VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA

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La abertura, que era casi circular, tenía un diámetro de cinco pies aproximadamente; el obscuro túnel estaba abierto en la roca viva y cuidadosamente barnizado por las materias eruptivas a las cuales dio paso en otra época su parte inferior encontrábase al nivel del suelo, de tal suerte que podía penetrarse en él sin dificultad alguna. Caminábamos por un plano casi horizontal, cuando, al cabo de seis pasos, nuestra marcha se vio interrumpida por la interposición de una enorme roca. -¡Maldita roca! -exclamé con furor, al verme detenido de repente par un obstáculo infranqueable. Por más que buscamos a derecha a izquierda, por arriba y por abájo, no dimos con ningún paso, con ninguna bifurcación. Experimenté una viva contrariedad, y no me resignaba a admitir la realidad del obstáculo. Me agaché, y miré por debájo de la roca sin hallar ningún intersticio. Examiné después la parte superior, y tropecé con la misma barrera de granito. Hans paseó la luz de la lámpara a lo largo de la pared, pero ésta no presentaba la menor solución de continuidad. Era preciso renunciar a toda esperanza de descubrir un paso. Yo me senté en el suelo, en tanto que mi tío recorría a grandes pasos aquel corredor de granito. -Pero, ¿Saknussemm? -exclamé yo. -Eso estoy pensando yo -dijo mi tío- .¿Se vería detenido quizá por esta puerta de piedra? -¡No, no! -repliqué vivamente-. Esta roca debe haber obstruido la entrada de una manera brusca a consecuencia de alguna sacudida sísmica o de uno de esos fenómenos magnéticos que agitan todavía la superficie terrestre. Han mediado largos años entre el regreso de Saknussemm y la caída de esta piedra. Es evidente que esta galería ha sido en otro tiempo el camino seguido por las lavas, y que, entonces, las materias eruptivas circulaban por ella libremente. Mire usted, hay grietas recientes que surcan este techo de granito, construido con trazos de piedras enormes, como si la mano de algún gigante hubiera trabajado en esta obstrucción; pero un día, el empuja fue más fuerte, y este bloque, cual clave de una bóveda que falla, deslizóse hasta el suelo, dejando obstruido el paso. Henos, pues, ante un obstáculo accidental que no encontró Saknussemm, y, si no la removemos, somos indignos de llegar al centro del mundo. Este era mi lenguaje, cual si el alma del profesor se hubiese albergado en mí toda entera. Inspirábame el genio de los descubrimientos. Olvidaba lo pasado y desdeñaba lo porvenir. Ya nada existía para mí en la superficie del esferoide en cuyo seno habíame engolfado: ni ciudades, ni campos, ni Hamburgo, ni la König-strasse, ni mi pobre Graüben, que, a la sazón, debía creerme para siempre perdido en las entrañas de la tierra. -Abrámonos camino a viva fuerza -dijo mi tío-; derribemos esta muralla a golpes de azadón y de piqueta. -Es demasiado dura para eso -exclamé yo. -Entonces... Recurramos a la pólvora. Practiquemos una mina y volemos el obstaculo. -¡La pólvora! -¡Sí, sí! ¡Sólo se trata de volar un trozo de roca! -¡Manos a la obra, Hans! -exclamó entonces mi tío. Volvió el islandés a la bolsa y pronto regresó con un pico, del cual hubo de servirse para abrir un pequeño barreno. No era trabájo sencillo. Tratábase de abrir un orificio lo


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