Germรกn Luna Segura
ABRID ANCHO PASO Vivencias personales y peruanidad en el Colegio Guadalupe
Ediciones PRESENTE INSTITUTO INDOAMERICA
Germán Luna Segura
“ABRID ANCHO PASO...” Vivencias y peruanidad en el colegio Guadalupe
Ediciones PRESENTE INSTITUTO INDOAMERICA
A mis entrañables compañeros del Comando Escolar Aprista-Guadalupe por seguir el ejemplo de Heriberto Avellaneda Beltrán conjugando sus ideales con la gloria guadalupana. A mi tío Antonio Zumaeta, docente y activista sutepista liberteño, entregado a la conquista de sus derechos en las huelgas magisteriales de los últimos años de la dictadura militar. A Antonio Rabanal Cárdenas, director del colegio y amigo, cuya vida es ejemplo. En tributo a ese acrisolado aprismo que descubrí en él. A Ricardo Díaz Chávez, apasionado, discreto y culto. Díscolo y polémico profesor de la verdadera historia. Consecuente con sus ideas, murió en “El frontón”.
A Abel Salinas, Wilfredo Huayta, Andrés Townsend Ezcurra y Alfonso Grados Bertorini, por sus testimonios guadalupanos. A los alumnos y profesores con quienes en las aulas aprendí a valorar el libre juego de las ideas y el profundo amor por la patria.
Datos históricos El Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe, se fundó en la calle Chacarilla, del barrio de Guadalupe, un 14 de noviembre de 1840 cuando en Lima ya existían varios establecimientos que brindaban servicios formativos tanto de carácter estatal como privados, por tanto, la denominación de “primer colegio” no es cronológica, ni forma parte del nombre al fundarse, es posterior y corresponde al año 1959, cuando Jorge Basadre, ex alumno guadalupano y ministro de Educación en aquel momento, vía Decreto Ministerial y tomando en cuenta la trayectoria, el nivel de los estudiantes que formaba y entrega a la patria en momentos de guerra por parte de sus docentes y estudiantes, le otorgó al Colegio Guadalupe el título de “Primer Colegio Nacional del Perú.
Antigua calle de Chacarilla (detrás de ex Ministerio de Educación, hoy Poder Judicial), lugar donde funcionó el colegio Guadalupe. Está ubicada a la espalda del Parque Universitario en el Centro de Lima,
El ánimo inicial y la naturaleza pedagógica de Guadalupe en los siguientes años de su fundación, estuvo destinado a formar integral y fundamentalmente a los jóvenes que se inclinarían por el estudio de las
profesiones que tenían auge en el momento, es decir, abogacía, medicina o las vocaciones sacerdotes fundamentalmente. Pero el hacendado Domingo Elías, natural de la localidad de Ica, al sur de la capital del Perú, habría creado un nuevo tipo de colegio preparatorio y privado para atender las necesidades formativas de sus propios hijos, quienes además, aparecen en el cuadro de la primera promoción. A los efectos, Elías buscó en sociedad para el proyecto al acaudalado español Nicolás Rodrigo Moreno quien llegó al país como secretario del General Canterac y tras firmar la Capitulación de Ayacucho se convirtió en un decidido militante de ideas libertarias. Ambos fundaron el llamado Colegio Nuestra Señora de Guadalupe, el mismo que empezó a funcionar sólo un año después, bajo el Vicerectorado de Ramón Azcarate, un marino prestigioso integrante de la escuadra española, y el padre Fray Juan Vargas en su calidad de capellán del colegio y quien se dice, es el autor de la propuesta del nombre que adquirió definitivamente el colegio. El 7 de febrero de 1841 el colegio abrió sus puertas con 32 alumnos inscritos y ocupó un local cedido por el presidente Agustín Gamarra que pertenecía al Estanco de Tabaco, que sería sede del colegio y que estaba ubicado, recién refaccionado, en la calle de la Chacarilla, detrás del imponente edificio donde funcionó por años el Ministerio de Educación y hoy atiende el Poder Judicial, en el Parque Universitario, en el Centro de Lima. En 1842 se contrató a Sebastián Lorente como rector del plantel, quien implementó una serie de medidas liberales, elevando sustancialmente el nivel del colegio, al punto que por su gestión, se autorizó la elevación a centro de instrucción media superior, siendo que la naturaleza del espíritu libertario reinante en sus aulas, generó de inmediato la competencia con su antagonista ideológico, “conservador” Convictorio de San Carlos. Este debate y confrontación ideológica llego para quedarse, produciendo un ánimo en el “Alma Guadalupana” que selló la conducta de profesores y educandos por lo menos hasta el año 1852 en que el presidente Echenique clausuró el colegio “por sus ideas”. Fue recién en 1855 con el triunfo de la denominada revolución liberal, que el nuevo presidente Mariscal Ramón Castilla, convirtió el colegio en estatal, promulgando al alimón, un Reglamento de Instrucción Pública donde formaliza la naturaleza del Colegio Guadalupe como “plantel de
educación media” (permitiéndose luego que incluso se dictaran cursos de estudios generales propios de la instrucción universitaria. A estas alturas, la noble inspiración libertaria de sus fundadores ya había marcado sensiblemente el derrotero de la institución educativa y de sus docentes, por lo que sus aulas se fueron convirtiendo, en un largo e impensado proceso formativo, en nidos de patriotismo que correspondían al aprecio por la tierra liberada y la gloria de una bandera que representa a cabalidad los valores de la independencia y la libertad. Guadalupe albergó a generaciones enteras que han construido una mística de la nacionalidad; un sentido diferente y aguerrido de rechazo al opresor, un profundo amor por la patria bajo el manto del ideal de la igualdad y del respeto como norma rectora de la conducta de los guadalupanos, tal como lo prueban los resultados de la gestión de los hermanos Gálvez, bajo cuyo rectorado, el colegio fue una tribuna de la democracia, entendiendo esta, como un salto cualitativo hacia la tolerancia, la libertad de conciencia y una posición irreductible en defensa de las libertades públicas. Por eso es que la notable participación de los guadalupanos ha marcado la historia de la nación. Durante los años de su funcionamiento, profesores y estudiantes fueron “parte de la activa vida política e ideológica del país” y, sus alumnos integraron incluso “la Reserva guadalupana para la defensa de la ciudad en las líneas de Miraflores” durante la Guerra del Pacífico. Estos hechos no fueron casuales, en las aulas del colegio Guadalupe se vertebraron sentimientos patrios y se vinculó la enseñanza con una decidida afirmación nacionalista expresada en currículas que fueron parte de una estructura de formación educativa en el que se privilegió el humanismo, dándole otro sentido a la historia y la hasta entonces rica, pero desconocida geografía del Perú, usando para ello el principio básico que se impuso y que reza: “nadie ama, lo que no conoce”. El Colegio Guadalupe soportó por su total identificación con el país, la furia del enemigo externo. En 1881, cuando se produjo la invasión a Lima por parte del ejército chileno, el colegio fue tomado y convertido en escombros al terminar la ocupación. Diversos y sucesivos intentos por refaccionar el colegio fracasaron estrepitosamente por la magnitud de los destrozos, hasta que una comisión proveniente de Francia (Comisión Haussmann), recomendó la reubicación de la sede del colegio y la creación de un boulevard que seguía las trazas de las antiguas murallas
de Lima en donde aparecía el colegio, el Hospital Loayza y la Plaza Dos de Mayo, entre otras entidades públicas. La construcción del colegio tal y como lo cocemos en estos días se inicio en 1899 sobre un terreno de 19,913 m² y estuvo a cargo de los arquitectos Maximiliano Doig, quien inicio la obra, Mister Ratouin (hasta 1909) y los arquitectos Salazar y Rafael Marquina quienes la culminaron.
