El acento en la palabra

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Apuntes para la transición

Tres carencias En primer lugar, carecemos de una clase media extensa y fuerte como la que, en España, dio base sólida al paso veloz del régimen autoritario a la democracia. La pobreza y la pobreza extrema en que se debaten unos 40 millones de mexicanos –casi la mitad de la población nacional– es un caldo de cultivo muy fecundo para las posiciones políticas extremas, demagógicas y mesiánicas, para los radicalismos de todo tipo que frenan o impiden una reforma gradual pero consistente, para las esperanzas desmesuradas en el sistema democrático mismo y, por tanto, para las frustraciones, las desesperaciones, los inmediatismos de corte populista y las operaciones de desprestigio contra instituciones apenas nacientes, impugnadas incluso antes de ser puestas a prueba en la realidad. Carecemos, en segundo lugar, de un sistema financiero congruente, encauzado por leyes claras que hagan fluido el crédito, segura la cobranza, productivo el ahorro y redituable el esfuerzo de mediano y largo plazo; que premien a quien cumple y no a quien abuse; que permitan atraer hacia el país el ahorro externo necesario para el crecimiento que, sin duda, hace nacer y crecer a la clase media de la que ya hablamos. Requerimos, en este mismo ámbito, además de normas, de eficientes instituciones de autoridad que vigilen y hagan cumplir las leyes más allá de intereses económicos y políticos, de coyunturas electorales y de amistades que, en ocasiones, no son sino complicidades. Nos faltan, finalmente, medios de información comprometidos con la creación de la atmósfera y las actitudes que favorezcan la transición misma, y no con el ambiente y los procederes que la retarden o la impidan. Si los medios reparten a diario condecoraciones a los violentos, a los radicales, a los pugilistas de la superficialidad, a los profesionales del disenso, a los delincuentes, a los vividores del incumplimiento y a los promotores del “todo o nada”, inhibirán el trabajo de los que se esfuerzan, la sensatez de los que buscan consensos, la seriedad de los que plantean soluciones viables, la prudencia de los que piensan para el largo plazo, la decencia de los honrados y la razonabilidad de quienes apuestan por los cambios reales posibles. Por el momento y lamentablemente, la transición parece víctima de una especie de movimiento pendular que hizo desplazarse a casi todos los medios de la autoritaria y antidemocrática “desinformación de Estado”, al anárquico, ansioso, amarillista, mercantilista e irresponsable “estado de desinformación”. El terrible efecto de estos excesos de estridencia y radicalismo verbal fue analizado brillantemente por Arturo Valenzuela en su estudio de las causas del golpe militar que, en Chile, mantuvo asfixiada durante casi veinte años a la que fue una democracia ejemplar, lo que, no debería olvidarse, también y casi en primer término ocasionó un brutal estrangulamiento de los propios medios. 73


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