Ernesto Santana, El Carnaval y los Muertos

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preocupaban en absoluto ni los cargos ni la condena que le impusieran, pero, gracias a las declaraciones que a su favor hicieron varios oficiales (además de que el prestigio del capitán Sarazo se hallaba en fase menguante) y debido también a su notable hoja de servicio, sólo lo castigaron por desacato. En cuanto a Ojorrojo, lo trasladaron primero para una base de suministros y, al mes y medio, lo regresaron a Cuba con cuatro medallas –dos suyas y dos del Gato– que no sobrevivieron a la primera borrachera. Aunque las arrojó con toda su fuerza desde el segundo balcón de su casa hacia el mar, las vio caer sólo a mitad de la avenida. Pero eso era suficiente. –¿Tú sabes lo que hiciste, Lucianito? No respetas ya ni la memoria de tu hermano –le reprochó el padre al día siguiente y él no dijo una palabra, pero lo miró de forma tal que Luciano no se atrevió a tocar el tema nunca más. Por su parte, Cristina lloró en silencio cuando su marido le contó lo ocurrido y después no hizo el menor comentario sobre aquello. Luciano sabía que aquellas lágrimas no tenían relación alguna con la “profanación” –palabra que pensó mas no dijo– de las medallas. También a Ariel lo regresaron a Cuba, pero sólo para que cumpliera en una prisión militar la condena impuesta. Por suerte, y con razón, lo consideraron mentalmente perturbado, y quizás no hubiera estado preso ni siquiera dos años si no se hubiese escapado de la obra en construcción adonde lo enviaron al sexto mes de condena. Fue una fuga fácil en comparación con lo que hubiera tenido que hacer para escapar del penal militar. Cometió, sin embargo, el error de creer que hasta los cuatro o cinco días después no irían a buscarlo a su casa. 105


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