedagogo francés. Nació en Bourg-en-Bresse en una familia acomodada, de padre farmacéutico y secretario de la nobleza local. En 1645 quedó huérfano de padre y al año siguiente de madre, por lo que pasó el resto de su infancia junto a su tía Josèphine, una mujer muy piadosa. En 1647 inició sus estudios de humanidades en

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Vicente Paúl 6 y, sobre todo, para el trabajo que estamos realizando, San Juan Bautista de La Salle. Todos ellos pretendían instruir a los cristianos desde su el colegio de los jesuitas de Lyon y luego a partir de 1652 se formó en derecho civil y canónico, con vistas a dedicarse a la magistratura. El 31 de marzo de 1654 recibió la tonsura. Al fallecer su tía ingresó en el seminario des Bons Enfants de París y en 1659, continuó su formación en el seminario de Saint Nicholas-du-Chardonnet, para trasladarse luego al famoso Seminario de San Sulpicio. El 19 de mayo de 1663 recibió el sacramento del orden sacerdotal en París. Más tarde decidió volver a su tierra natal donde tomó contacto con la precaria situación de los maestros de las llamadas escuelas de caridad dedicadas a la educación de los hijos de los artesanos y obreros. En 1666 fue designado inspector de las escuelas de caridad de la diócesis y escribió su obra más emblemática: “Avisos sobre la necesidad de las escuelas cristianas para la instrucción religiosa de los pobres”. En 1672 abrió cinco escuelas para pobres. El 2 de diciembre del mismo año el consistorio de Lyon le nombró "Director general de las escuelas” y en 1674 escribió el Reglamento para las escuelas de la villa y diócesis de Lyon. En 1687 dividió a sus maestros entre la Cofradía del Niño Jesús, para los hombres y las Hermanas de San Carlos. Dos años después, agotado tras la obra de su vida, falleció en Lyon, el 23 de octubre de 1689. 5

Pedro Fourier (1565 – 1640). Fue un sacerdote y educador francés. Nació en Mirecourt, Lorraine, el 30 de noviembre. A la edad de quince años fue a la Universidad de Pont-a-Mousson. Llegó a ser Cánon Regular de la Abadía de Chaumousey de San Agustín y fue ordenado en 1589. Por orden de su abad, regresó a la Universidad y llegó a ser erudito en teología patrística. Trabajó por treinta años como párroco en la iglesia de Mattaincourt, un pueblecito de los Vosgos que estaba lleno de protestantes calvinistas y donde la moralidad estaba por el suelo. Lo primero que hizo para lograr convertir aquellas gentes fue dedicarse a orar, y a sacrificarse por ellas. Las otras dos armas con las cuales se propuso ganar las almas de aquellos pecadores fueron la limosna y el buen ejemplo. Estableció una caja de Mutua Ayuda, en la cual depositaba las contribuciones que las gentes le hacían, y de allí iba sacando para prestar a quienes habían quedado en la ruina. Creó en su parroquia tres asociaciones apostólicas: la de San Sebastián, para hombres, la del Rosario para señoras y la de la Inmaculada para señoritas. Fundó las escuelas gratuitas para el pueblo. Trató de hacerlo en su parroquia pero se encontró con que los sacerdotes no aceptaban dar clases en primaria y a los padres de familia si eran pobres, no les interesaba que sus hijos estudiaran, y los maestros que encontraba no tenían vocación para ello. Puso en práctica varios métodos educativos que después otros famosos educadores católicos popularizaron por todas partes. En 1621, por orden del Obispo de Toul, se hizo cargo de la reforma de los cánones regulares en Lorraine, y en 1629 formó la Congregación de Nuestro Salvador. De esta congregación, fue nombrado Superior General en 1632. En 1625 se le encomendó la conversión de la Principalidad de Salm, cerca de Nancy, que se había transformado por el calvinismo. Debido a sus relaciones con la Casa de Lorraine, fue enviado al exilio, a Gray, Haute-Saone, y allí enseñó en una escuela gratuita que él mismo había fundado allá y también allí murió el 9 de diciembre de 1640. En 1730, Benedicto XIII publicó el Decreto de Beatificación, y León XIII le canonizó en 1897.

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Vicente de Paúl (1581 - 1666) Fue un sacerdote francés. Nació el 2 de abril en Ranquine, cerca de Dax, en el S.O. de Francia. Era un chiquillo despierto, y su padre tenia para él unos planes ambiciosos. Fue enviado a los 14 años al colegio de los franciscanos de Dax. Después de cuatro años en esa ciudad pasó a la gran ciudad de Toulose. Su padre falleció en 1598 y ese mismo año recibió la tonsura y las órdenes menores. Para subsistir, enseñaba humanidades en el colegio de Buñet y siguía a la vez con sus estudios de Teología. En 1598 recibió el subdiaconado y el diaconado, y el 23 de Septiembre de 1600, en Chateau-l'Eveque, se le ordenó sacerdote. En 1604 obtuvo el doctorado en Teología. Se dirigió a Marsella y allí se embarcó para Narbona. Iba en un barco que fue atacado por los turcos y cayó prisionero. Se escapó llegando a Avignon y desde allí a Roma. Luego fue a París hacia el 1608 donde se encontró con Bérulle en el hospital de la Caridad, adonde ambos iban a visitar enfermos. En mayo de 1612 tomó posesión de la parroquia de "Clichy la Garenne". Bérulle hace que lo nombren preceptor de la ilustre familia de Gondi,

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infancia y para ello se sirvieron de las escuelas gratuitas dentro del marco parroquial. Así fue, a grandes rasgos, el ambiente socio-histórico-educativo-religioso en que vivió el santo. Como es lógico, en sus escritos hay muchos pormenores que deben entenderse desde esta perspectiva.

Phillipe de Gondi, sobrino del Arzobispo de París. Llegó allí en Septiembre de 1613. En agosto de ese mismo año 1617, en Chatillón-les-Domes se encontró con la miseria material de los campesinos y el 23 de agosto y fundó las Hermandades de Caridad. La Compañía de las Hijas de la Caridad siguió unos años mas tarde (1633). La co-fundadora fue Santa Luisa de Marillac. En 1619, Vicente fue nombrado capellán general de las Galeras. En 1623 viajó a Burdeos, donde se hallaba una flotilla de galera. Se sucedieron guerras y los pobres siempre son los perdedores. Se atrevió a enfrentarse a Richelieu y pedirle enérgicamente que pusiera término a tan enormes conflictos. Fundó la Congregación de la Misión en 1625 pero Roma, a instancias de Bérulle, se negó dos veces a dar su aprobación. Tuvo que esperar ocho largos años -hasta 1633- para conseguir dicha aprobación.Su vida estuvo constantemente marcada por ese trabajo pausado, regular y porfiado que recordaba el trabajo de los campesinos de su época y entre los que había nacido. En julio de 1660 se vió obligado a guardar cama. El 26 de septiembre, domingo, le llevaron a la capilla, donde asistió a Misa y recibió la comunión. Por la tarde se hallaba totalmente lúcido cuando se le administró la extremaunción; a la una de la mañana bendijo por última vez a los sacerdotes de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados y a todos los pobres. Estaba sentado en su silla, vestido y cerca del fuego. Así es como murió el 27 de septiembre de 1660, poco antes de las cuatro de la mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres. Fue proclamado santo por el Papa Clemente XII, el 16 de junio de 1737.

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Vida de Juan Bautista En esta parte vamos a tratar su perfil biográfico, rasgos de su personalidad, su espiritualidad y las obras literarias que escribió.

Perfil biográfico Juan Bautista de La Salle nació en Reims 7, Francia, el 30 de abril de 1651 en el seno de una familia acomodada de juristas. Su padre, Luis de La Salle 8, era consejero del rey en un Presidial 9. Su madre, Nicolasa Moët, estaba relacionada con la nobleza campesina. Luis de La Salle educó a su hijo primogénito en el arte de la esgrima. Le enseñó también a montar a caballo. Lo aconsejaba, velaba por su educación y lo preparaba para una carrera jurídica. Por su parte su abuelo, dedicado al cultivo de viñedos, deseaba que su nieto siguiera sus pasos. Pero Juan Bautista no logra satisfacer los deseos de su padre ni de su abuelo. En efecto, el niño se complacía en ejercicios serios, la oración y la lectura de libros, y a muy temprana edad se sintió impulsado por el deseo de consagrarse a Dios en el estado eclesiástico. Fue su firmeza y determinación lo que motivó a sus padres a darle consentimiento. Aprendió a leer y a escribir en su propia casa y en 1661 entró al Colegio de 'Bons Enfants', perteneciente a la Universidad, en donde estudió latín, griego, poesía y filosofía y más tarde obtuvo el grado de Maestro en Artes. A los 15 años se lo nombró canónigo en el cabildo de Nuestra Señora de Reims, uno de los más ilustres del reino, sustituyendo al primo hermano de su abuelo Pedro Dozet. En 1668 inició sus estudios teológicos y recibió las órdenes menores. Dos años más tarde se incorporó al Seminario de San Sulpicio en París, uno de los más 7

Nació en Reims y murió en Rouen, las dos ciudades que hizo famosas Santa Juana de Arco y su vida coincidió casi exactamente con los años del famoso rey Luis XIV. 8

La familia de la Salle tiene sus orígenes en Johan Salla, quien, a principios del siglo IX fue comandante en jefe de las fuerzas reales de Alfonso el Casto de Castilla. No fue, sin embargo, sino hasta alrededor de 1350 que la rama menor de esta familia, de la cual descendió nuestro santo, se mudó a Francia y se estableció en Champagne. 9

Viene del latín praesidalis y significa gobernador de una provincia. En 1552 el rey Enrique II de Francia deseoso de reforzar sus sitema judicial y territorial, creó los presidiales por edicto real. Se crearon 60 de los cuales 32 pertenecían a la red del Parlamento de Paris. En función de las necesidades (recursos del Tesoro, anexión de nuevos territorios, etc.) el número de presidiales llegó a 100 en 1764.

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prestigiosos de la época por su calidad formativa. En realidad era un centro de reforma sacerdotal y foco difusor de la espiritualidad francesa. Por ese entonces, la obra fundada por Juan Jacobo Olier (1608-1657), tenía como director al gran sistematizador de los exámenes particulares y del método de oración sulpiciano, Louis Tronson (1622-1700). Simultáneamente siguió sus estudios en la Sorbona, la mejor Universidad francesa del tiempo, donde a los 22 años obtuvo la Licenciatura en Teología. En los años siguientes, 1671 y 1672, fallecieron su madre y su padre y tuvo que encargarse de la tutoría oficial de sus hermanos menores durante cuatro años, por lo que se vio obligado a abandonar París y continuar sus estudios en Reims. También se encargó de la administración de los bienes de la familia. Fue capaz de conciliar sus actividades de canónigo con sus obligaciones familiares. En esta situación encontró un nuevo padre en su primo Nicolas Roland 10, tan sólo 9 años mayor que él. Tomó de nuevo por las tardes sus cursos de teología, y el 11 de julio de 1672 se dirigió a Cambray para recibir el subdiaconado. En 1678, a la edad de 27 años, recibió la ordenación Sacerdotal. Poco después tuvo que ayudar al Señor Adriano Nyel 11, en la fundación de una escuela de caridad en Reims. Una mañana se encuentra con Adrián Nyel , un maestro que llega a Reims a abrir una escuela para niños pobres , contando con el apoyo económico de la Sra. Maillefer, una gran dama de la ciudad de Ruán que tenía una relación familiar con los De La Salle. Surgió así su primer compromiso con las escuelas de caridad. Y al poco tiempo, sin haberlo previsto, se tuvo que ocupar del sustento y apoyo de la Comunidad de las Hermanas del Niño Jesús, fundada por su director espiritual, Nicolás Roland. 10

Nicolas Roland (1642 - 1678) Fue un sacerdote, canónigo, pedagogo y fundador francés. Nació en la pequeña localidad de Baslieux-les-Reims, a nueve kilómetros de Reims, hijo de Jean-Baptiste Roland (1611-1673), comisario para las guerras y antiguo comerciante de paños y de Nicole Beuvelet. En 1650 ingresó en el colegio de los jesuitas de Reims, donde demostró una inteligencia viva. Tras un accidentado viaje por mar, decidió consagrarse totalmente a Dios y hacerse presbítero. El joven estudiante se trasladó a París en 1660 para estudiar Filosofía y Teología, probablemente con los jesuitas. Terminó con el Doctorado sus estudios de Teología. En 1664, recibió el diaconado y el 3 de marzo de 1665 se lo ordenó sacerdote. En Ruan conoció a otro apasionado religioso embarcado en la obra de las escuelas para los pobres, el mínimo y posterior beato Nicolás Barré, que había llegado a la ciudad en 1659. El 27 de diciembre del mismo año recibió a dos maestras y las albergó en la casa. Eran Françoise Duval y Ana Le Coeur, con las que inició la Congregación de Hermanas del Santo Niño Jesús, dedicadas a la educación de las niñas pobres y abandonadas. El 19 de abril de 1678 tuvo que guardar cama aquejado de una fuerte fiebre. El 23 del mismo mes redactó el testamento, dejando el encargo a Juan Bautista de La Salle de dar término a su Instituto. El 27 falleció tranquilamente, siendo enterrado en la capilla de las Hermanas el día 29. Fue beatificado en Roma, por el Papa Juan Pablo II el 16 de octubre de 1994, como paso previo a una futura canonización. 11

Adrián Nyel (1621-1687). Laico promotor de escuelas parroquiales, natural de Laon y establecido luego en Rouen, donde abrió cuatro escuelas y juntó un grupo de maestros entre los años 1657 y 1670. Inquieto y emprendedor, dejó asentadas esas escuelas y fue llamado por una piadosa señora de Reims, señora de Maillefair, para fundar una nueva escuela. En 1685 regresó a Rouen, donde murió dos años más tarde, en 1687.

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A los 30 años, el Señor De La Salle era ya doctor en Teología, pero no veía cómo encauzar su futuro. Parecía estar encaminado hacia altos cargos eclesiales. Podía dedicarse a la investigación, a la enseñanza de la Teología, lo que un día le podría llevar a ser obispo. O podía ser párroco, como le había insinuado su director espiritual. O quizá, seguir ayudando en el mantenimiento de las escuelas y de los maestros, sin descuidar sus obligaciones de canónigo. Pero sentía la llamada de Dios a la formación de los pobres. El 24 de junio de 1680, un grupo de maestros, invitados por Juan Bautista De La Salle, fueron a ocupar, por largos meses, la casa de la familia La Salle. Pasaban el día con él, recibiendo formación humana, pedagógica y cristiana. Por la noche se retiraban a sus respectivas casas. En Agosto de 1683 renunció a su dignidad de canónigo de la Catedral de Reims; y así no tuvo más preocupación que la dirección de las Escuelas Cristianas y la formación de su comunidad de maestros. El 24 de junio de 1684 dio inicio al Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, posesionándose como el pionero en la implementación de Escuelas de Formación de Maestros Rurales, Escuelas especiales para jóvenes con condenas judiciales, Escuelas técnicas y Escuelas secundarias para letras y ciencias. Mostró cómo se debe enseñar y tratar a los jóvenes, cómo enfrentarse a las deficiencias y debilidades con compasión, cómo ayudar, curar y fortalecer En el mes de Junio de 1686, el Señor De La Salle propuso a los Hermanos, consagrarse a Dios, como laicos, no como monjes. Ya para entonces, los Hermanos vivían en la pobreza, la obediencia y el celibato, sin que la exigencia de un voto a Dios se lo hubiera refrendado. Pero, en la mañana del domingo 9 de junio, ocho Hermanos, todos ellos directores de escuelas, emitieron sus primeros votos, en compañía de Juan Bautista De La Salle. Estos votos no incluían el de pobreza ni el de castidad. Fueron votos de obediencia, asociación y estabilidad, todos en función de la misión educativa de los Hermanos. Para entonces ya vivían en pobreza y celibato. En seguida se le planteó el problema de cómo debía emplear su fortuna personal, que no deseaba conservar. ¿Debía consagrarla al desarrollo de la incipiente congregación, o más bien darla a los pobres? El santo fue a París a consultar al P. Barré, un hombre de Dios muy interesado en la educación, cuyos consejos le habían ayudado en otras ocasiones. El P. Barré se opuso absolutamente a la idea de que el santo emplease sus bienes en su propia fundación. Juan Bautista de La Salle, después de pedir fervorosamente a Dios que le iluminase, determinó vender sus posesiones y distribuir el producto entre los pobres. Su decisión no pudo ser más oportuna, pues la región de Champagne atravesaba por un período de carestía. A partir de entonces, la vida de Juan Bautista fue todavía más austera. Como estaba acostumbrado a comer muy bien, tenía que 15


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ayunar hasta que el hambre le obligaba a comer cualquier platillo, por mal preparado que estuviese. El mismo año fundó en Reims la que la mayoría de autores considera la primera escuela de profesores. En 1688 abre las primeras escuelas en París. Blain nos relata que monseñor Godet de Marais, obispo de la diócesis de Chatres y Juan Bautista de La Salle fueron compañeros en San Sulpicio y en la Sorbona. Los Hermanos abrieron una escuela en Chartres, a pedido de este obispo, en 1689. No llevaban mucho tiempo dirigiendo la escuela e impartiendo clase de acuerdo con las normas del Instituto (Guía de las Escuelas), cuando el señor obispo intervino. Los Hermanos no enseñaban a los niños a leer primero en latín, y luego en francés, como era la costumbre, por aquel entonces, en todas las escuelas. La Guía de las Escuelas, que venía a ser la Regla de los Hermanos para su empleo, indicaba que se comenzaba enseñando a leer en francés. Godet de Marais extrañó tal cambio, y pidió a los Hermanos que hicieran como en todas partes, enseñando primero a leer el latín. El asunto llegó en seguida a Juan Bautista, que expuso al obispo las razones por las cuales en las escuelas cristianas y gratuitas se enseñaba a leer primero en francés. No sólo se lo expuso de viva voz, sino que parece que le presentó un memorial recogiendo tales razones. Hacia 1701 envía a dos Hermanos a fundar una escuela en Roma. Digamos que es el símbolo de la dependencia de la Iglesia ante los jansenistas; es decir, testimoniar su sumisión al Papa. Después de un período de alejamiento para orar y meditar, a los 63 años vuelve a París con sus Hermanos que lo esperaban felices. Los reúne para elegir a quién lo tenía que suceder, pues sus fuerzas se iban agotando. Eligieron al Hermano Bartolomé, hombre de gran generosidad, con alma de maestro y capacidad para animar a la comunidad. Y en 1717, san Juan Bautista renunció al cargo de superior. A partir de ese momento, no volvió a dar una sola orden y vivió como el más humilde de los hermanos. Se dedicó entonces a la formación de los novicios y de los internos, para quienes escribió varios libros, entre los que se cuenta un método de oración mental.

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El 3 de abril de 1719, lunes Santo, firmó su testamento 12 ante notario. Es probable que Juan Bautista lo haya redactado algún tiempo antes. Presentamos un extracto del mismo: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Yo, el infrascrito, Juan Bautista de La Salle, sacerdote, estando enfermo en una habitación cercana a la capilla de la casa de San Yon, arrabal de San Severo, de la ciudad de Ruán, y queriendo hacer un testamento que liquide todos los asuntos que me puedan quedar pendientes. (T 4,0,0) Encomiendo a Dios, primeramente mi alma, y luego todos los Hermanos de la Sociedad de las Escuelas Cristianas, con quienes me ha unido, y les recomiendo, ante todo, que tengan siempre absoluta sumisión a la Iglesia, máxime en estos calamitosos tiempos, y que, en testimonio de esta sumisión, no se separen en lo más mínimo de la Iglesia romana, acordándose siempre de que he mandado a Roma dos Hermanos con el fin de pedir a Dios la gracia de que su Sociedad le sea siempre enteramente sumisa. Les recomiendo también que profesen mucha devoción a Nuestro Señor, que amen mucho la Sagrada Comunión y el ejercicio de la oración mental, y que tengan devoción especial a la Santísima Virgen y a San José, patrono y protector de su Sociedad; que desempeñen con celo y muy desinteresadamente su ministerio; y que tengan entre sí unión íntima y ciega obediencia para con sus superiores, que es fundamento y sostén de toda perfección en una comunidad. (T 4,0,1) Además confirmo y ratifico dos actas de cesión o donación que tengo hechas en favor de José Truffet, llamado Hermano Bartolomé, encargado del gobierno general de dichos Hermanos, la primera en fecha once de agosto de mil setecientos dieciocho, por la que cedo y entrego al citado José Truffet todos los libros que me pertenecían, cuando estaba en la casa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la parroquia de San Sulpicio, de París; y la otra, del catorce de noviembre de mil setecientos dieciocho, por la que cedo y entrego todos los muebles que hay en la casa de San Yon, en las condiciones señaladas. Apruebo también todos los demás actos que he realizado en su favor. (T 4,0,2) Otrosí, declaro que las dos casitas de Reims que están alquiladas, una junto a la grande donde viven los Hermanos, y la otra al fondo del patio del Lobo, pertenecerán a quienes tengan la propiedad de la citada casa grande donde viven los Hermanos, para disponer de ellas con el mismo fin. (T 4,0,3) Y en cuanto a las casas adquiridas en Rethel-Mazarino, una al señor Queutelot y su esposa, otra a Esteban Etienne, y otra a Ponce Ludet, con el fin de hacer de

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El Hermano León de María Aroz ha hecho un excelente estudio de este testamento en el Cahier Lasallien nº 26.

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estas tres casas una sola, para que en ella se alojen los Hermanos de dichas Escuelas Cristianas, tengan allí sus clases, y para los otros fines propuestos, como queda declarado en las actas y contratos de las dichas tres casas, uno por adjudicación, y los otros dos por contratos firmados ante Dogny, notario real de Rethel, o Miroy, su sucesor. (T 4,0,4) (…) Hecho en la citada casa de San Yon, el tres de abril de mil setecientos diecinueve”. (T 4,0,8) En la cuaresma de 1719, el santo sufrió varios ataques de asma y reumatismo, pero no dejó de practicar las austeridades habituales. Poco después tuvo un accidente que le dejó muy débil. En las fiestas de San José de 1719 celebró su última Misa y el 7 de abril, viernes santo, en el noviciado de San Yon, Ruán. Y a la edad de 68 años, con la salud ya quebrantada por los trabajos, penas y dificultades descansó en la paz del Señor. Era el Viernes Santo 7 de abril, a las cuatro de la madrugada. Sus biógrafos nos dicen que sus últimas palabras fueron: "Adoro en todo la voluntad de Dios para conmigo". Fue enterrado inicialmente en una de las capillas de la iglesia de San Severo en Ruán. En 1734, sus restos fueron trasladados a la capilla de su pensionado en Saint Yon y en 1835 a la de la Escuela Normal de Ruán. En 1888 se volvieron a trasladar a la capilla del Pensionado de San Juan Bautista de La Salle, también en Ruán. Para evitar las persecuciones anticlericales que tuvieron lugar en Francia a principios del siglo XX, sus restos fueron depositados en Lembeek (Bélgica) el 29 de junio de 1906. Finalmente, el 25 de enero de 1937 fueron llevados a la Casa Madre de la Congregación Lasaliana en Roma, donde continúan. De La Salle fue beatificado por el Papa León XIII, el 19 de febrero de 1888 y el 24 de mayo de 1900, el mismo Papa León XIII le confirió el título de Santo. La Iglesia, a través del Papa Pío XII proclamó a San Juan Bautista De la Salle patrono especial de todos los educadores de la infancia y de la juventud y Patrono universal de los educadores el 15 de mayo de 1950, reconociéndole de una forma aún más solemne y general su carisma educativo, por los frutos recibidos durante tres siglos y resaltando la importancia de poner a los educadores bajo el patrocinio de un pedagogo brillante y santo.

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Rasgos de su personalidad De las Heras (2013) considera que “siempre que Dios elige a alguien para una obra, sabe muy bien lo que hace, sabe muy bien a quién elige, sabe en todo momento hacia dónde va la obra que le confía, sabe las dificultades que se presentarán y sabe el valor del hombre en el cual pone sus ojos divinos”. Maillefer (1723) afirma que "el Señor de La Salle tenía todas las cualidades para triunfar: era hombre de carácter, de celo ardiente, de caridad tierna e insinuante, afable en el trato y por encima de todo, era un enamorado de los sacrificios y de la penitencia". Su patrimonio fue la lucha. El triunfo no le sonrió durante su vida de forma visible. Cada paso que daba lo preparaba con oración y con mortificación. Se preparaba para la dificultad. Sin embargo, Juan Bautista de La Salle había llegado a la firme seguridad de que las Escuelas Cristianas eran una necesidad en la Iglesia que a él le tocaba vivir y resistía valerosamente los obstáculos. Christian (1950) sostienen que "su espíritu psicológico se nos presenta con un gran sentido práctico y con una admirable dosis de naturalidad. Conservaba siempre un perfecto dominio de sí. Manifestaba una calma capaz de enfrentarse con cualquier prueba. Parecía que leía en las personas como en un libro abierto. La fina intuición para las personas es una de las cosas más hermosas de su carácter. Y cuando actuaba, sabía, en todo momento, hacia dónde iba y lo que podía resultar de sus compromisos". En términos humanos, era lo que pudiera decirse una persona valiente, decidida, fuerte, equilibrada, reflexiva, consciente de su responsabilidad. Y, en términos cristianos, estaba firmemente convencido de que actuaba como instrumento elegido por Dios para una empresa importante. No se preocupaba por sus fracasos personales. Era lo suficientemente humilde para no darles importancia. Pero, cuando lo que estaba en juego era la eficacia salvadora de las almas, no cedía fácilmente en sus propósitos. Rompía con quien fuere preciso, con tal de salvar su obra. No defendía sus ideas, sino las intuiciones de Fundador. Por eso la fidelidad es la más bella de sus cualidades humanas: fidelidad a Dios en primer lugar; fidelidad a la Iglesia; fidelidad a sus Hermanos, a quienes amaba tiernamente; fidelidad a los alumnos de sus escuelas; fidelidad a su propia conciencia. Massimo (1950) apunta que “el Santo de La Salle está a igual distancia del pensamiento natural de Rouseau y del pesimismo moral que inspira el 19


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pensamiento jansenista. Cuando piensa en el hombre y en el niño, se mantiene a prudente distancia de ambos. Por su fidelidad a la Iglesia, piensa lo que reclama su prudencia y lo que va conforme a su doctrina”. Desde el primer momento de su actuación pedagógica, Juan Bautista de La Salle advierte que no son las ideas teóricas las que solucionan los problemas; sino la disponibilidad práctica y la búsqueda de cauces concretos. No es un idealista que escribe para los demás, como nos puede hacer suponer sus múltiples libros y sus frecuentes reflexiones. Ante todo es un educador interesado por las personas. No puede ejercer su misión normalmente por sí mismo. Pero convive con hombres que pasan muchas horas al día con los niños de las Escuelas y a los cuales tiene que ofrecer soluciones vitales y creadoras. Blain (1733) señala que Juan Bautista “se aplicó a instruir a los niños con una dulzura y con una paciencia, con un interés y una tranquilidad que sirvió de modelo a todos los Hermanos". "Se vio a este Doctor en Teología, a este antiguo Canónigo de Reims, a este Superior de Congregación religiosa, considerar como un honor y un placer el instruir a los niños pequeños, enseñar a unos el abecedario, a otros a leer y escribir y sobre todo el dar las primeras lecciones de la doctrina cristiana". "La soltura con que cumplía este oficio hacía ver el gusto que experimentaba y el interés que tomaba en practicar las virtudes a que da ocasión en cada momento la vida de la escuela. Si hacía alguna distinción entre los escolares, era para favorecer a los más pobres. Su preocupación por ellos se notaba por el interés que tomaba por hacerles adelantar en la lectura y en la escritura; pues, como decía, les era más necesario que a los demás. Si entre ellos había alguna preferencia, era para los más ignorantes. Como éstos generalmente son abandonados a su retraso por los maestros poco celosos y caritativos, se convirtieron para él en objeto de su predilección y de su paciencia". "Dios quiso bendecir sus esfuerzos y hacer ver que un celo dulce y paciente hace milagros y hace llevar al éxito a los espíritus más retrasados e ignorantes. Vio como al fin les hacía adelantar en las verdades de la religión y también en las lecturas y escritura". No importan las interpretaciones hagiográficas de los recuerdos que nos quedan de los primeros biógrafos del santo. Lo importante es aprender de su fidelidad a la vocación recibida y entender que su amor es la fuerza y la vida de la misión docente a la que estuvo destinado. Su vocación se curtió en los obstáculos que siempre llenan el camino de la persona que ama. Tuvo que vencer su amor a la familia con el amor a una obra que nacía y no sabía a dónde le llevaba. Tuvo que vencer su afán al estudio de la Teología, a pesar de haber obtenido el doctorado en esta ciencia, con otros 20


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estudios pedagógicos más útiles para sus escuelas. Y tuvo que vencer incluso su amor a la soledad, a la oración y al retiro, por el amor a un trabajo fatigoso.

