Ediciones FUNDECEM / Encuentros con la muerte

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nían cerradas gracias a dos argollas amarradas con unas finas hebras de alambre que alguien había dispuesto como para esposarlas y librar así a la casa de visitas indeseadas. Empujé como pude y me colé. A vuelo de pájaro recorrí los aposentos para descubrir que el olvido era el rey de la casa. No dejé de anunciar mi presencia para evitar perros rabiosos soltados con desdén por algún ocupante, si es que había alguno. Fue en el patio, al pie de un árbol de aguacate repleto del fruto que nadie comería que se apareció ‘ña Ramona. No supe de dónde había salido porque sus arrugas acusaban una débil sombra que apenas podía moverse. Pude entender el descuido de lo que en un tiempo debió de ser una casa decente y acogedora. Para qué abría la boca si ella se encargó de hablar por mí. – ¡Ave María! Si vusté es la cagada del difunto Eulogio que Dios lo tenga en su Santa Gloria. Ya hace una chorrera de años que se fue. Mírelo no más, larguirucho y transparente como el señor. Eso lo traen por raza, como si jueran de otros mundos. Fíjese que cuando entraba a la sala, don Eulogio se daba unos totazos en la cabeza porque se olvidaba de los zancos que tenía como piernas. Vusté ha de ser el Señorito Melanio, el mismo que cuando niño se lo vivía encaramado en los chirimoyos que crecen por esos lados del Mucuño. ¡Tan bonito que se le ve ese diente de oro! Apenas mencionó el lugar innombrable en mi familia una tos forzada salió de mi garganta para ponerle freno a sus palabras o corregir de algún modo su equívoco. Yo no vivía en El Mucuño, yo no había crecido en El Mucuño. En todo caso no tenía recuerdos de ese pueblo. ¿Cómo habría de serlo si la naturaleza se había encargado de rayarlo del mapa de los hombres después de que la peste pasó un borrador por las vidas de sus habitantes? Y de esto ya habían transcurrido tres siglos según la cuenta de los historiadores. ‘Ña Ramona confunde el origen con el nacimiento, vocablos distantes cuando se les mira con lupa. ] 45 [


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