Memorias femeninas resilientes

Memorias femeninas resilientes “Relatos de mujeres vulneradas por una cultura patriarcal�.

Johana Toro Bustamante

Johana Toro Bustamante (Rancagua, 1992).

Es docente de educación básica con mención en ciencias sociales, feminista, activista de derechos humanos y gestora de la red educativa memorias femeninas resilientes.

Es diplomada en teoría, metodología y enseñanza de la historia reciente, por el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.

También, es diplomada en educación en derechos humanos para profesionales de la

educación,

por

la

Universidad

Católica Silva Henríquez y el Instituto Memorias femeninas resilientes

Nacional de Derechos Humanos.

“Relatos de mujeres vulneradas por una cultura patriarcal”.

En su búsqueda profesional, se ha

Año: 2020

desempeñado en el área de la educación

Rancagua, Chile.

formal y no formal, ampliando sus conocimientos en vías de una educación

Editora: Johana Toro Bustamante.

emancipadora, basada en la construcción de sujetos y sujetas de derechos desde la

Ilustraciones: Lissette Orellana, titulada de la Universidad de Talca, de la carrera de diseñadora gráfica, sus ilustraciones están basadas desde un feminismo que les permita a las mujeres sanarse, por medio de imágenes que reflejan su mundo emocional.

justicia social.

Prólogo Nacer en un mundo y sistema patriarcal tan arraigado no es fácil, muchos menos crecer y desarrollarse en la esfera social, siendo constantemente cuestionada e interpeladas por nuestro sexo. Este proyecto, brota desde una mente racional que está en constantes cambios, atendiendo a las concretas y múltiples necesidades de las femineidades, las cuales hemos sido vulneradas tanto en nuestro entorno personal, como público y privado.

De modo que, concebí la necesidad de visibilizar cada una de sus voces, emocionalidades, pesares, sentimientos, ataduras, tristezas y batallas por medio de un texto que me permitiera tomar sus experiencias como propias. Más aun, cuando todas las mujeres hemos sido víctimas del sexismo ilimitado, que coarta nuestras libertades, habilidades y destrezas solo por el hecho de ser mujer desde una discriminación directa o indirecta.

En este sentido, he decidido ser la voz que nos une en una sororidad para la vida plena, consciente y amena, generando una hermandad femenina, humana, resiliente y empática.

Cada una de las mujeres que habitamos en este sistema violentista, tenemos una historia que contar, una sombra que sobrellevar, una oscuridad que nos ha invadido hasta las entrañas, siendo esta una instancia para crecer, querernos y reconstruir nuestra identidad.

En este cotidiano camino, que significa para mí el feminismo, donde día a día luchamos por romper los roles de géneros impuestos por siglos, alzamos nuestros brazos exigiendo justicia e igualdad, sin comprendiendo que en una sociedad democrática todas las personas merecemos ser tratadas desde la igualdad, recuperar los espacios de los cuales hemos sido excluidas, me levanto con más fuerza que antes, para romper con las cadenas que a cada una nos han atado en algún momento de la vida. De esta manera, el feminismo es particular, propio y creciente, cada mujer que participa en este libro tiene la libertad de comenzar a caminar por este sendero del autoconocimiento y la valoración personal, a sus propios tiempos y con sus propios ciclos.

Desde mi perspectiva, respetarnos como sujetas de derecho es fundamental, entender que tenemos la obligación de conocer, exigir y promover nuestros derechos humanos como mujeres, quienes nos ha dejado en cierta medida bajo el alero de un sistema capitalista, desde su concepción androcéntrica, donde las masculinidades imparten una radical superioridad, del hombre, las cuales debemos combatir frecuentemente, hasta instalar una

sociedad democrática ideal, abierta al reconocimiento de nuestros derechos como válidos y garantizados por el Estado.

Educarnos no es tarea fácil y mucho menos resignificar nuestras identidades las cuales han sobrevivido a una impuesta sociedad machista, pero aún estamos a tiempo, mientras nos veamos como hermanas, seamos amables con nuestros cuerpos y leales con nuestros ideales. Desde luego, este texto busca llegar a una reflexión de nuestra identidad, cuales son nuestros valores y problemáticas, respondiendo a interrogantes como, ¿qué nos hace sentir feliz?, ¿qué nos hace sentirnos bien con el mundo?, ¿dónde encuentro mi autenticidad?, ¿cuáles son mis lineamientos desde una perspectiva feminista?

Ser feminista personalmente, hoy no significa solamente combatir las masculinidades, sino que recuperar a las mujeres que aún se ven envueltas en estas aberrantes y habituales preconcepciones culturales patriarcales. Es encontrarnos y reencontrarnos como seres resilientes de un régimen opresor, escuchar y cambiar nuestro lenguaje, liberar nuestras culpas adquiridas, dejar ir aquello que nos angustia y comenzar a vivir en plena libertad, integridad y dignidad, queriendo siempre ser una mujer, que ayuda, acompaña y cree en otras mujeres, pues el feminismo me permite entender como quiero yo estar con el mundo.

Índice Prólogo .......................................................................................................................................... 3 Introducción .................................................................................................................................. 7 Conceptualización de temáticas relevantes.................................................................................. 9 1.

Capítulo I: El patriarcado me formó y el feminismo me resignifico. ................................... 13 1.1 Mis hijos e hijas del patriarcado........................................................................................ 14 1.2 Mi lucha interna de crecer machista y resignificarse como feminista .............................. 18 1.3 Identidad deconstruida un aprendizaje para mi vida ....................................................... 22 1.4 Ser hija de una manada ..................................................................................................... 25 1.5 Vulnerabilidad emocional frente a un Estado patriarcal .................................................. 28 1.6 Cuarentena de por vida, vulneraciones consentidas ........................................................ 31 1.7 Sexismos adquiridos, una lucha por mi reivindicación como mujer ................................. 34 1.8 Conquiste mi libertad ........................................................................................................ 36

2.

Capítulo II: Limitaciones sexistas, acoso, abusos en el espacio laboral. ............................. 40 2.1 La segunda línea ................................................................................................................ 41 2.2 Inteligencia subordinada ................................................................................................... 45 2.3 Entre muffins y cafés ......................................................................................................... 48 2.4 Injusticia salarial, un silencio y grito por la igualdad ......................................................... 52 2.5 Abusador a la vista, masculinidades violentistas .............................................................. 54 2.6 La maternidad un escenario segregador en el espacio laboral ......................................... 57 2.7 Limitaciones y vulneraciones desde un patriarcado evangelizador.................................. 61 2.8 Fraternidad, jerarquía y autoridad, un fruto del abuso laboral ........................................ 65 2.9 Mi sexo no me limita ......................................................................................................... 68 2.10 Resistencia pasiva, mi activación como feminista .......................................................... 71 2.11 Patriarcado academicista, una pandemia obsoleta ........................................................ 73 2.12 Persistir para derrocar el abuso y la impunidad ............................................................. 76

3.

Capítulo III: Amarse es un acto político, de rebeldía, persistencia y resiliencia. ................ 81 3.1 Mi cuerpo, mi templo ........................................................................................................ 82 3.2 La feminazi ........................................................................................................................ 87 3.3 Aceptación, perdí el miedo a recuperarme y a valorarme ............................................... 90 3.4 La maternidad como una opción no una obligación ......................................................... 95 3.5 Mi corazón Violeta ............................................................................................................ 98 3.6 Superioridad masculinizada, sumisión feminizada ......................................................... 101 3.7 La heteronormatividad de la belleza............................................................................... 103 3.8 La hinchada de mis amores, segregación encubierta de vulneraciones ......................... 105 3.9 El fracaso como una oportunidad de resiliencia, lucha y valentía .................................. 108 3.10 Mi amigo, un machista empedernido ........................................................................... 112

4.

Capítulo IV: Aprendí de la vida, que la prioridad en el amor es mi liberación. ................. 115

4.1 Mi autoestima, mi condena ............................................................................................ 116 4.2 Me dedique a perderme ................................................................................................. 120 4.3 Una espina en mi corazón mí llamado de atención ........................................................ 123 4.4 La depresión, una mochila difícil de liberar .................................................................... 128 4.5 La influencia de la sociedad ante una relación sentimental ........................................... 132 4.6 El amor no duele ............................................................................................................. 135 4.7 Superioridades masculinas, egocentrismo y validación de su hombría.......................... 139 4.8 Transitando entre el suicidio y el amor propio ............................................................... 143 4.9 Desperté para no abandonarme jamás........................................................................... 146 4.10 Conviviendo con él enemigo ......................................................................................... 149 4.11 Liberación de mis tormentos ........................................................................................ 153 4.12 Aliado encubierto, misoginia y victimización de un ser indolente................................ 155 4.13 Un amor que me transformó en una guerrera ............................................................. 161 5. Capítulo V: Usurparon mi inocencia, vulneraron mi conciencia, en mis memorias vive un pesar en base a la impunidad judicial. ...................................................................................... 163 5.1 Juegos de niños, abuso escondido .................................................................................. 164 5.2 Inocencia arrebatada, deshumanización reflejada ......................................................... 167 5.3 Sepulté mis heridas y renací como una flor viva ............................................................. 169 5.4 Adolescencia arrebatada ................................................................................................. 173 5.5 Enredada en las sabanas de mi perpetrador consanguíneo ........................................... 177 5.6 Niñez desvalida, violador en la mira ............................................................................... 180 5.7 Superioridad patriarcal social, avaladora de mí vulnerabilidad ...................................... 183 5.8 Abuso de mi inocencia, vetándome de toda creencia .................................................... 185 6. Capítulo VI: El espacio público y privado, una manada temible, masificada y avalada por el machismo social. ....................................................................................................................... 187 6.1 La calle un escenario activo de vulnerabilidad................................................................ 188 6.2 La peligrosa bata blanca que encubría a un agresor ....................................................... 190 6.3 Micro andante, peligro al instante .................................................................................. 192 6.4 Compañera yo si te creo.................................................................................................. 194 6.5 Mentes perturbadas vitoreadas en la esfera social ........................................................ 196 6.6 Memorias traumáticas, recuerdos extraviados .............................................................. 199 6.7 La hipocresía social de las masculinidades...................................................................... 201 6.8 Masculinidades enraizadas por el patriarcado ............................................................... 204 6.9 Soltera otra vez ............................................................................................................... 206

Bibliografía .................................................................................................................... 207

Introducción ¿Qué entendemos por feminismo?

En primer lugar, debemos tener claridad de las grandes batallas que se han forjado por siglos desde las mujeres, hacía la lucha por tener los mismos derechos que los hombres.