Espiritualidad Era aquella una época particularmente importante de la espiritualidad francesa. En la obra de San Juan Bautista de la Salle se advierte la influencia de Bérulle 13 y de Olier 14, de la «escuela francesa» de Rancé 15 y de los jesuitas, pero sobre todo, 13

Pierre de Bérulle (1575 - 1629). Fue un cardenal, escritor ascético francés. Nació en la provincia de Champagne, en el castillo de Cérilly, en una familia distinguida de magistrados. En 1611, estimulado por San Francisco de Sales, fundó la Sociedad del Oratorio sobre el modelo de San Felipe Neri en Roma, destinada a la educación del clero. Después de su ordenación sacerdotal fue nombrado capellán de Enrique IV. Fue ministro de Estado, pero sus divergencias con Richelieu le obligaron a abandonar la política. El papa Urbano VIII, en 1627, premió los servicios de De Bérulle a la Iglesia creándole Cardenal, aunque no llegó a recibir el capelo ni el título. Buscó establecer en los hombres un vínculo de amor con la persona de Jesús. Escribió diversas obras entre las que destaca el Discurso sobre la abnegación interior. Murió mientras celebraba la Misa el 2 de octubre de 1629. Su discípulo San Vicente de Paul dijo de él: “es uno de los sacerdotes más santos que he conocido” y su amigo San Francisco de Sales declaró: “Es todo lo que yo mismo deseo ser”. 14

Jean-Jacques Olier (1608-1657). Nació el 20 de septiembre. Sus padres fueron Jacques Olier y María Dolu. Su familia pertenecía a la nobleza. Alrededor del año 1616 comenzó sus estudios en el colegio Santa Trinidad, una escuela jesuita de excelente reputación en Paris. En 1620 se conviertió en miembro del clero en la diócesis de Chartres. Tuvo una veneración constante por Francisco de Sales. A fines de 1624 fue llamado por el rey a Paris, donde recibió el cargo de Consejero de Estado, en reconocimiento de su servicio a la Corona. El 17 de mayo de 1625, obtuvo el beneficio del priorato de Clisson, igual que, el 13 de junio, la Abadía de Pébrac en la diócesis de Saint-Flour, y finalmente el priorato de Pouancé en la diócesis de Angers. Entre 1625 y 1627 estudió filosofía en el Colegio Harcourt de Paris. El 18 de julio de 1627 se hhizo acreedor al título de “Maestro de Artes”. Luego, entre 1627-1630, estudió en la Facultad de Teología de la Sorbona y obtuvo el título de Bachiller en Sagrada Teología. En 1630 viajó a Roma para continuar su estudio del hebreo. En Marzo de 1631 su padre falleció. Retornó a Paris sin saber cómo vivir su nueva vida en Cristo. En un sueño, Dios le reveló que estaba llamado a convertirse en un sacerdote diocesano. A continuación escogió a Vicente de Paul como confesor y guía espiritual. El 21 de Mayo de 1633, en la víspera de la fiesta de la Santa Trinidad, fue ordenado sacerdote. El 6 de septiembre de 1646 con muchos de sus compañeros firmaron un acta de asociación para el seminario y así establecieron formalmente la Sociedad de Sacerdotes de San Sulpicio. El 15 de septiembre de 1651 pronunció el acto de sumisión total a la Santísima Trinidad por manos de María. El último periodo de su vida se caracterizó por una enfermedad crónica y por un crecimiento en su unión con Dios. Durante este tiempo, el Señor le dió la gracia de un amor profundo a la Cruz y a la Esperanza de la Resurrección. Publicó La jornada cristiana (1655), el Catecismo cristiano para la vida interior (1656), Explicación de las ceremonias de la Misa Solemne (1657), e Introducción a la vida y a las virtudes cristianas (1657). El 2 de abril de 1657, lunes de Pascua, murió, asistido por su amigo de siempre y confesor Vicente de Paul. 15

Armand-Jean le Bouthillier de Rancé (1626-1700). Abad y reformador de Notre Dame de la Trappe. Nació en París el 9 de Enero, segundo hijo de Denis Bouthillier, Señor de Rancé, Consejero de Estado. Originalmente estaba destinado para los Caballeros de Malta, pero la enfermedad de su hermano mayor hizo que su padre lo dedicara al servicio eclesiástico, para conservar en la familia los numerosos beneficios de su hermano. A la muerte de éste, en 1637, llegó a ser canónigo de Notre Dame de París, abad de La Trappe y de otros varios lugares.

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del canónigo Nicolas Roland y del fraile Nicolás Barré personales.

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, que eran sus amigos

De La Salle puso en el núcleo de su espiritualidad la fe viva, la que no se limita a confesar las verdades que enseña la Iglesia y propone el Magisterio —en lo que manifestaba un especial cuidado— sino que se orienta a la adhesión a la persona de Jesucristo, el Verbo Encarnado, y a sus misterios. La existencia cristiana implica una dinámica de fe que mira a la Trinidad y es el fundamento de la caridad, en especial de la caridad fraterna. Entiende que la fe fue el don de Pentecostés, por lo que el hombre que aspira a vivir su fe se debe abrir dócilmente a las mociones del Espíritu Santo. El esfuerzo de la persona por experimentarse desde lo profundo, por vivir la dimensión de «hombre interior», está ordenado a corresponder a los movimientos del Espíritu Santo. En su método de oración, a pesar de estar compuesto por numerosos actos que parecen no dar espacio a la acción del Espíritu, el abandono a la conducción divina está presente como un sustrato fundamental.

Temprano dio evidencia de la precocidad en el estudio, publicando, a la edad de doce años, una edición de Anacreonte, con notas en griego, dedicada a su padrino, el Cardenal Richelieu. En 1651, fue ordenado sacerdote por su tío, el arzobispo de Tours. Esta dignidad no tuvo efecto en su modo de vida, que era mundana en extremo. En 1652 murió su padre, dejándole un incremento en propiedades. Se retiró a su Château de Verets, donde se entregó a la reflexión sobre las vanidades de la vida; se puso bajo una dirección capaz y comenzó a vivir más en conformidad con sus obligaciones. Después de haber tomado consejo, se deshizo de todas sus posesiones, excepto de la Abadía de La Trappe, que él visitó por primera vez en 1662. Decidió hacerse religioso y obtuvo permiso del rey, en 1663, para llegar a ser su abad regular y reformador. Después de haber pasado por su noviciado y hecho profesión, tomó posesión de su monasterio como su abad regular, y comenzó la obra de su reforma. Dedicó su tiempo libre al trabajo manual y a la compilación de libros espirituales entre los que destacan: “Vidas de algunos solitarios de La Trappe”, “Tratado de la santidad y de los deberes de la vida monástica”, “La regla de San Benito, traducida y explicada según su verdadero espíritu”. Su modo de vida penitente le ganó muchos enemigos y le causó ser acusado de Jansenismo, pero las cartas y panfletos con los que atacó a los jansenistas fueron publicados por Bossuet. En 1695, sintiendo que su salud declinaba, obtuvo permiso del rey para renunciar a su posición, y por varios años continuó dando ejemplo de humildad y resignación. Falleció en La Trappe el 27 de Octubre de 1700. Sus restos descansan en el monasterio de La Grande Trappe. 16

Nicolas Barré (1621-1686). Fue un religioso francés, declarado beato. Nació en Amiens. Sus padres eran comerciantes acomodados .Estudió con los Jesuitas pero a los 19 años entró en la Orden de los Mínimos fundada por San Francisco de Paula. Pronunció sus votos en 1641 y fue ordenado sacerdote en 1645. De 1645 a 1655 ejerció los cargos de profesor de teología y de bibliotecología en el convento de la plaza Real en París. Pero en 1655, con la salud muy deteriorada, fue enviado a Amiens donde consiguió recuperarse antes de irse a Rouen donde trabajó para la educación de los niños pobres junto a algunas chicas jóvenes que se organizaban para estar totalmente dispuestas para su misión educativa. Con esas jóvenes fundó las Hermanas de la Providencia de Ruán. En 1675 regresó a París donde continuó fundando escuelas populares y comunidades como las Hermanas del Niño Jesús de París. Murió el 31 de mayo de 1686 en París. Fue beatificado en Roma el 7 de marzo de 1999 por el Papa Juan Pablo II.

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Estableció como fundamento de su vida y de la de los Hermanos el espíritu de fe, que consiste en ver, juzgar, amar y obrar siempre a la luz del Evangelio, es decir, de la vida y doctrina de Jesucristo. La nota más llamativa en la vida de San Juan Bautista de La Salle es su dependencia de la Providencia, es decir, de Dios. Todo cuanto emprendió, ya desde su juventud, estuvo en conexión con la voluntad de Dios, conocida con sinceridad de corazón y abrazada con generosidad. Cada paso de su vida puede decirse que está medido con este criterio: «¿es esto lo que Dios quiere de mí?» Esta actitud nació de su espíritu de fe, que luego transmitió a sus discípulos, y del que dice que «es el espíritu del cristianismo». Efectivamente, propio del creyente es creer; y se cree a Dios, confiándose plenamente a Él. Por eso es importante mirar todas las cosas con los ojos de la fe, es decir, como Dios las mira. Y el instrumento para enfocar los seres y los acontecimientos es la Palabra de Dios, contenida especialmente en la Sagrada Escritura. Juan Bautista conocía a fondo la Sagrada Escritura, especialmente el Nuevo Testamento. Lo conocía y lo aplicaba. El itinerario espiritual de su vida consistió en acomodarse a los designios de Dios. Le bastaba conocer que algo era voluntad de Dios, para acatarlo, asumirlo y comprometerse con ello. De ahí, el profundo sentido de la frase que dejó escrita: «un compromiso me llevaba a otro, sin haberlo previsto...» Era Dios quien guiaba; y él se dejaba guiar. Evidentemente, el camino de Dios estaba erizado de dificultades, y para abrazar la voluntad de Dios era necesario afrontarlas con valor, con paciencia y con espíritu de fe. Cuando le resultaba difícil saber cuál era la voluntad de Dios en un caso concreto, trataba de conocerla por medio de la penitencia, la oración y la consulta con personas prudentes y de reconocida virtud. En los principales pasos de su vida encontramos estos tres elementos juntos: en el momento de saber si debe ocuparse de las escuelas; en el desprendimiento de sus bienes; en el traslado a París; en la organización del Instituto; en la elaboración de las Reglas; en la creación del Noviciado; en el traslado a Ruán; en los pleitos de los maestros y de los calígrafos; en el juicio promovido por Clément, etc., etc. En esta línea de fe se han de considerar sus dos grandes creaciones: las Escuelas Cristianas y el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. E igualmente sus obras escritas, que están, todas ellas, relacionadas y motivadas por su visión de fe y en conexión tanto con las Escuelas como con los Hermanos. Se puede decir que en cada una de sus obras escritas se condensa toda la experiencia de su vida. 23


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Al adoptar las reglas personales La Salle se inspiró en una obra del P. Julien Hayneufve, S. J. (1645) 17, titulada Meditaciones para el tiempo de los ejercicios que se hacen en el retiro de ocho días, sobre el tema de las veinticuatro verdades y máximas fundamentales, que manifiestan el progreso en la vida espiritual. He aquí dos de ellas: Consideraré siempre la obra de mi salvación y del establecimiento y guía de nuestra Comunidad como la obra de Dios: por eso le dejaré a Él el cuidado de la misma, para no hacer lo que me corresponda en ella, sino por orden suya; y le consultaré mucho sobre todo lo que deba hacer tanto en una cosa como en la otra; y le diré a menudo estas palabras del profeta Habacuc: Domine, opus tuum.( RP 3,0,8) Debo considerarme con frecuencia como un instrumento, que no sirve para nada sino en manos del Operario; por esta razón debo esperar las órdenes de la Divina Providencia para actuar, pero sin dejarlas pasar una vez conocidas. (RP 3,0,9) Otro de los rasgos de la espiritualidad de San Juan Bautista que deben señalarse fue su oposición al jansenismo, manifestada, sobre todo, por la propaganda que hizo a la comunión frecuente y aun diaria. Desde su formación sulpiciana conocía y aceptaba la importancia fundamental de la vida de oración. Hombre de oración, al salir de San Sulpicio iba creciendo su afición por los ejercicios espirituales en su peregrinaje de fe. Su humildad era tan grande que se creía indigno de ser el superior de la comunidad. Estaba siempre dispuesto a dejar su alto puesto. Alguna vez que, por calumnias, la autoridad superior dispuso quitarlo de ese cargo, él aceptó inmediatamente. Pero todos los Hermanos firmaron un memorial anunciando que no aceptaban por el momento a ningún otro como superior sino al Santo Fundador y tuvo que aceptar el seguir con el superiorato. No se cansaba de recomendar, con sus palabras y sus buenos ejemplos, a sus religiosos y amigos que la preocupación número uno del educador debe ser siempre el tratar de que los educandos crezcan en el amor a Dios y en la caridad hacia el prójimo, y que cada maestro debe esforzarse con toda su alma por tratar de que los jovencitos conserven su inocencia si no la han perdido o que recuperen 17

Julien Hayneufve (1588 -1663). Escritor, jesuita francés. Era uno de los discípulos del misionero Louis Lallemant que se comprometió con el Canadá. Fue rector del colegio de Quimper, director del noviciado de los jesuitas de Ruán, después del de Paris. Hombre muy trabajador y mortificado. Compuso muchos sermones que lamentablemente se han perdido. Publicó: De la conducta, de la vida y de las costumbres que se relacionan con la salud: la vía espaciosa y algunos otros opúsculos. Ha dejado otras publicaciones que han tenido mucho éxito. Su obra principal es es la ya citada Meditaciones para el tiempo de los ejercicios que se hacen en el retiro de ocho días, que apareció en 1640 y en el que actualiza uno más breve de 1658.

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su amistad con Dios por medio de la conversión y de un inmenso horror al pecado y a todo lo que pueda hacer daño a la santidad y a todo lo que se oponga a la eterna salvación. Amaba tanto la oración que elaboró para los hermanos un método específico Ya por 1693 se encuentra sucintamente expuesto un Método de Oración. Pero a lo largo de los años, toda su enseñanza contendrá referencias al tema, particularmente las Reglas y las Meditaciones. «Estimad mucho el santo ejercicio de la oración, porque es fundamento y sostén de todas las virtudes, y manantial de las luces y de las gracias que necesitamos, tanto para santificarnos como para desempeñar bien nuestros empleos». El método lasaliano de orar es una respuesta particular ante la necesidad de formar en la vida interior a los miembros de su comunidad, dotándoles de una unidad de perspectiva al acercarse a ejercicio tan fundamental, y al mismo tiempo evitar errores sobre el asunto, difundidos por el jansenismo y el quietismo. Mientras se sumaban los centros educativos de pedagogía lasaliana —cerca de sesenta habían de ser hasta la muerte del fundador—, se perfilaba su ascética centrada en la presencia de Dios, la oración mental intensa y la mortificación interior —«Prefiero una onza de mortificación interior —repetía con frecuencia— que una libra de penitencia externa»—, y se afirmaba en el método de oración, que quedaría didácticamente expuesto en “Explicación del método de oración”, redactado en sus últimos años, y publicado póstumamente en 1739. Se trata de un método propio, en el que Juan Bautista sintetiza las diversas corrientes que se han ido fusionando en su propia espiritualidad. En él se descubre con claridad la influencia sulpiciana. La parte correspondiente a los ejercicios de presencia de Dios resulta ser la de mayor originalidad, denotando, sin embargo, la huella de la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales, particularmente en los actos, y la influencia del capuchino Juan Francisco Dozet (m. 1660), conocido como «de Reims», a través de su obra La verdadera perfección de este camino en el ejercicio de la presencia de Dios, varias veces reimpresa. En ella se percibe la importancia de la presencia de Dios, destacándose diversas manifestaciones en la oración, la liturgia, la Santa Misa, el Oficio Divino y las creaturas. La clave de la vida interior es para el gran santo pedagogo el vivir en presencia de Dios. Consecuentemente presta especial atención a la doctrina de la presencia de Dios y al ejercicio de Su presencia. En ello se descubre su experiencia como el crisol donde se han fusionado diversas influencias. El cuerpo, con su triple aplicación a la consideración de un misterio, virtud o máxima, y la conclusión, reflejan la espiritualidad nacida de San Sulpicio. La división en actos o momentos internos de la oración, eco sin duda de su gran espíritu práctico, da una primera impresión de mecanización, pero no resulta tanto cuando se penetra en el profundo sentido que, como reflejo de la famosa frase de 25


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Olier: Jesús, ante los ojos, Jesús en el corazón y Jesús en las manos. Sinembargo, a una persona de nuestro tiempo, acostumbrada a la sencillez de las actitudes en la oración, puede parecerle sumamente compleja y hasta trabajosa la sucesión de actos, objetivos, y matices del método de San Juan Bautista. Se puede decir que el método lasaliano de oración interior responde con toda claridad a la espiritualidad beruliano-sulpiciana, a la que su autor le da una impronta sistemática, probablemente aprendida en el metódico Tronson, hábilmente aprovechada por sus virtudes pedagógicas. En fin, podría resumirse que su vida fue, sencillamente, un itinerario de fe. Quedó condensada de manera admirable en sus últimas palabras: «Adoro en todo la voluntad de Dios para conmigo». Un admirable acto de fe y abandono en Dios y en su Providencia.

Obras literarias Juan Bautista de La Salle escribió un buen número de obras escolares y espirituales. Entre las primeras destaca La Guía de las Escuelas Cristianas, uno de los mejores libros de pedagogía del siglo XVII y el que se hizo dominante en las escuelas francesas de varones hasta nuestro siglo. Hay que destacar de él que fue un libro colectivo en el que La Salle recogió su propia experiencia pedagógica y la de los primeros Hermanos. También podíamos destacar como manual importante el titulado Reglas de la Cortesía y Urbanidad Cristianas. De lectura obligatoria por los escolares, son consejos para la buena educación francesa adaptados a los hijos de los artesanos y los pobres que acudían a sus escuelas. Entre las obras de carácter espiritual merece particular atención el libro Meditaciones donde traza un completo itinerario espiritual para los maestros cristianos. De las Heras (2013) clasifica así las obras del santo:

a) Obras pedagógicas: "Guía de las Escuelas Cristianas" Desde el origen del Instituto fue el libro fundamental de los Hermanos en el campo de la pedagogía. En el Prefacio se lee que: "esta Guía sólo ha sido puesta en orden por el Señor de La Salle después de un gran número de 26


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reuniones con los Hermanos más antiguos y más capaces de dar bien la clase, y después de una experiencia de muchos años". "Los deberes de un cristiano" Editado en París en 1703. Esta obra ha sido reimpresa por lo menos 257 veces. "Ejercicios de piedad que se hacen durante el día en las Escuelas Cristianas" Fue compuesto hacia 1702. "Instrucciones y oraciones para la Santa Misa, la Confesión y la Comunión" Estaba destinado principalmente a los alumnos de las escuelas de los Hermanos. La edición más antigua data de 1734. "Reglas de urbanidad y cortesía cristianas" Fue editado en Reims, Francia, en 1703. Ha sido reimpreso más de 100 veces, como lo atestigua el catálogo de la Biblioteca Nacional de Francia.

b) Obras de espiritualidad: "Reglas comunes de los Hermanos de las Escuelas Cristianas" Se trata de un manuscrito, fechado en octubre de 1718. Es la pieza esencial y el sostén de toda su Obra, fruto de 40 años de oración, experiencia, consulta, y de su inspiración y carisma como Fundador del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. "Colección de pequeños tratados para uso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas" Como su nombre lo indica, la obra es una recopilación de diversos temas que servían de comentario a algunas prescripciones de la Regla. Circulaba en forma de copias en las comunidades de los Hermanos. Una de esas copias está fechada en Avignon, en 1711. "Meditaciones" Meditaciones para los domingos y fiestas móviles (Nº 1 a 77) Meditaciones para las fiestas de los Santos (Nº 78 a 192) Meditaciones para el tiempo de Retiro (Nº 193 a 208)

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"Explicación del Método de Oración" La edición más antigua data de 1739. Lleva por título: "Explicación del Método de Oración, por el Señor Juan Bautista de La Salle, Institutor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas".

c) "Cartas" De los miles de cartas que escribió el Fundador, nos quedan francamente pocas. Autógrafas sólo 54. De las cartas que nos han llegado, la gran mayoría corresponde a su respuesta mensual a la rendición de cuentas que le hacían los Hermanos por prescripción de Regla. Hay cinco o seis que podrían llamarse de negocios; en las dirigidas a los Hermanos de Roma se mezclan ambos aspectos.

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De La Salle el Maestro

Llegamos al punto central de este estudio en el que trataremos de demostrar porqué decimos que San Juan Bautista de La Salle fue un Maestro. No cabe la menor duda que introdujo en la Iglesia y en la sociedad dos innovaciones de extraordinaria envergadura, y que iban a ser “revolucionarias” en la historia de la Iglesia y en la historia de la Pedagogía, con una influencia de dimensiones inconmensurables, incluso hoy en día. Estas dos innovaciones fueron las Escuelas Cristianas y Gratuitas y el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Como hemos estudiado, cuando Juan Bautista se vio implicado en la obra de las escuelas, no eran ninguna novedad. Las escuelas ya existían, y funcionaban en varios niveles y modalidades. Pero sus Escuelas Cristianas pronto marcaron una diferencia, pues emprendieron una reforma a fondo para lograr la eficacia de la educación. Aquí es donde la Guía de las Escuelas comenzó su imparable influencia en el campo de la Pedagogía. Juan Bautista, al darse cuenta de que los maestros tenían poca formación para ejercer su función, comenzó por prepararlos, cooperando con ellos en una especie de revisión y valoración constante de la experiencia escolar. Juntos reflexionaron y llegaron a establecer los principios pedagógicos sobre los que fundaron su labor: la educación cristiana, la transmisión de saberes fundamentales, la disciplina, el orden, la eficacia. Todo ello, partiendo del respeto y del amor al niño. Pero De La Salle pronto se percató de que Escuelas sólo podían subsistir si los maestros estaban formados para desempeñar su función de manera eficaz y de acuerdo con el espíritu de la Escuela Cristiana. Así, pues, fundó y organizó el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, algo totalmente original en la Iglesia de su tiempo.

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Guía de las Escuelas La Guía de las Escuelas 18 es el libro que recoge todo lo que los Hermanos de las Escuelas Cristianas habían de tener en cuenta en el modo de dar la clase y de mantener las escuelas del Instituto. La Salle en una carta, que lleva como fecha el 4 de septiembre de 1705, dirigida al Hermano Gabriel Drolin, que estaba en Roma, dice que el inquisidor había devuelto al Hermano Albert, director de Aviñón, todos los libros que se habían presentado para aprobación. Y que los había aprobado todos. El inquisidor en tal fecha era el P. La Crampe, el mismo que firma la aprobación que aparece en la edición de 1720. Eso significa que entre los libros presentados a la aprobación estaba la Guía de las Escuelas, aunque su edición impresa se demorase 15 años. Todos los autores coinciden en que la Guía de las Escuelas es una obra que fue tomando cuerpo poco a poco, y tal vez desde que el Señor de La Salle y los Hermanos se dieron cuenta de que era necesario adoptar una serie de normas para enseñar, y lograr que en todas las escuelas se observaran por igual las mismas prácticas. Pero la obra tiene el estilo propio de la Salle. Esta obra tiene un valor pedagógico de primer orden. Aparte de que se haya podido inspirar en otras obras o prácticas existentes en la época, la realidad es que conformó un estilo propio de enseñar y de educar, que caracterizó a las Escuelas Cristianas, y que otros muchos pedagogos, algunos de ellos fundadores de institutos docentes, bebieron en ella sus ideas educativas. Trata muchos puntos que son de organización pedagógica, otros que se podrían llamar de psicología educativa, otros de didáctica, otros de espiritualidad pedagógica, otros de relaciones humanas, etc. Tal vez, con el correr del tiempo, hubo puntos que fueron quedando anticuados, o superados por las nuevas realidades. Los mismos Hermanos que contribuyeron a dar contenido a la Guía lo advirtieron, y en la edición de 1720 se dice que se han suprimido puntos obsoletos. 18

La primera edición impresa es de 1720, es decir, al año siguiente de la muerte de San Juan Bautista de La Salle. Pero en el preámbulo se advierte que la existencia del libro viene de tiempo atrás, y que para llegar al texto que se ofrece se ha corregido dos veces. Una de ellas, a propuesta del Capítulo General que eligió al Hermano Bartolomé como sucesor del Fundador. El Capítulo pidió que se revisaran algunas de las cosas que figuraban entre las normas, y el Fundador accedió a ello. La otra fue cuando se decidió imprimirla, con el fin de disponer el texto lo mejor posible para la edición. En la portada de dicha edición aparece claramente el lugar y el año: Aviñón, en la imprenta de Joseph-Charles Chastanier, 1720.

