LA VENTANA SECRETA DEL JARDIN SECRETO

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Durante el último año de su matrimonio se había sentido preocupada por Mort, pero desde el divorcio aún más. Preocupada y, naturalmente, culpable. Se atribuía parte de la culpa y suponía que siempre sería así. Mort nunca había sido fuerte, y su mayor debilidad era su obcecación (a veces casi histérica) en negarse a reconocer el hecho. Esa mañana le había parecido como si estuviera a punto de suicidarse. Y la única razón por la que había obedecido a su recomendación de no traer a Ted, fue porque pensó que verlo podía dar el último empujón a Mort si realmente estaba al borde de cometer ese acto. La idea del asesinato jamás le había pasado por la cabeza, y tampoco lo pensó en ese momento. No había tenido miedo ni siquiera aquella tarde terrible en el motel, cuando blandió un revólver delante de ellos. No de eso. Mort no era un asesino. —¿Mort? M... Rodeó la barra que separaba la cocina del salón y la palabra murió. Miró la gran sala con ojos dilatados y atónitos. Había papeles por todas partes. Era como si en un momento determinado Mort hubiera exhumado todas las copias de todos los manuscritos que tenía en los cajones del escritorio y en sus archivos, y hubiera arrojado las páginas como confeti en alguna negra celebración de Año Nuevo. La mesa estaba repleta de platos sucios. La cafetera estaba en el suelo, rota, junto a la cristalera resquebrajada. Y en todas partes, en todas, había una palabra. La palabra era "SHOOTER". La palabra SHOOTER había sido escrita en las paredes con tizas de colores que debió de encontrar en su cajón de material artístico. En la ventana aparecía dos veces, escrita con lo que parecía nata montada. Y en efecto allí había un espray de nata, bajo la estufa. Sobre el mármol de la cocina, la palabra SHOOTER estaba escrita una y otra vez con tinta, y con lápiz en los postes de apoyo del embarcadero, en el extremo más alejado de la casa... Una primorosa columna semejante a una suma, que descendía en línea recta: SHOOTER SHOOTER SHOOTER SHOOTER SHOOTER... Y, peor aún, estaba grabada en la lustrosa madera de cerezo de la mesa, en grandes letras aserradas de casi un metro de alto, como una grotesca declaración de amor: SHOOTER. El destornillador que había usado para hacerlo estaba sobre una silla cercana. En su cuerpo de acero había algo rojo; Amy supuso que eran restos de madera de cerezo. —¿Mort? —susurró, mirando a su alrededor. Ahora tenía miedo de encontrarlo muerto por su propia mano. ¿Y dónde? Pues en el estudio, naturalmente. ¿Dónde si no? Allí era donde había vivido las partes más importantes de su vida; seguramente, habría elegido morir allí. Aunque no deseaba entrar, no deseaba ser la que lo encontrara, sus pies la llevaron de todas maneras en aquella dirección. Al avanzar, apartó con el pie el número de Ellery Queen enviado por Herb Creekmore. No miró hacia abajo. Llegó a la puerta del estudio y la abrió lentamente.


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