imposible que la Masonería exista, ya que en caso contrario se transforma en una simple sociedad en eterno conflicto de intereses, donde cada masón lucha por defenderse de los demás y en espera de una oportunidad de pasar factura por hechos que lo perjudicaron en el pasado. Así jamás se lograría salir del eterno círculo vicioso que sufren las sociedades profanas y los nobles principios de la Masonería no podrían desarrollarse hasta madurar y dar los frutos que todos estamos buscando. Por eso y para poder seguir por el largo camino que los masones debemos recorrer debemos aprender a perdonar y aprender a pedir Perdón. Para aprender a perdonar el punto de referencia es el Perdón infinito del G.·.A.·.D.·.U.·.. Nos perdona no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno. Su infinita capacidad de comprendernos y de perdonar nos hace buenos. Nos ama no sólo cuando somos “agradables”, sino también cuando lo ofendemos u ofendemos a un Q.·.H.·. que es una extensión de Él mismo. Entonces, su perdón nos lleva a buscar nuestras faltas, errores y nuestra vuelta a la Fraternidad perdida, que es nuestra única posibilidad de ser masones. Para que no quepan dudas podemos analizar la conocidísima parábola del hijo pródigo (Lc15,11-32), la cual es un hermoso ejemplo del tipo de perdón que debe existir entre QQ.·.HH.·.. Fraternidad incluye perdonar y el deseo de ser perdonado siempre que sea necesario. Y cuánto más grande sea la Fraternidad, más grande será la capacidad de perdonar. Pero un masón en lo que respecta a todo en su vida, incluyendo al Perdón, no debe caer en los extremos siempre perjudiciales y recordar que las virtudes van siempre juntas. Un Perdón injusto, sería 147