Nadie puede dudar, del negacionismo del cual hemos sido excluidas por nuestro sexo. El feminismo, comienza a formarse desde el siglo XVIII en Francia, en el desarrollo pleno del movimiento intelectual que tomaba fuerzas provenientes de una historia eurocentrista como la ilustración, periodo en el cual los conceptos de sujeto de derechos y ciudadanía marcaban un hito en la historia. Sin embargo, este proceso segrego la imagen femenina, definiendo a los hombres como humanos. Entonces ¿quiénes seríamos las mujeres?

Desde ese acontecimiento, comienzan las primeras representantes del feminismo a levantar distintos documentos que integraran a estas en los procesos del ejercicio de sus derechos. Fue así como en 1792 Mary Wollenstonecraft redacto el texto “Vindicación de los derechos de la mujer”, el cual demandaba tal como señala María Elena Acuña 2019, “la inclusión de las mujeres a los principios universales de la ilustración como la igualdad, la educación y el derecho a vivir libre de prejuicios” (Acuña, 2019).

Posteriormente, tomaría el liderazgo la escritora francesa Olympe de Gouges, quien en 1791 establece la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadanía” en respuesta de la “Declaración del hombre y del ciudadano” en 1789. Esta empoderada mujer para la época demostraba ante el mundo que ser mujer no era un sinónimo de la exclusión del mundo político, social y cultural, años más tarde fue guillotinada por mantener un pensamiento distinto al del régimen autoritario de este periodo el cual la llevo a su muerte.

Bajo esta lógica me pregunto, ¿qué es el feminismo? Luego de estas primeras experiencias, distintas mujeres que formaban parte de la aristocracia europea levantaron sus voces, como escritoras, profesoras o filósofas quienes conformaron una primera Ola del feminismo eurocentrista. Sin embargo, vendrían tiempos nuevos, donde las mujeres se levantarían por exigir su visibilidad ante el mundo sin estar sujetas a una raza, etnia, clase social, orientación sexual o nivel educacional. El feminismo se comenzaba a propagar y con esto las banderas de lucha se extendían cada vez más. Todas podemos

vivir el feminismo en plena libertad y debido a esto quisiera plantear distintas conceptualizaciones acerca de esta definición.

El feminismo para una gran referente de la literatura feminista afrodescendiente es Chimamanda Ngozi Adichie quien nos indica que “Ser feminista es una persona que cree en la igualdad social, política y económica de los sexos” (Ngozi Adichie, Todos deberíamos ser feministas, 2015, pág. 54). Comprendiendo, que cada persona es un universo distinto, planteando que el problema de los derechos humanos era la negación hacia las mujeres por su sexo, excluyéndolas de su posición de seres humanas.

Por otro lado, tenemos a Nuria Varela, quien nos señala que el feminismo es una vanguardia, pues desde su nacimiento hasta la actualidad, no ha dado tregua en su planteamiento de teorías políticas y movimientos sociales, entendiendo que tal como mencionaba anteriormente, el feminismo no es lo contrario al machismo, por el contrario, quien tenga aquella noción estará abnegado por su cultura patriarcal. Asimismo, nos advierte que “el feminismo es polifónico” es decir, que está construido en base a las variadas voces que se oyen simultáneamente en el planeta, exigiendo desde “un proyecto colectivo y emancipador” lo más puro de los resguardos a la dignidad humana (Varela, 2019, pág. 15).

La escritora chilena María José cumplido en su libro titulado “chilenas, la historia que construimos nosotras” nos explica que el feminismo, nos ha propiciado como mujeres las soluciones para combatir la desigualdad existente en raíz del sexismo. Destacando que las feministas, han logrado en el transcurso de la historia que hoy seamos mujeres activas en la esfera política, económica y social, exigiendo nuestros derechos y manteniendo un ideal que ya no nos resulta tan utópico como en la antigüedad (Cumplido, 2019) .

No obstante, me he centrado específicamente en la obra de María Fornet, cuando decidí embarcarme en este camino de la escritura, enfocándome en su concepto del feminismo terapéutico. Este se define como una práctica que puede ser totalmente liberadora, de culpas de miedos, de traumas, de vulneraciones que hemos vivido como mujeres. Nos invita a reclamar nuestro espacio en el mundo “alimentando la sensación de comunidad y de hermandad” que nos encuentran a las mujeres desde escenarios de opresión (Fornet, 2018, pág. 115).

Desde esta perspectiva para mí, el feminismo nos entrega un sistema de análisis constante de nuestra condición como mujeres, permitiéndonos indagar en nuestro mundo interior, en el reconocimiento de nosotras como sujetas de derecho. En otras palabras, el feminismo esta fundado desde la base de la igualdad en todos sus aspectos, sociales, políticos, económicos y culturales, se representa desde la realidad que habita cada persona y se promueve bajo la multiplicidad de banderas de luchas, cada una con sus propósitos he intereses, los cuales nos unen día a día.

Amelia Valcárcel (2001) en una publicación de las Naciones Unidas, describe que el feminismo ha sido y es una suma de acciones contra la corriente, una serie de rebeldías que tantas mujeres han implementado en sus vidas sin tener certeza del concepto.

Igualmente, nos declara que esta corriente debe constituirse desde una garantía hacia la paz, intentando la erradicación de las violencias individuales y colectivas que afectan a las mujeres (Valcárcel, 2001).

Hoy ya no se trata de sobrevivir, sino de resistir, de luchar y gritar hasta que nos cansemos de dejar de ser invisibles ante un sistema patriarcal, hasta que habitemos y recuperemos cada espacio en un ambiente equitativo, amable, libre de violencias, con un lenguaje inclusivo, sin prejuicios ni juicios. El feminismo nos reúne, nos abraza, nos valora, nos educa, nos pertenece y nunca podrán volver a callar nuestras voces.

Conceptualización de temáticas relevantes Cuando nos alentamos a sentirnos feministas y recorrer este camino cada día, mes y año, vamos adquiriendo distintos conceptos que nos proporcionan una serie de elementos fundamentales para comprender este modelo igualitario. De modo que, el feminismo cuestiona el orden establecido en la sociedad para quienes se han beneficiado por siglos de esta cultura patriarcal, es decir, los hombres (Varela, 2008).

En relación con esto, me dispongo a facultarles una serie de definiciones que les permitirá comprender los relatos de memorias de mujeres resilientes, ante un sistema patriarcal.

En tanto, ya tenemos una idea del feminismo, podemos comenzar este proceso sistemático de aprendizaje, que nos adentrará a una literatura feminista y con enfoque de derechos.

Debemos esclarecer que el ser feminista y determinarse como tal, implica una reflexión constante a nuestras prácticas, desde una ética y forma de presentarse y estar en el mundo, pues cada acción, palabra, o pensamiento puede caer en la barrera que se nos ha impuesto desde la cultura patriarcal. ¿Qué es el patriarcado? Cuando hablamos de patriarcado, nos referimos a un orden social, moral y político que se ha impulsado en el tiempo, el cual promueve una jerarquía masculina por sobre las mujeres. Por lo tanto, se puede identificar como una ideología impuesta, la cual se fue reproduciendo en el tiempo desde el periodo de la Ilustración por los hombres y sus ideales, los cuales indicaban que las mujeres estaban a cargo de la servidumbre y crianza, mientras ellos eran los intelectuales.

Este mandato impuesto por las sociedades eurocentristas, traspasaron las barreras internacionales y comenzaron a potenciar nuevos conceptos que enfatizaban en la importancia de los hombres en la estructura política, económica, social y cultural de una nación.

Fue así como se comenzó a gestar el machismo, el cual se define como un conjunto de prácticas prepotentes e inadecuadas que suscitan la superioridad masculina por sobre las mujeres y al mismo tiempo la cosifican, en su negación y reconocimiento como sujetas de derechos (Acuña, 2019). De esta forma, los hombres comenzaron a sentirse con un poder innato solo por el echo de que su sexo así lo determinara, en respuesta de ello, se establecieron patrones específicos que validaban su masculinidad en el mundo, lo cual sin saberlo traería consigo una serie de lineamientos que los coartaría a si mismos.

Acerca de esto, la masculinidad tradicional está enfocada por un conjunto de valores, creencias, actitudes y conductas que buscan el poder y la autoridad, lo cual les permitiría dominar desde la opresión y la violencia a las mujeres (Varela, 2008). Razón por la cual las sociedades determinaron cuales eran las acciones que validaban la masculinidad, como, por ejemplo, el reprimir sus emocionalidades pues esto los hacía ver débiles. Desde esta noción, analizaremos que todo lo que a conllevado el androcentrismo en la historia, es decir, ver al hombre como un único ser, no solo ha sido clave para la lucha feminista, sino que también para aquellos hombres que no se sentían direccionados hacia estos mandamientos.

Ahora, indagaremos en el mundo de las oprimidas, nosotras las mujeres, que en la actualidad batallamos en memoria de todas aquellas que nos han dado indicios de como seguir este camino bajo la lógica del feminismo.

Primeramente, es relevante señalar que todas hemos sido criadas bajo una cultura patriarcal y, por tanto, la labor de deconstrucción no es de la noche a la mañana. Poco a poco, las mujeres se han ido redescubriendo y atesorando su importancia y valor en una sociedad. Desde pequeñas nos enseñaron a ser individualistas, a competir entre nosotras, a seguir cánones de belleza y por sobre todo a impulsarnos a tener una familia y ser una mujer de hogar. No obstante, los tiempos han cambiado y si bien, existen mujeres que se dedican a la crianza y cuidado de sus hijas, hijos e hijes, también están las mujeres de la otra vereda, quienes han salido a trabajar, estudiar, viajar y vivir la vida de la manera que a ellas mejor les parezca.

Pese a todo lo anteriormente mencionado, hay algo que nos une y es la lucha por la erradicación de todo tipo de violencia hacía nosotras. La sororidad desde la mirada del feminismo terapéutico es un movimiento ideológico que llama a las mujeres a unirse en un solo bloque, para concretar acciones que progresen en sus esfuerzos en materia de igualdad de género (Fornet, 2018).

Desde mi perspectiva, la sororidad es un movimiento humano, que refleja los valores de solidaridad, empatía y contención de las mujeres y para las mujeres. Quienes generan una fraternidad, a partir de sus experiencias de vulneración dentro de sus culturas. En efecto, los movimientos feministas de la cuarta ola se han articulado en base a la sororidad, en vernos por primera vez como aliadas, amigas, compañeras y hermanas de lucha ante un orden opresor de nuestras libertades en base a los sexismos existentes.

Referente a los sexismos, se deben comprender este concepto como todas aquellas acciones, actitudes o prácticas que propician un trato diferenciado de las personas en base a su sexo. Del cual nace la construcción de diversos roles y comportamientos que deberían tener las mujeres o los hombres solo por su razón biológica en cuanto a su órgano reproductor (Acuña, 2019). Nadie puede ignorar como los sexismos se han convertido en prejuicios que afectan principalmente a las mujeres, pues son segregadas del espacio público y privado en distintos ámbitos solo por el hecho de haber nacido mujeres.

