La Múcura Revista No. 1

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también del mundo occidental, me he propuesto entender, a partir del relato de la creación humana consignado en el libro del Génesis, la dualidad contradictoria que propone el hecho de que, en el cristianismo, la «cultura» es una forma de transgresión a la autoridad divina y a la vez una forma de acatamiento a esa misma autoridad. Pero para ello es necesario aproximarse a esa afirmación parte por parte, y como es menester, primero indagando en el relato inicial de las Sagradas Escrituras1.

En el principio creó Dios los cielos y la tierra Nos cuenta el primer capítulo del Génesis que al sexto día, luego de haber creado el mundo, las plantas y los animales, creó Dios al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya para que se multiplicaran y poblaran la tierra. El primer capítulo no nos da mayores detalles del proceso de creación humana2. La segunda versión, consignada en el segundo 1

En adelante, las reflexiones que haga se referirán al cristianismo, aunque el judaísmo comparta el Antiguo Testamento, pues haremos mención del Nuevo Testamento y de particularidades de la religión cristiana que no se ocupan de la misma manera en el judaísmo. 2

Éstos los recibimos en el segundo capítulo, pero al encontrarnos con ellos también hallamos una contradicción en la historia bíblica. No hay dudas de que en ambos capítulos Dios, Yahvé, el que crea el mundo por su propia voluntad, la divergencia se encuentra en la creación del ser humano. El hombre, en este segundo capítulo, no fue creado junto a la mujer, como en el primero, ni tampoco después de la creación de los animales: estos fueron creados para el sustento del hombre. Posteriormente creó Dios a la mujer de una costilla de Adán para brindar una «ayuda idónea» al varón que había creado.

/ El soplo sobre la arcilla: disertaciones en torno a la creación humana en el Génesis

El libro sacro para los cristianos, la Biblia, nos dota de una cantidad innumerable de herramientas para abordar el estudio de la religión cristiana —y la judía—. No importando la cantidad de estudios que se emprendan acerca de las cuestiones religiosas, ni cuantas disciplinas se interesen por ellas, siempre habrá temas por abordar, retomar y profundizar para el entendimiento del cristianismo. Es de notar que en los últimos tiempos el cristianismo ha venido ganando tantos acérrimos contradictores, que parece haberse vuelto una prohibición el hablar de la doctrina cristiana, fruto de la creencia de que el solo hecho de referirse en términos amables al cristianismo es sinónimo de defenderlo. Sin reparo en tales críticas, no pretendo patrocinar la religión cristiana, pues su veracidad me tiene sin el más mínimo cuidado; lo que en este momento me propongo es abordar los cánones de la religión para entender el fenómeno religioso que la conforma. El estudio de la religión es un interés esencial en la antropología, en la medida en que ésta nos permite profundizar en el entendimiento del mundo que tienen las poblaciones que estudiamos, aún cuando esa colectividad se trate de la misma del antropólogo. Resulta imposible rechazar —a pesar de lo que puedan opinar los detractores— que la comprensión del mundo que tenemos quienes vivimos en esta sociedad está completamente permeada por la doctrina del catolicismo —la corriente más extendida del cristianismo—, y si queremos estudiar al ser humano de una manera integral, resulta imposible para la antropología alejarse de su estudio. En busca de abordar una pequeña parte del pensamiento cristiano, y por consecuencia

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