Vista de la construcción de la sede del colegio Guadalupe Inicios del siglo XX en la avenida Alfonso Ugarte.
Era notoria la influencia europea en su infraestructura. Se había reservado el internado para el segundo piso, en tanto en la planta baja se encontraban 6 patios (patio de honor, patio de actividades recreativas (auditorio y Capilla), patio de servicios tres patios de aulas. El colegio tenía además de lo descrito una importante maestranza, comedor, talleres de instrucción, almacenes, entre otros. Cabe mencionar que la construcción de “La Capilla” demoró dos años adicionales y fue formalmente inaugurada hacia finales del año 1912. Casi simultáneamente al desarrollo de la edificación, en 1902, el presidente Eduardo López de Romaña contrató una misión de profesores belgas para el colegio y que fue reemplazada cuatro años después por una misión de profesores alemanes. Ambas, le dieron un extraordinario nivel a la formación estudiantil en medio de la consolidación y la difusión de ideas revolucionarias que darían pie a que los guadalupanos fueran parte de la vorágine cultural sucedida a partir de la segunda década del siglo XX, con el surgimiento del socialismo peruano y el aprismo.
En 1909 el colegio ocupó finalmente su nueva sede y el resultado del trabajo de las misiones darían sus primeros resultados. No sólo adecuaron la curricula educativa, sino que dirigieron con acierto el plantel sobre la base de técnicas modernas que incluían gabinetes educativos, museos de economía, ciencias naturales, electricidad, física y química que constituyó la base científica que se complementaría con una conducta abierta al debate de las ideas y una visión progresistahumanista de la historia. De allí su elevada moral y el visible desarrollo intelectual de la formación que produjo jóvenes idealizados y aspirantes a una patria libre, pero además, culta y justa.
Vista del colegio funcionando entrando en la tercera década del siglo XX
Otro de los aspectos importantes del colegio es que fue siempre fuente de inspiración y formación de la juventud peruana. Su prestigio se extendió pronto y la demanda de los servicios educativos que prestaba obligó a crear varios anexos (independizados luego de cambiarles el nombre como Grandes Unidades Escolares) en la década del 50, durante el gobierno del general Odría cuando el país asume el modelo educacional norteamericano. Estos anexos fueron el “Alfonso Ugarte”, Ricardo Palma”, “Mariano Melgar”, entre otros y aun cuando las consideraciones formales de funcionamiento de estos “anexos” hablan de “extender los servicios con calidad hacia sectores no atendidos”, la verdad es que a través de estos centros educativos, el gobierno desarticuló las células estudiantiles y distanció a los líderes de las revueltas estudiantiles ocurridas en 1947.
Claro que a estos colegios también fueron “derivados” alumnos de provincias que tras haber “ingresando” al Colegio Guadalupe tras una severa evaluación de ingreso, eran matriculados en estos colegios. Por otro lado, antes de iniciar los años 60, como hemos mencionado, el sistema que adoptó la educación peruana fue la norteamericana y como parte de esta nueva lógica formativa, se exigía nuevas y extensas áreas que en la sede de la avenida Alfonso Ugarte era imposible conseguir por la expansión urbana, por lo que para que Guadalupe “tuviera” lo que las Grandes Unidades Escolares que se inauguraban en Lima poseían, se gestionó su traslado a las “afueras de la ciudad de Lima”, en el distrito de San Martín de Porras -hoy distrito de “Los Olivos”-, donde un impresionante terreno daría pie a la realización del magnífico proyecto de “La Ciudad Guadalupana” que sería administrada por un Patronato. Lamentablemente, intereses de todo tipo jugaron en contra del colegio. Algunos trabajadores, profesores afiliados al sindicato Sutep y hasta ciudadanos sin ninguna relación con la comunidad guadalupana, reclamando “justicia social”, invadieron parte del terreno, dando pie a que otras personas también invadieran terrenos del colegio, despojándolo de un extraordinario proyecto, de su futuro y tirando por los suelos el sueño de los estudiantes al cerrar toda posibilidad de hacer realidad el primer y único proyecto corporativo que daría vida a una verdadera Ciudad Escolar.
El Estadio Guadalupano, orgullo del deporte escolar. Una infraestructura que requiere atención
Felizmente el Estadio Guadalupano no corrió la misma suerte, y aun cuando fue traído a menos por una administración desastrosa que liquidó sus potenciales deportivos; ubicada a menos de un kilómetro de lo que debió ser la Ciudad Escolar, hoy pareciera languidecer enclavada en la Avenida Angélica Gamarra entre la Autopista Internacional Panamericana Norte y el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez. Donde ayer existieron verdes canchas y envidiables instalaciones hoy agoniza el entusiasmo de las graderías guadalupanas que en silencio, son testigos de eventos sociales que constituyen una afrenta y que a diario retan el sentir del Alma Guadalupana para recuperar su dignidad y su estadio, para gloria del deporte nacional.
CRISIS Y DESTINO Tras lo escrito, Guadalupe es el “Primer Colegio Nacional de la República” en mérito de la Resolución Ministerial 2810E de 1955, refrendada por el General Manuel A. Odría; tras la dación de la Ley 13454, promulgada por el presidente Manuel Prado en 1941, obtuvo el título de “Hogar Nacional del Estudiante de Educación Secundaria del Perú” y con la Resolución Jefatural 284 del año 1988 del Instituto Nacional de Cultura, el actual local del colegio es “Patrimonio Histórico y Monumental de la Nación”. Estos tributos de la patria sin embargo, que constituyen honor y gloria del colegio y sus alumnos, son también las razones de su estado de abandono. Aunque sea una ironía, el país ha galardonado al colegio y su interesada interpretación, han hecho muy difícil su recuperación y mantenimiento. Desde hace algunos años, el colegio atraviesa una grave crisis de infraestructura, falta de recursos y calidad educativa derivada de la imposibilidad de refaccionarlo (por las complejas disposiciones legales que la consideran monumento histórico), un muy mal manejo administrativo y de recursos que pareciera por tiempos hasta irresponsable, y por haber sometido al colegio a los mismos intentos o procesos educativos que han llevado a los demás colegios del país, a una crisis estructural cuyo origen son los exiguos recursos y la falta de una coherente política educativa. Pero una crisis mayor agobió al colegio por años. El desentendimiento de los funcionarios públicos atacó su mística, deslució su brillo y lo condenó al desprestigio al proscribir la selección y la excelencia derivada del “ingreso libre de estudiantes” y del “acceso de profesores sin mayor nivel y rigurosidad metodológica en su tareas docentes”.
En algún trágico momento, el pésimo estado del colegio y la falta de atención de sus bienes, equipos y materiales fueron la evidencia de un abandono injustificable.
