La Migraña Nº 1

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consumidoras” y en base a los cuales han desarrollado “habilidades [..] para manejar sistemas complejos de hogares, comunidades y paisajes”, “levanta la mirada despreciativa sobre la domesticidad y las producciones que las mujeres realizan en sus hogares, los campos y los paisajes”. Desde este concepto las autoras abren el enfoque para pensar otra politización de lo doméstico y las economías familiares por vías que no son las de la matriz occidental capitalista del género, donde lo doméstico está cargado de negatividad, donde es el otro lado del ideal, el espacio a rechazar. Reconceptualizar la dimensión doméstica como una de producción y creatividad para mujeres y hombres. Otros caminos, son posibles.

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Para este trabajo hemos entendido género como el conjunto de determinaciones, estatus y poder diferentes atribuidos a mujeres y hombres a partir de sus diferencias biológicas, los que establecen sus identidades y condicionan sus papeles, expectativas y oportunidades sociales y los ubican en posiciones de poder o subordinación que marcan sus opciones de vida. El género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales fundado en las diferencias entre los sexos y una forma básica de significar relaciones de poder –subordinación entre hombres y mujeres. Todas las sociedades han construido diferencias entre los sexos y convertido esa diferencia en desigualdad. Debido a que la noción de género, viene siendo muy criticada política y teóricamente por su funcionalización a los sistemas de poder vigentes, sobretodo desde ingenierías de reforma de las gubernamentalidades y a su inscripción en el discurso liberal de los derechos10, la noción de diferencia sexual (Braidotti, Rossi: 2005), ha sido introducida como una via para hacer emerger las múltiples posiciones de género que se derivan de procesos de subjetivación atravesados por relaciones de poder asimétricas, relativas a la etnicidad, la raza, la clase, la edad, la orientación sexual, entre otras (Bonder: 2006: 20 y sgtes)11. Braidotti (citada por Bonder: 2006), plantea la noción de diferencia sexual para afirmar la centralidad de la división sexual en la formación de la cultura humana, sustentada en un orden simbólico de primacía fálica

que “ha expulsado lo femenino, salvo como objeto fantasmático del deseo masculino”. Braidotti aclara que hablar de diferencia sexual en lugar de género tiene el sentido de evitar caer en las trampas de la lógica falocéntrica que exige de las mujeres soportar la carga de la inexistencia, la falta, o en el otro extremo, alcanzar la posición de sujeto a partir de su homologación con el varón. Esta invisibilidad de las mujeres por fuera del deseo masculino –y aún allí alienadas— señalada por Braidotti, es uno de los registros más comunes de nuestras luchas centenarias. Sin embargo, al ser mirada tras la penumbra o los velos y en las resonancias de la materialidad de las condiciones de vida del capital, o en la sujeción de las relaciones de parentesco, sociales, culturales, políticas y estatales (de la ciudadanía), viene haciendo posible conllevar otros modos de afrontar la emancipación de las mujeres. Que, según Marx, es y será de toda la sociedad.


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