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estimular el crecimiento económico, para movilizar a la pequeña y mediana empresa y para renovar la estrategia de la Cooperación Iberoamericana. No quiero terminar estas reflexiones sin “piropear” a la ciudad de Cádiz y, si me permiten, a su espléndida alcaldesa, Teófila Martínez, cuyo trabajo y cuyo tesón durante tantos años ha enriquecido el espacio común de los gaditanos. Cádiz mira a un horizonte marino más allá del cual uno se encuentra con América. Y en La Alameda, frente a la bahía, vemos los bustos de americanos tan ilustres como

tradas. La Constitución de 1812 trajo la Libertad de Prensa, estableció la división de poderes y asentó para siempre la idea, entonces revolucionaria, de la soberanía popular. Han pasado dos siglos. Ya sé que en España es un lugar común hablar del “marco incomparable”, pero, de verdad, ¿qué mejor sitio para acoger la vigésimo-segunda Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que en esta ciudad, en cierto sentido tan cerca de La Habana como de Madrid? Sea la “blanca afrodita en medio de las olas”, como la llamó Alberti. Sea la popular Tacita de plata, la Salada cla-

“Somos, no olvidemos, una gran Comunidad Iberoamericana formada por 22 naciones: España, Portugal y Andorra en la península Ibérica, y 19 países en América Latina” Rubén Darío, César Vallejo, José Martí, Pablo Duarte o Ramón Power. Aquí nacieron José Celestino Mutis, Emilio Castelar o Manuel de Falla. Y por aquí pasaron, algunos incluso para quedarse, personajes como Lord Byron, Bolívar, O’Higgins, San Martín o Rivadavia, quien murió en su casa gaditana, situada en la calle que hoy lleva su nombre. Y el Carnaval de Cádiz introdujo sus famosas murgas en el corazón mismo de mi querida Montevideo, la ciudad cuyos barrios, cuyas escuelas, me hicieron uruguayo; un uruguayo que nació en España y que por ello tenía escrito su destino: cruzar mil veces el charco de una orilla a otra para fortalecer, en la medida de mis posibilidades, la causa iberoamericana. Por el mar de Cádiz salieron y llegaron ideas ilus-

ridad, la Señorita del mar o la Novia del aire, Cádiz acogerá, como si de su casa se tratara, a los dirigentes de nuestra Comunidad. A pesar de estas enormes dificultades, pondremos toda la ambición de que somos capaces para que la Cumbre de Cádiz refuerce la Comunidad Iberoamericana y sirva para mejorar la calidad de vida de nuestros ciudadanos a ambos lados del Atlántico. Hagamos que la Cumbre sea un éxito. América Latina estará representada al máximo nivel. La Secretaría General Iberoamericana, que me honro en dirigir, se volcará, por supuesto, en este empeño. Y contamos con los anfitriones. Sé, me consta, que España dará un ejemplo de afecto y de eficacia que no olvidaremos nunca.

Enrique V. Iglesias Nacido en España pero ciudadano uruguayo, es Secretario General Iberoamericano desde 2005 después de haber presidido durante 17 años el Banco Interamericano de Desarrollo, con sede en Washington, DC. También fue, entre otros muchos cargos, ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay y secretario ejecutivo de la CEPAL. Es autor de varios libros sobre América Latina, doctor honoris causa por más de una docena de universidades de todo el mundo y Premio Príncipe de Asturias.


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