Esfuerzos diversos, pero aislados de diversas promociones y ex alumnos prestigiosos, no han sido suficientes para remontar los graves problemas del plantel que fue sobre-poblado y sometido a los dramas de gobiernos que destina cantidades exiguas para su presupuesto educativo. Sin embargo, la suma de todos estos aspectos de la vida guadalupana, incluyendo el de las carencias, trae al recuerdo de sus hijos, el compromiso con el que fuimos forjados y el reclamo de la historia por hacer que esta situación se revierta. Hay que mencionar que por lo menos hubo dos intentos por atender las necesidades de infraestructura del colegio. Uno, en los años ochenta, cuando se colocaron columnas para evitar “el inminente derrumbe” del colegio y luego, desde el año 2007, cuando el presidente Alan García insistía ante un nutrido grupo de ex guadalupanos que, a propósito de la propuesta de los colegios “emblemáticos” y “El Colegio Mayor”, Guadalupe, por sus antecedentes, prestigio, tradición y valor, serviría como ningún otro centro educativo, para la puesta en marcha de estos proyectos. Voces ajenas al sentimiento Guadalupano se encargarían luego, y como siempre, de poner trabas de todo tipo para impedir la concreción de estas ideas. Simplemente, funcionarios del Ministerio de Educación, sostenían que “no se podía incluir en el proyecto, ni asignar recursos al colegio Guadalupe, tal como se haría con los demás colegios emblemáticos para su total y mejor recuperación, ya que “es monumento histórico”, siendo que además, “la condición de uso inhabitable de sus instalaciones acreditadas por defensa civil, hacía imposible implementarlo como un “Colegio Mayor”, sentencia que postergó nuevamente la atención que requería y merecía nuestro colegio. Finalmente, como se verá más adelante, esta situación pudo ser superada. La “Asociación Guadalupana”, que también enfrentó graves problemas, es otro brazo del colegio Guadalupe en el que convergen esfuerzos colectivos de los ex alumnos, sobre todo, si la tarea a realizar mejoras van por encima de los intereses personales, ya que como institución oficial de los egresados, está llamada a mantener vivo el interés por el colegio, unificar a los guadalupanos, y apoyar el esfuerzo del colegio por mantenerse en esa línea de prestigio formativo, que es fuerza y motivación del Pensamiento Guadalupano y muestra el alma viva de la Guadalupanidad, expresión mística de compromiso sin condiciones con el país.
HERMANOS Y PATRIOTAS Desde la lógica progresista que impulsó su fundación y su funcionamiento a través del tiempo, Guadalupe ha tenido y tiene un rol de primer orden en la vida intelectual, política y social del Perú. Una relación de prestigiosos guadalupanos podría ser injusta en función a los nombres que no aparecerían en ella; sin embargo, conforme aparecen en los ejemplares de la revista “El Guadalupano”, en reportes periodísticos, en los diversos trabajos de docentes, emerge un listado tentativo de valiosas personalidades vinculados con la lucha por la patria, por los derechos ciudadanos, la historia, la ciencia, el arte y la libertad en distintas épocas del quehacer nacional. Presidentes como Manuel Pardo y Lavalle, Manuel Candamo Iriarte, Miguel Iglesias, Oscar R. Benavides y Pedro Vargas Prada; héroes nacionales José Gálvez Egúsquiza, Leoncio Prado Gutiérrez, Manuel Melitón Carvajal Ambulodegui; José Gálvez Moreno o Diego Ferré; Enrique Palacios, Federico Sotomayor y Vigil, Felipe Rotalde, el Teniente 1° Manuel Clavero Muga caído en acción en el conflicto con Colombia y la figura del Patrono de la Aviación Militar del Perú Capitán FAP José Abelardo Quiñones Gonzales, orgullo de la guadalupanidad caído en el conflicto con Ecuador.
Guadalupanos que combatieron en la guerra de 1879
Prestigiosos ciudadanos como José Sebastián Barranca, lingüista y científico, Abraham Valdelomar, narrador, poeta, ensayista y dramaturgo,
César Vallejo, poeta, inspector disciplinario y profesor de Gramática Castellana entre 1919 y 1923, Jorge Basadre, historiador, Melitón Porras Osores, canciller de la República del Perú, Enrique Camino Brent, arquitecto, pintor, representante del Movimiento Cultural Indigenista, Enrique López Albújar, escritor, Daniel Alcides Carrión, mártir de la Medicina Peruana, Daniel Alomía Robles, compositor de la Opera El Cóndor Pasa, Julio C. Tello, médico, arqueólogo y antropólogo, Santiago Antúnez de Mayolo, ingeniero, físico y matemático, el docente Carlos Cueto Fernandini, el gran Felipe Pinglo Alva, compositor, Abelardo Gamarra "El Tunante", escritor y compositor, Oscar Quiñones pintor, muralista y escultor vanguardista, Gustavo Pons Muzzo historiador y educador, Rafael Marquina, arquitecto y catedrático fundador de Departamento de Arquitectura de la UNI, Rafael Matallana, compositor y cantante peruano de música criolla y el reconocido actor Carlos Álvarez. También resulta pertinente mencionar a Carlos Monge Medrano, Enrique Hernández, Carlos Del Río Cabrera, Carlos Daniel Valcárcel, Daniel Hernández, Enrique Camino Brent, Sabino Springett, Milner Cajahuaringa, Armando Villegas, Venancio Shinki, Leonel Velarde, Leoncio Villanueva, Daniel Manta, Enrique Guzmán y Valle, Pablo Patrón; José Gálvez Barrenechea, Leonidas Yerovi, Carlos Oquendo De Amat, Carlos Eduardo Zavaleta, Clemente Palma, Carlos Saco y Alejandro Ayarza “Karamanduka”. Políticos como Andrés Townsend Ezcurra, Presidente de la Cámara de Diputados, Luis Bedoya Reyes, ex-Alcalde de la Ciudad de Lima, Abel Salinas ministro de Estado, Jorge Fernández-Maldonado, militar, exPrimer Ministro, Wilfredo Huaita Nuñez, Ingeniero de minas, ex-Regidor Provincial de la Ciudad de Lima, exMinistro de Energía y Minas, exEmbajador del Perú en México; Alberto Andrade Carmona, ex-Alcalde de la Ciudad de Lima, Fernando León de
Vivero, presidente de la Cámara de Diputados, Carlos Showing, diputado, Oscar Trelles Montes, etc.; Periodistas como Guillermo Thorndike, Carlos Paz Cafferatta, José Velásquez Neyra, Genaro Carnero Checa, Guillermo Cortez Núñez, Raúl Vargas Vega y Víctor Andrés Ponce, entre los más jóvenes.
MI RELACIÓN PERSONAL CON LA “ANTORCHA DE PERUANIDAD” “Abrid ancho paso, las palmas batid, que va Guadalupe marchando a la lid…” reza la popular frase con la que se reconoce la Marcha Guadalupana que anuncia la presencia de los herederos de la gloria de Leoncio Prado y el valor de Heriberto Avellaneda Beltrán, entre tantos otros peruanos que dieron sus vidas por ese curso de peruanidad prolongado que se dicta singularmente y a diario, en el Primer Colegio Nacional de la República de “Nuestra señora de Guadalupe”. Creado como un centro de instrucción de la élite, pronto el Mariscal Ramón Castilla lo democratizaría para desde entonces, lograr que puedan acceder a él, estudiantes de toda condición social. Y es que, como aquellas relaciones humanas que se fortalecen al surgir de la correspondencia en valores superiores, en algún momento, sin salir aun las circunstancias de mi más lejana infancia, la relación emotiva de la realidad en la que viven los jóvenes peruanos, se entrelaza con la formación libertaria de los estudiantes del colegio campeón.
Valores de verdad y trabajo animan todo el período formativo en el que el respeto y la tolerancia son las palabras claves del aprendizaje permanente y que serán definitivas en la formación ciudadana pero que busca ser complementada con las actividades de todo tipo que fuera del colegio, afirman la noble personalidad de un estudiante guadalupano.
Por eso es que el joven imbuido de guadalupanidad, trasunta las paredes del colegio y se afinca en medio de su comunidad, destacando por su fino espíritu y sus firmes convicciones. Como parte de este compromiso, una verdad no mencionada por muchos años debe ser confirmada: los guadalupanos se han integrado a diversas organizaciones en las que sobresalen como líderes y activistas. En el YMCA (Asociación Cristiana de jóvenes), en las ligas distritales deportivas, activos integrantes de clubes deportivos o sus barras, como Boy Scouts, miembros de la catequesis católica parroquial, como miembros de diversas cofradías y archicofradías, como cristianos militantes, como estudiantes de las academias vacacionales o integrando las juventudes de diversas organizaciones políticas, entre ellas, los Comando Escolares, las juventudes del APRA, o el Club Infantil 23 de Mayo (CHAP) cuya prestigiosa Banda de Música y los equipos de ajedrez, estaban sustantivamente compuestas por estudiantes guadalupanos.