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Entremos a estudiar el texto de la obra, para lo cual hemos entresacado los párrafos que hemos juzgado más pertinentes. Las letras corresponden a la abreviatura de la correspondiente obra del santo, tal como he señalado en la introducción. Los números hacen referencia al capítulo, artículo, parágrafo y párrafo que se ha utilizado. “Ha sido necesario elaborar esta Guía de las Escuelas Cristianas para que todo fuera uniforme en todas las escuelas, en todos los lugares donde hay Hermanos de este Instituto, y los usos fuesen en ellas siempre los mismos. Está el hombre tan sujeto a la relajación e incluso al cambio, que necesita normas escritas que lo mantengan en su deber y que le impidan introducir alguna novedad o eliminar lo que prudentemente se ha establecido. (GE 0,0,1) Esta Guía se ha redactado en forma de reglamento sólo después de numerosos intercambios con los Hermanos de este Instituto más veteranos y mejor capacitados para dar bien la clase; y después de la experiencia de varios años, no se ha incluido en ella nada que no haya sido bien acordado y probado, cuyas ventajas e inconvenientes no se hayan ponderado, y de lo que no se hayan previsto, en la medida de lo posible, los errores o las malas consecuencias. (GE 0,0,2) Aunque esta Guía no se haya elaborado a modo de regla, ya que hay en ella muchas prácticas que sólo miran a lo mejor, y tal vez no podrán ser observadas fácilmente por quienes tengan poca habilidad para la clase, y ya que muchas de ellas se acompañan y refuerzan con razones que las explican e indican el modo de proceder al aplicarlas, los Hermanos, con todo, procurarán con sumo cuidado, ser fieles en observarlas todas, convencidos de que no habrá orden en sus clases y en sus escuelas sino en la medida en que sean exactos en no omitir ninguna, y aceptarán esta Guía como si les fuera dada por Dios, a través de sus superiores y de los primeros Hermanos del Instituto. (GE 0,0,3) Esta Guía está dividida en tres partes. En la primera se tratan todos los ejercicios de la escuela y de cuanto en ella se practica, desde la entrada hasta la salida. La segunda ofrece los medios necesarios y útiles de que han de valerse los maestros para establecer y mantener el orden en las clases. La tercera expone: las obligaciones del Inspector de las Escuelas, el cuidado y la atención que ha de tener el formador de los nuevos maestros, las cualidades que deben tener o adquirir los maestros y el proceder que deben observar para cumplir bien su deber en la escuela; y, por fin, lo que deben cumplir los escolares. Eso es, en general, el contenido de este libro. (GE 0,0,4) Los superiores de las casas de este Instituto y los Inspectores de las Escuelas cuidarán de aprenderlo bien y conocer perfectamente todo cuanto en él se contiene; y procurarán que los maestros no falten en nada y observen exactamente hasta las mínimas prácticas que en ella se les prescriben, para conseguir, por este medio, mucho orden en la escuela, un proceder bien regulado 31


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y uniforme en los Hermanos encargados de ellas y copioso fruto para los niños que en ellas se educan. (GE 0,0,6) Los Hermanos que den clase leerán y releerán a menudo en ella lo que a ellos se refiere, para no ignorar nada, estar en disposición de no olvidar nada y ser fieles en practicarlo. (GE 0,0,7) De los ejercicios que se hacen en las Escuelas Cristianas y del modo como deben hacerse Se les animará a que entren en sus clases con profundo respeto, en atención a la presencia de Dios. Llegados al centro, harán una inclinación profunda al crucifijo, y saludarán al maestro, si está allí; luego se arrodillarán para adorar a Dios y hacer una breve oración a la Santísima Virgen. Después de haberla hecho, se levantarán, harán de nuevo una inclinación al crucifijo, saludarán al maestro y luego irán pausadamente y sin ruido a su puesto ordinario. (GE 1,1,9) Los maestros tendrán sumo cuidado de que todos los escolares estén en clase y de que ninguno llegue tarde, a no ser por razones importantes o por necesidad; serán muy exactos en hacer observar este punto, y el Inspector de las Escuelas velará al respecto, e incluso advertirá a los padres, al admitir a los escolares, que es necesario que se encuentren todos los días en la escuela a la hora exacta, y que no se les admite sino con esta condición. (GE 1,1,17) Cuando los maestros entren en la escuela, todos los escolares de la clase de cada maestro se levantarán, y seguirán de pie hasta que el maestro haya llegado a su sitio. (GE 1,2,4) El maestro debe cuidar que los escolares lleven todos los días con qué desayunar y con qué merendar, a menos que tenga certeza de su pobreza. (GE 2,1,1) Se evitará cuidadosamente aceptar la excusa de los escolares para no llevar pan a la escuela que sus padres se lo prohíben, por temor a que les obliguen a entregarlo en clase. Pues no se les debe obligar a que lo den a los pobres, ya que eso es totalmente libre, y deben hacerlo sólo de buen grado y por amor de Dios. (GE 2,1,6) Hay que hacerles comprender que si se desea que coman en la escuela es para enseñarles a comer con moderación, con modestia y con buenos modales, y para rezar antes y después de hacerlo. (GE, 2,1,7) Las respuestas de la Santa Misa se repasarán de la siguiente manera: un alumno, durante todo el repaso, hará lo que debe realizar el sacerdote, y dirá lo que él debe decir, tal como está indicado en el oficio. Otro, al lado de él, responderá y hará cuanto debe realizar el ayudante. (GE 2,2,11)

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El maestro cuidará de que quienes recitan durante ese tiempo las oraciones, las respuestas de la santa Misa y el catecismo hablen sosegadamente y a media voz, más bien baja que alta, para obligar a los alumnos a guardar silencio, a escuchar y a estar atentos a lo que ellos recitan. (GE 2,2,13) Durante el desayuno y la merienda uno de los escolares, que será el primero de uno de los bancos de delante, tendrá un cesto delante de sí para recoger pan para los pobres. Y los que hayan llevado mucho pan podrán dar algún trozo de él o lo que les sobre después de haber comido suficientemente. Con todo, el maestro cuidará de que no den tanto pan que no les quede suficiente para ellos. (GE 2,3,1) De vez en cuando, incluso durante el tiempo del desayuno, los animará a este acto de caridad, bien con algún ejemplo, bien con algún razonamiento que les impresione, y que los lleve a realizarlo de buena gana y con afecto por amor de Dios. (GE 2,3,2) El maestro procurará no distribuir las limosnas hechas durante el desayuno y la merienda sino a aquellos que son verdaderamente pobres. Para asegurarse de ello, se informará y confeccionará una lista de acuerdo con el Hermano Director o con el Inspector de las Escuelas. (GE 2,3,8) No se basará en las recomendaciones de los padres ni en que el alumno no haya llevado pan; pues algunos padres se sentirían muy cómodos descargándose del cuidado de dar de comer a sus hijos, para que se les diera en la escuela, y fácilmente podría ocurrir que no llevaran pan por este motivo. (GE 2,3,9) Habrá nueve tipos de lecciones19 en las Escuelas Cristianas: el cartel 20 del alfabeto; el cartel de las sílabas; el silabario; el primer libro; el segundo libro en el que comenzarán a leer los que sepan deletrear perfectamente; el tercer libro, que sirve para leer por pausas 21; el salterio; la urbanidad; los manuscritos. (GE 3,1,2) Todos los alumnos de cada lección, excepto los que leen en los carteles, estarán divididos en tres órdenes: el primero, los principiantes; el segundo, los medianos; el tercero, los adelantados y perfectos en esa lección. (GE 3,1,3) 19

Lecciones, órdenes de lección: son conceptos que hoy no se usan con el mismo significado de «lecciones» y «órdenes de lecciones»; son conceptos propios de la época. Se llamaban lecciones las distintas etapas de aprendizaje de la lectura que se daban en la escuela, cada una de ellas con un «programa de estudio» concreto. Órdenes de lecciones vendrían a ser, aunque no exactamente, lo que hoy llamamos niveles dentro de un aprendizaje. Las lecciones se entendían, muy especialmente, en lo referente a la lectura. Las otras materias –escritura, ortografía, aritmética– estaban relacionadas con lecciones bien determinadas de la lectura. Corrientemente, cuando la Guía de las Escuelas habla de la escritura y de la aritmética se refiere a «órdenes» y no a «lecciones», aunque en ocasiones, muy pocas, también se dice «lección», y siempre están en conexión con la «lección» de lectura. 20

Los carteles eran algo similar a los papelógrafos y s e utilizaban en las Escuelas de los Hermanos para la lectura, para la ortografía y para la aritmética. 21

Es la lectura que hacían los alumnos, de forma corrida, teniendo en cuenta los signos de puntuación y dando a cada uno la duración debida.

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Los principiantes no se llaman así porque acaban de comenzar esa lección, pues algunos podrían permanecer mucho tiempo en ese orden de lecciones, si no adelantaran lo suficiente para pasar a un orden más avanzado. (GE 3,1,4) El maestro debe estar siempre sentado o de pie ante su sitial durante todas las lecciones, tanto las de los carteles como las de los libros o las de las cartas escritas a mano. (GE 3,1,14) No debe salir de su sitio sin gran necesidad; y, por poca atención que ponga, verá que esa necesidad es muy rara. (GE 3,1.15) La gravedad exterior que se pide al maestro no consiste en presentar exterior severo, en mostrar enfado ni en decir palabras duras; consiste, más bien, en mantener la compostura en sus actos y en sus palabras. (GE 3,1,17) El maestro cuidará, sobre todo, de no familiarizarse en absoluto con los alumnos, de no hablarles con dejadez y de no permitir que le hablen sino con mucho respeto. (GE 3,1,18) Los maestros no cambiarán nunca ni de lección ni de orden a ningún alumno de su clase; tan sólo presentarán al Inspector aquellos que consideran en condiciones de ser cambiados. (GE 3,1,25) Cuidarán particularmente de no presentar ningún alumno al Inspector, para que lo cambie, si no está muy preparado. Los escolares se desalientan fácilmente cuando han sido admitidos por el maestro y no los cambia el Inspector. (GE 3,1,26) Para que el maestro no se engañe en lo tocante a la capacidad de los alumnos para ser cambiados de lección, cada maestro examinará, hacia finales de mes, el día que haya señalado el Hermano Director o el Inspector de las Escuelas, a todos los alumnos de todas las lecciones y de todos los órdenes de lección para ver quiénes están en condiciones de ser cambiados al final del mes. (GE 3,1,27) Después de este examen, los maestros señalarán en su registro, pinchando con un alfiler al extremo de cada nombre, los que hayan considerado que no están capacitados para ser cambiados de lección; y si hubiere alguno sobre cuya capacidad tengan dudas, o que les parezca que no tienen la suficiente para ser puestos en una lección más avanzada o en un orden superior de la misma lección, se lo indicarán al Inspector de las Escuelas, para que él pueda examinarlos con mayor exactitud. Luego, en casa, durante el tiempo de la escritura, el día que haya indicado el Hermano Director, el maestro escribirá la lista de los alumnos que no están capacitados para ser cambiados de lección o de orden de lección. (GE 3,1,28) Los maestros se pondrán de acuerdo con el Inspector sobre aquellos que podrían ser cambiados, pero que no sería conveniente cambiarlos en esa ocasión, porque hay que dejar algunos en cada lección y en cada orden de lección que 34


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sepan leer bastante bien, para alentar a los demás y servirles de modelo, y para que les enseñen a pronunciar bien y a expresar claramente tanto las letras como las sílabas o las palabras, y a hacer bien las pausas. (GE 3,1,29) Los alentarán, incluso, por medio de alguna recompensa, como encargarlos de algún oficio, por ejemplo, el de primero de banco, haciéndoles comprender que es mejor ser el primero o uno de los primeros en una lección más baja, que los últimos en otra más avanzada. (GE 3,1,31) Los alumnos que aún no hayan aprendido nada, no utilizarán el libro para leer hasta que empiecen a deletrear bien las sílabas de dos y de tres letras. (GE 3,2,2) Para este fin, en la primera clase habrá dos grandes carteles colgados de la pared, a la altura de seis o siete pies, contando desde lo alto del cartel hasta el suelo. Uno estará lleno de letras solas y de diptongos simples y compuestos, y el otro de sílabas de dos y de tres letras. (GE 3,2,3) El libro en que se aprenda a leer el latín será el salterio; en esta lección no se pondrá sino a los que saben leer perfectamente en francés. (GE 3,8,1) Habrá dos clases de lectores de latín, los principiantes, que sólo leerán por sílabas, y los avanzados, que leerán por pausas, y no se les pondrá a leer por pausas si no saben leer perfectamente por sílabas. Tanto los que leen por pausas como los que leen por sílabas estarán en la misma lección. Con todo, leerán separadamente, y unos seguirán mientras los otros leen. (GE 3,8,2) Cuando los alumnos sepan leer perfectamente, tanto en francés como en latín, se les enseñará a escribir, y en cuanto comiencen a escribir se les enseñará a leer en el libro de Urbanidad. (GE 3,9,1)” La Salle tiene una apreciación muy innovadora para la época sobre la necesidad de priorizar la enseñanza del francés por encima del latín. “La lectura del francés es de utilidad mucho mayor y más universal que la lectura del latín. (MLF 1) Al ser la lengua francesa la nativa, es, sin comparación, mucho más fácil de enseñar que la latina, a niños que entienden aquélla, pero que no comprenden ésta. (MLF 2) En consecuencia, se necesita mucho menos tiempo para enseñar a leer en francés que para enseñar a leer en latín. (MLF 3) La lectura del francés prepara para la lectura en latín; en cambio, la lectura en latín no prepara para la francesa, como enseña la experiencia. La razón es que para leer correctamente el latín, basta con apoyar todas las sílabas y pronunciar debidamente todas las palabras, lo cual resulta fácil si se sabe deletrear y 35


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leer en francés. De donde se sigue que las personas que saben leer correctamente el francés aprenden fácilmente a leer el latín; y que, al contrario, se requiere aún mucho tiempo para enseñar a leer en francés, después de haber dedicado también mucho para enseñar a leer en latín. (MLF 4) ¿Por qué se necesita mucho tiempo para enseñar a leer en latín? Ya se ha dicho: porque las palabras son extrañas para las personas que no entienden el sentido de las mismas, y les resulta difícil retener sílabas y deletrear correctamente palabras cuyo significado no comprenden. (MLF 5) ¿Qué utilidad puede tener la lectura del latín para personas que no lo utilizarán nunca en su vida? ¿O qué uso pueden hacer de la lengua latina los jóvenes de uno y otro sexo que acuden a las escuelas cristianas y gratuitas? (MLF 6,1) La experiencia enseña que aquellos y aquellas que acuden a las escuelas cristianas no perseveran mucho tiempo en su asistencia; no acuden durante el tiempo necesario para aprender a leer bien el latín y el francés. (MLF 7,1) En efecto, cuando se comienza enseñando a los jóvenes a leer el francés, al menos saben leerlo bien cuando dejan la escuela. (MLF 8,1) Por lo tanto, es totalmente inútil dedicar mucho tiempo para enseñar a leer debidamente una lengua a personas que nunca la han de utilizar. (MLF 9,2) Este libro contiene todos los deberes tanto para con Dios como para con los padres, y las reglas de cortesía civil y cristiana. Está impreso en letra gótica, más difícil de leer que los caracteres franceses. (GE 3,9,2) Se enseñará a leer en los registros a quienes estén ya en el 4º orden de escritura en letra redonda, y en el 3º de bastardilla; el Inspector cuidará de ello. (GE 3,10,1) Para distribuir bien estos papeles o pergaminos escritos a mano, que se llaman registros, en cada casa debe haber buen número de ellos, diferentes y distintos unos de otros, según la facilidad o dificultad que pueda haber para leerlos. (GE 3,10,2) Antes de comenzar a escribir, es necesario que los alumnos sepan leer perfectamente, tanto en francés como en latín. (GE 4,1,1) Con todo, si ocurre que alguno ha llegado a los doce años y no ha comenzado aún a escribir, se le podrá pasar a la escritura antes de que sepa leer en latín, con tal que sepa leer bien y correctamente el francés, y que se crea que no continuará asistiendo a la escuela el tiempo necesario para aprender a escribir como conviene. El Hermano Director o el Inspector de las Escuelas prestarán atención a ello. (GE 4,1,2) El maestro cuidará de que los alumnos tengan papel blanco en clase. Para ello exigirá a los alumnos que pidan papel a sus padres, a más tardar cuando no les 36


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queden más que seis hojas blancas de su papel. Procurará, incluso, que si algún alumno se descuida en llevar papel, no se lleve el que haya escrito hasta que traiga papel blanco. (GE 4,2,2) En la escuela habrá un armario o un camarín donde se guarden todos los cuadernos, por orden, siguiendo las filas de alumnos, para poder repartirlos con rapidez. (GE 4,2,7) Hay que obligar a los que escriben a que lleven cada día, al menos, dos plumas grandes a clase, para que puedan siempre escribir con una mientras se talla la otra. (GE 4,2,10) Se proporcionará la tinta a los alumnos. Para ello, habrá tinteros de plomo colocados en las mesas de modo que no se puedan volcar. Se pondrá uno entre cada dos escribientes. (GE 4,2,17) Habrá dos clases de modelos que se distribuyan a los alumnos, unos del alfabeto, que contienen un alfabeto de letras todas unidas entre sí. (GE 4,2,21) La segunda clase de modelos es de los modelos de líneas, cada uno de los cuales debe contener cinco líneas. (GE 4,2,22) La falsilla es una hoja de papel rayado, de la misma altura que el suyo, con líneas a lo ancho, según la longitud que deben tener. Se llama falsilla porque al colocarla bajo la hoja en que escriben, las líneas trazadas se dejan ver a través de esta hoja, y sirven para escribir derechas las líneas, porque las escriben sobre las líneas rayadas de la falsilla. (GE 4,2,32) Los alumnos dedicarán a la escritura una hora por la mañana y lo mismo por la tarde. Por la mañana, desde las ocho a las nueve, y por la tarde, desde las tres a las cuatro. (GE 4,3,1) Los alumnos escribirán al menos dos páginas diarias, una por la mañana y otra por la tarde. (GE 4,3,5) Es necesario que el maestro revise cada vez a todos lo que escriben, e incluso varias veces a los que empiezan, y que al revisarlos advierta si las plumas de los que las cortan están bien cortadas, si mantienen el cuerpo en la postura correcta, si el papel está derecho y limpio, si sujetan bien la pluma, y si tienen modelos, si escriben todo lo que deben, si se aplican a realizarlo bien, si no escriben demasiado deprisa, si hacen derechos los renglones, si trazan todas las letras con la misma inclinación y con la distancia conveniente, si el cuerpo de todas las letras es de la misma altura y del mismo tipo, si son claras y están bien trazadas, y si las palabras y renglones no están ni demasiado juntos ni demasiado separados. (GE 4,10,1)

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El maestro corregirá cada vez la escritura de la mitad de los que escriben, y así, entre la mañana y la tarde, se la corregirá a todos, sin falta. (GE 4,10,2) En cada clase en que se escriba por líneas, habrá un tablero de ... pies de ancho, y de ... pies de alto, que conste de dos paneles, en cada uno de los cuales se puedan escribir las operaciones de aritmética, excepto la división y las operaciones que dependen de ella, para las que se necesita un panel entero. (GE 5,0,1) Es preciso también que los dos paneles de este tablero estén pintados al óleo en color negro, para que se puedan escribir en él las operaciones con tiza. (GE 5,0,3) En la lección de aritmética habrá alumnos de distintas lecciones. Unos aprenderán la suma, otros la resta, o la multiplicación o la división, según lo adelantados que estén. (GE 5,0,4) Para enseñar la aritmética, el maestro estará de pie delante de su sitial, y un alumno de cada lección, de pie, realizará la operación de su lección, señalando las cifras una tras otra con una varita, y sumando, restando, multiplicando o dividiendo en voz alta. (GE 5,0,9) El modo de enseñarles la ortografía será mandarles copiar textos manuscritos, sobre todo cosas que les será útil aprender a redactar y que podrán necesitar en el futuro, tales como contratos, recibos, contratos de trabajo, actas notariales, obligaciones, procuraciones, contratos de alquiler y venta, notificaciones, actas, etc., para que puedan grabar estas cosas en la imaginación y aprendan a hacer otras parecidas. Después que hayan copiado durante algún tiempo este tipo de documentos, el maestro les mandará redactar, por su cuenta, contratos, recibos, contratos de trabajo, memorias de obras realizadas en diversas profesiones, albaranes de entrega de mercancías, presupuestos de mano de obra, etc. (GE 6,0,2) Para corregir las faltas de ortografía en estos escritos, el maestro añadirá y escribirá él mismo las letras que hayan omitido, o reemplazará las que hayan puesto, y tachará las que estén mal. Si hubiera varias palabras iguales, en que el alumno haya cometido la misma falta de ortografía, el maestro corregirá la primera de esas palabras poniendo en ella las letras que deba haber, y tachando las que están de sobra, y señalará las otras palabras, con un trazo de pluma hecho de la misma forma, en el sitio en que el alumno haya cometido falta. (GE 6,0,4) En la oración de la mañana hay cinco reflexiones, para los cinco días de clase de la semana. Se leerán todos los días, haciendo breve pausa entre una y otra. El alumno que preside la oración, después de leerlas todas, repetirá una, que será aquella a la que hay que aplicarse especialmente ese día. (GE 7,2,1)

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En todas partes se hará lo posible para que los alumnos oigan todos los días la santa Misa, en la iglesia más cercana y a la hora más cómoda. (GE 8,0,1) Se asistirá con los alumnos a la Misa mayor de la parroquia en los lugares y parroquias donde se pueda hacer con facilidad; también se asistirá con ellos a vísperas, al final del catecismo, los domingos y fiestas, en la iglesia más cercana y a la hora más cómoda. Corresponde al Superior del Instituto ordenar lo que debe practicarse a este respecto. (GE 8,7,1) De los medios de establecer y mantener el orden en las escuelas. Nueve cosas pueden ayudar a establecer y mantener el orden en las escuelas: 1. La vigilancia del maestro; 2. Los signos; 3. Los registros; 4. Las recompensas; 5. Las correcciones; 6. La asiduidad de los alumnos y su puntualidad; 7. La reglamentación de los días de asueto; 8. El establecer diversos responsables y la fidelidad en cumplir bien sus empleos; 9. La estructura, la calidad y la uniformidad de las escuelas y de los muebles que en ellas se necesitan. (GE 6,0,4) Todos los signos de castigos se reducirán a cinco, y los maestros tienen que hacer comprender a los alumnos por cuál de las cinco cosas van a ser castigados. (GE 12,6,1) Los cinco puntos o motivos por los que se dará un castigo en la clase serán: primero, por no haber estudiado; segundo, por no haber escrito; tercero, por haberse ausentado de clase; cuarto, por no haber escuchado el catecismo; y quinto, por no haber rezado. (GE 12,6,2) Hacia el final de cada año escolar, durante el último mes de clase antes de las vacaciones, todos los maestros elaborarán cada uno un registro de sus alumnos en el que indicarán sus cualidades y defectos, según los hayan observado durante el año. Indicarán el nombre y apellido de cada alumno, cuánto tiempo hace que viene a la escuela, la lección y el orden de lección en que se halla, su carácter, si muestra piedad en la iglesia y en las oraciones, si está dominado por algún vicio, como la mentira, la blasfemia, el robo, la impureza, la glotonería, etcétera. (GE 13,4,1) Si tiene buena voluntad o si es incorregible; de qué modo hay que proceder con él; si la corrección le es o no provechosa; si ha sido asiduo a la escuela o si ha faltado a clase a menudo o rara vez; si fue con justo motivo o sin causa, con permiso o sin permiso; si fue puntual en llegar a la hora y antes que el maestro; si se aplica en clase; si lo hace por sí mismo; si está inclinado a hablar y a juguetear en ella; si progresa en el estudio; si normalmente se le ha cambiado al tiempo debido, o cuánto tiempo, más de lo normal, ha permanecido en cada orden de lección antes de ser cambiado; si ha sido por su culpa o porque es torpe; si sabe bien el catecismo y las oraciones o si ignora lo uno o lo otro; si es obediente en clase; si es de carácter difícil, terco e inclinado a la rebeldía con el maestro; si está excesivamente mimado por sus padres, si a éstos no les gusta 39


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que lo castiguen, o si se quejan a veces; si ha tenido algún oficio de clase, cuál ha sido, y cómo lo desempeñó. (GE 13,4,2) Cada maestro, al final del año escolar, entregará al Director el registro que haya elaborado; y el Director, el primer día de clase después de las vacaciones, se lo dará al maestro que atienda esa clase, si es otro distinto que el año anterior, quien utilizará el registro durante los tres primeros meses, para ir conociendo a los alumnos y el modo como debe proceder con ellos. Si el maestro es el mismo, el Director lo guardará. Después de los tres primeros meses del año escolar, el maestro a quien el Director se lo entregó el primer día, le devolverá el registro. El Director los conservará todos, y tendrá cuidado de confrontar los de años anteriores con los de años posteriores, y los de un maestro con los de otro de la misma clase y los mismos alumnos, para ver si son semejantes o diferentes, ya en todo, ya en parte. (GE 13,4,3) Los maestros concederán premios a los alumnos que hayan cumplido sus deberes con mayor exactitud, para incitarlos a que los practiquen con gusto y para estimular a los demás con la esperanza de la recompensa. (GE 14,1,1) Los premios que se den en las escuelas serán de tres clases: primero, premios por la piedad; segundo, premios por la capacidad; y tercero, premios por la asiduidad. (GE 14,1,2) La corrección de los alumnos es de las cosas más importantes que se practican en la escuela, y a la que hay que atender con el mayor cuidado para administrarla con oportunidad y fruto, tanto para los que la reciben como para los que la presencian. (GE 15,0,1) Por eso son muchas las cosas que hay que observar en la práctica de las correcciones que puedan hacerse en la escuela; de ellas se hablará en los artículos siguientes, después de explicar la necesidad de unir la dulzura con la firmeza en la dirección de los niños. (GE 15,0,2) Son varias y diversas las maneras que pueden usarse para corregir las faltas de los niños: 1. De palabra; 2. Con una penitencia; 3. Con la palmeta; 4. Con las varas; 5. Con el azote; 6. Con la expulsión de la escuela. (GE 15,1,1) Si se quiere que una clase funcione bien y con el orden debido, es preciso que los castigos sean raros. No hay que servirse de la palmeta más que en caso necesario; y hay que procurar que esta necesidad sea rara. (GE 15,2,1) Normalmente, el castigo con varas o azote debe ser mucho más raro que el de la palmeta, pues las faltas por las que se impone son mucho más raras que aquellas por las que se aplica la palmeta. (GE 15,2,4) Algo muy extraordinario debe ser expulsar de la clase. (GE 15,2,6)