Bajo este criterio, tanto el patriarcado, el machismo, las masculinidades y el sexismo han sido conceptos fundamentales en la invisibilización histórica de las mujeres, pues a raíz de su implantación en la cultura, han establecido aquellos roles de género por los cuales hemos tenido que transitar a lo largo de nuestras vivencias.

Pero ¿cómo podríamos definir si es violencia de género? En cierta medida el concepto de género también tiene su ente que transmite una violencia simbólica, pues se ha estructurado bajo una idea de lo femenino y lo masculino, no obstante, estas características binarias no tienen total relación con nuestro sexo biológico. Acerca de esto, Judith Butler plantea que el género es una construcción de la misma cultura, por lo cual, no es determinante, ni rígido como el sexo biológico (Butler, 2007).

Es indudable que el género, es otra consecuencia del patriarcado, pues restringe tantos las libertades de expresión, el sentir, el pensar y el hacer. En síntesis, se puede evidenciar como este sistema de opresión y sumisión de las mujeres no solo ha limitado a estas, sino que también a las disidencias y hombres que no cumplan con sus patrones de masculinidad.

De modo que, en base a estas breves definiciones, podemos repensar cual es la importancia de la construcción de nuestra identidad, la influencia de las memorias y como estas confluyen en nuestro presente desde la colectividad humana. De igual forma, se reafirma la necesidad de incorporar nociones utópicas acerca de nuestras necesidades y demandas, pues son movilizadoras en las memorias proyectivas que hoy se visualizan.

Para finalizar, contextualizaremos el concepto de memorias, las cuales se definen desde los procesos mediante el cual las personas rememoran u olvidan, ya sea a partir de experiencias personales directas, indirectas, lazos sentimentales, emociones, relaciones sociales, que han sido parte de las prácticas culturales de un grupo (Jelin, 2002).

En otras palabras, las memorias pueden ser individuales y colectivas, pueden ser parte de un acontecimiento histórico, como también de una sensación o emoción, por lo cual, el trabajo que se ha realizado en el siguiente texto, responde a dar voz a cada una de esas memorias que siguen latentes. Aquellas que han sido silenciadas por años, pero que hoy se unen desde la resignificación de sus experiencias personales, para dar vida al feminismo en sus vidas como una manera de liberar todos los malestares que han gestado durante sus vidas.

1. CapĂ­tulo I: El patriarcado me formĂł y el feminismo me resignifico.

1.1 Mis hijos e hijas del patriarcado

Durante mis años de vida he crecido pensando en que nunca fui una hija deseada, sino más bien el calvario de una madre tras varias perdidas, logro traerme a este mundo lo que quizás ha resultado ser para mí un castigo, una prisión y una vida llena de decepciones, angustias y desilusiones.

Mis primeros años como adolescente, los pase trabajando en distintas casas como “nana” o asesora del hogar, lo que posteriormente me llevo a un matrimonio arreglado, típicos de una época en la historia de Chile donde no importaba el amor, los años, ni lo buena persona que eras, sino que más bien, importaba el ser sumisa y devota de un matrimonio obligado, desde allí comenzó una de mis mayores prisiones de vida.

Ser la mujer de un hombre agresivo, autoritario y despiadado no fue un camino fácil, ni mucho menos llevar en mi cuerpo a nueve hijos los cuales fueron productos de violaciones reiteradas por cerca de 30 años. ¿A caso alguna vez la vida pensó en mí? ¿Existirá aquella divinidad que exige una justicia que nunca recibí? Pues no lo sé, aunque sigo expresando mi creencia evangelizadora que me transmitió mi familia, creo que nunca me he sentado a reflexionar por qué tuve que vivir una vida llena de vulneraciones, por el hecho de ser mujer. Fui obligada a tener un esposo, fui sometida a constantes violaciones, fui golpeada, amenazada y viví durante muchos años, meses y días con un miedo constante, sin embargo, seguí transmitiendo una conducta habitual de machismos o micromachismos en mis hijos e hijas durante su crianza, promoviendo sus conductas de superioridad por ser hombres y de devoción en mis hijas por ser mujeres lo cual solo visualizada mi naturalización hacia esas acciones que seguí promoviendo durante sus vidas.

Es difícil que al pasar los años siga evidenciando como esta formación de un hogar machista trasciende las generaciones de mis hijos, hijas, nietos y nietas. Un ejemplo de ello, son las constantes conductas sexistas que han tenidos todos mis hijos con sus esposas, quienes jamás han lavado un plato, limpiado la casa, ni mucho criar a mis descendientes, sin embargo, la propia vida ha hecho lo suyo razón por la cual, han ido perdiendo a quienes eligieron para pasar el resto de sus vidas. Fue difícil aceptar mi realidad, viví más de 60 años al alero de un hombre violento, el cual salió de mi cotidianeidad gracias a la valentía de una de mis hijas, quien creció presenciando actitudes

de violencia contra su hermana mayor, por parte de quien la engendro, atemorizaba se escondía por distintos lugares de la casa, escapando de golpes, gritos y escenas que quisiera ella no recordará hasta el día de hoy. Saque valentía, no sé de dónde, y realice una denuncia y orden de alejamiento de aquel sujeto que convirtió mi vida en la peor de mis pesadillas. Comencé a revivir durante unos años, no exentos de episodios y discusiones familiares, fui cuestionada por propios hijos, quienes justificaban actitudes de su padre debido a la normalización de estas situaciones que observaron durante su crecimiento. Lo cual no me sorprende, ya que como mencioné anteriormente yo los empuje a crecer en un entorno machista, patriarcal, como a quienes debían ser atendidos por mí y mis hijas, lo cual posteriormente se replicó con sus señoras, de las cuales muchos de ellos se separaron luego de unos años debido a conductas adquiridas de una imagen paterna de violencia psicológica, física y emocional. Aun así, hasta el día de hoy muchos de mis hijos siguen teniendo estas conductas, a pesar de ser padres y abuelos de mujeres, siguen avalando acciones cotidianas de vulneración, lo cual pesa en mi alma, ya que siento cierta responsabilidad por no haberles entregado una educación integra, sin distinciones de género, prejuicios y roles.

No todo termino allí, hace unos años fueron mis propios hijos quienes volvieron a traer a su “padre” a mi casa, ya que supuestamente él no tenía donde vivir, le construyeron un lugar en mi terreno, mi espacio de libertad, mi lugar de seguridad fue interrumpido por mis propios herederos. Comencé a revivir muchos episodios, dormía y vivía encerrada en mi casa, ni siquiera me atrevía a salir al jardín o patio de esta, por culpa de este sujeto, quien había regresado para privarme y encarcelarme una vez más.

Así fue como viví un par de años, con una rabia e impotencia que nunca me atreví a verbalizar y que solo una de mis hijas sabía lo que realmente concebía cada día, ella siempre quiso velar por mi protección y seguridad a pesar de tener a toda su familia en contra. No me atreví nunca a encarar a mis propios hijos por miedo a la soledad, creo que ellos nunca entendieron ni comprenderán todo lo que su madre tuvo que pasar para que ellos hoy en día sean dueños de sus vidas y hallan logrado llegar donde cada uno decidió estar.

Hasta que llegó el día, lo recuerdo como si fuera ayer, ya que todos mis hijos conmovidos viajaron a despedir a su padre, un maltratador, abusador, perpetrador y violador. Excepto mi hija menor quien, sabía que para mí este sería un momento de alivio, mi alma respiro como jamás lo había hecho, por fin sabría que él nunca más volvería. Aún, así como una persona creyente y evangelizada participe de su velorio, sin rencor, sin pena, sin justificación válida para estar ahí, más que mis hijos me visualizaran en ese lugar y ser un apoyo para ellos en ese momento, a pesar de todo. Continué creyendo inocentemente que algún día mis hijos reconocerían las acciones que realizo su progenitor y esperé que llegaran a mi casa a pedirme disculpas por haberme privado de mi libertad, no obstante, esto de ningún modo pasó.

En la actualidad, he sufrido muchas enfermedades debido a mi avanzada edad, una de mis nietas me hace leer libros de feminismo, que para ser sincera a veces no entiendo mucho los conceptos, pero si comprendo lo inteligentes e importantes que hemos sido las mujeres a lo largo de la historia de Chile y el mundo, abriéndome a estas nuevas formas de entender la crianza y educación de las nuevas generaciones, donde cada individuo debe hacerse cargo de sus acciones y responsabilizarse de sus hijos, hijas, trabajo, entre otros ámbitos. Concibiendo que los roles de género que nos fueron asignados por cientos de años a nosotras por el hecho de ser mujer ya han quedado en lo obsoleto.

Es difícil aceptar esta nueva realidad, estas crecientes formas del pensamiento feminista, estas activas y resilientes formas de vivir, respetando los derechos de cada ser humano, sobre todo cuando mi situación actual, está siendo similar a la que viví por tantos años.

No debería sorprenderles, pero es real y aunque me duela el alma debo aceptar los errores que cometí ¿por ser mujer? ¿por criar a mis hijos e hijas según la normalidad social de aquellos años? ¿por no tener la valentía suficiente para pedir un grito de ayuda? ¿por las inseguridades, miedos y amenazas? Errar es humano, coexistir en tiempos históricamente distintos a los actuales les puede hacer cuestionar mis formas de pensar, que cada día transitan en mi cabeza, recapacitando en que cosas debo aprender y mejorar para valorarme como persona, como una guerrera, como una mujer.

Hija, madre, abuela, bisabuela, que a pesar de todo el dolor que me trajo la vida, sigo resistiendo hoy a actitudes machistas y patriarcales de uno de mis hijos, como diría mi abuela “cría cuervos y te sacaran los ojos”. Pero ya me cansé de callar, me aburrí de no ser escuchara, respetada ni valorada, hoy comienzo a deconstruirme como una mujer

principiante en temas del feminismo, gracias a estas nuevas generaciones. Gracias a mi hija, a mi nieta por creer en mí siempre, solo anhelo vivir mis últimos años en paz conmigo, perdonar mis culpas que trascendieron generaciones de micromachismos y ser una mujer que vive, piensa y cree en un mundo que pueda cambiar. Pues aquellos roles de género que fueron innatos desde mi nacimiento, que se implantaron en mi vida incluso enfrentándose a mis verdaderos deseos y necesidades, se oprimieron en búsqueda de mi propia felicidad (Ngozi Adichie, 2017). Por mí, por mis hijas, por mis nietas, por mis bisnietas, nunca permitas ser prisionera de una vida que no mereces. La culpa nunca fue mía.

