El pensador. Número 5. Año I

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De hecho Moisés ascendió a la montaña tres veces y cada vez, cuarenta días tardó en ascender y descender: los primeros cuarenta días tuvieron lugar cuando recibió la Torah y cuando tiró las Tablas sobre el becerro de oro24 que el pueblo había hecho en su ausencia. Durante los siguientes cuarenta días Moisés regresó a la montaña para rezar por el pueblo judío; una vez que descendió después de su retiro en oración, Dios lo llamó para que regresara a la montaña, esta vez con sus propias Tablas. Durante los últimos cuarenta días Dios grabó en ellas los Diez Mandamientos. Era el diez del mes de Tishrei cuando Moisés bajó de la montaña con la Ley de Dios. Y Dios declaró: “He perdonado al pueblo judío tal como tú lo has pedido”25. En la Torah hay otras referencias significativas con relación al número cuarenta: los espías de Moisés recorrieron la tierra durante cuarenta días; el pueblo hebreo estuvo en el desierto durante cuarenta años hasta llegar a la Tierra Prometida. ¿Qué implica el concepto de cuarenta? Cuarenta representa una metamorfosis, una transformación26 e incluso el perdón de Dios. Por tanto, un mikveh (con sus cuarenta seá) tiene la capacidad de cambiar a un individuo de un estado de impureza a otro de pureza.

Fundamento teológico de la pureza e impureza espiritual El principio básico del judaísmo es que Dios es Uno. Absolutamente uno. No hay ninguna fuerza que exista de manera independiente a Él. La lucha del hombre en este mundo –el ejercicio de su libre albedrío- radica en elegir acercarse a Dios y a la realidad o alejarse de Dios hacia la ilusión o la nada. Cuando la persona efectúa una elección que la acerca a Dios, está eligiendo el “bien”; cuando elige algo que la aleja de Dios, está eligiendo el “mal”27.

El mal no tiene una realidad intrínseca. Es la ausencia del bien, o la ausencia de una manifestación abierta de Dios. Para la religión judía la existencia de Dios puede ser abierta y clara o estar oculta a nuestros ojos. Si la presencia de Dios es abierta lo reconocen como tahará (puro); por el contrario, si la realidad de Dios está en un estado oculto lo llaman tumá (impuro). En otras palabras, tumá en realidad es un “vacío de tahará”. El principio de vida del ser humano es el alma, es decir, la manifestación abierta de la presencia de Dios y es ésta, el alma, la que tiene una mayor condición de tahará; en consecuencia, cuando una persona muere, el alma parte dejando un vacío de tahará, por tanto un cuerpo sin vida posee tumá. El sustantivo hebreo tahará equivale a decir “Pureza espiritual”, pero el concepto implica mucho más de lo que pueden expresar las palabras. Tahará se refiere a un estado de existencia que es puramente espiritual; no es un juicio de valor de bueno o malo y tampoco es un juicio sobre el valor de la persona: uno puede volverse tumá, espiritualmente impuro, a través del no cumplimiento de algunos de los más importantes mandamientos de la ley de Dios. La mayoría de las causas de un estado de tumá resultan de la muerte, debido a que la muerte es la máxima pérdida de la capacidad de ejercer el libre albedrío, ésta es también la mayor pérdida de oportunidad espiritual en este mundo. Por lo tanto, la muerte de un ser humano representa el mayor grado de tumá, porque cuando está vivo el ser humano posee el mayor potencial para la manifestación de la presencia de Dios en el mundo. Otra de las causas de un estado de tumá, de manera específica para la mujer judía, es cuando ésta da a luz a una niña. En este caso el estado espiritual de una mujer es del doble de tumá del que tiene después de dar a luz a un varón28. Esto se debe a que la presencia de una niña le otorga un grado más alto de ta-

hará ya que ésta, la niña que lleva dentro de si, tiene la potencia de dar vida, una condición que es una manifestación abierta de la divinidad, y en consecuencia, un nivel más alto de tahará. Cuando la niña nace crea un vacío espiritual más grande y en consecuencia la mujer está tumá durante un período más largo que cuando nace un niño. La tumá es la pérdida de una “vida potencial” y por ello las mujeres entran en estado de tumá cuando menstrúan debido a la pérdida de una vida potencial dentro de ellas29. Conforme a lo anterior, los mikva’ot siempre deben estar conectados con una fuente natural de agua (por ejemplo, agua de lluvia o un manantial), lo cual es lo más cercano que los judíos pueden tener y reconocer en orden a la creación de Dios. La inmersión en un mikveh, simbólicamente, los reconecta con el infinito y les recuerda su esencial libertad moral y su naturaleza espiritual trascendente. Es un acto de renacimiento al estado natural de pureza y claridad30. En muchos sentidos un mikveh es el umbral que separa lo profano de lo sagrado31, pero lo es aún más. En pocas palabras, la inmersión en un mikveh señala un cambio en el estado, mejor dicho, una elevación en el estado. Su función sin precedentes reside en su poder de transformación, su capacidad para efectuar la metamorfosis. La inmersión en el mikveh puede entenderse como un acto simbólico de la abnegación, la suspensión consciente de sí mismo como una fuerza autónoma. De este modo, el judío que practica la inmersión señala un deseo de alcanzar la unidad con la fuente de toda la vida, para volver a una unidad primigenia con Dios. La inmersión indica el abandono de una forma de existencia para abrazar una infinitamente superior; por tanto la inmersión en un mikveh se describe no sólo en términos de purificación, revitalización y rejuvenecimiento, sino también, y quizás sobre todo, como el renacimiento.

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Apis, dios egipcio. Toro sagrado de la fertilidad. Num. 14:20 Del Valle, Carlos Op cit Maimónides, “La Guía de los Perplejos” 3:23 Lv 12:5 Lv 15:19 Zapata Meza, Marcela (2006). Las religiones del mundo: historia, filosofía y credo. Universidad Anáhuac México Sur & Hermanos Porrúa. México. Eliade Mircea (1981) Lo sagrado y lo profano. Guadarrama / Punto Omega; 4ta. edición OCT 2013

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