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Para evitar la frecuencia de castigos, lo que constituye grave desorden en la escuela, es preciso señalar claramente que lo que promueve el buen orden en la escuela es el silencio, la vigilancia y la buena compostura del maestro, y no la dureza y los golpes. (GE 15,2,7) Es muy conveniente no imponer ningún castigo sin considerar previamente que pueda ser útil y provechoso; y así, resulta pernicioso imponer alguno sin mirar antes si ese castigo será útil, tanto al alumno a quien se quiere imponer, como a los demás, que van a presenciarlo. (GE 15,4,3) Hay alumnos de cuya conducta los padres tienen muy poco cuidado, y a veces, ninguno. Desde la mañana hasta la noche no hacen sino lo que les da la gana. No respetan a sus padres, no obedecen en nada y refunfuñan. A veces, estos defectos no provienen de que su corazón y su mente estén mal dispuestos, sino de que se les deja abandonados a sí mismos. (GE 15,6,11) Si no son de espíritu naturalmente osado y altanero, es muy importante ganárselos, y también corregirlos de su mal temple; y cuando en clase incurren en alguno de esos defectos, hay que dominarlos, hacerles frente, y lograr que sean sumisos. (GE 15,6,12) Si son de espíritu atrevido y altivo, hay que confiarles algún empleo en clase, como el de inspector, si se les considera capaces de ello, o encargado de recoger los cuadernos; o pasarlos de orden en alguna cosa, como en la escritura, en la aritmética, etc., para inspirarles cariño hacia la escuela y al mismo tiempo corregirlos y adueñarse de ellos, sin abandonarlos en nada a su antojo. Si estos alumnos son pequeños, no hay que tomar tantas medidas; pero se les debe corregir entonces para que no prosigan en su mala conducta. (GE 15,6,13) No se aplicará el castigo a quienes padezcan algún mal en el lugar en que se debería aplicar, cuando el castigo pudiera aumentarlo; hay que servirse de cualquier otra corrección, castigo o penitencia. (GE 15,6,37) Hay muchos niños pequeños a los que no hay que castigar en absoluto, o sólo muy rara vez, pues al no tener uso de razón, no son capaces de sacar provecho de ello. Con ellos hay que proceder más o menos, en cuanto a los castigos, como con los cortos de inteligencia, o con los niños apacibles y tímidos. (GE 15,6,38) Los maestros no darán fácilmente oídos a las acusaciones e informes que se hagan contra los alumnos. Con todo, no desalentarán a quienes los presenten; pero tendrán cuidado de examinarlos atentamente y de no castigar, ni de inmediato ni con precipitación, basándose en esos informes que les hayan dado. (GE 15,6,40) Si son alumnos los que informan o acusan a alguno de sus compañeros, el maestro se informará de inmediato si otros lo han visto cometer la falta. Tratará de averiguar las circunstancias que le puedan ayudar a descubrir la verdad. Si el 41


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hecho le parece dudoso, o no del todo seguro, no castigará al alumno, a menos que él mismo confiese su falta; y en tal caso, lo castigará mucho menos, o le dará sólo una penitencia, dándole a entender que es porque ha dicho la verdad. (GE 15,6,41) Si el maestro se convence de que aquello de que se acusaba al alumno es falso, ya sea que el otro alumno haya acusado a su compañero por venganza o por algún otro impulso, al acusador se lo castigará severa y ejemplarmente. (GE 15,6,42) Todos los años y en todas partes se dejará de dar clase durante un mes. A esta interrupción de las clases se le da el nombre de vacaciones. (GE 17,3,2) Habrá inspectores en cada clase cuando se ausente el maestro, y no los habrá en ningún otro momento; salvo en las clases de escritura, en las que habrá un inspector durante el desayuno y la merienda, que vigilará a los que repasan las oraciones, el catecismo y las respuestas de la Santa Misa. (GE 18,7,1) Las escuelas deben estar dispuestas de tal manera que los maestros y los alumnos puedan cumplir con facilidad sus obligaciones. Los locales deben estar al mismo nivel, así en la planta baja como en la alta. La puerta de entrada, en cuanto sea posible, ha de estar dispuesta de tal modo que los alumnos no tengan que pasar por otras clases para entrar en la suya. (GE 19,0,0-1) Es necesario que las clases disfruten de buena luz y ventilación, y para eso, que haya ventanas en los dos extremos de cada clase, si se puede, a causa del sudor; que tengan al menos 18 o 20 pies en cuadro, o a lo más 25, pues las clases demasiado largas o estrechas resultan incómodas. (GE 19,0,0-4) Los bancos en las clases deben ser de diversas alturas, a saber: de 8, 10, 12, 14 y 16 pulgadas de altura, y de largos entre 12 y 15 pies; todo ello ensamblado. El grosor de cada banco debe ser de alrededor de pulgada y media, y la anchura de seis pulgadas; cada banco debe tener tres pies, y cada pie, dos montantes y un travesaño abajo. (GE 19,0,0-6) Deberes del Inspector de las Escuelas

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En todas las casas del Instituto habrá un Inspector de las Escuelas, que tendrá autoridad sobre todas las escuelas dependientes de la misma casa. El Director será este Inspector; si hubiere tres o cuatro escuelas dependientes de la casa de la que es Director, se le podrá asignar un Hermano para que le ayude en la inspección de las Escuelas, de las que él será, sin embargo, vigilante, de manera que el Hermano no haga nada sino por orden suya, y le dé cuenta de todo cuanto haga y de todo lo que haya ocurrido en las escuelas. (GE 20,1,1) 22

A partir de este tema hemos considerado que ya no tiene mayor interés que abarquemos la totalidad de los asuntos que se abordan.

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El cargo de Inspector de las Escuelas consiste principalmente en tres cosas: 1.ª, en la vigilancia que debe tener de las clases, de los maestros y de los alumnos; 2.ª, en distribuirlos en las clases y asignarles su lección; 3.ª, en cambiarlos de lección cuando estén capacitados para otra superior. (GE 20,1,5) El Inspector de las Escuelas velará, respecto de los maestros, para que quienes tienen la escuela en la casa bajen a la clase inmediatamente después del rosario, y no entren en ningún lugar de la casa, sin necesidad y sin permiso. (GE 21,2,1) La vigilancia que el Inspector de las Escuelas debe ejercer sobre todas estas cosas no ha de impedir la que deben tener los maestros para observarlas y hacer que se observen. Unos y otros deben aplicarse a mantener el orden en las escuelas, de forma unánime y con la debida dependencia, por espíritu de regularidad y de exactitud a lo que les está mandado y que Dios exige de ellos. (GE 21,3,9) Sólo el Superior, o el Inspector de las Escuelas en su ausencia y por orden suya, podrá admitir a los alumnos que se presenten a clase por la mañana admitirá a los de una escuela, y por la tarde del mismo día a los alumnos para la otra escuela. (GE 22,1,1) Si hay tres o cuatro, recibirá a los de la tercera el segundo día de clase, por la mañana, y a los de la cuarta, el mismo día por la tarde. (GE 22,1,3) El Hermano Director no admitirá en la escuela a niños que no sean presentados por su padre o su madre, o la persona en cuya casa vive; o algún otro a quien esté encomendado, y que tenga edad suficiente, y se tenga de él la seguridad que acude de parte de ellos. (GE 22,2,1) Si es un muchacho mayorcito, sobre lo que quieren sus padres que sea, si desean que aprenda un oficio y en cuánto tiempo; la capacidad que tiene para leer y para escribir; hará que lea algunas letras, que deletree o lea en francés o en latín, para ello le mandará leer en algún libro que no sea corriente, para que no lea de memoria; cuáles son los buenos y malos hábitos o cualidades del muchacho; si tiene alguna dolencia o enfermedad corporal, sobre todo si tiene escrófula, tiña grave o epilepsia, o cualquier otra enfermedad que se pueda contagiar, en lo cual hay que poner sumo cuidado. Si tuviera alguna enfermedad corporal, el Director se informará si esto podría impedirle asistir a la escuela. (GE 22,2,3) Hay cuatro clases de niños que pueden presentarse para ser admitidos en nuestras escuelas: los que han estado en otras escuelas; los que nunca han ido a ninguna escuela; los que ya vinieron a la escuela y la dejaron, sea para trabajar, sea para estar ociosos, o para ir a otra escuela; y los que fueron expulsados de la escuela. (GE 22,4,1)

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El Inspector, una vez admitido el alumno y examinada su capacidad, como se ha dicho en el capítulo anterior, le asignará la clase, la lección y el lugar en que deba estar. (GE 23,1,1) Como el número de alumnos no es siempre el mismo en cada lección, sino que cambia cuando se cambia de lección a los alumnos, o cuando llegan nuevos, o cuando se marchan, el tiempo que debe emplear cada maestro en hacer leer a los alumnos de la misma lección no se puede reglamentar, ni puede ser siempre el mismo. Es obligación del Director o del Inspector de las Escuela regular el tiempo que deben emplear en leer los alumnos de cada lección en todas las clases. (GE 23,5,1) Regla del formador de los maestros noveles La formación de los maestros noveles consiste en dos cosas: Eliminar en los maestros noveles lo que tienen y no deben tener y darles lo que no tienen y que es muy necesario que tengan. (GE 25,1,1) Las cosas que hay que lograr que adquieran son: Decisión. Autoridad y firmeza. Circunspección; exterior grave, digno y modesto. Vigilancia. Atención sobre sí. Compostura. Prudencia. Aire simpático y atrayente. Celo. Facilidad para hablar y expresar con claridad y orden, y al alcance de los niños, lo que se enseña. (GE 25,3, 0) 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10.

El Hermano Superior del Instituto encargará la dirección de los internos a uno o varios Hermanos, si se necesitaran varios, a quienes considere capaces de este empleo. (GE 25,4,1) El maestro de los internos, o el primer maestro, si hubiere varios, recibirá bajo inventario, cuando entren, todo lo que sea para su uso, como ropas, vestidos, vajilla, etc, para devolvérselo, también bajo inventario, cuando salgan. (GE 25,4,2) Habrá un inventario y memoria en el libro destinado a este fin, y entregará una copia al Hermano Superior del Instituto, para poder darle cuenta de ello, o bien al que esté encargado, cuando cese en el empleo. (GE 25,4,3) Cuidará de que todas las ropas y vajilla de los internos estén marcadas, para que pueda devolvérselas más fácilmente por inventario cuando salgan. (GE 25,4,4) 44


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Tendrá cuidado de que todas sus ropas y vestidos estén bien conservados para que se mantengan con suma limpieza y aseo. (GE 25,4,5) Tratará de hacerse querer más que de hacerse temer. Con todo, no dejará de reprenderlos por sus faltas de malicia, para evitar la costumbre. (GE 25,4,15) Nunca manifestará más amistad a unos que a otros para evitar la envidia, salvo si alguno ha actuado bien, para presentarlo como estímulo a los demás, diciendo al mismo tiempo que apreciará de la misma forma a cuantos obren igual. (GE 25,4,16) De los distintos tipos de casas de este Instituto Para dar a la finalidad de este Instituto la amplitud necesaria, habrá tres tipos de casas, en las cuales serán distintos la mayor parte de los ejercicios. (GE 25,5,1) 1º Habrá una casa en la que se formará y educará en el espíritu de este Instituto a quienes se presenten para ser admitidos en ella. (GE 25,5,2) 2.º Habrá casas de escuelas, en las cuales los Hermanos se dedicarán a tener las escuelas gratuitamente. (GE 25,5,3) 3.º Podrá haber casas de Seminarios, en las cuales los Hermanos se dedicarán a formar, durante algunos años, maestros de escuela para las parroquias de las ciudades pequeñas, pueblos y aldeas de zona rural. (GE 25,5,4) Con todo, podrá haber algunas casas de dos Hermanos, con tal que sean muy pocas en número y que cada una esté cerca de una ciudad en la que haya una casa completa de Hermanos de este Instituto; estas casas de dos podrán estar ocupadas por Hermanos que estén enfermos o que sean de edad y necesiten descanso. (GE 25,5,6)

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Reglas de cortesía y urbanidad cristiana para uso de las escuelas cristiana En este libro aprendieron las reglas de urbanidad y cortesía propias del tiempo los alumnos de las Escuelas Cristianas, a la vez que se ejercitaban en la lectura. Y no se trataba de unas reglas válidas sólo para niños pobres, ya que se recogían aspectos relativos a las relaciones sociales, a las comidas, a las visitas, a las cartas, etc., que sobrepasaban en mucho las posibilidades y necesidades de los niños que acudían a las Escuelas Cristianas. Sin duda el libro que se leía en las Escuelas Cristianas desbordó con rapidez el ámbito de la escuela, porque muy pronto aparecieron ediciones con caracteres normales, es decir, que ya no eran para ejercicio de lectura, sino para el público en general. La paternidad del libro estuvo bien clara desde un principio, cuando se presentó a la aprobación por primera vez y cuando se concedió el permiso de impresión. Pero como La Salle, por humildad, no estampó su nombre en las ediciones que se hicieron durante su vida, hubo quien lo atribuyó a otro autor, que al mandarlo imprimir puso una dedicatoria al Chantre de París. San Juan Bautista de La Salle empleó diversas fuentes para componer esta obra. En el Cahier Lasallien n.º 58, el Hermano Jean Pungier inicia un análisis riquísimo y sumamente documentado de la misma. Pero lo que importa es el sello singular que él dio a la materia. Ante todo, la profunda inspiración cristiana de lo que es la urbanidad y la cortesía, como un aspecto de la virtud de la caridad. Pero también la constante preocupación de educar y formar al niño, o al lector en general; el deseo de que sus alumnos no fueran ajenos al mundo por medio de la exquisita educación en la urbanidad y en la cortesía; el repetido intento de lanzar avisos a los padres para que formen a sus hijos en determinados temas, etc. Esta obra es, realmente, un verdadero tesoro pedagógico, siempre que se la sitúe en su época y en su medio. Veamos algunos de los puntos que trata. Del recato que se debe manifestar en los modales y en la compostura de las diversas partes del cuerpo La mayoría de los cristianos sólo considera la urbanidad y la cortesía como una cualidad puramente humana y mundana, y no piensan en elevar su espíritu más arriba. No la consideran como virtud que guarda relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos. Eso manifiesta claramente el poco sentido cristiano que

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hay en el mundo, y cuán pocas personas son las que viven en él y se guían según el Espíritu de Jesucristo. (RU, 01) Sin embargo, este Espíritu es el único que debe animar todas nuestras acciones para hacerlas santas y agradables a Dios. San Pablo nos advierte de esta obligación, cuando nos dice, en la persona de los primeros cristianos, que así como debemos vivir por el Espíritu de Jesucristo, igualmente debemos conducirnos en todo por ese mismo Espíritu. La cortesía cristiana es, pues, un proceder prudente y regulado que uno manifiesta en sus palabras y acciones exteriores, por sentimiento de modestia, de respeto, o de unión y caridad para con el prójimo, y toma en consideración el tiempo, los lugares y las personas con quienes se trata. Y esta cortesía que se refiere al prójimo es lo que propiamente se llama urbanidad. En lo que concierne a la cortesía, también hay que proceder de acuerdo con lo que se practica en los países en que se vive o en los que uno se halla, pues cada nación tiene modos de urbanidad y cortesía que le son propios, por lo cual lo que en algún país es improcedente, en otro se considera educado y cortés. La cortesía y la urbanidad no consisten, pues, propiamente, más que en prácticas de comedimiento y de respeto para con el prójimo. Y como el comedimiento se manifiesta particularmente en la compostura y el respeto con el prójimo en las acciones ordinarias, que se realizan casi siempre en presencia de los demás, en este libro se tiene el propósito de tratar, de manera separada, estas dos cosas: -

Del recato que se debe manifestar en los modales y en la compostura de las diversas partes del cuerpo. De las señales exteriores de respeto o de particular afecto que deben tributarse, en las diversas acciones de la vida, a todas las personas en cuya presencia se realizan o con quienes se pueden relacionar.

Los padres y las madres deben tomar esto en consideración a la hora de educar a sus hijos; y los maestros y maestras encargados de la instrucción de los niños deben prestar a ello particular atención. Lo que más contribuye a dar distinción a una persona y hacer que por su comedimiento se la considere como persona juiciosa y ordenada, es que mantenga todas las partes de su cuerpo en la actitud que la naturaleza o el uso prescriben. (RU 1,1,1) Para esto, en la compostura de las partes del cuerpo se deben evitar varios defectos, y el primero es la afectación y el embarazo, que hacen que una persona se muestre tensa en su exterior, lo que es completamente contrario a la urbanidad y contra las reglas del comportamiento. (RU 1,1,2)

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También hay que guardarse de cierta negligencia que muestre descuido y flojedad en el proceder, lo cual hace que la persona sea poco apreciable, ya que esta mala cualidad indica tanto bajeza de espíritu, como de nacimiento y de educación. (RU 1,1,3) Es necesario que en el porte de la persona haya siempre algo de grave y majestuoso; pero ha de evitar que haya en ella cualquier cosa que denote orgullo o altivez de espíritu, pues eso desagrada muchísimo a todo el mundo. Lo que debe producir esta gravedad es únicamente la modestia y la cordura que el cristiano debe manifestar en toda su conducta. (RU 1,1,9) Cuando se está de pie hay que mantener el cuerpo derecho, sin inclinarlo ni a un lado ni al otro, y no encorvarse hacia delante, como un anciano que ya no puede sostenerse. (RU 1,1,11) También es descortés enderezarse con afectación, apoyarse en la pared o en alguna otra cosa, hacer contorsiones con el cuerpo y estirarse sin recato. (RU 1,1,12) Para mantener la cabeza cortésmente hay que tenerla derecha, sin bajarla ni inclinarla a derecha o izquierda. Hay que evitar apretarla o hundirla entre los hombros; volverla a todas partes es propio de un espíritu ligero; y moverla con frecuencia es señal de persona inquieta o preocupada. También es manifestar arrogancia empinar la cabeza con afectación. (RU 1,2,1) Es de todo punto contrario al respeto que se debe a una persona elevar la cabeza, sacudirla o moverla de un lado a otro cuando nos habla, pues eso da a entender que no se tiene para con ella la estima que se le debe o que no se está dispuesto a creer y hacer lo que nos dice. (RU 1,2,2) Dice el Sabio que por el aire del rostro se conoce al hombre sensato. Por eso debe cada uno procurar componer de tal modo su rostro que al mismo tiempo sea amable y edifique al prójimo con su exterior. (RU 1,4,1) Para hacerse agradable a los demás no hay que mostrar en el rostro nada severo ni repulsivo; tampoco debe aparentar nada huraño ni fiero; no hay que ver en él nada ligero o que aparente infantilismo; todo en él debe rezumar gravedad y cordura. (RU 1,4,2) Tampoco es educado mostrar un rostro melancólico o disgustado; es necesario que nunca muestre ira o algún otro sentimiento desordenado. (RU 1,4,3) El rostro debe mostrar alegría, sin relajación ni disipación; serenidad, sin caer en el descuido; apertura, pero sin dar muestras de excesiva familiaridad. Debe ser dulce sin flojedad, y sin dejar traslucir nada que parezca bajeza. Debe, más bien, mostrar a todos reconocimiento y respeto, o al menos afecto y benevolencia. (RU 1,4.6) 48


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A menudo se conoce, dice el Sabio, por lo que se trasluce en los ojos, lo que una persona lleva en el fondo de su alma, su bondad o mala disposición; y aunque no se pueda tener a través de ello certeza absoluta, resulta, sin embargo, señal bastante frecuente. Por tanto, uno de los primeros cuidados que deben tenerse en cuanto a lo exterior, es el de componer los ojos y regular el modo de mirar. (RU 1,6,1) Pero como el espíritu del hombre se inclina naturalmente a verlo todo y a saberlo todo, es muy necesario velar sobre uno mismo para no dejarse arrastrar, y dirigir con frecuencia a Dios aquellas palabras del Profeta Rey: Aparta mis ojos, Dios mío, y no permitas que se detengan a mirar cosas inútiles. (RU 1,6,14) Es grave falta de urbanidad mirar por encima del hombro, volviendo la cabeza; portarse así es despreciar a las personas con quienes se está. (RU 1,6,15) Al sonarse hay que evitar hacer ruido con la nariz, sonar demasiado fuerte, soplar demasiado fuerte con las narices, y hacerlas resonar, pues eso es de muy mal gusto. (RU 1,7,7) Hay que procurar tener siempre los dientes muy limpios, pues es muy descortés que se vean negros, grasientos o llenos de suciedad. Por ello es muy conveniente limpiarlos de cuando en cuando, y particularmente por la mañana, después de comer; con todo, no hay que hacerlo en la mesa, delante de gente. (RU 1,8,7) Para hablar bien y hacerse entender por los demás, es preciso abrir perfectamente la boca, y tener cuidado de no apresurarse al hablar, y de no decir ni una sola palabra con atolondramiento o a la ligera; esto impide que se pronuncie bien, sobre todo a los que son de temperamento activo.(RU 1,9,2) Cuando se habla hay que procurar adoptar un tono de voz suave y reposado, y suficientemente alto, para poder ser oído por aquellos a quienes se habla, pues sólo se habla para hacerse oír. Con todo, es contrario a la urbanidad gritar al hablar, o usar un tono de voz demasiado alto, como si se hablase a sordos. (RU 1,9,3) Una cosa en la que hay que poner mucho cuidado al hablar es evitar en la voz cualquier manifestación de rudeza, acritud o altivez, sea cual sea la persona a quien se hable; siempre hay que hacerlo con cierto aire de bondad y amabilidad. (RU 1,9,4) En lo que respecta a la pronunciación, es preciso que sea igual y uniforme, y que no se cambie de tono a cada momento, como haría un predicador. Es preciso también que sea firme, de manera que no se baje al final de las palabras; por el contrario, hay que esforzarse para pronunciar con más intensidad el final de las palabras y de las frases que el comienzo, para que siempre pueda ser uno bien oído. También se necesita que sea completa, sin dejar de pronunciar 49


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perfectamente ni una sola letra ni sílaba. Y se necesita, en fin, que sea de tal modo exacta que no se cambie nunca una letra por otra. (RU 1,9,15) La cortesía exige abstenerse de bostezar cuando se está con otras personas, sobre todo cuando se está con personas a las que se debe respeto, pues es dar a entender que se está aburrido, ya de la compañía, ya de lo que dicen aquellos con quienes se está, o que se aprecia poco. (RU 1,10,1) Con todo, si uno se ve forzado a hacerlo por necesidad, entonces debe dejar totalmente de hablar, poner la mano o el pañuelo delante de la boca, y volverse un poco de lado, para no ser visto, al hacerlo, por los que están presentes. (RU 1,10,2) Cuando se da la mano a alguien como señal de amistad, siempre hay que presentar la mano desnuda, y es contrario a la cortesía tener puesto entonces el guante; pero cuando se ofrece para sacar a alguna persona de un mal paso, o incluso a una mujer para guiarla, lo cortés es hacerlo con el guante puesto. (RU 1,12,9) Es muy conveniente no dejar crecer las uñas ni tenerlas llenas de suciedad; por ello es bueno adoptar la costumbre de cortarlas cada ocho días y limpiar cada día la suciedad que penetra en ellas. (RU 1,12,14) Hay que cuidar de no tener los pies sudorosos y que no despidan malos olores, particularmente durante el verano, pues a veces resulta algo muy molesto para los demás; para que este inconveniente no suceda, hay que cuidar de tener siempre los pies muy limpios. (RU 1,14,4) De la urbanidad en las acciones comunes y habituales Aunque la urbanidad no establece nada referente al tiempo que uno debe estar acostado y a la hora en que debe levantarse, con todo es educado levantarse temprano; pues aparte de que dormir demasiado es un defecto, es vergonzoso e inadmisible, dice San Ambrosio, que el sol, al levantarse, nos encuentre en la cama. (RU 2,1,1) La cortesía exige que se haga la cama antes de salir de la habitación, o si la hacen otras personas, recubrirla al menos decentemente, y de tal modo que parezca que está hecha, pues es muy indecoroso ver la cama descubierta y mal arreglada. (RU 2,1,12) La buena crianza exige acostarse a más tardar, unas dos horas después de cenar. (RU 2,1,16) Los niños no deben acostarse, sin haber ido antes a despedirse de su padre y de su madre, y desearles las buenas noches. Es deber y respeto que la naturaleza impone tributar. (RU 2,1,17) 50


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La limpieza en los vestidos es una de las cosas que más tienen que ver con la cortesía; incluso, sirve en gran medida para dar a conocer el modo de ser y de proceder de una persona. A menudo también ofrece buena idea de su virtud, que no carece de fundamento. (RU 2,3,1,1) En el vestir, no ha de evitarse menos la excesiva negligencia que el excesivo cuidado. Ambos excesos son igualmente censurables. La afectación es contraria a la ley de Dios, que condena el lujo y la vanidad en los vestidos y en todos los adornos externos. (RU 2,3,1,12) Si se desea llevar un vestido adecuado hay que seguir la costumbre del país y vestirse, más o menos, como las personas de su condición y de su edad. Con todo, es importante tener cuidado de que no haya ni lujo ni nada superfluo en los vestidos; y hay que suprimir todo fasto y cuanto denote mundanidad. (RU 2,3,1,17) En el hombre es inclinación tan natural buscar el placer en el beber y el comer, que san Pablo, al exhortar a los cristianos a que hagan todas sus acciones por el amor y la gloria de Dios, se consideró obligado a señalar de modo particular la de beber y la de comer, porque resulta muy difícil comer sin ofender a Dios, y la mayoría de los hombres no comen sino como bestias, y para satisfacerse. (RU 2,4,0,1) La cortesía exige que, poco antes de comer y tomar las comidas, se laven las manos, se bendigan los alimentos y sentarse a la mesa. (RU 2,4,1,1) Jesucristo, que debe ser nuestro modelo en todo, acostumbraba en sus comidas a bendecir lo que se había preparado como alimento para él y para los que le acompañaban, según se refiere en el Santo Evangelio. (RU 2,4,1,15) El Sabio da algunos consejos importantes relativos al modo como hay que comportarse cuando se está a la mesa, para comer con decoro y cortesía. Advierte que en cuanto se está sentado a la mesa, no hay que dejarse llevar de la intemperancia de la boca, mirando con avidez los manjares, como si se quisiera comer todo lo que hay sobre la mesa y no dejar nada para los demás. (RU 2,4,5,1) Las diversiones son ejercicios a los que se puede dedicar algún tiempo durante el día, para descargar la mente de las ocupaciones serias y al cuerpo de los trabajos fatigosos, en los que se ocupan durante el día. (RU 2,5,0,1) Es muy razonable descansar de vez en cuando. El cuerpo y la mente lo necesitan y Dios nos ha dado ejemplo de ello desde el comienzo del mundo, cuando descansó todo un día, según la expresión de la Escritura, después de trabajar seis días completos y seguidos en la grandiosa obra de la creación del mundo. Nuestro Señor también invitó a sus apóstoles a descansar con él, una vez que volvieron de los lugares a los que les había enviado a predicar el Evangelio. (RU 2,5,0,2) 51


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Nunca está permitido recrearse a costa de los demás, pues el respeto que se debe tener hacia el prójimo exige que jamás se regocije uno en nada que pueda causar molestia a quienquiera que sea. (RU 2,5,1,4) El paseo es un ejercicio decoroso que contribuye mucho a la salud del cuerpo y deja el espíritu mejor dispuesto para los ejercicios que le son propios. Llega a ser una diversión cuando a él se unen conversaciones placenteras. (RU 2,5,2,1) El juego es una diversión que a veces está permitida, pero que hay que tomar con muchas precauciones. Es ocupación a la que se puede dedicar algún tiempo, pero es preciso observar en él cierto comedimiento. Se requiere mucha cautela para no dejarse llevar de alguna pasión desordenada; y se necesita mesura para no entregarse a él por completo ni dedicarle excesivo tiempo. (U 2,5,3,1) En particular, existen dos pasiones de las que hay que procurar no dejarse llevar en el juego. La primera es la avaricia, que es también, de ordinario, el origen de la segunda, que es la impaciencia y el arrebato. (RU 2,5,3,3) El canto es diversión que no sólo está permitida, sino que es también muy honesta y puede ayudar en gran medida a recrear el espíritu de forma muy agradable y, al mismo tiempo, muy inocente. (RU 2,5,4,1) En las visitas que se realizan hay que procurar no hacerlas demasiado largas; eso, de ordinario, resulta molesto o incómodo para los demás. (RU 2,6,1,9) La honestidad no puede consentir nunca que se diga algo falso; por el contrario, según el consejo de San Pablo, exige que al hablar al prójimo, todos digan la verdad. Siguiendo el parecer del Sabio, nos presenta la mentira como mancha vergonzosa en el hombre; y la vida de los mentirosos, como vida sin honor, a la que siempre acompaña la vergüenza. También, con el mismo Sabio, afirma que la mentira en que se ha incurrido, por debilidad o por ignorancia, no exime de confusión. (RU 2,7,1,1,1) Ufanarse y hablar favorablemente de sí mismo es cosa totalmente contraria a la cortesía. También es señal de cortedad de espíritu. Es propio del hombre prudente no hablar nunca de lo que le afecta, si no es para responder a lo que se le pregunta; pero debe hacerlo con mucha moderación y con mucha modestia y comedimiento. (RU 2,7,2,3) Siempre resulta de muy mal gusto en una persona alabarse a sí misma y vanagloriarse. Esto no es educado en un cristiano, que sólo debe darse a conocer por su proceder; por ello, es preciso que en él sólo sean sus acciones las que hablen. Pero en cuanto a la boca, no debe hablar nunca de sí mismo, ni en bien ni en mal. (RU 2,7,3,1,1)

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El Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas Como hemos dicho, el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas 23 es la otra innovación de La Salle en el campo de la educación, que ha hecho de él un extraordinario Maestro. Ahora bien el Instituto no se creó y desarrolló súbitamente. Hubo pasos sucesivos en un proceso relativamente largo en el que vamos a considerar los siguientes: origen del Instituto, un Instituto de laicos consagrados para el ministerio de la educación, los Hermanos y el valor apostólico y salvífico de las cosas profanas, formación de los Hermanos, el fundador renuncia a su patrimonio y opta por los pobres, primeros votos perpetuos, las Reglas Comunes de los Hermanos y crisis pero con un buen final.