En cada paso y a su paso, va “…la frente altanera, firme el corazón, pues es Guadalupe colegio campeón…”
Los registros de la CHAP (Chicos Apristas Peruanos) son una fuente de consulta interesante, miles de escolares han integrado sus filas por décadas, y una especial y sustantiva presencia guadalupana habla por sí misma de una relación que merece un comentario especial. La CHAP
bajo la supervisión de un ex seminarista y profesor salesiano, José García, formó niños y los prepara para enfrentar la vida aplicando un viejo mandato: “PREPRANSE PARA LA ACCION Y NO PARA EL PLACER”. Nutridos grupos de guadalupanos y chicas del Colegio Rosa de Santa María realizando actividades múltiples, por lo general reservada ya que se encontraba prohibido la realización de actos políticos en los centros educativos, se encuentran entre la larga lista de alumnos a cargo del profesor José García Zegarra, tarea formativa a la que se sumaba la atenta supervisión de otro docente, Ramiro Prialé Prialé, quienes con un estricta curricula humanista, velaban por la instrucción de los visitantes y, naturalmente, que sus locales no se convirtieran en refugio de quienes faltaban a clases. Allí, varias promociones como la mía hasta 1980 (cerca de 800 compañeros) recibimos un conjunto de valores y fuimos instruidos para “el uso socialmente productivo del tiempo libre”, es decir, un nuevo estilo de convivencia ciudadana y de normas éticas que fueron ejes centrales de una formación inicial humanista, con un alto componente deportivo y no-político del que ahora hacen gala los profesionales y técnicos, algunos no apristas, que la CHAP guió en esa sensible etapa formativa. La información que hemos encontrado habla de una serie de jóvenes como los que integraban simultáneamente la Banda de Música de Colegio y de la CHAP, también aparece Pablo Herrera Gonzales, dinámico guadalupano que a mediados de los años setenta, integraba la Banda del Colegio y a la vez fungía de “coordinador” de los chapistas. Desde entonces ¿Qué nos identifica? Pues la sensibilidad ante los problemas sociales y la adhesión a los valores más íntimos de la libertad que en los claustros guadalupanos se refuerza cívica y permanentemente. Al cabo de muchos años de haber dejado las aulas y, después de haber enfrentado los retos de aquel futuro incierto que en los años de mi juventud nos mostraba un país convulsionado por el atraso, la marginalidad migratoria y la violencia; miramos atrás y vemos una sola línea de conducta en nuestro rol de ciudadanos libres del Perú, de ese mandato que fijó en nuestras mentes, las innumerables jornadas de debate sobre historia y realidad nacional.
Patio de Honor del Colegio0, testigo de la historia de una legión de valientes formados para construir una nueva nación
En esa misma línea, los trabajos del Club de Periodismo y nuestras precarias publicaciones, las trasmisiones por alto-parlante en “radio Libre” (uso de los altoparlantes que se monitoreaba desde el Salón de Orientación y Bienestar del Educando) que animaban los recreos, los concursos de oratoria en el auditorio, la persistencia del profesor Melitón Carrasco y del profesor Estrella en la sala de música para ”sensibilizarnos el alma” a través de la melodía, el paseo anual de la Virgen Guadalupana y por supuesto, el enorme entusiasmo y la entrega con la que miles de compañeros nos acompañaron en la lucha por las calles en las jornadas de recuperación de la democracia que alentó el propio Víctor Raúl Haya de la Torre, fueron testimonios de nuestras convicciones y de la defensa en las calles de la gratuidad de la enseñanza, en contra de la dictadura militar y por la convocatoria a elecciones democráticas que finalmente se produjeron en 1978. Presentes están aún los recuerdos que son profundas huellas del compromiso por la justicia y la libertad que combativos maestros nos regalaron. La presencia de Horacio Zevallos, contrapuesto entonces en ideas, pero noble y respetuoso de mis convicciones, me acercó al magisterio sindical en el colegio, y la tolerancia con la que me trataban los integrantes del Sutep, anima con intensidad mi melancolía, tal vez, con la misma fuerza con la que asaltan los recuerdos de Martha Caballero de Barba, Mario Prada, Fernando Santa Cruz, Augusto Wong Pujada y tantos otros profesores que cubrieron mi inexperiencia con
abundante enseñanza y fraternidad en los aciagos días de las luchas en las calles entre los años 1975 y 1980. Nombres como el de Darío Hurtado de distinta posición política y Nemesio Reynafarje, mi viejo profesor de Historia del Perú, también han dejado un registro imborrable en mi memoria guadalupana que me trae al presente a los sub oficiales Rivera (impertinentemente apodado “Yogui”) y Loli, a quien años después lo he vuelto a ver, ya como docente. Vladimir Guerra, el profesor Silva, Lossio, Alvarado y, Ricardo Díaz Chávez, hombre apasionado, discreto y culto; díscolo y polémico profesor que me dispensó su amistad sincera y que murió por sus ideas en “El frontón”, constituyen también un recuerdo imborrable. .
Mención aparte merece mis “ángeles protectores”, autoridades que “se la jugaron por nosotros” y que en Sergio Sánchez Ortíz y Antonio Rabanal Cárdenas jamás he podido olvidar. Rabanal era un hombre discreto que cubrió con su prestigio y magisterio mis discretas labores de activista gremial secundario, era director del colegio y antes, director del “anexo” Ricardo Palma cuando se éste se creó. Ni recordaba porque me parecía tan familiar, siempre fue particularmente afectuoso. Mi padre en la narración de sus incontables historias de activismo y persecución política lo había mencionado, pensé que era una casualidad. Sin embargo, aquel hombre registraría su nombre en la ilustración viril de la lucha clandestina del Partido del Pueblo.