1.2 Mi lucha interna de crecer machista y resignificarse como feminista

Llegué a la vida siendo un pesar, una angustia y un trauma para mi mamá, pues fui producto de una violación, en efecto esto forjo mi identidad desde mi niñez sin lograr entender muchas situaciones por las cuales tuve que pasar, de las cuales adquirí lamentablemente muchos patrones y estereotipos propios del patriarcado. Hija menor de nueve hermanos, me forme en una dinámica constante de machismos explícitos, los cuales respondían a la sociedad chilena de hace un poco más de cincuenta años. Siempre tuve la percepción de que muchas cosas que observe no estaban bien, sin embargo, no supe cómo salir de allí en ese momento.

Mis días de niña, comenzaban con una rutina de devoción y subalterna hacia mis hermanos que me demandaba mi madre, hacer las labores de la casa, atender a cada uno ellos en cuanto a sus necesidades básicas y también arrancar y esconderme de la clara violencia intrafamiliar que existía en este hogar por parte de quien me engendro. Siendo testigo de innumerables episodios de actos que denigraban la integridad y dignidad de mi madre y hermana mayor, por parte de este perpetrador. De modo que fui desarrollándome de niña a adolescente como una mujer para la época bastante contestaria, ya que cuestionaba reiteradamente pasajes de la vida que tuve que recorrer preguntándome cada día el por qué debía ser testigo de estos escenarios que acostumbraban a ser naturales en mi cotidianeidad.

Claramente fui coartada y excluida de distintas instancias, por el hecho de ser mujer, como tener la oportunidad de estudiar en una institución escolar fuera de mi comuna, o aportar en el trabajo que realizaban mis hermanos, ya que eso no era digno de señoritas, pues tomar un cajón con frutas avalaba la fortaleza masculina y la debilidad femenina.

Entonces, cumplí la mayoría de edad y conocí a un hombre dieciocho años mayor que yo, quien frecuentaba la casa de mi familia, pues era amigo de mis hermanos. Poco a poco me fui enamorando de él, convirtiéndome quizás en una mujer que no quería ser gracias a las influencias de un amor romántico el cual exigía, devoción, sumisión y gratitud hacia quien luego de un año de convertiría en mi marido.

Gracias a él logre salir de este espacio que marco tantas instancias de mi vida a la luz de ser testigo de abusos, violencia física y psicológica, quise darle una nueva oportunidad a mi existencia, sin pensar que todas aquellas vivencias marcarían mi personalidad de forma trascendental en mi futuro familiar.

De esta manera, comencé a ser la esposa típica de aquellos tiempos, quien se preocupaba de todas las labores del hogar y entregar una amable recepción a mi marido, pues él era quien se debía encargar de sustentar económicamente la casa. Tras pasar un año y unos cuantos meses de mi matrimonio nació mi primer hijo, no obstante, nunca me imaginé que ahora sería yo quien repetiría patrones y estereotipos de género que tanto critique en mi adolescencia, seis años más tarde con la llegada de mi segunda hija.

Siempre di lo mejor de mí para que mis descendientes tuvieran una vida ideal, aquella que yo nunca tuve la oportunidad de conocer, por lo tanto, día a día me esforcé por sacar adelante a mi familia junto a mi esposo intentando mantenernos unidos siendo una imagen digna de la mujer que debía ser.

Tuvieron que pasar bastantes años para reflexionar acerca de mis actitudes como madre y mujer, ya que sin quererlo crie a mis hijos bajos micromachismos, siempre atendiendo al varón y solicitándole a mi hija que me ayudara a atender a los hombres de la casa. Mi sucesora desde su inocencia de niña me recriminaba bastantes actitudes mías durante mi juventud, pero nunca fui capaz de leer entre líneas que ella me estaba exigiendo un trato igualitario tanto para ella, como para su hermano, razón por la cual tantas veces luché en mi condición de hija.

A decir verdad, no sé si me cegué o nunca lo quise ver, pero lamentablemente generé conductas que siempre mantenían a mi hijo en una situación de constantes privilegios, atendiéndolo de manera especial, dando un amor incondicional, incluso restringiéndole una serie de acciones que resaltaran su masculinidad e imagen varonil, tal cual como lo hizo en su momento mi madre con mis hermanos.

En cambio, a mi hija desde pequeña le inculcaba mantener sus espacios personales limpios y ordenados, porque ella era una señorita, debía mantener actitudes de respeto, y colaboración hacia mis quehaceres del hogar. En contraparte también le repetía en

considerables oportunidades que ella debía ser una mujer fuerte, aguerrida, independiente y por lo tanto debía estudiar para no tener que depender de ningún hombre. Entonces me encontraba en una lucha interna entre la transmisión de una cultura machista familiar versus una implacable búsqueda porque mi heredera fuera la mujer que quizás nunca logre llegar a ser. Con esto me refiero desde una perspectiva profesional y personal, combativa que lidiara con sus luchas personales y sociales cada día y así me envolvía en este ciclo peligroso el cual no era consciente de detener.

Como mujer, siempre he considerado que la maternidad es parte de la vida de una, así como el matrimonio y la dependencia económica, ahora bien, con el paso de los años, el crecimiento de mis hijos y las necesidades financieras a las cuales nos enfrentamos como familia, nos hizo dar un vuelco por completo a nuestra habitualidad, cambiándonos de aquel hogar en el cual nos formamos como núcleo afectivo, en busca de un mejor pasar.

Este escenario, cambio totalmente mi realidad, a pesar de que ya como mujer me las arreglaba participando en grupos de femeninos que realizaban manualidades por medio de talleres para sustentar de cierta manera la economía del hogar, esta era la primera vez, en donde me encontraría sometida a un régimen de agobio, oscuridad y valentía con el objetivo de que tanto yo como mi esposo logramos sustentar a nuestra familia.

Así fue como inicie mis primeros pasos en el ámbito laboral, ateniendo una empresa de mi suegro, donde yo realizaba todas las actividades que este espacio requería, ya fuera la atención al público, la administración y el aseo y orden del lugar. Como consecuencia de esto, sobre explote mis capacidades como persona, pues mis tiempos de descanso físico como psicológico fueron apropiados por esta nueva actividad económica, tomando por completo tanto mi vida como la de mi hija y esposo. Lamentablemente, fui víctima de malos tratos psicológicos y humillación por parte de mi jefe, lo peor de todo es que lo acepte y nunca lo recrimine por sus acciones, pasando a llevar una vez más mis ideales y bienestar personal.

Continuamos así nuestras vidas, tengo que reconocer que han sido bastante extenuante como mujer, como madre y como esposa. Tuve que aceptar ser cuestionada en muchas oportunidades, tuve que callar y acatar acciones de un ser querido por miedo a perderlo en mi vida.

A consecuencia de esto, podría decir que he adquirido distintos aprendizajes y quizás me vi forzada a quitarme esa venda de los ojos que durante tanto tiempo no me quise sacar.

Actualmente, hago un análisis constantemente mis acciones y como estas pueden afectar en la vida de mis seres queridos/as, intento ser consciente, aprender del feminismo, como una esperanza en mi vida para seguir batallando con las consecuencias de haber crecido en un ambiente familiar machista, egoísta y silenciador. Me forme escuchando frases como, calladita te ves más bonita, no metas la cuchara, es una conversación de adultos, o se lo busco por andar sola en la calle a esas horas de la noche, las cuales me incitaron a replicar varias de ellas en presencia de mi hija, quien, hasta el día de hoy, me corrige cuando es necesario, me explica la necesidad de apoyarnos como mujeres y empoderarnos del mundo que nos quitaron alguna vez. En definitiva, hoy comprendo que las mujeres no necesitamos que nos traten en la diferencia, sino que más bien nos acepten como seres humanas iguales, pues no necesitamos ser validadas ni defendidas por pretender una falsa premisa de debilidad desde nuestra femineidad (Ngozi Adichie, 2017).

Como diría Simone de Beauvoir, me cortaron las alas y luego me culparon por no saber cómo volar (Fornet, 2018).

1.3 Identidad deconstruida un aprendizaje para mi vida

Hija de un matrimonio disfuncional, crecí junto a mi hermano evidenciando la violencia física, psicológica y emocional por parte de mi padre hacia mi madre. Desde que tengo memoria durante mis primeros años de vida, ella fue una fiel acreditadora de los malos tratos de los cuales era víctima constantemente, pues los justificaba como parte de su veneración y creencia de que como mujer debía aceptar estas actitudes y acciones de vulneración a su dignidad humana, por parte de su marido.

Luego de un tiempo, mi padre falleció dejando a mi madre viuda a cargo de sus dos pequeños hijos de cinco y yo de tres años. Eran épocas difíciles, más aún si comprendemos que mi progenitora nunca había decidido tomar acciones con respecto a su tormentosa relación amorosa, por lo cual, al verse sola con su hijo e hija se sintió desvalida incluso más que quizás en los momentos que soportaba las dejaciones por parte del amor de su vida.

A consecuencia de esto, junto a mi hermano comenzamos a crecer bajo el alero de una madre que transmitía constantes actitudes machistas y excluyentes a nuestro género, es decir, en un comienzo mi hermano cuidaba de mí y resguardaba mi bienestar personal, pues era su hermana menor. Lo que con el paso del tiempo se fue transformando en mi verdadera prisión, solo por el hecho de yo ser mujer y él hombre.

Entonces, al salir mi madre a trabajar, nos designaba acciones que debíamos cumplir durante el día en nuestro hogar, esto lo hacía por medio de notas que nos recordaban que labores debíamos realizar cada uno. Junto a mi hermano fuimos aprendiendo día a día hacer distintos quehaceres de la casa, sin embargo, cuando mi madre se percató que yo iba practicando y aplicando estas labores de forma adecuada, poco a poco fue disminuyendo las tareas de mi hermano y aumentando las mías, pues yo era mujer y debía ejercitar y fortalecer estas obligaciones ya que, en algún momento, sería la dueña de casa que debía ser.

De modo que, nuestra cotidianeidad se basaba en ir a la escuela y desarrollar las acciones que nuestra madre nos dejaba para cada día, lo cual desato una condena en mi formación personal y una tortura emocional. Cada vez que mi hermano no cumplía con lo que

nuestra madre le había solicitado y descubría que no lo había hecho, yo asumía las consecuencias de su desobediencia, siendo víctima de constantes malos tratos, golpes y gritos, pues era mujer, a quien le correspondía asegurarme de que todo estuviera en orden, tal y como ella lo pedía.

Durante nuestra adolescencia, estas acciones de privación y limitaciones que mi madre me interponía me fueron coartando mi libertad, siendo limitada de tener una vida habitual, yo no podía salir con mis amigas, ir de compras, hacer tareas de la escuela con mis compañeras ya que se me exigía cumplir con las labores hogareñas, por lo tanto, tenía horarios dentro de los cuales debía estar en casa. Mientras que mi hermano, por el contrario, contaba con una total autonomía e independencia de salir, hacer lo él que quisiera y claramente sin ningún tipo de restricción horaria, solo por el hecho de ser hombre.