Origen del Instituto En la fundación del Instituto se consiguió primero que vivieran juntos, para estar todo el día en función de su trabajo, preparando la escuela y repasando juntos lo que en ella funcionaba bien y lo que no era apropiado. Y también lo que era positivo en su actividad de maestros y lo que debían evitar. Era un trabajo de reflexión conjunta, de examen y de evaluación. Cuando los maestros ya vivieron juntos, Juan Bautista se comprometió más con ellos, y progresivamente, forzado por circunstancias externas, los llevó a comer a su propia casa, luego hizo que residieran en ella y, finalmente, pasaron todos ellos, con Juan Bautista, a una nueva residencia; poco después

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Hay personas que confunden el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (más conocidos simplemente como Hermanos de La Salle), con la Congregación de los Hermanos Cristianos, fundada por Edmund Ignace Rice (1762-1844). Y también toman el término lasaliano como salesiano, adjetivo propio de la Congregación Salesiana fundada por San Juan Bosco en el siglo XIX.

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adoptaron un reglamento que abarcaba toda la jornada y que fue el germen de las Reglas Comunes. El segundo paso fue captar que la obra de las escuelas era algo que Dios les encomendaba. Que servir a los niños, mediante la enseñanza, era ejercer un apostolado. Que su trabajo no era sólo un oficio, sino una misión. Captar esta nueva visión de la enseñanza requirió un proceso largo, que fue calando paulatinamente en los maestros, en unos más que en otros, merced a las sugerencias de Juan Bautista. Cuando fueron capaces, como grupo, de valorar esta nueva dimensión de su trabajo diario, vino la necesidad de dar forma a la comunidad que estaban constituyendo de hecho. Fue el momento de establecer sus Reglas, elaborarlas, revisarlas y aprobarlas. Al hacerlo se dieron el nombre de Hermanos. No dejaban de ser «laicos», pero se consideraban a sí mismos como apartados del mundo, al modo de los religiosos de las órdenes entonces existentes. El tercer paso fue pasar del concepto de “comunidad” al de personas consagradas a Dios. Y llegó el momento del compromiso emitiendo voto de asociación y de obediencia. La semilla inicial había germinado en algo original, desconocido hasta entonces en la Iglesia. Veamos con algún detalle algunos de esos pasos: El compromiso de Juan Bautista de La Salle con las escuelas y con los maestros tuvo su origen en el encuentro con Adrián Nyel, en la casa de las Hermanas del Niño Jesús, de Reims. Había llegado desde Ruán a Reims para establecer escuelas de caridad, por encargo de la señora Maillefer, de origen remense. Esto ocurrió hacia la mitad de la Cuaresma de 1679. Juan Bautista le ayudó a abrir la primera escuela en la parroquia de San Mauricio, y se interesó por los primeros maestros, que eran todos célibes, para que no les faltara asistencia y ayuda. Pero pocos meses después, y en el mismo año, a instancias de una piadosa señora, Catalina Leleu, viuda de Antonio Levesque de Croyères, intervino directamente en la apertura de una segunda escuela, en la parroquia de Santiago. Sin duda Juan Bautista captó muy pronto que los maestros incurrían en algunos defectos, que convenía corregir para que los niños aprovechasen más en la escuela. Pero estos maestros, que eran todos célibes, estaban bajo los cuidados de Adrián Nyel, también él maestro de profesión, y con larga experiencia. A él correspondía promover tales mejoras. Sin embargo, Nyel, en cuanto vio establecida la escuela de Reims, y no sólo una, sino dos, quiso cumplir la otra parte de su proyecto, abrir una escuela en Laon, su ciudad natal, a unos 40 km de Reims. Esto le forzó a ausentarse, dejando a los maestros un poco abandonados.

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Juan Bautista, al advertir que necesitaban más atención, se fue comprometiendo poco a poco con ellos, mientras Nyel no se contentaba con la escuela de Laon, y ya antes de abrirla promovió otras en Rethel (primavera de 1682) y en Guisa (verano de 1682). Para ello, ciertamente, hubo de viajar repetidas veces desde Reims a esas localidades, por lo cual estaba ausente demasiado tiempo. En el espacio de tres años, de 1679 a 1682, los cuidados que Juan Bautista se impuso por los maestros le llevaron a compromisos cada vez más intensos. Por Navidad de 1679, apenas ocho meses escasos después de su primer contacto con Nyel, juntó a los maestros de las dos escuelas en una casa, alquilada por él, con el fin de reducir los costos de la manutención. Como esta casa estaba cerca de la suya, podía ocuparse mejor de los maestros. Desde Semana Santa de 1681 hizo que los maestros fueran a su casa todo el tiempo que les dejaba libres la escuela. Desde el 24 de junio de ese mismo año de 1681, hizo que comieran cada día con su propia familia. Y un año después, en 1682, teniendo que poner en venta la casa donde vivía, en la calle de Santa Margarita, por asuntos familiares, alquiló una nueva casa, que encontró en la Calle Nueva, y él mismo se trasladó a vivir con los maestros en la nueva casa. La vida en común obligaba a observar un horario y unas normas de convivencia. Al mismo tiempo facilitaba la revisión para mejorar los métodos de enseñanza. Adrián Nyel, viendo los adelantos que los maestros hacían bajo los cuidados y orientaciones de Juan Bautista, fue dejando en sus manos las escuelas y los maestros, ocupándose él de las otras escuelas fundadas fuera de Reims. Pero viviendo en la Calle Nueva, adoptando poco a poco una vida reglamentada, algunos de los maestros se desalentaron y abandonaron el trabajo. Otros vinieron para sustituirlos, dotados de buenas cualidades para enseñar y para convivir. Juan Bautista vio en ello la mano de la Providencia. La forma de vivir de estas personas, algunas de ellas recién llegadas, se fue esbozando poco a poco como algo más que un grupo de maestros. En el espacio de cuatro años, desde 1682 hasta 1686 se perfiló una comunidad de maestros separados del mundo, y que vivían una forma de vida cercana a la de los religiosos. Bajo la guía y orientación de Juan Bautista adoptaron la vida en común, siguiendo un reglamento, dedicando buenos tiempos a la oración y al perfeccionamiento del modo de enseñar, haciéndolo gratuitamente y viviendo como comunidad de los fondos que les daban para mantener las escuelas. Y, sin duda, reflexionando mucho sobre el objetivo de las escuelas y su función de maestros para educar a los niños como hijos de Dios. En ese mismo período, Juan Bautista de La Salle dio otra serie de pasos importantes en su compromiso con las escuelas y con los maestros. Él mismo dejó escrito que, hacia finales de 1682, percibió nítidamente la llamada de Dios 56


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a ocuparse de las escuelas. En 1683 se desprendió de su canonjía para ocuparse plenamente de los maestros. En 1684, durante una gran carestía, se despojó de sus bienes patrimoniales, y se hizo pobre, como eran los maestros con quienes vivía, y se puso plenamente en manos de la Providencia. Los maestros podrían también confiar en ella, conscientes de que la obra de las escuelas era la obra de Dios. Así, en este itinerario casi imperceptible, probablemente en septiembre de 1686, los maestros, tanto de Reims como de las otras escuelas de Guisa, Rethel y Laon –pues Nyel había regresado a Ruán, dejando en manos de La Salle sus escuelas y sus maestros– tuvieron una asamblea. En ella adoptaron una serie de acuerdos que diseñaban ya una nueva forma de vivir: adoptaron un vestido distinto del de los sacerdotes y del de los maestros seglares, aprobaron unos reglamentos, hicieron voto de obediencia y se dieron un nombre, Hermanos de las Escuelas Cristianas. Además, probablemente también en esta asamblea, a propuesta de La Salle, eligieron como superior a uno de entre ellos, aunque a los pocos meses esta experiencia no cuajó por intervención de la jerarquía. Desde este momento hasta que las Reglas, o reglamentos como decían, se pusieran por escrito de manera oficial, pasarían ocho años, durante los cuales todas las comunidades de Hermanos vivirían conforme a ellas como una experiencia colectiva de vida. Así se fue formando, paulatinamente, un nuevo Instituto que llegaría a ser una congregación religiosa con un estilo de vida distinto a los que se conocían entonces. Y todos sus miembros tenían unas mismas normas: las Reglas Comunes de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. En efecto, en 1694, estando ya La Salle en París, se celebró una nueva asamblea, en la cual los doce Hermanos componentes aprobaron las Reglas y emitieron los votos perpetuos de asociación, de estabilidad y de obediencia. Juan Bautista propuso a los Hermanos que eligieran un superior de entre ellos. Pero por dos veces lo eligieron a él. Al día siguiente, sin embargo, redactaron un acta en la que hacían constar que no serviría de precedente, y que en lo sucesivo elegirían como superior a uno de entre ellos, miembro de la comunidad. La empresa de La Salle se encontró con la oposición de las autoridades eclesiásticas que no deseaban la creación de una nueva forma de vida religiosa, una comunidad de laicos consagrados ocupándose de las escuelas "juntos y por asociación". Los estamentos educativos de aquel tiempo quedaron perturbados por sus métodos innovadores y su absoluto deseo de gratuidad para todos, totalmente indiferente al hecho de saber si los padres podían pagar o no. A pesar de todo, De La Salle y sus Hermanos lograron con éxito crear una red de escuelas de calidad, caracterizada por el uso de la lengua vernácula, los grupos de alumnos reunidos por niveles y resultados, la formación religiosa basada en temas originales, preparada por maestros con una vocación religiosa y misionera a la vez y por la implicación de los padres en la educación. Además, de La Salle fue innovador al proponer programas para la formación de maestros seglares, cursos 57


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dominicales para jóvenes trabajadores y una de las primeras instituciones para la re-inserción de "delincuentes". El Instituto también fue víctima de persecuciones por no discriminar a los alumnos. Fue cuando los maestros de las escuelas menores se consideraron lesionados, especialmente en París. Si ellos perdían alumnos, era porque las Escuelas Cristianas no recibían solamente a los pobres. Inscribían también a los que podían pagarse la enseñanza. Y comenzaron las denuncias y procesos contra Juan Bautista de La Salle y las Escuelas Cristianas, hasta que los Hermanos decidieron dejar sus escuelas de París. Intervino entonces, aunque tarde, el señor de La Chétardie, como párroco de San Sulpicio, y llegó a un entendimiento con los maestros, comprometiéndose a que los Hermanos recibirían sólo a los niños a quienes él diese una cédula acreditativa de pobreza. Fue un requisito que nunca satisfizo a los Hermanos. Si al reabrirse las escuelas tuvieron en cuenta esta condición, muy pronto comenzaron a interpretar con amplitud el criterio que se les imponía. Además, se trataba de un criterio discriminatorio: los pobres de un lado, los ricos de otro, situación que poco tiene que ver con la libertad evangélica. El criterio de La Salle y de los Hermanos era bien distinto: los pobres, desde luego, van a la Escuela Cristiana, porque es gratuita y ellos no se pueden pagar otra; pero no se excluye a los que pueden pagarse la educación, si prefieren venir a esta Escuela. En ella, todos juntos, codo con codo el rico con el pobre, aprenderán las enseñanzas del Evangelio y juntos también se prepararán para la vida, mediante un aprendizaje serio. Luis XV reconoció la existencia legal del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas por Letras patentes expedidas en septiembre de 1724. Y la aprobación formal del Instituto por la Iglesia vino en 1725 mediante la concesión -por parte de Benedicto XIII- de un documento oficial, llamado en este caso Bula Papal, titulada In Apostolicae Dignitatis Solio. Pero desgraciadamente, la existencia legal del Instituto en Francia quedó en suspenso de 1792 a 1805. Tan sólo un pequeño grupo de Hermanos continuó existiendo oficialmente en algunos Estados Pontificios y en Roma.

Un Instituto de laicos consagrados para el ministerio de la educación Juan Bautista se persuadió de que el empleo de la escuela exigía al maestro dedicación plena de toda su persona. Era norma bastante corriente, hasta entonces, que las escuelas de caridad estuviesen atendidas por clérigos o por personas que se preparaban para el sacerdocio.

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Juan Bautista tuvo que plantearse, sin duda, la cuestión de si sus maestros deberían ser clérigos o simples laicos. En un principio, la respuesta la dio la vida ordinaria de su trabajo: los maestros tenían que enseñar a los niños y para hacerlo no era necesario ser clérigo. Pero Juan Bautista tuvo serios interrogantes cuando la autoridad eclesiástica no aceptó que la nueva comunidad estuviese dirigida por una persona que no era sacerdote, el Hermano Enrique L’Heureux, que había sido elegido por los Hermanos para el cargo, a petición de La Salle. Y el señor arzobispo le obligó a asumir de nuevo el cargo de superior. Se planteó en aquel momento si algún Hermano había de recibir el sacerdocio, con vistas a asumir el cargo de Superior. Y en sus titubeos, determinó que el Hermano Enrique se preparase para ello estudiando la teología en París. Cuando el Hermano Enrique falleció de forma casi inopinada, él vio en tan dolorosa circunstancia la mano de Dios. La Providencia le estaba diciendo algo. Y el hecho le hizo reflexionar a fondo. Sería algo simplista creer que Juan Bautista decidió que ningún Hermano accediese al sacerdocio sólo por el hecho de la muerte del Hermano Enrique. Sus razones fueron, sin duda, más profundas, partiendo de ese hecho con el que la Providencia le hablaba. Las razones profundas de Juan Bautista fueron dos. La primera, que él mismo expresa en sus escritos, es que el trabajo escolar exige que la persona del maestros se dé por entero a su labor, sin otras obligaciones. La segunda, es que captó que para ejercer esta labor en la Iglesia no era necesario ser sacerdote. Enseñar era, realmente un apostolado, un ministerio que ejercían los Hermanos en la Iglesia; pero este ministerio era propio de «laicos», no tanto de sacerdotes. Bien sabía que en muchos lugares había sacerdotes que se dedicaban a la enseñanza. Pero lo que él captó es que el ministerio de la educación es un ministerio laical. En consecuencia, si los Hermanos se debían dedicar en cuerpo y alma al ministerio de la enseñanza, era lógico que fueran laicos 24, es decir, no sacerdotes. 24

Sobre este tema el Mg. Guillermo Sánchez Moreno Izaguirre elaboró su tesis de Licenciatura en Ciencias Religiosas en el Pontificium Institutum “Jesus Magister” de la Pontificia Universitas Lateranensis, que tituló “San Juan Bautista de La Salle y el laicado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas”. Se publicó en Lasallianum. Bulletin semestriel d’information et de liaison. N° 1, Novembre 1963. Es importante señalar que este trabajo fue usado por el Capítulo General de los Hermanos de las Escuelas Cristianas de 1966, para ratificar que la intención del Fundador fue crear un Instituto enteramente laical, que fue el primero en la Iglesia. El Hno. Maurice Auguste, historiador belga y director del Lasallianum, al presentar esta publicación, escribió: “Las páginas de Guillermo Sánchez Moreno estudian de manera exhaustiva una de las grandes opciones lasallistas. Se titulan “San Juan Bautista de La Salle y el laicado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas”. Desde el título se percibe la prudencia y el rigor con el que el trabajo ha sido realizado. Trata de definir una posición histórica, precisamente la del Santo. Fundador. Verifica constantemente la firmeza del piso bajo el cual se prueba de la mejor manera la solidez del terreno en el que se avanza. Si bien se abordan los grandes fundamentos, que están bien establecidos, el trabajo verifica cada una de las subestructuras de ellos. Ninguna fuente, hoy día accesible, ha quedado sin

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Y de esta visión, que es un descubrimiento profético y que tiene alcance muy actual, nacieron las prescripciones estrictas de las Reglas comunes: ningún Hermano aspirará al sacerdocio..., ni ejercerá función alguna en la iglesia..., ni revestirá sobrepelliz..., ni estudiará ni enseñará latín..., etc. Normas muy estrictas para salvaguardar la identidad del Hermano. Normas, en fin, que se han querido considerar, a lo largo de la historia, como inamovibles, cuando sólo eran rodrigones, que podrían desaparecer una vez cumplida su función. El nombre de Hermano, con el que San Juan Bautista De La Salle designó a los miembros de su comunidad religiosa, obedece a que la fraternidad es la característica de su vida comunitaria. Los Hermanos quieren ser, al mismo tiempo, hermanos entre sí, hermanos de los adultos a quienes tratan y hermanos mayores de los jóvenes que se les confían.

Los Hermanos y el valor apostólico y salvífico de las cosas profanas Otra línea de fuerza fundamental en la constitución del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas fue el descubrimiento que tuvo La Salle del valor de las cosas humanas en el ámbito de la evangelización. Concibe al Hermano como un apóstol que transmite el Evangelio enseñando las máximas cristianas. Pero el Hermano es apóstol no sólo cuando enseña la religión, sino en toda su actividad: también cuando enseña a leer, a escribir o la aritmética, etc. Esas enseñanzas profanas contribuyen a perfeccionar al hombre y a hacerle crecer como persona. Aunque sean cosas profanas, tienen valor evangelizador. El Hermano es un maestro, no sólo un catequista. Es catequista por ser maestro. Y en su actividad no hay dicotomía: toda su enseñanza es enseñanza cristiana, evangelizadora, porque transmite los conocimientos desde una visión de fe, y porque el fruto de su enseñanza es hacer crecer el Cuerpo de Cristo. Esta es otra visión profética de Juan Bautista de La Salle, que presupone una reflexión muy seria y profunda de lo que son los ministerios en la Iglesia y del valor que las diversas actividades tienen en los ministerios apostólicos.

ser prudentemente explotada. Cada afirmación descansa en una búsqueda y análisis riguroso. Se puede decir, sin dudar, que se ha trabajado con probidad y rigor científico. Al final no se dudará en suscribir enteramente las conclusiones del investigador. No solo hay que felicitar a Sánchez Moreno, es necesario desear numerosos imitadores suyos.”

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Formación de los Hermanos Como buen Maestro, la formación de los Hermanos fue una de las preocupaciones primeras y más importantes de La Salle y la realizaba en dos momentos: formación inicial y preparación para explicar el catecismo. Formación inicial Al poco tiempo de fundar la primera escuela en Reims de La Salle se dio cuenta de que los maestros no sabían enseñar, simplemente porque no habían aprendido a hacerlo. Y él mismo emprendió la tarea de formarlos. A medida que se creaban las primeras escuelas, se desarrollaba de modo paralelo la formación de los maestros que las habían de atender. Los primeros maestros fueron escogidos por Adrián Nyel sin ningún criterio de selección. Juan Bautista se encontró con personas que no sólo no sabían enseñar, sino que ni siquiera tenían cualidades ni talento para ello. Así, algunos de los primeros maestros se desalentaron y se fueron. La Providencia envió otros maestros «dotados de piedad y de talento», y la labor formativa de Juan Bautista fue más eficaz. También se tiende a formar maestros para las escuelas rurales, en una casa separada de la Comunidad, que se denomina seminario. Los que allí se forman sólo permanecen unos años, hasta que están enteramente formados, tanto en la piedad como en lo que atañe a su empleo. (MH 0,0,4) En esta Comunidad también se educa a muchachos dotados de inteligencia y disposición para la piedad, cuando se los juzga aptos, y que por propia voluntad se disponen a ingresar luego en la Comunidad. Se les acepta desde los catorce años y más. Se les forma en la oración mental y en los demás ejercicios de piedad. Se les instruye en todas las materias del catecismo y se les enseña a leer y escribir perfectamente. (MH 0,0,7) Estos grupos de personas que se forman y educan en esta Comunidad tienen vivienda, oratorio, ejercicios, mesa y recreación separados; y sus ejercicios son diferentes y proporcionados a la capacidad actual de su espíritu y a lo que deberán practicar en el futuro. (MH 0,0,8) Los que componen esta Comunidad son todos laicos, sin estudios eclesiásticos y de cultura más bien mediana. (MH 0,0,9) Con todo, no se rechazaría a personas que hubieran seguido estudios eclesiásticos, pero sólo se les recibiría a condición de no continuarlos en lo sucesivo, porque no necesitan esos estudios; porque en el futuro les servirían de ocasión para abandonar su estado; porque los ejercicios de la Comunidad y del empleo de la escuela exigen un hombre por entero. (MH 0,0,10) 61


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Preparación de los Hermanos para explicar el Catecismo o Deberes del cristiano para con Dios y medios para cumplirlos debidamente 25 El santo se percató de que los Hermanos necesitaban un texto suficientemente amplio sobre las materias que tenían que explicar en el catecismo, y él mismo lo compuso con esa mira. No se trata de un catecismo sino de un tratado. Y en varias ocasiones es claro que la forma de tratar el tema no se dirige sólo a los Hermanos, sino a cristianos adultos, en el estado matrimonial y con diversos empleos. El santo fundador realizó durante su vida tres ediciones de los Deberes en texto seguido; en 1703, en 1705 y en 1716. 26 Este será el punto al que dedicaremos mayor espacio pues aquí es donde La Salle pone de manifiesto su increíble formación como teólogo y sus dotes de Maestro. A continuación presentamos algunos extractos de esta obra:27: A modo de introducción Tener una profesión y no saber en qué consiste, ignorando, incluso, qué significa el nombre que por ella se tiene, a qué obliga, y cuáles son los deberes esenciales de ese estado, parece algo totalmente contrario al sentido común y a la recta razón. Sin embargo, eso resulta ser bastante corriente para la mayor parte de

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Los Deberes en texto seguido se difundió de manera sorprendente. Saturnino Gallego indica que tuvo al menos 301 ediciones, de las cuales 21 en el siglo XVIII, y las demás en el XIX. 26

Maillefer nos dice que La Salle aprovechó su estancia en Grenoble para retocar algunos puntos de la obra Deberes del cristiano en texto seguido. Y también lo dice Blain. Probablemente La Salle trató de acomodar algunos puntos de su obra al contenido de la bula Unigenitus, en todo lo referente al Papa. 27

Los títulos y subtítulos son nuestros y los hemos colocado para hacer fácil de lectura.