Cuando lo vi por primera vez, no había cambiado físicamente mucho con respecto a la terrible fotografía en la que aparecía fichado como “delincuente político”, en aquel infeliz texto que tomé de la biblioteca del propio colegio al llamar mi atención el sugerente título: “TerrorismoAPRA”. Era un pasquín de lo peor que se había producido durante la persecución al APRA, e increíblemente, había sido publicado por el Ministerio de Gobierno y Policía del Perú, habiéndose distribuido en su época masivamente, entre los estudiantes y profesores secundarios de todo el país. Allí aparecía Rabanal Cárdenas, acusado en su juventud de conspirador e injustamente de violentista. Fue perseguido, detenido y golpeado brutalmente. Años más tarde, cuando retornaron las libertades, pudo ejercer plenamente sus derechos civiles dedicándose a la docencia, donde prestigió y reivindicó su nombre cuando fue nombrado director del colegio Guadalupe, realizando una conveniente y reconocida gestión. La célula del CEA-G (Comando Escolar Aprista Guadalupano) era muy activa y realizaba trabajos estudiantiles fundamentalmente de estudio de la realidad nacional y la problemática magisterial desde el año 1975. Lo integrábamos hacia el año 1978, más o menos 375 miembros activos y dos años después, nuestra área de influencia vinculaba un “comité celular por casi todas las aulas, cada uno, de unos 10 compañeros militantes por lo menos, en todos los años de la secundaria. Realizábamos jornadas de estudio, fiestas y nos organizamos para ejercer nuestros derechos, lo que se materializó en sendas coordinaciones y presentación de reclamaciones no necesariamente todas de carácter gremial. Durante la secundaría y, gracias al apoyo de Ernesto García Vela y Ramiro Prialé, grupos de estudiantes (2 ó 3 por aula) nos reuníamos eventualmente con el propio Haya de la Torre, o indistintamente con Luis Alberto Sánchez, Andrés Townsend o el propio Prialé, con quienes conversábamos intensamente sobre nuestras actividades y nuestras inquietudes sociales, deportivas, culturales y políticas. A sugerencia del propio Haya de la Torre, mantuvimos activo el “Club de Periodismo”, publicamos un número indeterminado de folletos y realizamos jornadas de estudio, campamentos, jornadas de pintas en cerros y el año 1979, una cuadrilla completa y “exclusiva” de escolares apristas, discretamente, nos dimos maña –juramento de confidencialidad
de por medio en la puerta de la Capilla-, para rendir tributo y llevar en andas “exclusivamente” a nuestra Virgen Guadalupana. Entre los años 1977 a 1980, fuimos un referente en la comunidad guadalupana y expresamos nuestra posición como estudiantes en marchas multitudinarias por las principales calles de Lima donde nuestra presencia marco la diferencia porque siempre fue respetuosa de la propiedad privada. Pero otros directores democráticos también nos ayudaron mucho desde su delicada posición de funcionarios. Entre anécdotas de la lucha, similares a lo acontecido el año 1947 cuando cae abatido Heriberto Avellaneda Beltrán, el abandono de la enseñanza educativa por parte del gobierno tras cada huelga magisterial, motivó a los escolares a movilizarnos pidiendo la solución definitiva de los problemas del magisterio, el retorno de los docentes a las aulas y la devolución del poder a los civiles. Coordinamos, nos organizamos, conspiramos e hicimos propaganda activa. En la propia sede del Núcleo Educativo Comunal (NEC), instancia superior y distrital del colegio (ubicada en la segunda planta del mismo), sobre el patio de honor, otro personaje seguía de cerca y respaldaba nuestro accionar. José “Pepe” Meléndez, el propio director del Núcleo Educativo Comunal (NEC) se incorporó al “equipo de respaldo” en su calidad de integrante (no oficial y reservado) de la Agrupación Nacional de Profesionales Apristas en la Educación (ANTAE). Contra lo que muchos creyeron y respondiendo las injustas acusaciones, los guadalupanos y estos profesores, jamás hicimos, ni promovimos el “amarillaje” sindical, pero tampoco permitimos el vandalismo rojo en nuestro claustro. Defendimos Guadalupe desarrollando tareas que nos enorgullecen, y sólo reclamamos nuestros derechos, preservando la dignidad del estudiante Guadalupano, los verdaderos docentes comprometidos con nuestra historia y el respeto a nuestra Alma Mater. Fernando Cabrel Nicho, entonces dirigente Nacional de la Agrupación Nacional de Trabajadores Apristas en la Educación (ANTAE), asesinado cobardemente por el terrorismo años más tarde, fue notificado del trabajo que realizábamos. A nuestro lado se mantuvieron profesores de primer orden como Mario Prada, Fernando Santa Cruz, Augusto Wong Pujada, entre tantos otros que se fueron incorporando a “la línea de coordinación celular establecida entre los escolares y los profesores”, protegiéndonos
siempre del seguimiento de la inteligencia gubernamental por un lado, y de los comunistas por el otro. Los resultados de esos años intensos fueron reveladores. Cuando los profesores volvieron, fueron recibidos por los estudiantes con algarabía. Guadalupe fue el único colegio que cerró este tenso período de conflictos sociales en fraternidad interna. Los largos años de confrontación y dolor al que nos arrastró la dictadura militar que tuvo que dejar el poder tras la conquista del pueblo de su derecho a vivir en un Estado Constitucional de Derecho, no había mellado nuestra unidad guadalupana, más allá incluso, que no pensáramos de igual manera. Tras este tiempo, nuestro homenaje a quienes construyeron la guadalupanidad repitiendo por décadas y sin cansarse, que cada vez que alguien re-escriba la historia de la nación, no tendrá más remedio que consignar en sus textos, que él más importante contenido de la nacionalidad surge del alma guadalupana a través de su propia historia y que ésta, se mantiene altiva y vigorosa porque representa la defensa sin concesiones de la soberanía, la integridad nacional y la dignidad de nuestro pueblo.
ALMA GUADALUPANA Y HEROICIDAD POPULAR El “Alma Guadalupana” del que volvemos a hablar, es, a propósito de lo expuesto, la suma de sentimientos y de compromisos, pero también, la unidad que refleja una visión trascedente de la patria. Por esas razones y motivaciones, los guadalupanos han entregado la vida y han construido el “Pensamiento Guadalupano”, que corre en paralelo y es reflejo, de la clara evolución del pensamiento político contemporáneo.
Las más disimiles formas de entender la realidad, confluyen en el sentimiento que evoluciona hacia esa pasión de la que dan cuenta generaciones brillantes que entre la sabiduría y la intuición, nos legan una heredad impresionante. De entre todas las experiencias dignas de remarcar aparece con nitidez actos personales sobre los que se han escrito intensamente, o de jornadas que parecieran haber quedado en el olvido, pese que sellaron la conciencia de los guadalupanos y constituyen un ejemplo para la las juventudes de la patria. La protesta producida el 3 de setiembre de 1947 es el mejor ejemplo de lo que sostengo. Aquel día, estalló una “huelga general estudiantil” que las autoridades subestimaron primero, y luego, no supieron manejar convenientemente. Los hechos trágicos añadieron componentes políticos a la lucha y pronto el gobierno responsabilizó al APRA de “alentar dicha huelga”, al establecer una “relación directa con la revuelta, de integrantes de las juventudes y los hijos de apristas”. Efectivamente, la protesta adquirió ribetes preocupantes cuando de la simple y amical reclamación, derivó una protesta que llamaba la atención del desentendimiento de las autoridades. Tras la persecución desatada a los “organizadores”, siguió la respuesta de quienes suponían que con la amenaza y el amedrentamiento, podrían acallar la voz de los estudiantes que sólo pedían, mejores condiciones de habitabilidad y alimentación. La intolerancia generó diversos disturbios que pronto tomaron las calles aledañas, el colegio estaba literalmente tomado, pero tras la revuelta, grupos de estudiantes quebraron “la seguros externa” y pretendieron acceder a los ambientes del colegio por la parte de la calle Chota. El gobierno no tuvo mejor idea que “dar la voz de alarma”, señalando que la llamada “Sala de Armas” –donde teóricamente se había depositado armamento-, estaba en riesgo, hecho que provocó el temor, justificando las acciones dispuestas por el gobierno contra los estudiantes. Tras la escalada de protestas, se ordenó una represión brutal y el uso de balas para “controlar a los estudiantes”. Todo se complicó cuando como resultado del debelamiento de los amotinados, fue asesinado la noche del día 5, por bala de la policía, el alumno guadalupano Heriberto
Avellaneda Beltrán, cuya familia militaba en el aprismo, produciéndose una convulsión mayor entre los estudiantes así como el rechazo de la población por lo sucedido. Las drásticas medidas tomadas por el gobierno del entonces presidente Bustamante para la intervención “con todo lo que tengamos a la mano” del plantel fue fatal. Tras los incidentes, el gobierno colocó en la dirección del plantel al prestigioso y reconocido docente Carlos Cueto Fernandini, entonces director de Educación Secundaria del propio Ministerio de Educación, quien como parte de las medidas dispuso acertadamente, la implementación de algunas reformas que le daban la razón y un triunfo moral al increíble movimiento estudiantil rebelde. Se redujo de 80 a 45 el número de alumnos por aula, se mejoró poco a poco, pero de manera sustancial la ración y la calidad del alimento, en tanto se convino en el cese de las toma de castigos a los estudiantes que habían participado en las revueltas.
Sin embargo, pese al ofrecimiento de no castigar a los estudiantes que participaron en las protestas, el gobierno “separó a los revoltosos” como “excedentes” y fueron reubicados en tres nuevos colegios a los que denominaron “anexos” de Guadalupe.