Así fue como los años pasaban sobre mí, llena de cuestionamientos, lamentos y temores, mientras mi hermano era posicionado por mi progenitora en una situación de privilegio y poder. Como consecuencia de esto, a mis dieciséis años decidí emprender mi camino, y transitar por un sendero de autoconocimiento personal, llena de incertidumbres y con un futuro desalentador, desertando de mis estudios, opté por irme de mi hogar junto a mi pareja de ese entonces. Con mi mente abierta y un pensamiento optimista inicié mi vida, pero sin darme cuenta comencé a repetir patrones conductuales y de roles de género esta vez en mi relación de pareja, no por sumisión, sino que más bien por la costumbre adquirida que había formado mi identidad personal. Repliqué no tan solo los quehaceres hogareños, sino que al igual que mi madre fui víctima de tratos vejatorios por parte de mi pareja, teniendo que aguantar gritos y golpes los cuales me marcaron de manera relevante en mi vida. Simultáneamente, descubrí que estaba embarazada, razón por la cual decidí permanecer al lado de este sujeto quien se convertiría en el padre de mi hijo. Cada momento me cuestionaba mi existencia, mi valor en esta vida, el por qué debí pasar por tantas vulneraciones hacia mis derechos desde mi niñez hasta mi evolución de adolescente a mujer. No fue fácil, en ningún momento me sentía atada a herida que nunca lograría sanar reiterando patrones de conductas, hasta que determine aceptar mi realidad y deconstruir mi identidad personal.

Tras el nacimiento de mi hijo, me di cuenta de que me correspondía darle la vida que él merecía, libre de vulneraciones, violencias y patrones, por lo cual tomé mis cosas y me fui con mi bebé rompiendo estas cadenas que me ataban cada día a una identidad adquirida a raíz de mi familia.

Retome mis estudios, me arme de valor, fuerza y resiliencia para forjar un futuro alentador que me beneficiaria y reivindicara tanto a mí como mujer, como un sustento de amor y contención para mi hijo.

Actualmente, lucho cada día por entregarle a mi hijo una educación sin patrones ni roles de género, que no determinen su personalidad ni actitudes los colores que utiliza, los juguetes con los que se entretiene y resguardando su seguridad personal como parte de mi deber de madre garantizándole una vida libre de violencia y humillaciones como la que yo lamentablemente tuve que sobrevivir. Como diría María Fornet, salir de este ambiente hostil y denigrante requiere de tiempo, cariño y constancia. A fin de cuentas, ahora me toca a mí lograr que mi descendiente crezca y se desarrolle en un ambiente de contención y amor como el que yo siempre anhele tener (Fornet, 2018).

Continuo con esta batalla insaciable con mi madre, la cual sigue abalando y sobreestimando el rol de mi hermano en base a sus masculinidades, pero no me rendiré porque, así como yo fui capaz de abrir mis ojos ante los avances del feminismo en el mundo, haré todo lo que este en mis manos para alentarla a empoderarse y valorarse como la mujer que es y que a pesar de todo siempre amaré.

1.4 Ser hija de una manada

Nacer en una familia constituida mayoritariamente por hombres significa vivir constantemente bajo el prejuicio, la interpelación constante y un rango inferior con respecto a los demás. Coexistir en un círculo familiar, en donde las masculinidades se ven potenciadas y atesoradas, simboliza ser parte de su cotidianeidad, tolerando actitudes que atentaban reiteradamente a mi bienestar psicológico y moral. Por añadidura ser mujer y la menor de una manada representa la vulnerabilidad misma frente a todo mi andar en el sendero de la vida.

Nadie puede ignorar que el hecho de ser mujer siempre ha significado el resistir a distintas batallas internas y externas que nos dejan fuera de la toma de decisiones, pues esa preponderancia que le concede la sociedad a las masculinidades nos excluye permanentemente en diversas situaciones. Con esto quiero decir que, desde mi niñez, mi adolescencia y adultez he sido opacada por mi propio nexo consanguíneo.

Para ilustrar algunas de mis múltiples experiencias, iniciaré hablando acerca de mi niñez.

En los años noventa cuando tan solo era una niña comenzaba a cuestionarme distintas situaciones, siempre era la de los mandados, es decir, quien tenía que acudir a las solicitudes de mis hermanos cuando ellos lo estimaran conveniente, no obstante, ellos nunca presentaron una dificultad o impedimento físico que los limitara de hacer estas acciones, razón por la cual nunca me explique que me obligaran a servirlos. Cabe añadir, que como buena manada constantemente era excluida de algunas actividades o juegos, pues era mujer y además la hermana chica, en simples palabras, una molestia.

Justamente por eso, como dicen por ahí lo que no te mata, te hace más fuerte, por lo tanto, comencé a generar una propia armadura en contra de sus solicitudes y opiniones, transformándome en un real peligro para ellos. Poco a poco empecé a defenderme a no tolerar dichas acciones, mencionándoles frases como, tienes los dedos crespos, que no puedes ir tú a buscar eso, entre otras. Formando una coraza a mis emociones debido a lo cansada y frustrada que me sentía.

Precisamente por esto creo que cada día me iba sintiendo una mujer más poderosa, con el derecho a opinar y pensar, ellos no eran los dueños del mundo, el que yo quería explorar a como diera lugar. De modo que crecí y como buena adolescente comencé a expresar mi perspectiva ante diferentes temáticas, pero claro venían sus comentarios como, que sabes tú cabra chica, era una de las típicas respuestas que recibía limitando mi facultad a opinar.

Por esta razón, me convertí en una persona que de cierto modo necesitaba demostrar que era una mujer digna, capaz, inteligente e intelectual para integrar su manada, cosa que jamás ocurrió como era de esperar. Así pues, fui forjando lazos de amistad que con el tiempo se fueron convirtiendo en mi propia familia, la que yo elegia pues mis familiares consanguíneos siempre me ignoraron, no permitiéndome ser parte de sus vidas, me miraban en menos y desvaloraban mis pensamientos. Luego, acontecieron varios sucesos que provocaron un quebrantamiento implacable en nuestras relaciones familiares, lo cual me hizo tomar esta vez a mí un distanciamiento de ellos, pues no quería ser parte de un grupo egoísta, machista y paternalista.

Evidentemente, esta situación genero un gran dolor a mi madre, debido a que siempre se había empeñado en mantener a una familia unida, cariñosa y fortalecida, lo cual hasta el día de hoy es su mayor pesar. Si bien, la entiendo no comparto el tener que acallar mi voz para mantener un cariño forzado, pues el amor y el respeto es un proceso reciproco que si no se da de ambas partes no tendrá ningún fruto que reflejar.

Razón por la cual, persistí en mis sueños y anhelos, conviviendo con estos constantes comentarios machistas y violentistas que estos seres se daban el lujo de hablar de mí, sin tener motivo alguno más que demostrar su superioridad ante mí femineidad. Con los años siempre fui juzgada por diferentes asuntos, que si tenía pololo o no, que si iba a ser una mamá adolescente, que tenía la capacidad para entrar a la universidad, entre otros. Lo que lógicamente afectaba a mi salud mental pues yo no tenía nada que demostrarles a ellos, ya que nunca se preocuparon por mis estudios, mis sentimientos, ni mucho menos por mi felicidad. Parecía ser un ser inerte en sus vidas y así fue como ellos también pasaron a serlo en la mía.

Motivada por mi valentía y desarrollo profesional, finalice mi carrera con máxima distinción, siendo un tapaboca para todos, quienes ni siquiera emitieron comentario alguno al respecto, ¿qué más podría esperar de seres tan patriarcales? A decir verdad, siempre esperaron verme fracasar, ser una mujer reprimida y sometida. Lo que en mi opinión debe haberles causado una gran descompostura.

Visto que sus carentes expectativas hacían mi no salieron como ellos lo esperaban, yo continué mi vida, siendo una mujer cada día más fuerte y empoderada, cumpliendo cada meta que me proponga, sin necesitar la ayuda de nadie para salir adelante. Me mantuve excluida de sus reuniones familiares, pues a decir verdad sus conductas patriarcales aún se siguen replicando y preferí elegir mi paz y tranquilidad, que seguir batallando con conductas que nunca van a cambiar.

Actualmente, sigo recorriendo este largo y tenaz camino, en esta sociedad que tantos daños nos ha causado, ya liberé mis angustias y miedos porque hoy solo me enfoco en lo que yo quiero y no en las cosas que el resto pretende de mi. Ahora me levanto con la frente en alto, miro hacia un futuro prometedor, intentando que las nuevas generaciones no deban pasar por esto por medio de la educación.

Crecer en esta manada me hizo comprender que mi opinión nunca debe ser menospreciada, que tengo la libertad de vivir mis días al lado de quien yo decida y que jamás volvería a ser una mujer subestimada, ni sometida. Salir de esta manada machista, requiere coraje, valentía y amor propio, demanda reforzar nuestras emociones, y proyectar objetivos en nuestras vidas de modo que todas estas experiencias basadas en las expectativas de otros no sean nuestro foco, en lo interno y externo de nuestras vidas (Fornet, 2018). Solo así me sane de lo que significa ser hija de una manada.

1.5 Vulnerabilidad emocional frente a un Estado patriarcal

¿Qué es la vulnerabilidad? ¿cuándo puedo sentirla? ¿dónde habita? Mis primeros recuerdos de vulnerabilidad se reducen a mis cortos seis años, cuando recibo un freno para explorar mi sensibilidad. Por esos años en mi casa se respiraba luto, había muerto un patriarca, mi abuelo, mi compañero de juegos y complicidad. Imaginaran mi tristeza, mi corazón estaba destrozado al dejar partir a esta alma gemela.

En mi hogar específicamente en mi núcleo familiar, habitaban mujeres fuertes y resilientes que me ensañaron a tapar y ocultar esa tristeza, esa emocionalidad mal vista, sin sentido “pues debes ser fuerte” decían, tienes que ser una profesional, como quería tu abuelo. De esta manera, fue como callaron mis emociones, mi sensibilidad y mi vulnerabilidad, la cual fue opacada desde su práctica y lo útil. Como consecuencia de esto, mi mundo sensitivo, afectivo y anímico se vio coartado desde mi niñez por un adultocentrismo patriarcal ejercido por las féminas de mi clan, mujeres que, desde sus universos diversos, lucharon contra la opresión masculina, dotándose de una armadura rígida y resistente a las mil calañas de la vida.

Claro está que durante mi desarrollo de niña a adolescente intervinieron en mi proceso de intelectualización, me dotaron de destrezas que me permitieran encajar en el mundo, siendo una fémina bien vista y recibida.