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los cristianos. Son cristianos sin saber en qué consiste serlo, y muy pocos se preocupan de instruirse sobre qué debe hacerse para vivir de acuerdo con esta profesión. (DC1 0,0,1) Por eso, teniendo el propósito de formar al cristiano y ofrecerle los medios para llevar una vida digna de su estado y del nombre que lleva, se ha pensado que era necesario darle a conocer, ante todo, qué es la religión cristiana, de la que se gloría; qué significa el nombre de cristiano, con el que se siente honrado; las señales que permiten discernir quiénes lo son, y las virtudes propias y peculiares de quienes están comprometidos en profesión tan santa y eminente. Esto es lo que se pretende, ante todo, al comenzar la primera parte de este libro, que se propone tratar los deberes esenciales del cristiano. La palabra religión significa propiamente una virtud que nos mueve a cumplir con nuestras obligaciones para con Dios. Por eso se ha dado el nombre de religión a las asambleas en que se tributa a Dios el culto que le es debido. Por eso, también, quienes reconocen a un Dios y se juntan para honrarlo, proclaman que profesan una religión. Sin embargo, sólo hay una que merece llevar ese nombre, y es la religión cristiana. (DC1 0,0,2) Se llama religión (y es la cristiana) el estado o la sociedad de numerosas personas de diferentes naciones que se han comprometido a cumplir con sus deberes para con Dios, en público y en particular, según el modo que Jesucristo enseñó. (DC1 0,0,3) Quienes profesan esta religión contraen estos compromisos al recibir el sacramento del bautismo, que da el ingreso en esta religión, del mismo modo que la circuncisión daba el ingreso en la de los judíos. Debemos a Dios cuatro cosas, las cuales se cumplen en la religión cristiana: debemos conocerlo, adorarlo, amarlo y obedecerlo. Conocemos a Dios por la fe. Lo adoramos por la oración y el sacrificio. Lo obedecemos observando sus santos mandamientos y los de su Iglesia, y evitando el pecado, que Él nos prohíbe. Sólo podemos amarlo poseyendo su gracia, que nos hace agradables a Él, y esa gracia sólo se nos concede a través de la oración y de los sacramentos. Estas cuatro cosas comprenden todo lo que se practica y lo que se aprende en la religión cristiana y católica, que es la única en que podemos cumplir con nuestros deberes para con Dios. E igualmente, sólo ella es la verdadera religión, y todas las demás que usurpan ese nombre son falsas e imaginarias, pues en ellas no se conoce al verdadero Dios ni se lo honra de la manera debida, tal como Él manda. (DC1 0,0,4) Si hay señales externas que permiten a todos los hombres conocer al cristiano, hay también prácticas interiores que son las únicas que le permiten presentarse como tal ante Dios, y éstas son las virtudes que le son peculiares. (DC1 0,0,14)

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Existen tres virtudes … que son tan propias de los cristianos que no pueden ser practicadas por ningún otro. Estas virtudes son la fe, la esperanza y la caridad, que se llaman teologales porque hacen referencia a Dios y lo tienen como objeto. (DC1 0,0,16) La Iglesia Al venir a este mundo, Jesucristo no quiso, como en la ley antigua, escogerse una nación particular y considerarla como su pueblo. Como venía a salvar a todos los hombres para apartarlos del pecado y santificarlos, a todos les dio los mismos medios de salvación, y quiso reunirlos y formar con ellos un solo cuerpo. Con este fin estableció una religión nueva y la dotó de una nueva ley. (DC1 105,1,1) Los apóstoles y los discípulos, unidos y congregados en el mismo lugar, recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés y comenzaron a formar una nueva sociedad de fieles, con tres mil personas que San Pedro convirtió el mismo día, y cinco mil que convirtió pocos días después. A esta sociedad en la misma fe y en la misma religión la llamamos Iglesia, pues esta palabra significa familia, sociedad, asamblea. (DC1 105,1,2) Esta Iglesia ha continuado existiendo desde los santos apóstoles hasta nosotros, y continuará hasta el final de los siglos, sin alteración alguna ni cambio en la creencia, y sin interrupción. Esto es lo que hemos de creer, aunque no lo sepamos evidentemente, y sólo lo conozcamos por el Evangelio y por la tradición. (DC1 105,1,3) La gracia Como el pecado de Adán nos redujo a la imposibilidad de realizar ningún bien para nuestra salvación, necesitamos ayuda especial para conocer y amar a Dios, que son las dos cosas a las que debemos aplicarnos en esta vida, para alcanzar la salvación y conseguir la vida eterna. (DC1 300,0,1) Esta ayuda se llama gracia de Dios, porque es Él quien nos la concede sólo por su bondad. Nosotros no podemos conseguirla con nuestras fuerzas y con nuestras diligencias, ni merecerla con ninguna acción que practiquemos. El mismo Jesucristo nos la mereció por medio de sus sufrimientos y de su muerte, y sólo se nos concede por la aplicación de sus méritos. En general, la gracia es una cualidad sobrenatural que Dios pone en nuestra alma, y que nos concede gratuitamente, para ayudarnos a trabajar en nuestra salvación. (DC1 300,0,2) Hay dos clases de gracia: la gracia habitual y la gracia actual. La gracia habitual es un don sobrenatural de Dios, que purifica nuestra alma de los pecados que hemos cometido y nos hace agradables a Dios. 64


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Se llama así porque permanece y reside de continuo en nuestras almas, a no ser que nos veamos privados de ella por el pecado. Esta gracia se llama también santificante, porque al entrar en nuestro corazón arroja de él el pecado, y hace santos y agradables a Dios a aquellos que la poseen. (DC1 300,0,3) La gracia habitual nos procura beneficios muy grandes: por medio de ella llegamos a ser hijos queridos de Dios, hermanos y coherederos de Jesucristo y poseemos el derecho a la gloria eterna. (DC1 300,0,5) La gracia actual es una luz sobrenatural o un buen impulso que Dios nos concede para huir del mal y para obrar el bien. Necesitamos tanto esta gracia, que sin ella ni siquiera podemos tener ningún buen pensamiento. La fe, sin la cual no podemos creer, sólo se nos da por su medio. Y como no sabemos qué hemos de pedir a Dios, ni pedírselo como es preciso, es necesario que el Espíritu de Dios, por medio de la gracia actual, nos dé a conocer lo que nos conviene y nos ponga en disposición de alcanzarlo de Dios con nuestras oraciones. (DC1 300,0,7) Pero no basta saber que no podemos nada sin la gracia si no nos esforzamos en procurárnosla. Sólo hay dos medios de los que podemos servirnos para ello: son la oración y los sacramentos. De ordinario, Dios nos la concede sólo por estas dos vías. Hay que pedirla mediante la oración, y hay que recibirla a través de los sacramentos. La oración sólo nos la alcanza según las disposiciones de nuestro corazón; los sacramentos nos la comunican eficazmente, con tal que no exista ningún obstáculo para recibirla; y este obstáculo no puede ser otro que el pecado. (DC1 300,0,10) Los sacramentos Si el hombre, dice San Crisóstomo, hubiera sido puramente espiritual, Dios le hubiera otorgado la gracia y los bienes relativos al alma sin valerse de ningún medio ni de ningún signo externo, como hizo con los ángeles. Pero como está compuesto de cuerpo y alma, Dios, para acomodarse a su naturaleza y debilidad, consideró conveniente comunicarle sus gracias sólo a través de medios proporcionados a éstas, y por lo tanto, plenamente sensibles. Por este motivo, Jesucristo Nuestro Señor, que no vino a la tierra sino para procurar nuestra salvación del modo más fácil y más conveniente, instituyó los sacramentos, para darnos eficazmente la gracia, para conservárnosla y para aumentarla en nosotros. (DC1 301,1,2) Los sacramentos son signos sensibles porque a través de las cosas que contienen y que impresionan nuestros sentidos, nos indican la gracia que en nosotros produce cada sacramento, y que nosotros no vemos. El agua, por ejemplo, que es la materia sensible que se usa en el sacramento del bautismo, 65


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significa que por la gracia que se recibe en ese sacramento el alma del bautizado queda limpia de todas las manchas del pecado, del mismo modo que el cuerpo, por medio del agua, queda lavado y limpio de toda la suciedad que pudiera mancharlo. (DC1 301,1,4) También se dice que los sacramentos son signos sagrados, porque nos consagran a Dios por la gracia que nos comunican, y porque las cosas que se emplean en ellos han llegado a ser sagradas por la institución de Jesucristo y por la aplicación que de ellas se hace. (DC1 301,1,5) Según el concilio de Florencia, son necesarias tres cosas para constituir un sacramento: la materia, la forma y la intención de quien lo administra. La materia es la cosa sensible que se usa para realizar el sacramento, como el agua en el bautismo; la forma son los palabras que se pronuncian al administrarlo, tales como éstas: Yo te bautizo, etc.; y la intención es la atención del espíritu y la voluntad deliberada de quien administra el sacramento de realizar lo que la Iglesia manda para ello, y lo que Nuestro Señor Jesucristo instituyó, lo cual es lo mismo. (DC1 301,1,6) En la Iglesia hay siete sacramentos, instituidos por Nuestro Señor Jesucristo, que son: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, orden y matrimonio. (DC1 301,1,7) Hay dos clases de sacramentos: los sacramentos de muertos y los sacramentos de vivos. El bautismo y la penitencia son los dos sacramentos de muertos, ya que sólo han sido instituidos para quienes están muertos por el pecado. Los otros cinco se llaman sacramentos de vivos, porque para recibirlos dignamente y alcanzar la gracia que les es propia, hay que estar vivo por la gracia. (DC1 301,2,8) El bautismo es el primero de todos los sacramentos, por lo que el concilio de Florencia lo llama la puerta de la vida espiritual; en efecto, no se puede recibir ningún sacramento sin estar bautizado, ya que los sacramentos de Jesucristo son sólo para los cristianos, y sólo se es cristiano por medio del bautismo. Es también el más necesario de todos, porque uno no puede salvarse sin ser cristiano, y es el bautismo el que nos confiere esta cualidad. Por eso dice Jesucristo claramente en el Evangelio que si alguno no es regenerado por el agua y el Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios. (DC1 302,1,1) l segundo sacramento es la confirmación, que aumenta en nosotros la gracia del bautismo comunicándonos la plenitud del Espíritu Santo. Es el sacramento que consolida al cristiano en la fe, y que le comunica la fuerza de defender, incluso exponiendo su vida o mediante el derramamiento de su sangre, si fuera necesario, las verdades del Evangelio.

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A este sacramento se lo llama confirmación a causa de sus principales efectos, que son confirmarnos en la fe, y fortalecer en gran manera la gracia que hemos recibido en el bautismo. También nosotros, en este sacramento, confirmamos y ratificamos las promesas que hicimos solemnemente en el bautismo. (DC1 303,1,1) Jesucristo instituyó este sacramento, para hacernos partícipes de su unción y de la plenitud de su gracia y de su Espíritu. El concilio de Trento, apoyado en la tradición, nos asegura que es verdadero sacramento; y eso es también lo que siempre ha reconocido la Iglesia. (DC1 303,1,2) Así como hemos llegado a ser hijos de Dios por el bautismo y en la confirmación hemos recibido la fuerza que necesitamos, también hemos de contar con un alimento que sea capaz de conservarnos esa fuerza: el pan de los hijos de Dios, que se llama Eucaristía; este sacramento, que instituyó Jesucristo para que sirva de alimento a nuestra alma, contiene el verdadero cuerpo y la verdadera sangre del mismo Jesucristo, bajo los accidentes o apariencias de pan y de vino. Los accidentes o apariencias de pan y de vino son los que permiten que el cuerpo y la sangre de Jesucristo en la Eucaristía parezcan pan y vino a nuestros ojos, y demás sentidos, como el sabor, el color, la forma, etc. (DC1 304) El sacramento de la Eucaristía es el más augusto y el más santo de todos, porque contiene lo que hay de más grande y santo, que es Jesucristo como Dios y como hombre, y porque produce admirables efectos en nuestras almas. (DC1 304,1,1) La palabra eucaristía significa gracia o acción de gracias. A este sacramento se lo llama gracia, porque contiene al autor de la gracia y porque comunica la gracia en abundancia. Se lo llama acción de gracias, porque fue instituido y se ofrece como sacrificio, para dar gracias a Dios por medio de Jesucristo, por todos los bienes, tanto corporales como espirituales, que hemos recibido de Él. (DC1 304,1,2) Al sacramento de la Eucaristía se le dan otros siete nombres: Santísimo Sacramento, Sacramento del altar, Comunión, Santa Hostia, Pan de los hijos, Santa Mesa y Viático. Como el pecado ha reinado siempre en el mundo, y entró en él por el primer hombre, como dice San Pablo, siempre fue necesario que todos hicieran penitencia, para apartarse de él. Nunca ha habido otro medio para satisfacer por él, ni para reconciliarse con Dios, como Él mismo lo manifiesta por medio de sus santos profetas. Por eso declara el santo concilio de Trento que la penitencia fue siempre necesaria, en todos los tiempos, de forma general, para todos los hombres que 67


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se hubieren mancillado con algún pecado mortal, para obtener la gracia y la justicia. Como prueba de esta verdad aduce las palabras de San Juan Bautista y del mismo Jesucristo, pronunciadas mucho antes de la institución del sacramento de la penitencia: Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis. (DC1 306,0,1) Añade, incluso, este santo concilio, que la penitencia era necesaria a los que solicitaban ser lavados por el sacramento del bautismo; y lo prueba con aquellas palabras de San Pedro en los Hechos de los Apóstoles: Haced penitencia y reciba cada uno el bautismo. (DC1 306,0,2) La penitencia comprende tres actos: El primero es el horror y la aversión, no sólo del pecado, sino de todo cuanto puede llevar a él y poner en ocasión de cometerlo. El segundo es el dolor intenso de haber ofendido a Dios, porque se le ama por encima de todas las cosas, y la voluntad decidida de no ofenderlo más. El tercero consiste en el celo por la justicia de Dios, que infunde ardiente deseo de satisfacer a Dios por los propios pecados. Por el santo concilio de Trento sabemos que hay tres partes en el sacramento de la penitencia que son necesarias en el penitente, y son: la contrición o dolor de los pecados, la confesión y la satisfacción; que estas tres partes se consideran como la materia del sacramento, y que la absolución del sacerdote, que consiste en las palabras: Yo te absuelvo de tus pecados, es la forma. No quiere decir que no se reciba plenamente el sacramento antes de haber satisfecho; y por lo tanto la satisfacción actual no es necesaria para completarlo. Basta para ello que quien desea recibir el sacramento tenga verdadera contrición, que confiese sus pecados y que tenga el propósito de satisfacer por ellos, lo cual queda ya contenido en el acto de contrición. (DC1 307,1,4) Está el hombre sujeto a tantas y tan graves dificultades, sobre todo al final de su vida, que era conveniente que Dios le proporcionara algún remedio espiritual para aliviarlo en tales dificultades o para ayudarlo a sufrirlas con paciencia. Por este motivo instituyó Jesucristo el sacramento de la extremaunción, que es de suma utilidad a quienes están gravemente enfermos. (DC1 308,1,1) La extremaunción es el sacramento que Jesucristo instituyó para los enfermos, con el fin de librarlos de los restos de sus pecados, fortificarlos para resistir los ataques del demonio y las dificultades que pueden encontrar a la hora de la muerte, para ayudarlos a morir bien o para devolverles la salud, si les fuere necesaria o útil para su salvación. (DC1 308,1,2) El uso de este sacramento, dice el concilio de Trento, está ya insinuado en el cap. 6 de san Marcos, y recomendado a los fieles por Santiago, apóstol y hermano de Nuestro Señor: ¿Alguien está enfermo entre vosotros?, dice. Que llame a los sacerdotes de la Iglesia y que oren por él, que lo unjan con óleo, en el

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nombre del Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo, el Señor hará que se levante, y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. (DC1 308,1,3) A este sacramento se le llama extremaunción porque sólo se administra al final de la vida, por lo que es llamado sacramento de los moribundos, porque es la última de las unciones que recibe el cristiano durante su vida, y porque, de ordinario, sólo se administra a quienes han recibido los sacramentos de penitencia y Eucaristía. (DC1 308,1,4) Era necesario que hubiera en la Iglesia oficiales y ministros de Jesucristo que ofrecieran a Dios el sacrificio de la Eucaristía, que administrasen a los fieles los sacramentos y que los instruyesen en su religión y en todos sus deberes. (DC1 309,1,1) A ello proveyó Jesucristo, soberano legislador de la ley de gracia, fundador y cabeza de la Iglesia, instituyendo el sacramento del orden, en el cual se comunica a quienes lo reciben el poder de ejercer las funciones y los ministerios de la Iglesia, y al mismo tiempo la gracia de desempeñarlos debidamente. A este sacramento se le da el nombre de orden porque consta de varios grados, subordinados unos a otros, que tienen funciones diferentes, y porque se sube de grado en grado, del último orden al primero, que es el sacerdocio, al que se orientan todos ellos como a su fin. Este sacramento nos representa el sacerdocio de Jesucristo y su misión de mediador entre Dios y los hombres. Parece que Jesucristo lo instituyó cuando antes de su pasión dio a sus apóstoles el poder de consagrar su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino, y cuando después de la resurrección les dio el poder de perdonar los pecados. (DC1 309,1,2) Jesucristo comunicó a la Iglesia, en la persona de los santos apóstoles, la potestad de ordenar a sus ministros, y el poder de transmitirla a otros. Los apóstoles se la transmitieron a los primeros obispos, y los obispos a sus sucesores, por una sucesión ininterrumpida, que existirá siempre en la Iglesia hasta el final de los siglos Conocemos el uso de la ordenación de los ministros de la Iglesia tanto por la Sagrada Escritura como por la tradición apostólica. . (DC1 309,1,3) Hay siete grados en este sacramento a los que se da el nombre de orden. Hay tres que se les llama sagrados, el sacerdocio, el diaconado y el subdiaconado, porque consagran a Dios de manera particular, porque quienes los han recibido ya no pueden volver al siglo, y porque las funciones que ejercen son muy 69


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santas. El sacerdote consagra el cuerpo de Jesucristo en la Santa Misa, y los diáconos y subdiáconos lo asisten y ayudan en la acción del sacrificio. Hay cuatro órdenes que se llaman menores, y son el orden de ostiario, de lector, de exorcista y de acólito. Se les llama menores por relación con los órdenes sagrados, que son más importantes. Todos estos órdenes fueron instituidos para darnos a entender la excelencia de nuestros misterios, que exigen tantos ministros; de ellos, unos consagran la Eucaristía, otros la distribuyen y otros preparan al pueblo para recibirla. (DC1 309,1,6) Habiendo establecido Jesucristo la ley de gracia, quiso que todo en ella se hiciera con gracia. Por eso, sabiendo que una de las acciones más corrompidas era el matrimonio, porque la mayoría de los hombres lo contraían con intenciones muy alejadas de las que Dios tuvo al instituirlo, quiso obligar a los cristianos a comprometerse en él sólo con intenciones muy santas y puras, y así elevó la asociación y la unión del hombre y de la mujer a la dignidad de sacramento. Lo hizo también para ofrecer al marido y a la esposa el medio para cumplir los deberes de ese estado con el auxilio de la gracia, sobrellevar los sufrimientos con facilidad y guardarse mutuamente estricta fidelidad. (DC1 310,1,1) Así, pues, el matrimonio es el sacramento por el cual el hombre y la mujer se unen para tener legítimamente hijos y educarlos en el temor de Dios. Esto lo sabemos por el sagrado concilio de Trento. (DC1 310,1,2) San Pablo dice que este sacramento es grande en Jesucristo y en la Iglesia; y, efectivamente, representa el matrimonio indisoluble de Jesucristo con la Iglesia, y la unión de la naturaleza humana con el Verbo en la Encarnación, que no se unió a ella sino para dar a Dios, su Padre, hijos dignos de Él, y que vivan de su Espíritu. Es también intención de Jesucristo y del mismo Dios en la institución del matrimonio, que el marido sea uno con la mujer, por el Espíritu de Dios, con la sola mira de dar miembros a Jesucristo e hijos a su Iglesia. (DC1 310,1,3) La oración Ya que Jesucristo Nuestro Señor instituyó los sacramentos para que fueran medios ordinarios que nos alcanzasen particularmente la gracia habitual, también fue necesario que dispusiéramos de otro medio que nos ayudara a conservarla, y que nos obtuviera las gracias actuales que necesitamos.

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Pues el uso de los sacramentos nos procura muchas y nos permite conservar y aumentar la gracia habitual cuando ya la poseemos. Pero como los sacramentos no se reciben todos los días, y sin embargo tenemos constantemente necesidad de gracias para realizar bien nuestras acciones, para disipar las tentaciones que nos acosan y para mantenernos en el bien, ha sido fundamental que Dios nos diera un medio distinto de los sacramentos para ponernos en situación de disfrutar todos estos beneficios. (DC1 401,1,1) Esto es lo que podemos obtener fácilmente por la oración, y para este fin la ha establecido Dios como socorro particular que siempre tenemos a mano, y del que podemos servirnos en todo momento, para alcanzar de Dios todo aquello que necesitamos en esta vida para procurarnos la salvación y conseguir la vida eterna. (DC1 401,1,2) La oración es la aplicación de nuestra mente y la elevación de nuestro corazón a Dios, para tributarle nuestros homenajes, y para pedirle todas las cosas que necesitamos para procurar nuestra salvación. Se dice que la oración es la aplicación de nuestra mente, ya que cualquiera que sea la oración que recitemos, y cualquiera que sea el acto que realicemos, Dios no los considera como oraciones dirigidas a Él, a menos que apliquemos nuestra mente a lo que constituye el asunto de nuestras oraciones. (DC1 401,1,3) También se dice que es la elevación de nuestro corazón a Dios, porque en la oración nos elevamos por encima de las cosas sensibles para ocuparnos sólo de Dios; porque es a Dios a quien hablamos en la oración más con el corazón que con la boca; y porque la oración nos prepara para tender a Dios, para elevarnos hasta Él y para unirnos íntimamente a Él, por medio de la conformidad de afectos, para no querer ni desear ya nada sino a Él, o por su relación con Él. (DC1 401,1,4) Tributamos a Dios nuestros homenajes cuando lo adoramos, le damos gracias y nos ofrecemos a Él con todo lo que poseemos. Adorar a Dios es reconocer su infinita grandeza, su poder soberano sobre todas las criaturas y su independencia de todos y de todo; y en esta consideración, humillarse mucho y penetrarse de sentimientos de profundo respeto hacia su divina majestad. (DC1 401,1,5)

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Agradecer a Dios es darle gracias por todos los beneficios naturales que no tenemos ni podemos poseer más que por Él, como el habernos creado, el conservarnos cada día, el dar a nuestro cuerpo lo que necesita; en fin, por todo lo que mira al nacimiento del cuerpo y a la conservación de la vida, que siendo efectos de la bondad infinita de Dios para con el hombre, bien merecen que se le agradezcan. (DC1 401,1,6) También es testimoniar a Dios cuánto se le agradecen todas las gracias que ha concedido, ya sean generales, como la de habernos rescatado y librado de nuestros pecados, habernos hecho nacer en un país cristiano y católico, y habernos dado y conservado la fe; ya sean gracias particulares que se han recibido de Él desde que hemos nacido, como habernos concedido el recibir los sacramentos, habernos librado de muchas tentaciones, habernos dado a menudo inspiraciones para obrar el bien, o habernos ayudado con frecuencia a practicarlo; o de algunas gracias más particulares, incluso, como el haber perdonado a un enemigo, o haber superado una tentación de orgullo o de impureza, etc. (DC1 401,1,7) Aunque la oración, en general, abarca todas estas cosas, sin embargo, la que se llama particular y propiamente oración es la que hacemos a Dios para pedirle alguna gracia; pues la palabra oración significa la petición que se hace a Dios, con humildad y con insistencia. De ésa, principalmente, es de la que se habla en este tratado. (DC1 401,1,12) Nuestra cualidad de hijos de Dios, de miembros de Jesucristo y de templos vivos del Espíritu Santo debe movernos a presentar a Dios cada día nuestras almas, para llenarlas de la plenitud de su Espíritu, y a ofrecérselas lo mismo que nuestros cuerpos, como cosas que debiendo estarle totalmente consagradas, ya no pueden ser empleadas para uso, no sólo profano, sino incluso tan vergonzoso como es el pecado. Y esta ofrenda es tan importante que no atraeremos las bendiciones de Dios sobre nosotros sino en la medida en que seamos fieles a ella. (DC1 401,2,4) Sin duda, necesitamos luz para conocer y para ver el camino que lleva al Cielo, y las virtudes que hay que practicar para alcanzarlo. Sin esta luz caminaríamos hacia él como ciegos y no podríamos dejar de extraviarnos. (DC1 401,2,5) San Agustín dice, incluso, que hay virtudes que no podemos obtener más que por la oración; tales son, dice, la continencia, la sabiduría y la perseverancia en el bien; y lo prueba con testimonios de la Sagrada Escritura. Pues el Sabio dice que nadie puede ser continente si Dios no se lo concede; y Santiago, que si alguien necesita la sabiduría es preciso que la pida con fe y confianza, y Dios se la concederá. No es que San Agustín pretenda decir que hay virtudes que se pueden obtener sin la ayuda de la oración; sino que dice que se necesita en particular para estas 72


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virtudes, porque para poseerlas hay que esforzarse por pedírselas a Dios con más frecuencia, con más fervor y con más constancia. (DC1 401,2,9) El mismo Jesucristo nos asegura en el Santo Evangelio que el demonio, es decir, el pecado de impureza, que es el más difícil de arrojar de un corazón, cuando se ha adueñado de él, sólo se puede expulsar mediante la oración y el ayuno. De todo esto es fácil concluir que, así como el mundo necesita la luz, el cuerpo la vida para conservarse, y el enfermo la medicina para que lo cure, también el alma que desea servir a Dios y no dejarse corromper por el pecado necesita la oración. (DC1 401,2,11) El hombre debe sentir, ciertamente, suma satisfacción de espíritu, y rebosar de alegría, cuando piensa en el honor que Dios le hace, siendo como es mortal, de gozar de su trato y de su conversación; el cual es honor tanto mayor cuanto por medio de esta feliz comunicación, dice San Crisóstomo, el hombre deja de ser mortal y perecedero, y la asiduidad a la oración le hace pasar a la vida inmortal. (DC1 401,3,4) También la oración logra, dice este santo, que los hombres lleguen a ser templos de Jesucristo, y que igual que el mármol, el oro y las piedras preciosas sirven para construir y adornar las casas de los reyes, del mismo modo la oración forma de nuestras almas templos para Jesucristo; y también sirve para adornarlas, y les confiere tal hermosura y tal resplandor que parece que ya no sean lo que eran antes. Por eso dice S an Crisóstomo que San Pablo, por sus oraciones, hizo morar a Jesucristo en los corazones de los fieles; y que la oración cambió de tal forma la ciudad de Nínive, en poco tiempo, que cualquiera que la hubiese conocido antes y entrara en ella, una vez que abandonó su vida licenciosa y se entregó a la piedad, no la hubiera podido reconocer. (DC1 401,3,5) No basta con pronunciar palabras o aparentar que se ora exteriormente para hacerlo efectivamente y para conseguir que la oración sea agradable a Dios y provechosa a uno mismo y al prójimo. Para este fin, es preciso que la oración tenga varias condiciones, sin las cuales ocurriría con frecuencia que desagradaría a Dios y que valiera de poco, o incluso, que fuera totalmente inútil. Las principales condiciones que debe tener la oración son las ocho siguientes, a saber: pureza de corazón, atención, devoción, fervor, humildad, resignación, confianza y perseverancia. (DC1 402,1,1) No hay ningún lugar donde no podamos orar a Dios; es lo que San Ambrosio prueba con las palabras de Nuestro Señor: Cuando quieras orar, entra en tu

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aposento. Y San Pablo, en la primera Epístola a Timoteo ordena que los hombres oren en todo lugar. Tenemos incluso el ejemplo de los santos, que oraban en todas partes, ya que en todas partes se puede honrar a Dios, y no existe ningún lugar donde no esté presente; ni existe ninguno donde no debamos reconocerlo como Dios y tributarle nuestros homenajes. (DC1 402,2,1) Pero el lugar donde hemos de orar a Dios, con preferencia a los demás, es la iglesia; pues, de entre todos los lugares, es el que está más particularmente consagrado a la oración. Por este motivo Jesucristo la llama casa de Dios y casa de oración. Tenemos, incluso, motivo para creer que en ella nuestras oraciones serán mucho antes y más fácilmente escuchadas que en cualquier otro lugar. Pues si Dios prometió a Salomón que escucharía las oraciones de quienes le rogasen en el Templo de Jerusalén, que no era más que figura de los nuestros, con cuánta más razón serán escuchadas nuestras oraciones en nuestras iglesias, ya que Jesucristo reside en ellas continuamente en el Santísimo Sacramento del Altar y nosotros poseemos siempre en Él la plenitud de la divinidad. (DC1 402,2,2) No nos está permitido pedir a Dios todo lo que nos viene al pensamiento, y nuestras oraciones estarían muy mal reguladas si siguiéramos nuestro propio criterio. Pues San Pablo dice que no sabemos lo que hemos de pedir a Dios, y es preciso que sea el Espíritu Santo quien ore en nosotros, y quien nos mueva a pedir a Dios sólo lo que puede contribuir a su gloria y a nuestra salvación o a la de nuestro prójimo. (DC1 403,1,1) Tertuliano dice que Jesucristo, que vino a este mundo para renovar todas las cosas y para cambiar las carnales en espirituales, quiso enseñar a sus discípulos a no pedir bienes de la tierra, sino solamente cosas que los lleven al Cielo; y que por este motivo en la oración que Él mismo compuso, que se llama oración dominical o de Nuestro Señor, les enseñó un nuevo modo de orar, tan excelente, que incluso Tertuliano no tiene dificultad en decir que en ella se contiene todo el Evangelio y que es como su compendio. (DC1 403,1,2) Esta oración siempre se tuvo en suma veneración en la Iglesia, y los Padres de los primeros siglos acostumbraban a explicársela con frecuencia a los fieles, especialmente a los catecúmenos y a los recién bautizados. También fue costumbre en los comienzos de la Iglesia recitarla tres veces al día; y sin duda por este motivo dice San Agustín que los padres y las madres deben enseñársela a sus hijos y que todos los cristianos deben saberla de memoria, lo cual la Iglesia consideró oportuno establecer en el canon 7 del sexto concilio general, y sería pecado ignorarla por propia negligencia. (DC1 403,1,3)