Estos tres colegios fueron el Colegio Nacional Ricardo Palma de Miraflores (creado por Resolución Suprema del 23 de enero de 1948), la Gran Unidad Escolar Tomás Marsano, creada el 8 de abril de 1950 que cambió de nombre por el de Ricardo Palma el 20 de febrero de 1957 y, la Gran Unidad Escolar “Alfonso Ugarte”, todos implementados siguiendo exactamente las exigencias de la revuelta guadalupana. Eran modernos ambientes, canchas deportivas dentro del centro educativo, jardines para fomentar el respeto por la naturaleza, viviendas para los docentes, entre otras mejoras que tuvieron estas grandes unidades pero, irónicamente, no el propio colegio Guadalupe. En torno al asesinato del mártir guadalupano Heriberto Avellaneda Beltrán, la prensa en su conjunto y el Diario LA TRIBUNA dieron cuenta de la muerte y condenó los desbordes de los disturbios, en tanto, La revista norteamericana “Time” publicó el 15 de setiembre de 1947 un informe que adquiere ribetes de drama nacional. La protesta estudiantil puso en jaque al gobierno de turno y su respuesta, en brutal represión desatada, tuvo como saldo el asesinato por bala, el alumno guadalupano de sólo 15 años.
LA VERDAD TRAS LA MUERTE DEL HÉROE GUADALUPANO Como está registrado históricamente, en el año 1947, el ministro de Gobierno y Policía era Manuel A. Odría, el ministro de Educación Cristóbal de Lozada y Puga y el director del colegio, Manuel Calvo y Pérez. Las desinteligencias y las pésimas condiciones en las que se encontraba parte de la infraestructura del centro educativo, generaban un clima cada vez más tenso que las autoridades se resistían a aceptar. Células de estudiantes y los integrantes del internado promocional venía coordinando una serie de denuncias provenientes de “los provincianos”, sobre todo los huancaínos, que hablaban de una “revuelta” producida por los estudiantes del colegio “Santa Isabel”, donde se producían una serie de irregularidades que afectaban a los estudiantes. Como hemos dicho, las células de “estudiantes secundarios” y el Sindicato Escolar Aprista hacían lo cuyo, en tanto la Federación de Estudiantes del Perú (FEP) que presidia el dirigente Justo Enrique Debarbieri Rioja -con el tiempo Rector de la Universidad Nacional Federico Villarreal y Senador por el APRA-, permitía conocer que “algo se estaba preparando entre los estudiantes”, tal y como sucedía efectivamente en las actividades clandestinas del Club de Periodismo que operaba bajo los auspicios de profesores apristas. Como siempre, la realidad es el mayor agitador y un detonante en potencia. La mala alimentación -cuyo menú consistía sólo de frijoles y carne sancochada todos los días en platos despostillados-, era sólo parte de una serie de malestares a las que se sumaban las pésimas condiciones en la que se encontraban los dormitorios mal diseñados, mal iluminados y con servicios higiénicos paupérrimos. Lo demás era la serie de cosas inexplicables que se producían ante los ojos de los estudiantes que no entendían como en contraposición a las carencias estudiantiles, habían más de diez habitaciones, perfectamente cómodas y adecuadamente iluminadas que ocupaba el director del plantel, amén de las más de quinientas sábanas, otro tanto de colchas nuevas, y hasta, insólitamente, un conjunto de vajillas nuevas, accesorios de cocina y hasta de limpieza que permanecía perfectamente “empaquetada y bien guardada”, en los almacenes del colegio. El viernes 29 de agosto ya había registros oficiales de denuncias que circulaban y de la “inquietud que se estaba generando entre los estudiantes”. Los estudiantes señalaban cómo había descendido el nivel
pedagógico de los docentes y las autoridades no daban muestra de interés de atender estas reclamaciones. La situación no cambiaba y los alumnos produjeron un primer gesto de protesta que comenzaría en el comedor, lugar donde concentrados, los escolares decidieron no comer, voltear los platos en señal de protesta, y golpear con los cubiertos las mesas. Los días siguientes esta y otras formas de protesta se produjeron. Concursos de murales de protestas, cartas a los miembros de la Iglesia Católica, colocación de muñecos en las puertas de las autoridades del ministerio de Educación y hasta inscripciones en las calles aledañas, daban cuenta de lo que sucedería en poco tiempo dentro del colegio Guadalupe. Pese que los estudiantes no eran escuchados y sus delegados ninguneados, de manera sorpresiva, el propio ministro de Educación Cristóbal de Lozada y Puga llegó al propio Auditorio del colegio “para escuchar los reclamos” que lideraba el entonces joven estudiante delegado David Juscamayta. Nadie podría entonces suponer que tal actitud encubría una maniobra dilatoria que buscaba “tiempo” para evitar acciones violentas de los estudiantes “revoltosos”. La huelga se produjo de todas formas, explotó como respuesta lógica, primero de un grupo pequeño y luego, en muy poco tiempo, se fue tornando general. Los alumnos menores, profesores y auxiliares fueron “invitados” a abandonar el local del colegio, pero estos, solidariamente, se quedaron en las inmediaciones, generando un clima de atención y que benefició la atención de la ciudadanía frente a los problemas, y protegió de alguna manera y por algún tiempo, a los huelguistas de una retoma del local violenta. La honestidad de la protesta fue sometida a escrutinio permanente, superó la propaganda del gobierno que hablaba sólo de “influencia política”. Todas las paredes del local del colegio registraban volantes alusivos a la huelga y el derecho a la libertad de expresión. Las autoridades del ministerio de educación no tuvieron otra idea que usar los apellidos de los hijos de los apristas para acusar de conspiración política a los rebeldes. Les cortaron el agua y la energía eléctrica creyendo amilanarlos, produciendo sin embargo, gestos de solidaridad
de los vecinos y los demás alumnos que desde las calles continuas (chota y Bolivia) les arrojarían alimentos y otros menesteres que necesitaban. Entonces, se difundió intensamente una mentira, se usaría para justificar la represión. Las autoridades sostenían que en los techos del colegio, los huelguistas –que habían sido instruidos por el APRA para una revuelta armada-, “montaban guardia usando fusiles extraídas de la armería del colegio”. La verdad es que las puntas que aparecían en los registros fotográficos usados por el ministerio de gobierno, eran simples palos de escoba que los alumnos usaban para apoyarse en medio de la inestabilidad del techo y expresar a la vez, una actitud decidida de defensa del local tomado; sin perjuicio que efectivamente, ante la desesperación, los alumnos más aplicados de física y química, tomaron el laboratorio y prepararon “cócteles” que se usarían en caso que las tropas de gobierno pretendiera retomar el colegio. Un días después de declarada formalmente la huelga, el día miércoles 4 de setiembre, se sabía que pronto se unirían alumnos de otros colegios de Lima a la protesta guadalupana, por lo que la noche del día siguiente, mientras la banda tocada la marcha guadalupana y una inmensa multitud la coreaba en las calles su letra, la tropa de asalto de Odría, usando fuerza desproporcionada y abusivamente, simplemente, decidió el ataque al colegio “con todas las fuerzas de la ley”. Las tropas desalojaron las inmediaciones con gases y bala. Cuando se escucharon las primeras detonaciones, la multitud de padres de familia, alumnos y estudiantes universitarios corrieron hasta el jirón Washington, lugar donde fueron emboscados por otra patrulla que los esperaba. Allí mismo cayó herido de muerte Heriberto Avellaneda Beltrán, estudiante del segundo año, de sólo 15 años de edad y cuya familia, natural de la provincia de Yauyos tenia militancia aprista. Avellaneda fue trasladado de emergencia a un centro asistencial, pero murió en el camino. La estadística registra por lo menos 30 guadalupanos heridos de bala y un número no determinado de heridos entre la población no
comprometida en el conflicto. Esa noche terrible, la tropa del gobierno retomó el colegio y detuvo a casi medio centenar de estudiantes. En tanto la persecución se producía en varios planos ciudadanos que incluían las casas de los familiares de los líderes de la revuelta, el gobierno diseñaba un plan para “desaparecer” el cadáver para evitar que “se use” por los revoltosos contra el gobierno, tal y como planeaban hacerlo en las jornadas del 23 de mayo de 1923. Pero como sucedió antes, la Federación de Estudiantes del Perú (FEP) coordinó para que el sábado 6, al medio día, los escolares guadalupanos recobraran el cadáver del nuevo héroe de la juventud peruana. Un comando especial que integraron los estudiantes apristas de Medicina de la antigua Facultad de San Fernando -colindante con la Morgue-, Luis Bernales y Manuel Osorio en coordinación con el sindicato aprista de trabajadores de dicha casa de estudios, darían las facilidades para que los estudiantes del Guadalupe Rodney Espinel y Romero Ramírez, entre otros, ingresaran para recuperar el cadáver.
