violin

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"Así que, al fin de cuentas, llegué a andar en este auto —me dije cuando vi que ellos seguían viaje—. Pese a que me perdí el sepelio." Qué radiante me pareció mi casa. Mi casa. ¡Ay, pobre Katrinka! Los brazos de Althea eran como de seda negra, y siempre que nos abrazamos, me da la sensación de que nada en el mundo puede hacerle daño a nadie. De nada vale que trate de escribir aquí lo que dijo, porque no se le entiende más que a Lacomb, y pronuncia apenas una sílaba de cada palabra multisilábica que articula, pero me di cuenta de que decía bienvenida de vuelta a la casa, me tenía preocupada, la eché mucho de menos, y habría hecho cualquier cosa esos últimos días, tendría que haberme llamado, le podría haber lavado las sábanas, no le tengo miedo a lavar sábanas, ahora acuéstese, déjeme que le preparo un chocolate caliente, mi querida. Lacomb apareció furtivamente por la puerta de la cocina, un hombre bajo, calvo, que pasaría por blanco en cualquier parte salvo en Nueva Orleáns, pero después se le oía la voz, claro, y eso siempre lo traicionaba. —¿Cómo anda, patrona? La noto delgada. Tiene que comer algo. Althea, ni se te ocurra darle a esta mujer comida que hayas hecho tú. Patrona, salgo y le compro alguna cosa. ¿Qué tiene ganas de comer? Esta casa está llena de flores, patrona. Yo podría venderlas en el frente y ganarme unos dólares. Me reí. Althea lo reprendió enérgicamente con las adecuadas subidas y bajadas de tono, acompañadas de varios ademanes. Yo me dirigí a la planta alta a verificar que la cama con dosel, estilo Príncipe de Gales, siguiera estando en su lugar. Lo estaba, y con su nuevo volado de raso. La madre de Karl había puesto un cuadro con la foto de él junto a la cama, no el esqueleto que se habían llevado en un carro sino el hombre bondadoso, de ojos castaños, que 65


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