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San Agustín dice que Jesucristo no nos dio esta oración sino para enseñarnos lo que debemos y lo que podemos pedir a Dios santa y provechosamente; y esto es lo que se expresa admirablemente bien en esta oración, que Jesucristo nos dejó para este fin, como modelo de todas las demás que podemos hacer. Añade, incluso, que en las demás oraciones no hallaremos nada que no esté contenido en ésta, y que aunque uno sea libre de valerse de otras palabras cuando ora, no es, con todo, libre, de pedir otras cosas a Dios, sino lo que en ella se contiene. (DC1 403,1,4) En efecto, en ella se pide, según el mismo Padre, todo lo necesario para la vida presente y para la vida eterna, las necesidades temporales y espirituales, y la gracia de verse libre de todos los males, tanto pasados, como presentes y futuros. Si se tiene la intención de dar a conocer a los fieles todo lo que se debe y se puede pedir a Dios, no se hará otra cosa que exponerles, como lo hicieron Tertuliano y San Agustín, lo que se contiene en las siete peticiones de la oración dominical: la santificación del nombre santo de Dios, que venga el reino de Dios, que Dios nos conceda en este mundo los medios de salvarnos, danos hoy nuestro pan de cada día, o sea el alimento corporal y el espiritual, perdónanos nuestras deudas, y no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal. (DC1 403,1,5) También dice San Agustín que cuando pedimos a Dios bienes temporales no debe ser sino con reserva y con temor de desagradarle, y con la condición de que Dios nos los conceda si juzga que nos pueden ser beneficiosos; si por el contrario sabe que nos van a perjudicar, que nos los niegue. Pues Dios consiente que se le pidan, sólo por una especie de tolerancia y condescendencia con la debilidad de los hombres. Por ese motivo, dice el santo, nunca debemos pedir, con referencia a lo temporal, nada fijo, sino sólo que nos conceda Dios lo que considere que nos puede ser beneficioso, ya que nosotros no lo conocemos. (DC1 403,1,19) Puesto que el primer cuidado que Dios nos ha confiado es el de trabajar por nuestra salvación, y siendo la oración uno de los medios principales de que podemos servirnos para conseguirlo, cuando nos dedicamos a este santo ejercicio, debe ser, en primer lugar, por nosotros, para alcanzar de Dios todo lo que necesitamos, para disfrutar en este mundo de la gracia y del amor de Dios y para conseguir la vida eterna. (DC1 403,2,1) Pero como Dios ha mandado a todos los hombres contribuir al bien del prójimo, y como la caridad cristiana, que es el más bello ornamento de nuestra religión, nos obliga a no pensar sólo en nosotros, sino a ayudar a los otros, en la medida que podamos, a realizar su salvación, y puesto que no hay nadie con quien no

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tengamos esta obligación, se sigue, por lo tanto, que nuestro deber es orar por todos los hombres. Esto es lo que San Pablo nos advierte y lo que recomienda a Timoteo como la primera cosa a la cual le ordena que los cristianos se apliquen en sus asambleas; y es a lo que San Ambrosio nos exhorta, cuando dice, para impulsarnos a ello, que si oramos sólo por nosotros, tenemos sólo el mérito de nuestra oración; pero que si tenemos la caridad de orar por todos, todos ellos rogarán también por nosotros. San Agustín dice más: que si Dios, por su misericordia y según acostumbra, nos concede lo que le pedimos para los demás, recibiremos en el Cielo doble recompensa. (DC1 403,2,2) Aquellos por quienes estamos obligados principalmente a orar son los cristianos, nuestros hermanos en Jesucristo. Lo sabemos por Santiago, que manda a todos los fieles que oren unos por otros, para que puedan salvarse. Pues, como dice San Jerónimo, con frecuencia un hermano, es decir, un cristiano, es ayudado por la oración de su hermano. (DC1 408,2,3) San Agustín desea que no nos contentemos con rogar por quienes pertenecen a la Iglesia, sino que nuestras oraciones sean también frecuentes y fervorosas por los que están alejados de ella, como los cismáticos, que al no reconocer a la cabeza de la Iglesia, y los herejes, que al no seguir su doctrina, se han separado de su cuerpo. Debemos llorarlos como hermanos, dice este Padre, aunque ellos no quieran serlo, y pedir a Dios por ellos, para que lo conozcan y lo amen, a fin de que no haya más que un solo rebaño y un solo pastor. Debemos rezar, dice, por los judíos, aunque hayan incurrido en la maldición de Dios; e incluso por los paganos, que no creen ni en Dios ni en Jesucristo, para que conozcan a aquel que es el Dios verdadero y el Señor del universo. (DC1 403,2,4) También debemos orar constantemente, dice San Jerónimo, por el mantenimiento y la extensión de la Iglesia. Pero aquellos miembros de la Iglesia por quienes hay que elevar oraciones con más frecuencia, son los encargados de su gobierno y los que en ella tienen alguna autoridad, tanto espiritual, como el papa, los obispos y los párrocos, como temporal, que son los reyes, los príncipes de la tierra y los magistrados. (DC1 403,2,7) El mismo San Pablo quiere que se rece por los predicadores del Evangelio, para que Dios les conceda las luces necesarias para anunciar los misterios de Jesucristo y para proclamar debidamente la palabra de Dios.

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La obligación que tenemos para con nuestros padres y madres nos induce a orar a Dios por ellos y por todo cuanto puede redundar en su beneficio. La Iglesia quiere, además, que oremos por nuestros amigos y por nuestros bienhechores, ya que ha establecido oraciones por tales intenciones. (DC1 403,2,8) Pero orar por nuestros amigos sería poco, si no oramos por nuestros enemigos. Es lo que nos mandó Jesucristo y nos lo recomendó él mismo en el Santo Evangelio, diciéndonos, para impulsarnos a ello, que si sólo manifestásemos afecto a los que nos aman, cuál sería nuestra recompensa, ya que con eso no hacemos más que los paganos. Y considerando justamente que eso sería algo difícil de practicar, quiso darnos ejemplo, rogando públicamente por los que le crucificaban. Si, con todo, dice San Agustín, creemos que no podemos imitar a Jesucristo Nuestro Señor, no podemos dejar de imitar a sus santos, que fueron sus siervos, igual que nosotros; como fue el caso de San Esteban, uno de los primeros diáconos, y del apóstol Santiago, llamado el Justo, que de rodillas rogaron a Dios por sus perseguidores. (DC1 403,2,9) No tenemos que contentarnos, dice San Agustín, con pedir a Dios por los vivos; también debemos ofrecerle nuestras oraciones por los difuntos, pues son muy útiles, dice la Escritura, a quienes no pudieron satisfacer plenamente en esta vida por sus pecados. (DC1 403,2,10) Como Dios es el autor de todo bien, y no hay ninguno de los que gozan los hombres que no lo hayan recibido de Él, como nos lo enseña el apóstol Santiago, a ningún otro podemos dirigirnos, no sólo para los bienes temporales que necesitamos, sino también para asegurarnos los bienes eternos y para obtener las gracias que necesitamos para poseerlos. (DC1 404,1,1) La calidad de Padre que con frecuencia toma Dios en la Escritura, y que sólo Él posee realmente para con nosotros, no nos obliga menos a dirigirnos a Él para pedirle lo que sólo Él nos puede conceder. Por esta razón, sin duda, no le dio otro nombre Nuestro Señor en la oración que nos dejó para pedirle por nuestras necesidades. (DC1 404,1,2) También debemos dirigir nuestras oraciones a Jesucristo Nuestro Señor, porque es tanto Dios como hombre; y porque siendo nuestro mediador y nuestro intercesor ante Dios, sólo por medio de Él, como dice San Pablo, tenemos acceso al Padre Eterno, y sólo por medio de Él podemos esperar el efecto y el cumplimiento de nuestras oraciones. Por esta razón la Iglesia termina de ordinario sus oraciones con estos términos: Per Dominum nostrum Jesum Christum, que significan por Jesucristo Nuestro Señor. (DC1 404,1,6) Aunque tengamos obligación de dirigir nuestras oraciones a Dios y de recurrir sólo a Él, para pedirle lo que necesitamos, porque sólo Él nos lo puede conceder, también podemos, con todo, rogar a los ángeles y a los santos; y esta práctica, 77


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que siempre estuvo en uso en la Iglesia, es muy provechosa y puede alcanzarnos grandes ayudas. (DC1 404,2,1) Si nos es provechoso orar a todos los santos, mucho más ventajoso es para nosotros dirigir nuestras plegarias a la Santísima Virgen, porque al ser la criatura más perfecta y más encumbrada en la gloria, tiene poder muy grande ante Dios; y porque puede ayudarnos en gran manera en nuestra salvación y en todas nuestras necesidades con su intercesión, que no niega a quienes se la piden con sincera piedad y con corazón totalmente desprendido del afecto al pecado. (DC1 404,3,1) Es práctica antigua en la Iglesia orar a la Santísima Virgen con preferencia a los demás santos, porque es la Madre de Dios. Por este motivo la Iglesia consideró conveniente componer oraciones en su honor, para que fuesen usadas en todas partes y recitadas cada día en toda la Iglesia, tanto en público como en particular. La principal oración dirigida a la Santísima Virgen, y que es también la más excelente de todas después de la oración dominical, es la que llamamos salutación angélica, llamada así porque su primer autor fue el arcángel San Gabriel. (DC1 404,3,2) Lo que hace tan importante a esta oración es que fue compuesta: 1. Con las palabras que el ángel dijo a la Santísima Virgen al anunciarle el misterio de la Encarnación: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo; 2. Con las admirables palabras que dijo Santa Isabel a la Santísima Virgen cuando tuvo la dicha de recibirla en su casa: bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre. (DC1 404,3,3) Esta oración contiene tres cosas, que son tres formas con que honramos a la Santísima Virgen al rezarle: 1, la saludamos; 2, la alabamos; 3, le suplicamos. Con las primeras palabras del arcángel San Gabriel saludamos a la Santísima Virgen como llena de gracias y colmada de todo tipo de virtudes, para manifestar el respeto que le tenemos por ser Madre de Dios. (DC1 404,3,4) Con las palabras que ha añadido la Iglesia a este saludo, a estas alabanzas y a estas bendiciones, suplicamos a la Santísima Virgen; porque siendo Madre de Dios, tiene pleno poder para con los hombres y les puede alcanzar todo tipo de bienes; y porque teniendo sumo interés por la salvación de todos los hombres, está siempre dispuesta a darnos su ayuda. Encomendamos, sobre todo, a la Santísima Virgen la salvación de nuestra alma; y le rogamos que interceda ante Dios para alcanzarnos, con su asistencia santísima, la gracia de Dios en esta vida y su gloria en la otra. (DC1 404,3,5) Tiene la Iglesia tanta estima y veneración por esta oración, que casi siempre en el oficio la une a la oración dominical, y desea que los fieles no reciten, de ordinario, una sin la otra, para que después de haber pedido a Dios las gracias 78


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que necesitan, rueguen a la Santísima Virgen que se las obtenga por su poderosa protección e intercesión ante Dios, y que se una a ellos durante todo el santo oficio y presente a Dios sus oraciones. (DC1 404,3,6) Como el hombre tiene cuerpo y alma, es muy justo que ambos rindan homenaje a Dios y le tributen honor. Sin duda para este fin no se contentó la Iglesia con que los cristianos realizasen actos de religión, sino que ha prescrito hacer inclinaciones, postraciones, genuflexiones, juntar las manos y extenderlas y golpearse el pecho, tanto para honrar a Dios exteriormente como para expresar con signos sensibles el pesar que se siente por los pecados. (DC1 405,1,1) También para este mismo fin ha querido Dios que los hombres puedan aplicarse a la oración de dos maneras distintas, con el corazón y con la boca. La oración de corazón se llama de ordinario meditación u oración mental, es decir, de la mente, porque el cuerpo no toma parte en ella. Por medio de ella tributamos a Dios nuestros homenajes y le pedimos por nuestras necesidades, hablando sólo con el corazón. (DC1 405,1,2) La oración de boca se llama oración vocal, porque se hace con la voz y la palabra, de las que uno se sirve para rendir honor a Dios y exponerle lo que es necesario o útil para la salvación. (DC1 405,1,3) La oración del corazón, o mental, tiene sobre la oración vocal la ventaja de que es buena y útil en sí misma; y sin duda por este motivo dice Nuestro Señor que adorar a Dios en espíritu es adorarlo en verdad. Mientras que la oración vocal sólo es buena en la medida en que va unida a la oración mental y de corazón, que la debe animar, y de la cual saca toda su fuerza y efecto. Por ello dice David a Dios que su lengua meditará la justicia de Dios, porque si, mientras que la lengua habla al rezar, la mente no medita, la oración que profiere la boca no tiene ninguna utilidad. (DC1 405,1,9) Las oraciones vocales pueden hacerse en público o en particular. Las oraciones públicas son las que realizan los cristianos reunidos en las iglesias. Las particulares son las que cada fiel realiza en privado. Las oraciones públicas tienen sobre las particulares estas ventajas: que están ordenadas por el Espíritu Santo, que guía la Iglesia; que por ellas se obtiene más fácilmente lo que se pide a Dios, a causa del número y de la unión de corazones de los que oran juntos; y que cada uno participa en los méritos de todos los demás que oran con él. (DC1 405,1,13)

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El señor de La Salle renuncia a su patrimonio Luego de nuevas fundaciones de escuelas cristianas y gratuitas en Rethel, Guisa y Laón, La Salle consideró la posibilidad de renunciar a su canonicato y luego el despojo de sus bienes para entregarse por entero a su obra. Ante el disgusto de algunos Hermanos que temían quedarse sin bien alguno, los exhorta en balde a confiar en la Providencia. La respuesta que ellos le dan, le hacen tomar la resolución de dejarlo todo a ejemplo de los apóstoles. "Hombres de poca fe -les decía- con su poca confianza ustedes ponen límites a una bondad ilimitada. Si ciertamente es infinita, universal y continua, como no lo dudan, ella cuidará siempre de ustedes y no les fallará jamás. Ustedes buscan la seguridad; ¿no les basta la del Evangelio? La palabra de Jesucristo es su contrato de alianza: no lo hay más seguro, pues lo ha firmado con su sangre y lo ha sellado con su infalible bondad. ¿Por qué desconfiar entonces? Si las promesas positivas de Dios no pueden calmar sus inquietudes y sus alarmas sobre el porvenir, ¿de qué sirve buscar inversiones de rentas que producirían una entrada equivalente? Consideren los lirios del campo -es el mismo Jesucristo quien los invita a mirarlos- y las flores del campo; y admiren con qué opulencia Dios los colma de belleza y adorno, nada les falta, y el mismo Salomón con todo el esplendor de su gloria no estaba tan bien vestido. Abran los ojos sobre los pajaritos que vuelan en los aires o sobre los animalitos que se arrastran por los campos: a ninguno le falta lo necesario; Dios provee a sus necesidades. Sin granero ni despensa, encuentran por doquier el alimento que la Providencia les tiene preparado y les suministra. Sin sembrar ni cosechar, encuentran su subsistencia. El Padre celeste se encarga de ello. Si su mano bienhechora y liberal extiende su solicitud hasta sobre los más viles insectos, que el hombre pisotea, hasta el heno que se seca y sirve de alimento al fuego, ¿pueden ustedes creer, gente de poca fe, que Aquél a quien consagran su juventud y a quien dedican sus trabajos, los ha de abandonar en la vejez y permitir que arrastren en la miseria una vida empleada en su servicio? Reaviven pues su confianza en una bondad infinita y hónrenla abandonándole el cuidado de sus personas. Sin temer por el presente, sin inquietud por el porvenir, reduzcan sus cuidados para el momento en que viven y no carguen el día que pasa con las preocupaciones del día que sigue. Lo que les falte por la noche se los dará el día siguiente, si saben esperar en Dios. Dios obrará milagros antes que dejarnos sufrir carencias. Después de la palabra de Jesucristo les doy como prueba la experiencia de todos los santos. Los 80


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milagros de la Providencia son cotidianos y sólo cesan para aquellos que desconfían…" Los maestros, cansados de pensar en estas cosas, un día se atrevieron a decirle y a darle una de esas respuestas bruscas e ingenuas, que los sentimientos del corazón creen sin lugar a réplica. “Usted habla con mucha facilidad –le dijeron- pues no le falta nada. Provisto de una buena canonjía y de bienes patrimoniales, está asegurado y al abrigo de la indigencia. Si nuestra empresa fracasa, usted no caerá y la ruina de nuestro estado no moverá al suyo. Somos personas sin posesiones, sin ingresos y aun sin profesión. ¿A dónde iremos, qué vamos a hacer si las escuelas fracasan o si se cansan de nosotros? La pobreza será nuestra única opción y la mendicidad el único medio de aliviarla.” La Salle reflexionó sobre las palabras de los maestros y consultó al Padre Barré sobre su intención de renunciar a sus bienes. "Las zorras -decía a este propósito- tienen sus guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza". Éste es el comentario del P. Barré a estas palabras de Jesucristo: ¿Quiénes son estas zorras mencionadas en el texto sagrado? Son los hijos del siglo que se apegan a los bienes de la tierra. ¿Quiénes son las aves del cielo? Son los religiosos que tienen su cuarto por asilo. Pero para los maestros y maestras de escuela, cuya vocación es instruir a los pobres a ejemplo de Jesucristo, no hay más fortuna en la tierra que la del mismo Hijo del Hombre. La Providencia debe ser el único cimiento sobre el cual es preciso establecer las Escuelas Cristianas. No le conviene ningún otro apoyo. Éste es sólido y las escuelas permanecerán inconmovibles si no tienen otro fundamento…” "Ya que está resuelto a una renuncia total de su patrimonio -le decíanhágalo a favor de su Comunidad. A ello parece obligarlo la piedad y una especie de equidad. Nadie puede encontrar motivo de censura. Es su obra; ella está apenas esbozada y no tiene menos necesidad de sus bienes que de sus manos para poder sostenerse. Como padre, usted debe proveer a la subsistencia de sus hijos, con preferencia a los extraños. Así lo dice la sabiduría, y su buen corazón debe aprobarla. La prudencia del siglo que estaría tentada a vituperar el despojo de sus bienes, hará justicia a la sabia destinación que usted hará de ellos a favor de sus establecimientos. El ejemplo del Sr. Roland, de quien usted tomó consejo mientras vivía, y cuya memoria después de su muerte respeta, debe servirle de modelo. Él dotó las escuelas para las niñas. ¿Por qué no hacer lo mismo con sus escuelas para niños?” "Dios mío, yo no sé si hay que dotar de fondos a las escuelas o no. No me toca a mí establecer Comunidades, ni saber cómo hay que establecerlas. Eres tú quien debes saber, y debes hacerlo de la manera que te plazca. Yo no me 81


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atrevo a fundar, porque no conozco tu voluntad. No contribuiré, con nada para dotar de fondos nuestras casas: si tú las dotas de fondos, ellas quedarán bien fundadas. Si no, ellas permanecerán sin fundar. Te suplico hacerme conocer tu voluntad”. (…) "No me desharé de mis bienes si usted no quiere, me desharé en la medida que usted lo quiera; si me dice que conserve algo, aunque no fuera sino cinco centavos, los conservaré". Al final, luego de mucho orar, La Salle optó por los pobres aprovechando la hambruna que asoló Francia en 1684, tal como hemos estudiado en el perfil biográfico del santo.

Primeros votos perpetuos en el Instituto En 1694, con motivo de la Asamblea celebrada en París y que se considera el primer Capítulo General de la Sociedad, Juan Bautista de La Salle y doce Hermanos hicieron tres votos perpetuos: de asociación, de estabilidad y de obediencia. Blain nos dice que el santo pidió a cada uno de ellos que durante los meses precedentes hicieran un retiro en particular. Esto significa que cuando llegaron a la Asamblea ya estaban dispuestos para el compromiso. La fórmula que emplearon fue esta: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, postrado con el más profundo respeto ante vuestra infinita y adorable Majestad, me consagro enteramente a Vos, para procurar vuestra gloria cuanto me fuere posible y Vos lo exigiereis de mí. (FV 2,0,1) Y a este fin, yo, Juan Bautista De La Salle, sacerdote, prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos Nicolás Vuyart, Gabriel Drolin, Juan Partois, Gabriel Carlos Rasigade, Juan Henry, Santiago Compain, Juan Jacquot, Juan Luis de Marcheville, Miguel Bartolomé Jacquinot, Edmo Leguillon, Gil Pierre y Claudio Roussel. (FV 2,0,2) Para tener juntos y por asociación las escuelas gratuitas, donde quiera que sea, incluso si para hacerlo me viere obligado a pedir limosna y a vivir de sólo pan; o para cumplir en dicha Sociedad aquello a lo que fuere destinado, ya por el Cuerpo de la Sociedad, ya por los superiores que la gobiernen. (FV 2,0,3) Por lo cual, prometo y hago voto de obediencia, tanto al Cuerpo de esta Sociedad como a los superiores. Los cuales votos, tanto de asociación como de estabilidad en dicha Sociedad y de obediencia, prometo guardar inviolablemente durante toda mi vida. (FV 2,0,4) 82


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En fe de lo cual lo he firmado. En Vaugirard, el seis de junio, día de la fiesta de la Santísima Trinidad del año mil seiscientos noventa y cuatro. (FV 2,0,5)

Las Reglas Comunes de los Hermanos En el momento de establecer y redactar unas reglas para un grupo de personas que iniciaban un estilo de vida muy original para la época, Juan Bautista de La Salle leyó y se informó en escritos de otros autores anteriores, y que en determinados momentos pidió consejo a personas prudentes y con experiencia. Maillefer (1723) dice «Cuando el señor De La Salle vio que su noviciado estaba bien fundado sobre las reglas que en él hacía observar, juzgó que era necesario redactarlas por escrito para fijarlas y perpetuarlas entre los Hermanos de su Instituto. Se preparó a ello con prolongadas oraciones, frecuentes ayunos y duras penitencias; y lleno del espíritu de Dios, del que se sentía animado, compuso un conjunto (de reglas). Luego reunió a los Hermanos de las dos comunidades de París y de Vaugirard, les pidió que reflexionaran sobre ello, y que le dijeran lo que consideraban que había que suprimir o añadir». Y el mismo Maillefer añade: «Cuando los Hermanos de las dos comunidades se sometieron a observar estas reglas, con las modificaciones que se había visto conveniente introducir, el señor de La Salle quiso además tener la aprobación de los que residían en las provincias. Pues aunque tuviera la firmeza para mantener las Reglas, una vez que estuviesen establecidas, no quería admitir ninguna sino con el consentimiento unánime, para evitar todas las objeciones que se hubieran podido suscitar en lo sucesivo, e impedir cualquier pretexto para la relajación...». En 1717 tuvo lugar una Asamblea en San Yon, cerca de Ruán, en la que Juan Bautista no quiso asistir, deseando que los Hermanos tomasen en sus manos la plena responsabilidad de la Sociedad. Pero los miembros de este Capítulo General, que eligió como sucesor de Juan Bautista y primer Superior General al Hermano Bartolomé, propusieron algunas modificaciones en ciertas reglas y prácticas. Y pidieron que fuera el fundador mismo quien hiciera la revisión de todo el texto y quien le diera forma definitiva. Él cumplió este cometido en pocas semanas, y fruto de esta revisión es el manuscrito de 1718, copia del texto original, autenticado por el Superior General, Hermano Bartolomé. 28

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El Hermano Saturnino Gallego, en el Tomo II de Vida y Pensamiento de San Juan Bautista de La Salle, BAC, Madrid, 1986, ha ofrecido otra edición de las Reglas, pero ateniéndose al texto de 1718, por lo cual ha tenido que modificar, en determinados artículos, el texto de la edición de 1903. En conjunto su traducción es más fiel al texto original del manuscrito de 1718. En otras ocasiones, más bien pocas, ha adoptado la traducción de las otras dos ediciones, sea la de 1924, sea la de 1947.