Así fue como paso el tiempo, crecí y me desarrolle en esta transición llamada pubertad, durante este proceso debo admitir que las opiniones masculinas poca importancia me han generado en la vida, pero las femeninas, las de mis pares, han calado en la profundidad de mi mente. Indudablemente esto debe ser a consecuencia de mí crianza y la privación de mi afectividad.

Son bastantes las palabras que rebrotan en mi consciente, palabras duras, criticas y enjuiciantes que se dictaron hacia mí en la adolescencia. Palabras llenas de machismos, la falta de empatía, de insensibilidad, de desconexión, juicios y prejuicios que someten a mi inconsciente eventualmente.

Siempre razonaba mientas mi pensar era invadido por interrogantes como ¿lo hare bien?, ¿Si me veo linda, parezco tonta?, en cuanto a mi concepción del amor ¿soy mala, porque no sigo el romanticismo establecido?, ¿mi vida sexual debía comenzar cuando mi

hermana lo dictaminará? ¿mis practicas son correctas? Fueron tantas las sentencias a las que me vi expuesta por parte de oídos sordos, frente a mi diferencia, a lo que yo sentía “mi conciencia”, que me hizo dudar, desconfiar de todo, como si ellas supieran más de mí que yo misma. Como si ellas pudieran entender mi mundo interno, como si todos fuésemos iguales respondiendo a patrones semejantes, como si la historia de vida no nos marcará y determinara idénticamente a todas.

Desde mi apreciación personal, debo admitir que ni con todos los feminismos aprendidos dejas tu patriarcalidad fría, interna, que te corroe y me recorre mis pensamientos, mis dudas y cuestionamientos, porque yo si confiaba en ti hermanita, yo sí me amaba y te amaba a ti pues el amor hace creer que el otro te habla del corazón.

Luego de unos años ya viviendo mi adultez, conviví en una situación de inseguridad latente, la cual se ocultaba bajo las oscuridades de mi profundo ser. Desde mi perspectiva la vulnerabilidad es un estado extraño, no siempre perceptible, eres fuerte, puedes y de repente estas disminuida, chiquita, algo paso o alguien fue el detonante de esta sensación.

¿Quién fue? tu amigo, el más cercano, uno que respondía al de esas relaciones que sueñas, quien te entrega sinceridad, verdad, el ser traslucidos el uno para el otro.

Hasta que llega el dolor, ¿qué pasa? ¿qué me sucede? Me pregunte, ¿no era mi amigo?

En quien proyectabas una confianza absoluta, sin sospechar que se convertiría en un sujeto con una clara inestabilidad mental.

En efecto mi vi expuesta ante un ser que me espiaba cuando me cambiaba de ropa, me celaba y consultaba hacia donde iría cuando salía, me disminuía socialmente, me manipulaba. Sin embargo, yo no lo vi, me enfoqué en su dolor, sus penas, sus traumas, quise ayudar, abrazar y contener. Pero su herida era de posesión y yo tan solo era su objeto favorito, esa gema preciada que lo hacía feliz, quien revertiría su infancia traumática, como si yo pudiera devolverle la niñez soñada, como si fuese maga.

Hasta que desperté, se esa relación soñada basada en la empatía y confianza absoluta, abrí mis ojos y al fin pude ver que significaba yo para él. Me canse de ser objeto un puente para superar sus problemas y decidí ponerle fin este pasaje de mi vida donde la vulnerabilidad nuevamente me envolvía. Le propicié gran parte de mi afectividad a la

convivencia que mantenía con este sujeto quien resultó ser un individuo completamente desconocido y repulsivo. Ni se imaginan lo difícil que es convivir con los hombres, pasar por una ardua tarea es lograr que te visualicen como tal, como humana, ser sintiente, pensante, individuo y real no un ser inherente como tú.

Hoy les rindo honores a todas las mujeres de mi familia, liberándolas de todo su pesar para reconectarme con todas y reflexionar acerca de nuestro sentir. Porque nuestra lucha no puede ser igual, no podemos convertirnos en el opresor, sino que debemos enfocarnos en una batalla resignificativa interna y fraternal, en un latir expansivo y eterno donde se aloja en cada una de nuestras células. Porque el feminismo para mí es interno, cíclico, espiral, expansivo, porque el saber no es sentir, pero el sentir si es saber, pensar y amar.

1.6 Cuarentena de por vida, vulneraciones consentidas

Hace cuarenta y siete años mi padre y mi madre decidieron unir sus vidas, cuando apenas eran unos adolescentes en plena pubertad. Así iniciaron una vida juntos que estaría envuelta en un escenario de constante violencia y vulneraciones. En primer lugar, mi madre tuvo que dejar sus estudios, llegando a concretar solo su enseñanza básica, pues ahora debía convertirse en una ama de casa, dejando atrás sus sueños y anhelos, por un futuro prometedor junto al “hombre de su vida”. Luego de un tiempo, mi madre ya se acercaba a vivir el nacimiento de su primogénito, el cual a los pocos días le sería arrebatado de sus manos, por parte de su progenitor, entregándoselo a sus padres, pues mi abuela materna y su constante síndrome del nido vacío había intervenido en el dominio pleno del pensamiento de mi él, privando a su mujer de criar, cuidar y experimentar su reciente maternidad.

Desde luego, que esta situación marcaría una herida latente en el núcleo familiar, siendo mi madre el foco constante de transgresiones por parte de mi papá. Queda en claro, que cada recuerdo de mi niñez, adolescencia y hoy en día en mi adultez ha sido afectado por las constantes aberraciones que tuve que presenciar, las cuales mi madre hasta la actualidad acepta. Paso de ser una persona, a transformarse un objeto inerte, es decir, sin vida la cual solo debía preocuparse de su marido y de las labores del hogar, sin realizar comentario alguno acerca de las situaciones o decisiones que ocurrían a diario. Todo esto se desencadeno, como consecuencia de los roles de género que esta sociedad machista ha instaurado en nuestras mentes desde su historicidad.

De esta forma, fui instaurando en mi identidad desde una cultura machista, replicando los roles de género que tal como señala Chimamanda Ngozi Adichie, se encuentran tan enraizados en nuestro interior, que a menudo los proyectamos, incluso cuando tienen que lidiar con nuestros verdaderos deseos, necesidades y felicidad. A causa de toda esta experiencia familiar, mis propias relaciones sentimentales se han visto afectadas por la grave normalización de los golpes, insultos y posesión que proyecta mi progenitor hacia mi mamá.

Por esta razón para mí, la cuarentena total que se vive en la actualidad, producto de una pandemia mundial, ha sido una prisión con la que siempre he tenido que lidiar. Desde que empezó el confinamiento a mediados de marzo del presente año, junto a mi pareja tomamos la decisión de ir a pasar esta situación junto a mis padres, lo que detonó uno de mis peores traumas.

Durante estos cuatro meses de encierro la violencia se ha ido dilatando cada día más, mi progenitor proyecta una posesión trastornada hacia la imagen de mi madre, estipulando cada acción que debe y tiene que realizar. Si la pierde de vista en cinco minutos, se altera, desatando una ira profunda, buscándola de manera desquiciada, la insulta y le exige que este “donde sus ojos la vean”. Insinuando que mi mamá pudiera tener una relación extramarital que atentaría contra su devoción y fidelidad que el amor romántico les ha impregnado en lo más hondo de sus mentes.

Es incuestionable, que esta relación extenuante que han proyectado a lo largo de sus vidas ha dejado grandes vacíos en la independencia femenina de mi madre. Asumiendo un rol prácticamente de empleada en su propio hogar, desde prepararle la ropa para vestirse, llevar las toallas a la ducha y servirle un café, así es como ha atendido por más de cuarenta años a mi papá, siendo él un sujeto de dependencia absoluta de ella, pasando hacer casi si mamá. Cosa que jamás se ha cuestionado, pues el matrimonio para ella es un vínculo sagrado, donde su finalidad es resguardar su familia y efectuar todo lo que esposo requiera de ella.

Hija de un padre alcohólico, del cual tenía que arrancar junto a sus hermanos cuando lo escuchaba que llegaba a la casa, por una ventana de un gran salto lograban escapar de los golpes y malos tratos que le efectuaba a mi abuela. Si tuviera que analizar la vida de mi madre, quizás no la podría enjuiciar, ya que toda su vida ha sido absorbida por una violencia constante y agobiante.

Desde niña recuerdo, cuantas veces me dijo que tenía que ser una mujer independiente, estudiar y no replicar la historia que ella vivía junto a mí papá, lo cual me hacía sospechar de ese dolor totalmente escondido, que esta disfrazado por una mascará que utiliza cada día para seguir presenciando como su vida pasa sin reflexionar acerca de su seguridad personal.

Nunca he callado mi voz, ni ocultado mi disgusto frente a distintos escenarios abuso que he observado en mi casa, hasta el día de hoy enfrento a mi padre con el objetivo de que no maltrate a mi madre, sin embargo, ella lo abala señalándome que no me interponga en sus problemas. Mientras que él jamás se ha atrevido a golpearme ni cuestionarme, pues pareciera ser que soy un peligro activo en su vida, ya que todos estos traumas y necesidad de sanarme me llevaron a estudiar psicología. De algún modo, se debe sentir expuesto a mis análisis e interpelaciones y solo por eso considero que nunca se ha atrevido a violentarme.

Con certeza, puedo admitir que me siento limitada a terminar con esta violencia, he vivenciado cada uno de mis días dentro de una cuarentena total, de vulneraciones consentidas, lo cual me ha generado una fragilidad difícil de explicar. Cada segundo me cuestiono como mujer, como futura profesional y como ser humana, sintiendo que mi relación de pareja cada día adopta más patrones desde la visualización de mis padres.

Siendo juzgada y humillada por mi pololo, quizás cometí el error de ser absolutamente sincera y contarle episodios de mi pasado, los cuales hoy son el foco de cuestionamientos y arrebatos de los cuales me siento incapaz de dar un paso al costado.

Tomar acción no es una tarea fácil, lo que claramente ante este encarcelamiento sanitario las limitantes son aún mayores. Me agobia no tener mi espacio individual, estar tranquila, segura y en paz. Al igual que mi mamá deje de ser yo mi principal prioridad, este cliché del romanticismo, contigo pan y cebolla, se apoderó de nuestras vidas, las cuales hoy no sabemos cómo recuperar. Evidentemente que a mi mamá la ha absorbido el miedo a la soledad, estando dispuesta a continuar con su autodestrucción, lo cual en algún instante se puede transformar en una bomba a punto de estallar.