La multitud marchó hacia el colegio y el día 8 fue el sepelio. Por toda la avenida Grau se desplazó una gran marcha fúnebre y allí se produjo otro acto histórico, en un alto de la manifestación en honor a los caídos, juramentó la primera Junta Directiva de la Federación Nacional de
Estudiantes Secundarios del Perú (FESEP), gremio presidido por el guadalupano David Juscamayta y Flor de María saco, alumna del Colegio Rosa de Santa María. El sentido discurso de orden estuvo a cargo de Justo Enrique Debarbieri, entonces Presidente de la Federación de Estudiantes del Perú (FEP) y quien en medio de su alocución, rechazó en nombre de los estudiantes apristas la violencia ejercida contra los estudiantes, expresando la solidaridad y alianza del aprismo con los guadalupanos. De entonces data la histórica relación de fraternidad -que respeta las diferencias y la divergencia ideológica-, entre los guadalupanos y el partido que fundó Víctor Raúl Haya de la Torre quien expresó de forma personal su solidaridad con la “Antorcha de Peruanidad que representa el Primer Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe”.
Así desinformó la prensa gobiernista y los hechos fueron tergiversados.
Across Lima's Plaza San Martin, blue-sweatered students bore a pine coffin wrapped in the Peruvian flag. Watching crowds sang the national anthem as the procession moved toward the Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, Lima's largest (7,000 students) public high school. As the gates of the school chapel swung open, a bugler sounded taps. A senior spoke briefly. Heriberto Avellanada Beltrán, he said, had died for liberty. The Protest. Avellanada's death marked the end of a tumultuous week at the school. The student body, mostly boys of poorer families, has long been politically conscious, took part in the turbulence from which APRA rose a quartercentury ago. Despite a recent law banishing politics from schools, it is still a bastion of Aprista influence. For months, students at Guadalupe had petitioned and protested against dormitories so crowded that 120 slept in a single room, against wretched food, a shortage of water. They had demanded dismissal of the school's director as incompetent and dishonest. Finally brusque Education Minister Cristóbal de Lozada Puga. an anti-Aprista, visited Guadalupe, promised to investigate conditions, warned the students against political agitation. The students went on strike. Urging the need to uphold the "principle of authority," the Government closed the school. But 900 students barricaded themselves in the grey stucco building, stayed there even when the Government cut off light, food, water. Outside, armed police, on horse and afoot, laid siege.The Death. One night last week, the beleaguered students brought their band onto the roof to play the national anthem. Guadalupanos and spectators in the streets, including other school children, joined in the chorus: "We are free and shall be always." The cops started to clear the streets. Stones flew at them. Swinging sabers and tossing tear gas, the mounted police charged. After a few blocks they dismounted and fired into the retreating crowd. Fifteen-year-old Sophomore Heriberto Avellanada was dead with a bullet in his heart, and 19 others, including a few adults, were wounded. Next day the frightened Government called off the cops. Interior Minister Manuel Odria, who was responsible for the police, would probably pay with his job. It also looked as though APRA, which had all but put itself out of business with its disastrous general strike last fortnight, had been saved by the stupidity of its Government opponents.
La versión de la revista dice: “UN MUERTO POR LA LIBERTAD” A través de la Plaza San Martín de Lima, estudiantes con camisetas celestes, llevaban un ataúd de pino envuelto en la bandera peruana. La multitud cantaba el Himno Nacional y la procesión se trasladaba hacia la escuela pública más grande de Lima (más de siete mil estudiantes), el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe La multitud llegó hasta las puertas de la capilla de la escuela en tanto una corneta sonó y un dirigente joven habló brevemente. Heriberto Beltrán de Avellanada, dijo, había muerto por la libertad. La protesta. La Muerte de Avellanada marcó el final de una semana tumultuosa en la escuela. El cuerpo estudiantil, en su mayoría niños de las familias más pobres, se mostraron consientes políticamente de las luchas que el aprismo promovía por el pueblo desde hacía un cuarto de siglo y a pesar de una reciente Ley para desterrar la política de las escuelas, estas siguen siendo un bastión de la influencia Aprista.
Durante los meses previos los alumnos de Guadalupe venían reclamando y protestando contra los dormitorios sobre poblados al punto que 120 dormían en una habitación, contra la calidad de la comida y la escasez de agua. El día de los hechos, en la parte de externa del colegio, policías armados a caballo y a pie, sitiaron el lugar. La muerte. Una noche de la semana pasada, los estudiantes acosados por la presencia de los policías, llevaron su banda al techo del local y comenzaron a tocar el Himno Nacional. Guadalupanos y espectadores en las calles, incluyendo otros niños del colegio, se unieron al coro cantando "Somos libres, seámoslo siempre..”. Los policías comenzaron a despejar las calles. Piedras volaban hacia ellos. Blandearon los sables y lanzaron gases lacrimógenos. La policía montada cargó sobre los rebeldes. Después de intentar retirar a la gente de los alrededores, a unas pocas cuadras, los guardias desmontaron y dispararon contra la multitud en retirada. Con sólo quince años, Heriberto Avellanada fue muerto de una bala en su corazón, y otras 19 personas, incluyendo adultos, resultaron heridos. Al día siguiente, el Gobierno llamó a los policías. El Ministro del interior Manuel Odria responsable de la policía-, era conminado a la renuncia. Responsabilizó al APRA de querer desestabilizar al gobierno con su huelga general que llevaba casi quince días. Odría no renunció debido a la falta de unidad de criterios y acción de los demás opositores al Gobierno.