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Veamos algunos puntos esenciales de esas Reglas: El Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas es una Sociedad en la cual se hace profesión de dar escuela gratuitamente. (RC 1,1) No podrán ser sacerdotes ni aspirar al estado eclesiástico, ni siquiera cantar, ni revestir sobrepelliz, ni desempeñar función alguna en la iglesia, sino ayudar a Misa rezada. (RC 1,2) El fin de este Instituto es dar cristiana educación a los niños; y con este objeto tiene las escuelas, para que, estando los niños mañana y tarde bajo la dirección de los maestros, puedan éstos enseñarles a vivir bien, instruyéndolos en los misterios de nuestra santa religión, inspirándoles las máximas cristianas, y darles así la educación que les conviene. (RC 1,3) El espíritu de este Instituto es, en primer lugar, el espíritu de Fe, que debe mover a los que lo componen a no mirar nada sino con los ojos de la fe, a no hacer nada sino con la mira en Dios, y a atribuirlo todo a Dios, penetrándose constantemente de estos sentimientos de Job: El Señor me lo dio todo, el Señor me lo ha quitado; como agradó al Señor, así se ha hecho, y de otros semejantes con tanta frecuencia expresados en la Sagrada Escritura, y por boca de los antiguos Patriarcas. (RC 2,2) En segundo lugar, el espíritu de su Instituto consiste en el celo ardiente de instruir a los niños, y educarlos en el santo temor de Dios, moverlos a conservar su inocencia si no la hubieren perdido, e inspirarles gran alejamiento y sumo horror al pecado y a todo cuanto pudiera hacerles perder la pureza. (RC 2,9) Los Hermanos de este Instituto deben amar mucho el santo ejercicio de la oración, y deben considerarlo como el primero y principal de sus ejercicios diarios, y el que mejor puede atraer la bendición de Dios sobre todos los demás. Serán exactos en hacerla todos los días, en el tiempo y por cuanto tiempo prescribe la Regla; y no se ausentarán de este ejercicio sin una necesidad urgente que no pueda diferirse. Si alguna vez se vieren obligados a ausentarse, pedirán al Hermano Director otro tiempo para hacerla en el mismo día, sin falta. (RC 4,1) Tendrán igualmente muy singular afecto a la sagrada Comunión. (RC 4,4) Los Hermanos darán en todas partes escuela gratuitamente, y esto es esencial a su Instituto. (RC 7,1) No recibirán de los alumnos ni de sus padres dinero, ni regalo alguno, por pequeño que sea, en ningún día ni en ninguna circunstancia. (RC 7,11)

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Amarán tiernamente a todos sus alumnos; empero no se familiarizarán con ninguno de ellos, ni les darán cosa alguna por especial predilección, sino solamente como recompensa o estímulo. (RC 7,13) Manifestarán a todos los alumnos igual afecto, y más aún a los pobres que a los ricos, por estarles aquéllos mucho más encomendados por su Instituto que éstos. (RC 7,14) Se esmerarán en dar a sus alumnos, con sus modales y en toda su conducta, ejemplo constante de la modestia y de todas las demás virtudes que deben enseñarles y hacerles practicar. (RC 7,15) Los Hermanos velarán con toda la atención posible sobre sí mismos, para no castigar a sus alumnos sino muy rara vez, pues han de estar persuadidos de que éste es uno de los principales medios para ordenar bien su escuela, y para establecer en ella perfecta disciplina. (RC 8,1) Cuando se vean precisados los Hermanos a castigar a algún alumno, lo que procurarán entonces con más miramiento será hacerlo con grande moderación y posesión de sí mismos, y con las condiciones prescritas en la Guía de las Escuelas; y para esto, nunca lo harán por movimiento repentino, ni cuando sientan su ánimo agitado. (RC 8,2) Para este fin, velarán entonces de tal modo sobre sí mismos, que ni la pasión de la cólera ni el menor asomo de impaciencia intervengan en las correcciones que hagan, ni en ninguna de sus palabras o actos; pues deben estar convencidos de que, si no toman esta precaución, no se aprovecharán los alumnos de la corrección –lo cual es, sin embargo, el fin que deben proponerse los Hermanos al darla–, y de que Dios no la bendecirá. (RC 8,3) Vigilarán en gran manera sobre sí mismos, para no hacer en la escuela nada que no esté bien y no sea decoroso, y sobre todo para no manifestar nada que denote ligereza o pasión. (RC 9,9) Los Hermanos se profesarán cordial afecto unos a otros; pero a ninguno darán muestra ni señal alguna de afecto particular, por respeto a Nuestro Señor, a quien deben honrar igualmente en todos, por estar animados de Él y vivir de su Espíritu. (RC 13,1) Los Hermanos honrarán a todas las personas extrañas con quienes tengan que tratar, pero sin contraer amistad particular con ninguna. (RC 14,2) Los diez Mandamientos propios de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que han de tener siempre en la mente para meditarlos, y en el corazón para practicarlos, y deben ser materia de sus exámenes: -

A Dios en vuestro jefe honraréis, obedeciéndole prontamente. 85


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-

A todos vuestros Hermanos amaréis, cordial y constantemente. A los niños enseñaréis, con esmero y gratuitamente. Por espíritu de fe todo lo haréis, y por Dios únicamente. El debido tiempo emplearéis en la Oración fervorosamente. En Dios presente pensaréis, a menudo interiormente. Vuestro espíritu mortificaréis y los sentidos, frecuentemente. El silencio guardaréis, a su tiempo, muy exactamente. Castos os conservaréis, con muy gran recogimiento. La pobreza siempre amaréis, no poseyendo nada voluntariamente. (RC 16,8)

Los Hermanos no poseerán nada propio; todo estará en común en cada casa, aun los hábitos y demás cosas necesarias para uso de los Hermanos. (RC 17,1) Los Hermanos no poseerán nada, y si cuentan con algunos bienes cederán sus rentas a su familia o a la Sociedad, sin que puedan hacer ningún uso de ellas; y si al ingresar traen algo de dinero, lo cederán a la Sociedad. (RC 17,8) Los Hermanos deben estar persuadidos de que no se tolerará en el Instituto a ninguno en quien se haya notado o se note algo exterior contrario a la pureza. (RC 19,1) Por tanto, su primero y principal cuidado respecto al exterior será hacer que resplandezca en ellos la castidad sobre todas las demás virtudes. (RC 19,2) Para conservar esta virtud con todo el esmero que requiere manifestarán mucho pudor en todo. (RC 19,3) Puede decirse en general que los Hermanos deben manifestar en todas sus acciones exteriores grande modestia y humildad, juntamente con la cordura que requiere su profesión. (RC 21,1) Los Hermanos que hubieren aprendido la lengua latina no harán uso alguno de ella, desde el momento en que ingresen en la Sociedad, y se comportarán como si no la conociesen; así, pues, no se permitirá a ningún Hermano que enseñe la lengua latina a nadie, ni en casa, ni fuera de ella. (RC 26,1)

Crisis en el Instituto pero con un buen final En 1712 de La Salle, abrumado y exhausto por las persecuciones y el acoso, golpeado interiormente por algunos disgustos con los Hermanos de las tres comunidades de la región de París, decidió desaparecer, y viajó hacia la región sur de Francia. En su ausencia y ante su silencio, se tejieron todo tipo de conjeturas: sus enemigos decían que había abandonado el Instituto que fundara; los Hermanos 86


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se preguntaban si era verdad, pues no sabían con certeza dónde estaba; otros afirmaban que había ingresado en la vida monacal. Lo cierto es que se había interrumpido de manera notable la comunicación habitual entre los Hermanos y su Padre. Agobiados por esta dolorosa realidad, y comprendiendo la magnitud del peligro que corría la naciente Sociedad, ante la prolongada ausencia del Fundador, los Hermanos de las tres comunidades de la región norte de Francia, París, San Dionisio y Versailles, se consultaron en busca de soluciones que permitieran revertir cuanto antes esta situación inusitada. Como resultado, tomaron una decisión dramática pero a la altura de la crisis de vida o muerte en que se encontraban: le escribirían a La Salle, ratificándole su obediencia y le ordenarían que regresara de inmediato a retomar el gobierno del Instituto. He aquí, textualmente, la histórica y emotiva carta: “Señor, nuestro muy querido Padre: Nosotros, principales Hermanos de las Escuelas Cristianas, teniendo en cuenta la mayor gloria de Dios, el bien de la Iglesia y el de nuestra Sociedad, reconocemos que es de capital importancia que Ud. reasuma el cuidado y la dirección de la santa obra de Dios, que lo es también suya, puesto que ha sido del agrado del Señor servirse de Ud. para establecerla y conducirla desde hace mucho tiempo. Todos estamos convencidos de que Dios le ha dado y le da las gracias y talentos necesarios para gobernar bien esta nueva Compañía que es de gran utilidad para la Iglesia; y con toda justicia damos testimonio de que siempre la ha guiado con mucho éxito y edificación. Por lo cual, Señor, le rogamos muy humildemente, y le ordenamos en nombre y de parte del Cuerpo de la Sociedad al que Ud. ha prometido obediencia, asumir de inmediato el gobierno general del Instituto. En fe de lo cual firmamos, en París, el día 1° de abril de 1714, y quedamos con profundo respeto, señor nuestro muy querido Padre, sus humildes y obedientes inferiores.” Destaquemos algunos aspectos significativos de esta conmovedora carta: La fecha de su redacción coincidió ese año nada menos que con el Domingo de Resurrección. ¿Feliz coincidencia, o fue una opción consciente de los Hermanos? Sabido es la importancia que los Misterios de la vida de Jesús tenían para los hombres espirituales de la Francia del siglo XVII. En todo caso, no se puede dudar de que La Salle habrá tenido que hacer una lectura “espiritual” de un mensaje tan inesperado de sus Hermanos, sus hijos 87


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espirituales, desde la perspectiva pascual que se conmemoraba en esa fecha central del Misterio cristiano. Por otro lado, efectivamente, era una realidad que el 6 de junio de 1694, en la festividad de la Santísima Trinidad , el Fundador y doce Hermanos habían hecho los Votos Perpetuos, peculiares de la nueva Sociedad: obediencia, estabilidad y asociación. La Salle se había ligado, pues, para toda la vida, con la Sociedad que él mismo fundara. Los signatarios de la carta se lo recuerdan con una claridad que sorprende. Un tercer elemento es digno de atención: los Hermanos firmantes no hablan de su propia seguridad; más bien invocan una razón eclesial para exigir su regreso: por dos veces mencionan la importancia que para el bien de la Iglesia tiene la permanencia de esta nueva “Compañía”. Están beneficiándose en su argumentación, de la intensa conciencia eclesial que el propio Fundador les había inculcado, y de la que había dejado constancia en muchos de sus escritos, especialmente en dos de sus Meditaciones para el Tiempo de Retiro, la No.199 y la 200. Esos Hermanos percibían ya su acción educativa como un auténtico Ministerio desde la perspectiva eclesial. El lector quizás se pregunte qué habrá pasado en el corazón de la Salle al recibir esta inesperada carta. El biógrafo Blain dice que “La Salle se conmovió y se admiró”. Pero también aclara que algunos le recomendaron que no volviera a París, y que era una trampa de sus enemigos para acabar de hundirlo. El santo recordaría: Yo pensaba que la dirección de las escuelas y de los maestros, que yo iba tomando, sería tan sólo una dirección exterior, que no me comprometería con ellos más que a atender a su sustento y a cuidar de que desempeñasen su empleo con piedad y aplicación. (MSO 1) Fueron esas dos circunstancias, a saber, el encuentro con el señor Nyel y la propuesta que me hizo esta señora, por las que comencé a cuidar de las escuelas de niños. Antes, yo no había, en absoluto, pensado en ello; si bien, no es que nadie me hubiera propuesto el proyecto. (MSO 2) Algunos amigos del señor Roland habían intentado sugerírmelo, pero la idea no arraigó en mi espíritu y jamás hubiera pensado en realizarla. (MSO 3) Incluso, si hubiera pensado que por el cuidado, de pura caridad, que me tomaba de los maestros de escuela me hubiera visto obligado alguna vez a vivir con ellos, lo hubiera abandonado; pues, como yo, casi naturalmente, valoraba en menos que a mi criado a aquellos a quienes me veía obligado a emplear en las escuelas, sobre todo, en el comienzo, la simple idea de tener que vivir con ellos me hubiera resultado insoportable. (MSO 4) 88


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En efecto, cuando hice que vinieran a mi casa, yo sentí al principio mucha dificultad; y eso duró dos años. (MSO 5) Por este motivo, aparentemente, Dios, que gobierna todas las cosas con sabiduría y suavidad, y que no acostumbra a forzar la inclinación de los hombres, queriendo comprometerme a que tomara por entero el cuidado de las escuelas, lo hizo de manera totalmente imperceptible y en mucho tiempo; de modo que un compromiso me llevaba a otro, sin haberlo previsto en los comienzos. (MSO 6) La Salle vuelve a París. Ahora su preocupación es la de preparar un sucesor elegido entre los Hermanos. Para ello, envía al Hermano Bartolomé en 1716 a visitar las comunidades para organizar una Asamblea General. Esta se tiene al año siguiente, y en ella el Hermano Bartolomé es elegido primer superior general del Instituto. También se hace la redacción definitiva de las Reglas.

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Expansión y pervivencia La expansión de los Hermanos de las Escuelas Cristianas durante la vida de La Salle fue rápida. A lo largo del año 1682 se establecieron ya en cuatro ciudades de la Champagne. Seis años después, en 1688, se abría en París la primera «escuela cristiana», en la parroquia de San Sulpicio. En 1691 el centro del Instituto se fijaba en la capital de Francia, desde donde los Hermanos se extendieron a las principales ciudades del reino. En 1700 dos Hermanos se establecieron en Roma, y al cabo de cinco años, lograban abrir una escuela en la ciudad eterna. Cuando en 1717 La Salle confió el gobierno del Instituto al Hno. Bartolomé, la Congregación contaba con 24 casas y 102 miembros. Ya fallecido Juan Bautista, en 1789, en vísperas de ser barrida por la tormenta revolucionaria, había alcanzado el número de 1.000 Hermanos repartidos en 25 establecimientos, de los cuales dos se hallaban en Italia, uno en Suiza y otro en la Martinica. Restablecido el Instituto en Francia, en 1803, y reconocida su existencia legal por Napoleón, en 1809, alcanzó gran prosperidad a lo largo de todo el s. XIX, en particular durante el generalato del Hermano Felipe (1838-74). En este período adquirió categoría internacional con la fundación de 98 centros en Europa, 26 en Asia, 44 en África y 101 en América. Cuando en 1904 las leyes persecutorias de Combes prohibieron la enseñanza en Francia a las Congregaciones religiosas ya había 10.000 Hermanos. Muchos de estos Hermanos, expulsados de sus casas, continuaron la labor pedagógica en el extranjero, contribuyendo a la mayor difusión del Instituto. En 1971 constaba de 14.517 miembros y 1.523 centros. Pero no se trata tan solo de crecimiento sino calidad de la institución y de los servicios educativos que ha ido proporcionando. En efecto, la sociedad lo captó, y se generalizó el deseo de contar con una Escuela que preparase a los niños con la misma disciplina y eficiencia. Y así, cuando al final del siglo XVIII llegó a Francia la Revolución Francesa, ya no se podía decir que todo el pueblo era ignorante. Había varias generaciones de ciudadanos, de nivel medio y bajo, que habían alcanzado un estatus social superior al del pueblo humilde y pobre, precisamente por tener el fundamento de una buena formación elemental. Después de la Revolución, vino la restauración, el Estado organizó la Escuela como algo que le incumbía. Se había dado cuenta del fruto que 90


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habían producido las Escuelas Cristianas, y quiso restaurarlas y extenderlas por todo el país. De todos los rincones, especialmente de ayuntamientos y de parroquias, llegaron a los superiores del Instituto peticiones para contar con escuelas de los Hermanos. Y cuando algunos párrocos no conseguían Hermanos, porque no había suficientes para atender todas las peticiones, ellos mismos instituían la Escuela. Y de este modo surgieron algunas Congregaciones e Institutos religiosos nuevos en la sociedad y en la Iglesia de Francia. Influencia de las Escuelas Cristianas en la historia de la pedagogía Las Escuelas Cristianas tuvieron enorme influencia en el campo de la Pedagogía, y algunos de sus principios sirvieron de pauta en la educación en muchos países. Tales principios pueden sintetizarse así: la idea de que la educación ha de ser accesible para todos, sin distinción de clases sociales; los contenidos básicos de la enseñanza primaria; el sistema de enseñanza simultáneo, con preferencia al sistema individual; el criterio de agrupar a los alumnos por niveles en cada tipo de enseñanza; el sentido del valor social de la educación en la forrmación de buenos ciudadanos mediante la cortesía y los buenos modales; las responsabilidades del alumno dentro de la clase y de la escuela; el modo de corregir a los alumnos según su temperamento personal; el valor de la formación religiosa y moral; el orden y la disciplina en el aprendizaje, etcétera. Estos principios y prácticas pedagógicas fueron calando en muchos tipos de escuela, sobre todo cuando en los siglos XVIII y XIX se multiplicaron las congregaciones docentes. Pero no sólo en las escuelas congregacionales, sino en otras promovidas por los Estados para extender la educación a todos los ciudadanos. Hoy son numerosos los Estados que han venido a copiar, de hecho, el modelo original de La Salle: una escuela que ofrezca educación gratuita de calidad a todos, sin discriminación de clases sociales. Es lástima que al hacerlo han orillado dos principios claves. Por un lado, ya no se trata de una escuela “cristiana”, sino laica, justificada por la laicidad del Estado. Por otro, sólo se financia la enseñanza estatal, con lo cual discriminan a los que no escogen su modelo educativo. No es lo mejor, pero al menos las Escuelas Cristianas, tras la eficacia que demostraron durante más de un siglo, hicieron tomar conciencia a los Estados –y a las sociedades– de la importancia de la educación elemental para todos los ciudadanos. Es mérito de las Escuelas Cristianas de Juan Bautista de La Salle y de varias docenas de congregaciones religiosas docentes, cuyo origen se inspiró en el Instituto por él fundado. Es bueno tener en cuenta que en la vida, y lógicamente en la educación, hay algo esencial que permanece a través del tiempo; y algo, también, que cambia, como fruto de la experiencia diaria, y a veces son asuntos de gran 91


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importancia y con enfoques muy profundos. Toda esta evolución ayuda a medir el inmenso valor de la Guía de las Escuelas en la historia de la Pedagogía. Aunque algunos teóricos de la educación lo desconozcan, fue una obra que marcó profundamente la evolución de la escuela y de las ideas pedagógicas. Durante el siglo XX, sobre todo a partir de 1923 en que se abrogó la ley que prohibía el estudio y la enseñanza del latín en el Instituto, los Hermanos han ido ampliando considerablemente su radio de acción a todos los campos de la enseñanza. Con todo, y ante el peligro de que el Instituto se apartase de su fin específico, ora dejando el apostolado de la escuela por otros extraescolares, ora dedicándose preferentemente a las clases acomodadas con detrimento de las más humildes y necesitadas, el Capítulo General «ordinario» de 1966-67, convertido en Capítulo «especial» para adaptar las directrices del Concilio Vaticano II, acordó recordar a los Hermanos los siguientes principios: a) «La escuela constituye el instrumento preferido en la actividad del Hermano; si bien el Instituto adopta otras formas de enseñanza y educación que se acomodan a las circunstancias y necesidades de los tiempos». b) «El Instituto se dirige preferentemente a los pobres, por más que sus actividades apostólicas y culturales se extiendan a todos los jóvenes a quienes pueda ser útil. Estimula a todos los Hermanos para que acudan en favor de aquellos cuya pobreza pudiera ser obstáculo, tanto a la promoción de sus personas, como a la aceptación del mensaje de Jesucristo» (Reglas y Constituciones de 1967). Es reconfortante saber que siguiendo los pasos del Fundador, 13 Hermanos han sido canonizados, 77 son Beatos y otros 86, entre ellos numerosos mártires, están en la vía de la santidad con proceso iniciado o en vía de concluir. Después de 1966, cuando el Instituto tenía el mayor número de miembros de toda su historia, vino un período de rápido declive, en cuyo transcurso un número significativo de sus miembros, por razones diversas, decidieron dejar el Instituto. A la vez se estaba dando una notable disminución en el ingreso de nuevos miembros, de manera que los números totales de 1986 venían a ser la mitad de los que existían veinte años antes. Y sin embargo, paradójicamente, las obras apostólicas de las que el Instituto era responsable en 1986 eran más numerosas, en razón del crecimiento de la Familia Lasallista. La familia lasaliana “La Familia Lasaliana se refiere a todos los que participan en el proyecto educativo lasaliano, especialmente a los que asumen el proceso de compartir el espíritu y la misión de San Juan Bautista de La Salle”. (42° Capítulo General Circ.435) La Familia Lasaliana es como “un paraguas” bajo el cual encuentran cobijo cristianos provenientes de diversas culturas que representan una diversidad de confesiones cristianas. Además de los Hermanos, en la actualidad forman parte de ella: 92


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Hermanas Guadalupanas de La Salle, Hermanas La Salle del Vietnam Hermanas del Niño Jesús Fraternidad “Signum Fidei” Instituto secular Unión de Catequistas de Jesús Crucificado y de María Inmaculada, Jóvenes Lasalianos Afiliados al Instituto de los FSC Unión Mundial de Ex-Alumnos Lasalianos

De todas estas instituciones vamos a destacar la Fraternidad “Signum Fidei” por cuanto es la que mejor conocemos y la que vemos tiene una gran proyección. En la década de los años setenta, en muchos lugares del mundo lasallista, seglares deseosos de una vida cristiana más comprometida solicitaron a los Hermanos de las Escuelas Cristianas compartir más estrechamente con ellos no sólo el trabajo educativo, sino también su propio espíritu y carisma. Así es como nace la Fraternidad Signum Fidei que hoy se encuentra en 36 países Sus miembros son cristianos seglares adultos, hombres o mujeres que han sido objeto de una llamada particular de Dios. Quieren vivir en plenitud la consagración bautismal y ser en el mundo y particularmente en el campo de la educación cristiana una señal viva del amor de Dios a los hombres, especialmente en medio de los pobres y abandonados. Su vocación se centra en los valores fundamentales lasallistas: se esfuerzan por seguir el itinerario evangélico de San Juan Bautista de la Salle y profundizan y viven la espiritualidad lasallista: fe, celo para el servicio, y comunión para la misión. Son testimonio vivo para los demás en su ambiente familiar, de trabajo profesional y en sus relaciones sociales. Además, forman parte de la Familia Lasaliana y comparten su carisma también el movimiento de Jóvenes Lasalianos, la Unión Mundial de Exalumnos (UMAEL) y la Asociación Internacional de las Universidades Lasalianas (IALU/AIUL). También cabe considerar que hay Asociados Lasalianos, es decir todos aquellos que tienen algún vínculo específico con la estructura del Instituto y que participan, en diversas formas, en la Misión Educativa Lasaliana. La actividad educativa de esta amplia familia se realiza en favor de todos los sectores sociales. En el año 1990, Año Internacional de la Alfabetización, la UNESCO otorgó al Instituto de Hermanos de las Escuelas Cristianas, el “Premio NOMA de alfabetización 1990”, por su excelente trabajo, en ese campo de la educación, en todo el mundo, tanto con los niños como con los adultos.

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Presencia Lasaliana en sociedades multirreligiosas La Familia Lasaliana reconoce y acoge a personas de otras religiones, creyentes de otras confesiones que comparten la Misión Educativa Lasaliana y llama a La Salle “nuestro Fundador”. En efecto, la misión lasaliana se vive ya en el contexto de sociedades pluriculturales y multirreligiosas. Los Hermanos y los colaboradores que trabajan en estas sociedades, experimentan respuestas muy diversas, que muy a menudo van desde la intolerancia o la indiferencia . La presencia del Instituto en sociedades multirreligiosas exige un diálogo interreligioso en cuatro niveles: 1. Vida: Hermanos, Colaboradores y jóvenes construyen relaciones de amistad y desarrollan la fraternidad transcendiendo las diferencias religiosas. 2. Escuela: Un lugar de encuentro en el cual el niño es el centro, cualquiera que sea su religión. Continúa siendo un lugar para la educación humana y religiosa, dando la prioridad al servicio educativo de los pobres. 3. Servicios: Hermanos, Colaboradores y jóvenes son solidarios al servicio de los pobres, a pesar de sus diferencias religiosas. 4. Institucionalidad: el diálogo interrreligioso en asambleas nacionales o internacionales. Hoy, a mitad de la segunda década del Siglo XXI, San Juan Bautista de La Salle y el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, continúan siendo un referente para los educadores; gracias a la invención de un estilo educativo que en su esencia mantiene vigencia y que mediante su carisma es capaz de dar respuesta a muchos jóvenes que quieren trabajar en beneficio de las clases pobres y en favor de la justicia. Ahora también tenemos claro que el santo no es propiedad privada de los Hermanos. Su Carisma es un don del Espíritu Santo a toda la Iglesia y por eso se ha convertido en Padre Espiritual de religiosos, religiosas, sacerdotes y seglares que se inspiran en su estilo de vivir el Evangelio. Esto lo sintetiza muy bien la Regla de 1986 cuando afirma: "Los dones espirituales que la Iglesia ha recibido en San Juan Bautista De La Salle desbordan el marco del Instituto que fundó".

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Epílogo Al concluir este breve estudio quiero rearfirmar que, a mi juicio, La Salle fue, es y será un Maestro para quienes hemos hecho de la educación nuestra forma de pensar y vivir. Desde que ingresé al primer grado de primaria del Colegio San Narciso de Girona, regentado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, he tenido el amparo e influencia de San Juan Bautista de La Salle. Luego, ubicado en el contexto de un humanismo científico-tecnológico de inspiración cristiana, siempre he creído que, como lo he dicho y escrito en tantas oportunidades, la educación es un proceso de emancipación mediante el cual una persona/un pueblo deja de ser mero sujeto para convertirse en agente de su propio destino gracias a su capacidad transformadora. Me he sentido muy cómodo trabajando en la Pontificia Universidad Católica del Perú, “una comunidad académica plural y tolerante, inspirada en principios éticos, democráticos y católicos”. Cuando participé, con el P. Ricardo Morales y un selecto grupo de colegas, en la fundación de Foro Educativo quisimos hacer de él “una asociación sin fines de lucro, plural y autónoma, comprometida con la transformación y el desarrollo de la educación peruana en la perspectiva del desarrollo humano sostenible y de una cultura democrática”. Y ahora, ya retirado del accionar directo con las instituciones educativas, sigo pensando y escribiendo con la misma tónica que lo hiciera antes, consciente de que actualmente La Salle es un modelo de vida para cuantos creemos en la educación, aunque no sean católicos. La existencia de Juan Bautista habría pasado desapercibida si se hubiera contentado con vivir de acuerdo a su clase social, sin preocuparse por hacer ninguna obra excepcional en favor del pueblo necesitado. Pero la fuerza misteriosa de la gracia de Dios encontró en él un instrumento dócil para renovar la pedagogía y fundar una Comunidad religiosa que ha mantenido vigente su obra en todo el mundo. Estamos lejos de su realidad y de su lenguaje pero en realidad su mensaje es el mismo. Debemos tener en cuenta que la vuelta a las fuentes es un medio de leer nuestro presente a la luz de la alteridad que nos enfrenta a un pasado que perdura. Si las iniciativas y los descubrimientos originales de Juan Bautista de La Salle corresponden al tiempo que los vio nacer, no por eso quedan reducidos sólo a su léxico y a su época, salvo que se quiera reducir el pasado a mero objeto.

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En tal sentido, el Hermano Léon Lauraire (2006) nos propone, por ejemplo, una lectura de la obra cumbre de La Salle, “Guía de las Escuelas Cristianas”, que la sitúe en el contexto preciso de la Francia del final del siglo XVII y principios del XVIII, evitando todo anacronismo; y a partir de ahí realizar la debida comparación y luego extraer las conclusiones adecuadas. En verdad, las condiciones culturales y sociales en las que vivimos en el siglo XXI han cambiado radicalmente respecto a la época del santo. A lo que conviene volver es al acto espiritual inicial de aquél que, al crear el Instituto de los Hermanos, se situaba en claro distanciamiento respecto a las categorías recibidas de su tiempo, ya se tratara de las órdenes religiosas, del sacerdocio ministerial o de los gremios de maestros de escuela o de maestros calígrafos. El análisis preciso que Lauraire hace de los diferentes procedimientos empleados en la Guía, nos permite calibrar toda la innovación que supuso en su época el programa de Juan Bautista de La Salle. Como señalé en la introducción, La Salle dio un viraje de 180 grados a la educación de su tiempo. Reemplazó el sistema del terror por el método del amor y de la convicción y los resultados fueron maravillosos. La gente se quedaba admirada al ver cómo mejoraba totalmente la juventud al ser educada con los métodos de Juan Bautista. Además, logró democratizar la educación en una época en que asistían a la escuela sólo niños privilegiados. De La Salle hizo posible que los demás niños, cuyos padres eran pobres, pudieran también recibir educación de calidad en las Escuelas de los Hermanos. No me queda más que agradecer a quienes tengan a bien leer este estudio. Sus críticas y aportes me permitirán seguir trabajando en la línea de este gran Maestro.

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