Ahora busco ayuda, siento la necesidad de recuperarme, de quererme de reinventarme, solo quiero que esta cuarentena pase y darme el valor de terminar con todo este martirió que he sobrevivido. Quiero dejar ir mis machismos adquiridos, juicios y prejuicios, quiero integrarme a una hermandad que me brinde un espacio de seguridad y salud mental, pues solo de esta manera podré atender a la ayuda que muchas otras mujeres necesitan desde mi desarrollo como profesional. He evolucionado, he reflexionado y comenzare mi proceso interno de autosanación.

1.7 Sexismos adquiridos, una lucha por mi reivindicación como mujer

Desde que llegue a este mundo he habitado frente a las diferencias establecidas por mi familia por el hecho de ser mujer. Tengo un hermano con pocos años de diferencia, ambos hemos transitado juntos durante la niñez, la adolescencia y ahora una reciente adultez.

El sexismo nos ha alejado como seres humanos, nos ha convertido en polos opuestos, en posiciones segregadoras y discriminadoras. Mi hermano, ha mantenido un trato particular por el hecho de ser hombre, desarrollándose ampliamente frente a su entorno social, emocional y personal. Sin embargo, yo he tenido que sobrellevar el peso de una crianza machista un lineamiento determinado por mis progenitores.

Puesto que tenemos edades similares, compartimos círculos de amistades, entornos, lugares, muchas personas nos unen, pero al mismo tiempo nos separan. Cada vez que deseaba salir a juntarme con alguien cercano, estaba vetada por la compañía de mi hermano, es decir, no podía ir sola, de lo contrario simplemente no había permiso para asistir al encuentro.

En consecuencia, durante mis dieciocho años, he sido desplazada y coartada de mis amistades por parte de mí madre, quien persistentemente se han fundamentado en la respuesta de que él es hombre, debe cuidarme y protegerme ¿A caso yo no tengo la capacidad de reconocer el peligro? Pensaba, mientras acataba su discurso adquirido por los roles de género que las sociedades construyen, delimitando las cosas que podemos y debemos realizar por ser mujeres y hombres.

A mí parecer, soy dependiente absolutamente de las decisiones que mi familia toma por mí, si mi hermano desea salir y no quiere llevarme, simplemente debo aceptar, en silencio, sin derecho a reclamo. Me entristece, me angustia y me desespera esta incapacidad de verme como una mujer apta para enfrentarme a la realidad social, es como si jamás hubiera sido vulnerada, no obstante, estoy siendo violentada constantemente en mi familia por nacer mujer.

Por supuesto que tengo impotencia, de la carencia de empatía, confianza y apoyo.

Probablemente, mi madre tuvo que batallar contra muchos prejuicios durante su existencia, pero eso no significa que debo coexistir en una burbuja, como si no viera la realidad en la que vivimos, soy absolutamente sensata y es que, a mi corta edad, he podido visualizar como la sociedad patriarcal nos ataca y reprime cada día, yo nací para luchar, no para callar.

El miedo no puede ser el limitante de mi vida, ni en la de ninguna mujer, como señala Chimamanda Ngozi Adichie, desearía que mi madre no me hubiera educado con esa camisa de fuerza que establecen los roles de género y sexismos, anhelaría que me diera el espacio para alcanzar mis potenciales al máximo, sin tener que demostrarle que soy igual de fuerte que mi hermano, que puedo defenderme y entregar mi opinión sin miedo (Ngozi Adichie, 2017).

Actualmente, sigo lidiando con esta decisión y creo que seguirá siendo así mientras habite el hogar familiar. Espero que en algún momento mi madre abra su alma hacia el feminismo, que dejara de juzgarme tanto por algo que no he hecho, que limitara a mi hermano cuando llega borracho a casa o al menos lo enfrentara, que las reglas fueran equilibradas para ambos, como hijos y no específicas por nuestros sexos biológicos.

En definitiva, aspiro profundamente a que llegue ese día, donde, toda esa rabia que ido acumulando en mi vida, genere cambios positivos, confió en que mi madre pueda reformularse y ser una mujer más equitativa, cercana y feminista (Ngozi Adichie, 2015).

1.8 Conquiste mi libertad

Desde los nueve años de vida que escribo, comencé con mi primer diario de vida, donde las hojas se transformaban en una partecita de mí día a día, de mis emociones, de mis anhelos, de mis lamentos. Sin embargo, iniciar a relatarles esta experiencia de cierta manera me coarta, envuelve mis recuerdos, invade mi corazón y cabeza de situaciones que quizás en un momento normalice, como tantas, de los cuales hoy me despojo con cada letra, palabra y párrafo de este escrito.

Nací y crecí en un círculo de violencia intrafamiliar, física y psicológica, lo cual me hacía mantener una actitud apocada e introspectiva de la vida, lo cual me acallaba y menospreciaba constantemente.

Uno de mis principales sueños de juventud, era estudiar la carrera de historia, quería ser la voz de esos episodios, acontecimientos, hechos y procesos históricos de Chile y Latinoamérica, me imaginaba cada día en el aula, entregando mis conocimientos, escribiendo libros e investigando de nuestros antepasados. No obstante, la depresión, las tensiones, vivencias y experiencias familiares provocaron que cada una de esas metas se fueran esfumando, como una niebla de una mañana fría.

Mi madre, una mujer víctima de la violencia psicológica y física de mi progenitor no alzaba su voz, en ese momento se encontraba trabajando fuera del país, cada suceso peor, pues junto a mis hermanos/as y yo recibíamos dicha violencia y vulneración. Cuando cursaba tercero medio, siendo menor de edad, mi padre me echó de mi casa, sola sin una contención, ni red de apoyo familiar.

Tras un largo proceso judicial, entre tribunales y declaraciones mis fuerzas se fueron acabando, sufría insomnio y falta de apetito, evidentemente mi salud mental no estaba bien. Desprotegida y al alero de un futuro poco prometedor, repetí tercero medio. A consecuencia de esto, fui cuestionada e interpelada por diversas personas, quienes me recomendaban no seguir estudiando, pues eso simplemente no era para mí, aconsejándome que me dedicara a las labores del hogar y cuidado de mis hermanas/os.

Realmente, no sabía cómo sentirme, mi entorno solo me criticaba y alentaba hacer algo que no quería, yo solo quería ser una profesional. Soy nieta de una mujer valiente y

resiliente que dedicó su vida a los quehaceres y cuidado de menores, de la cual concibo una profunda admiración, pero simplemente eso no era lo que yo quería.

De manera que, opte por hacer oídos sordos a esas críticas destructivas, esforzarme y continuar con mi proceso de escolarización, a pesar de todo, mi alma adolorida con cada desafortunada expresión hacía mí de incapaz o incompetente intelectualmente, se levantó para no acallarse más. Por consiguiente, finalice mi educación media y busque una fuente laboral para aportar y apoyar a mi madre, en cierta medida, para entregarle las herramientas y sustento económico que la alentara a dejar a nuestro padre agresivo.

Así pues, reinicie mi vida he ingrese a trabajar en una tienda del retail, jamás pensé que allí encontraría una gran jefa y alentadora de mis proyectos personales. Lentamente, me fui reinventando y perdiéndole el miedo a los números desde mi área humanista, ella potencio mis capacidades intelectuales y me delego responsabilidades, las cuales me permitieron darme cuenta de lo capaz que era, todo aquello que quisieron anular en mí, ya se quedaba en el pasado.

Con el paso del tiempo, este cargo, ya no solo lo veía como una fuente laboral, sino también como una oportunidad para comenzar mis estudios superiores en el área de marketing y merchandising, conceptos que recién venía internalizando, pero que fueron llamando mi atención. Tras la llegada de una nueva jefatura, dejé aquel espacio de trabajo y me animé a formarme de manera profesional.

De modo que, me dirigí hablar con mis padres a pesar de que mis aspiraciones acerca de ser una historiadora habían cambiado, les comenté que ingresaría a estudiar Marketing, sin pensar lo que desataría esta noticia en mi familia. La ira e impulsividad de mi progenitor se acrecentó, recibiendo gritos y golpes desmedidos, fue aquel día cuando mi mente hizo clic, ya no iba a desistir, con fuerzas inexplicables seguí con mi anhelo intacto e ingresé a estudiar, a pesar del episodio traumático al cual me había enfrentado.

Abrí mis alas, con esperanzas y el ánimo necesario que conlleva estudiar una carrera profesional, sin embargo, me vi nuevamente vulnerada, esta vez por la carrera escogida la cual desde un pensamiento sexista se expresaba como una labor masculinizada. No fue

fácil como para muchas mujeres, romper con estos estereotipos heteronormativos que la sociedad patriarcal nos ha impuesto como personas, no obstante, lo logré.

Posiblemente, a veces pensaba que sería derrotada, pero no, salí victoriosa con calificaciones distinguidas, haciendo valer mis puntos de vista frente al masculinizado entorno que me rodeaba, ya nada iba a determinarme lo que debía o no hacer por ser mujer. Me empoderé y logré mis expectativas, a pesar de que no era fácil ver que mis compañeros no querían hacer trabajos conmigo porque ellos eran un grupo de hombres y querían hablar de herramientas y en ese esquema yo y mis compañeras no encajábamos fuimos segregadas reiteradamente. Adicionalmente, mis compañeras no tenía actitud más que acatar sus determinaciones, se quedaban calladas, sin reaccionar y amoldándose al hecho de hablar y presentar trabajos siempre de lo que ellos llamada, temas para mujeres.

A causa de esto y otras situaciones económicas, cambie la modalidad de estudios y seguí en vespertino, como si la vida me hubiera llevado a ese destino, donde al fin encontraría un lugar, ese sitio en este mundo donde podría expresarme y desarrollarme libremente.

Con certeza, puedo decir que a pesar de que la población masculina seguía manteniendo un adoctrinamiento patriarcal en torno a la carrera, conocí a otra mujer digna de valorar.

Una profesora que me ayudo e incitó a pararme frente a este mundo como una guerrera, aquella que tras largas batallas había construido una armadura que no sería sencilla de derrocar.

Sin ir más lejos, durante cuatro años fui la ganadora de concursos donde nos enfrentábamos como carrera, para saber quién armaba el mejor plan de marketing, incluso salí a representar a mi sede con otras a nivel nacional sin dejar de estar en los primeros lugares. Al finalizar mi carrera, las cosas no cambiaban mucho, por lo que termine rindiendo mi tesis sola, no les niego que, con grandes resultados, pero hasta el día de hoy me pregunto, ¿por qué se sigue aislando a las mujeres que quieren o estudian carreras que ellos consideran no aptas para nosotras? Si hemos demostrado que podemos hacer lo que sea, mucho y más.

Queda claro que mi salida al mundo laboral como profesional, fue otro obstáculo que superar, pero la diferencia fue en que yo misma sabía que ya no dejaría que nada ni nadie interviniera en mi futuro.