ANOTACIONES FINALES Las sucesivas crisis que ha vivido el país, han generado impactos cada vez mayores al colegio, sin importar su origen o naturaleza. En la década de los años ochenta del siglo pasado por ejemplo, tras una muy larga y sacrificada lucha de varios años y de numerosos sectores sociales, se logró el retorno del poder a la civilidad, tener un nueva constitución política inspirada en la vocación revolucionaria y humanista del propio Víctor Raúl Haya de la Torre y, al parecer, la salida del largo túnel tras doce largos años de dictadura. En este trayecto, numerosos guadalupanos se comprometieron incondicionalmente con el futuro de la patria. Es decir, veníamos de una larga lucha, y tras el sacrifico de diversos sectores comprometidos con la democracia, estudiantes guadalupanos dejamos constancia de nuestro aporte e identidad. El Frente Estudiantil Secundario (FES) y el Comité Central Unificado del Movimiento Estudiantil Secundario (CCUMES), tras marchar por las calles de Lima casi todos los días que duró la huelga del profesorado, forjaron una unidad sobre la base de una plataforma común (imposible en cualquier otro colegio por las diferencias entre estudiantes), pero posible en Guadalupe, gracias al marco brindado por la fortaleza de la hermandad guadalupana. Así, tal como había sucedido en 1947, en el mes de noviembre de 1978, un triste episodio nos devolvía a la realidad de la dictadura. Víctor Alvarado Verástegui, joven estudiante secundario del Colegio Mariano Melgar, quien cursaba el cuarto año de secundaria, caía abatido justo a nuestro lado, en medio de una dura y prolongada jornada de lucha en defensa de la gratuidad de la enseñanza y mejores condiciones de estudio. Con sólo 16 años, Alvarado Verástegui era un estudiante que participaba de las protestas. Lo hacía porque así lo decidió, porque no podía ser insensible ante una realidad que le golpeaba el rostro. Como hemos dicho, cursaba el cuarto año de secundaria y alentaba las actividades pre-promocionales que se realizaban en su aula para reunir fondos que sólo un año después se usaría para “despedir” la etapa escolar y emprender una nueva etapa de vida. Como todos los jóvenes de su edad, lleno de ilusiones y pasión por las cosas en las que creía, se integró al activismo del Frente Estudiantil
Secundario (FES), organización que con el CEA (Comando Escolar Aprista) en el Colegio Mariano Melgar, lideraba las manifestaciones por el retorno de las libertades democráticas y el fin justo de las huelgas magisteriales. Fue cruelmente asesinado ante nuestros ojos aquel nefasto 10 de noviembre, cuando nos movilizábamos una vez más desde su colegio, reclamando contra la famosa “nota 12” para pasar de año, el perder el año escolar o repetir con dos cursos desaprobados, ser desaprobados por mala conducta y naturalmente, por el alza de los pasajes escolares. En un instante, casi sin darnos cuenta, enfrentados a la policía y sus disparos indiscriminados, su sangre nos traía a la realidad de tragedia que nadie entendería. Las balas y las bombas lacrimógenas parecían cobrar la cuenta de ese nefasto juego de muerte que entre jóvenes la policía promovía por orden del gobierno. Caído en el piso, la mano solidaria de sus compañeros de estudios tendió de solidaridad el escenario de muerte. Su rostro lleno de sangre no dejaba ver la expresión de muerte que la indiferencia le dio. Acaso en ese mismo instante, cuando la represión alcanzaba su éxtasis de violencia, aquel joven estudiante, de familia humilde y provinciana, dejaba atrás las actividades, el entusiasmo y el reto que le proponía la vida cuando dejaría el colegio, sólo un año después. Sus compañeros nunca más lo olvidarían y como en 1947, Víctor Alvarado se levantaría ese mismo día desde la muerte hacia la inmortalidad con el mismo mensaje que un guadalupano escribiera con su sangre: “Ni un paso atrás, la lucha continúa”. La historia se ha encargado de dejar atrás la vieja rivalidad que desconocía la antigua y a la vez cercana relación entre ambos colegios. Nadie recordaba en ese momento los enfrentamientos entre guadalupanos y melgarinos, ahora, juntos, llevando en hombros el cadáver de otro compañero caído, reclamábamos al unísono justicia, sin percatarnos que como antes, tal como había sucedido con el mártir guadalupano Heriberto Avellaneda, nuevamente una muerte injusta, quedaría impune por siempre y sellaría una alianza inmortal que como suele suceder en el curso de la historia oficial, se omitió sus nombres sin poder ocultar la gloria de su entrega.
LA VIDA CONTINUA
En los años siguientes se abrieron las esperanzas de dejar atrás las visibles secuelas del abandono prolongado que sufría la educación y nuestro colegio, que literalmente, “se caía a pedazos”. Antes, cada cierto tiempo, una parte era “clausurada definitivamente por inhabitable”, sumándose otra crisis, la de docentes muy mal pagados, sin aliento, ni apoyo para la especialización, sin ser asistidos con materiales y bibliotecas adecuadas que reflejen innovación científica, cultural y tecnológica; estudiantes en aulas sobrecargadas, sin desayuno, mal alimentados y desprovistos de útiles básicos para el aprendizaje, y dirigencias en la Asociación de Padres de Familias (APAFAS) acusadas de mal manejo económico, eran el saldo de una realidad dolorosa. Como se ve, estos podrían no ser los mismos estudiantes que protestaron en 1947, pero si, alumnos con el mismo escenario de insatisfacciones que explica la reedición de esas movilizaciones increíbles. Considerado el “Primer Colegio de la República”, el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe es más que un hito en la historia que ha sido cargado de desinterés infame. Los últimos tiempos han sido fatales,
aunque no por ello faltos de gloria. A la indisciplina institucional y la falta de recursos, al pandillaje y la falta de mística institucional, el colegio parecía bajar la guardia tras tanta indiferencia, hasta que surgió la idea de los “Colegios Emblemáticos”, tema sobre el que quiero volver en función a que esta iniciativa que acompaño la idea del gobierno del presidente García en torno a la mejora de educación, fue buena. Augusto De la Piedra por ejemplo, propuso una tesis consistente en la recuperación del edificio manteniendo su uso educativo, pero modernizándolo para convertirlo en un “Centro de formación de excelencia académica”, rescatando, decía, el sentido de su creación, pero incorporando en él, las tecnologías más modernas y destinándolo a ser un centro de educación especial para jóvenes que demuestren un nivel de rendimiento académico superior. Mientras este debatía se reabría una y otra vez, y más allá de las buenas voluntades expresadas en los proyectos presentados, el tiempo, cruel y juez inapelable de la vida, había sellado la gloria Guadalupana, cincelado en la mente de los peruanos el recuerdo de una guadalupanidad épica y gloriosa, en tanto los años seguían golpeando implacablemente sus ya débiles y casi derruidas estructuras. En marzo del 2012 apareció una luz al final del túnel. Por fin, las desinteligencia, el desencuentro de opiniones y el entendimiento que el Colegio Guadalupe es más que un Colegio Emblemático, cedió el paso a un lógico acuerdo entre historiadores, arquitectos y preservadores del patrimonio histórico. La innecesaria y agonizante espera llegó a su fin y el colegio comenzó a ser restaurado ateniendo a sus características originales, recuperando incluso el diseño original de La Capilla (construida en forma de Cruz Griega), sus vitrales, amén de varios pasajes internos del colegio, habitaciones y espacios convertidos en oficinas administrativas o depósitos, así como antiguos canales subterráneos que lo conectarían –sin saber porqué y para qué-, increíblemente, con el vecino ex penal “El Sexto”.
Su gloria y esplendor sobrepasa las fronteras del país y emergen con vigorosidad y luminosidad. Entonces, es tiempo de dar el segundo paso y devolverle a Guadalupe su valor, convirtiendo al viejo colegio, en un modelo ejemplar de formación educativa, forjador de hombres libres que garanticen un tiempo de nueva convivencia ciudadana, de desarrollo y paz duradera. Dicho aquello, es posible que por fin, en medio de una revolución del conocimiento que abre con la internet el mundo a nuestros jóvenes, sólo parte de toda esa pasión por el Perú que Guadalupe ha legado, sirva para no perder el paso y cumplir el mandato de nuestro himno al convertirnos en “…paladines de una nueva generación”.
El frontis del colegio, La capilla, hermanos guadalupanos desfilando y la procesión de nuestra Virgen de Guadalupe.
(*) Los testimonios, informes, registros y demás materiales pertenecen a quienes han posibilitado esta publicación, en tanto las tomas gráficas corresponden a diversas instituciones y personas, entre ellos: “Comunidad Guadalupana”,” Asociación Guadalupana”, “Promoción 62”, “Promoción 56”, “Guadalupe La Historia”, etc.; existen también, tomas extraídas de la web.