Actualmente, en una situación tan compleja como la que estamos viviendo de pandemia mundial, puedo decir que soy una mujer plena y feliz, pues puedo aportar y ayudar a mi madre, quién también dio grandes pasos y se divorció. Vivimos juntas y felices, en nuestro hogar donde no faltan los libros de grandes autoras y autores, donde obviamente yo tengo mis libros de historia, y los leo con mucho amor e ilusión de algún día poder estudiar aquello que me inspiraba en la adolescencia. Si bien, hoy me sigo formando para aprender, no descarto la posibilidad de estudiar de manera formal.

Como planteaba Carmela Jeria, liberte mi conquista, deje de pedirla y me dedique a ser la mujer que quería ser, desde la valentía tomé acción en mí vida y si yo lo logre, entonces compañeras, todas podemos.

En definitiva, ahora mi mayor recompensa es observar a mis hermanas y darme cuenta de que son mujeres totalmente empoderadas, no aceptan un no por respuesta y no tienen miedo de ser ellas misma. En este sentido, siento que entonces mi largo y doloroso camino de conquista hacía mi libertad, sirvió para mí, para mi madre y para mis hermanas, como también para mi hermano, permitiéndole educarse en una familia sin sexismos, ni segregaciones de género, con un sentido de humanidad y respeto hacia las personas y sus derechos.

2. CapĂ­tulo II: Limitaciones sexistas, acoso, abusos en el espacio laboral.

2.1 La segunda línea

Veinteañera y recién egresada de mi carrera comencé a buscar oportunidades laborales, dentro de ellas también existía la posibilidad de acercarme a un espacio que pudiera potenciar mis aprendizajes, habilidades y enriquecerme de nuevas experiencias y fue así como se inicia esta historia. Durante algunos días estuve dejando mi curriculum en distintos lugares, en este caso instituciones educativas, ya que soy profesional de esta área, literalmente como dice el dicho “dejando mis patitas en la calle” con la esperanza de que en algún espacio me dieran la oportunidad. Fue así como tras varios días recibí un llamado para una entrevista, era un remplazo donde tendría a cargo quince cursos, al pasar unas horas me confirmaron que era yo la persona seleccionada, brinque de alegría pues sería mi primera experiencia profesional. Al pasar unos meses se daba finalización al contrato ya que la docente de planta volvía a este espacio laboral, teniendo en cuenta que fueron unos meses bastante intensos, pero a la vez de mucho aprendizaje, entonces emprendí nuevamente una búsqueda extenuante laboral.

Luego de un tiempo inicié una nueva experiencia laboral y paralelamente me integré a un espacio cultural con el objetivo de vivir desde distintos escenarios la noción de educar, ya sea desde una perspectiva formal como informal. De entrada, puedo recordar el ambiente tenso que se respirada en este lugar, específicamente a partir de las relaciones personales que se visualizaban en el ámbito laboral, no era necesario ser un experto/a para intuir que algo malo ocurría en este espacio artístico, educativo y cultural.

Basto que pasaran unas semanas inserta en este sitio, para evidenciar aquello que de alguna u otra manera había percibido desde un primer instante era real y muy perturbador.

Quien llevaba jerárquicamente el cargo de poder en esta área, era una persona que proyectaba un egocentrismo obsesivo hacia su imagen personal, prácticamente se creía el dueño del mundo y amo superior de todas sus subordinadas compañeras de trabajo, se proyectaba como un ser a quien había que idolatrar y respetar. Entonces pensé ¿qué hago aquí? Con el pasar de unos meses esa pregunta se fue respondiendo por sí misma.

Sin duda alguna, cada momento que transitaba en este lugar fui testigo de distintas instancias de discriminación y vulneración de género, provocadas por este sujeto, quien desde un inicio evidenció su aprecio hacia las masculinidades y honra a su sexo, por lo

cual podrán percatarse que existía un trato distinto hacia los hombres en relación con las mujeres que participaban en este lugar. Muchas veces entregue mi opinión para generar programas educativos, actividades y material didáctico las cuales fueron ignoradas solo por el hecho de ser mujer.

No obstante, cabe añadir que existía un círculo privilegiado que rodeaba a este individuo los y las cuales eran favorecidos/as por su condición de amistad y complicidad, quienes mantuvieron un rol importante en cuanto a las acciones que realizada dicha persona, a los ojos de él lo engrandecían y felicitaban, pero a sus espaldas lo apuñalaban y generaban diálogos de odio que transmitían al resto de las personas que integraban este espacio cultural. En consecuencia, podían probar rasgos contradictorios en su personalidad, lo que mí claramente me produjo una desconfianza absoluta hacia estos seres humanos tanto mujeres y hombres cercanos a él.

De modo que, me mantuve siendo parte de este lugar durante algún tiempo, ya que desde mi perspectiva profesional me proporcionaba instancias únicas de aprendizaje constante y compartir con distintos grupos que me hacían progresar desde el ámbito educacional no formal.

Por otro lado, este escenario artístico cultural, me mostro en distintas ocasiones las peores caras en actitudes y sentimientos del ser humano, revelando acciones en torno a la envidia, la subordinación, la autodestrucción, la ambición, entre otras. En efecto, los logros personales de este encargado eran a base de las ideas de las otras integrantes de su equipo, a quienes jamás felicitó pues eran mujeres, seres inferiores, sentimentales y poco intelectuales. Era difícil intentar mantener una salud mental adecuada cuando compartes con personas que están constantemente proyectando vibras o energías negativas en un espacio tan acogedor como lo era ese lugar. Existía una lucha constante de egos, de amiguismos, sexismos e intolerancia en cuando a las relaciones sociales y comunicacionales. En consecuencia, sobrevivir era una misión extenuante.

Seguidamente, de todo este proceso fui testigo de actitudes poco éticas desde una perspectiva profesional, visualizando situaciones de machismo, superioridad y autoritarismo por parte de quien comandaba este grupo de personas. De manera que, comenzaron a suceder distintos acontecimientos que violentaban mi presencia en ese lugar, ya que de cierto modo estaba siendo testigo de tratos abusivos y dictatoriales los

cuales no compartía y nunca compartiré en ninguna circunstancia, lo cual me provocaba una lucha interna de pro y contras de permanecer allí. Un ejemplo de ello eran las reuniones de equipo, donde él era incapaz de escuchar las opiniones femeninas, bajándoles el perfil. Asimismo, cuando se sentía interpelado por alguna acción elevaba su tono de voz, imponiendo su jefatura como motivo de opresión femenina.

Personalmente, en bastantes circunstancias recuerdo haber entregado ideas y aportes para beneficiar el trabajo que se realizaba en este espacio, siendo opacada o simplemente no escuchada por el hecho de ser mujer. Los comentarios de pasillos se hacían cada vez más grandes y lo peor de todo esto es que desde la dirección nunca se cuestionaron las acciones de dicho sujeto, siendo abalado hasta el día de hoy por una mujer, quien con el tiempo se enteró de muchas experiencias, no obstante, nunca decidido hacer una investigación que resguardará la seguridad e integridad de las mujeres que habitaban en dicho lugar. Pero allí estábamos la segunda línea, el poder femenino dando la pelea cada día por conmemorar la imagen de una mujer importante en nuestra sociedad, arriesgándonos a ser discriminadas o vulneradas por dicho ente, quien no poseía habilidades personales, comunicacionales y profesionales para guiar un equipo de trabajo colaborativo.

Las mujeres, en la diversidad que nos proporciona la vida, siempre hemos estado al amparo de masculinidades que se engrandecen por situaciones de poder, se apropian de nuestras ideas, nos cuestionan intelectualmente, jamás valoran el profesionalismo y mucho menos reconocen el aporte que somos desde una perspectiva laboral. Desde mi perspectiva, somos la segunda línea quienes trabajamos como hormiguitas para un Estado patriarcal, siendo invisibilizadas de los logros que un sinfín de sujetos de adjudican gracias a nuestro valor, conocimientos y esfuerzo.

Pero ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar? En la actualidad, han pasado años desde que tomé la decisión de salir de este lugar, ya que me provocaba una contradicción ética y profesional seguir allí, siendo violentada cada día por las actitudes de un ser ignorante de analizar sus conductas ni mucho menos su machismo que ha seguido proyectando con el paso del tiempo. Han pasado distintas mujeres, distintas miradas, distintas vidas, las cuales coinciden en que permanecer bajo el alero de un líder patriarcal no es una práctica que quieren abalar.

Gracias al feminismo, hemos aprendido a valorarnos, a querernos, a respetarnos, a abandonar círculos de violencia, a exigir nuestros derechos, a decidir no ser parte de un lugar que sigue aceptando y atentando contra la vida de muchas mujeres al enfrentarse a un ser incapaz de deconstruirse y mucho menos reconocer todas las acciones que han violentado y marcando la vida de distintas mujeres que siguen siendo inferiorizadas, invisibilizadas y cuestionadas por dar testimonio de las acciones de dicho sujeto.

Parafraseando a la gran revolucionaria y docente, Gladys Marín, compañeras nunca hay que dejar de luchas, estas nos unirán en una sola voz, así en se nos vaya la vida.

2.2 Inteligencia subordinada

La educación, debe ser un escenario que nos permita desarrollarnos integralmente dentro de un espacio público. Los conocimientos debieran permitirnos sentir inteligencia, ser fuentes de saberes y aprendizajes constante, la enseñanza se instala dentro de un sistema en donde siempre nos hemos visto como subordinadas.

¿Cuántas veces te has sentido cuestionada por dar una opinión en clases?, ¿cuántas veces te sentiste humillada por un “docente” que debería potenciar tu constante aprendizaje? , ¿cuántas veces somo quienes estamos detrás de impactantes proyectos donde no se nos entrega un espacio de visibilidad por ser mujeres?

Las masculinidades, son una evidencia del peligro a perder una situación de poder en un sistema patriarcal, que subestima nuestras capacidades intelectuales, emocionales, afectivas e incluso físicas. Existiendo un miedo constante que atrapa a los seres humanos a utilizar distintas herramientas con tal de sentir un rango de superioridad frente otro.

Desde esta perspectiva, quisiera plantear una historia de normalización de inteligencia subordinada, la cual muchas veces ha pasado desapercibida frente a nuestros ojos, no obstante, hoy somos capaces de cuestionar y redireccionar gracias al feminismo.

Recuerdas haber sido mencionada por un docente como una gran estudiante, mente pensante y fuente de aprendizajes, él cual era capaz de reconocer distintas habilidades en ti como futura profesional, sin embargo, siempre sentiste una incómoda apreciación hacia tus talentos. Si analizamos algunos relatos históricos, podemos visualizar como se nos universalizo constantemente la idea de que fueron los hombres quienes escribieron la historia o simplemente eso fue lo que nos quisieron hacer creer, opacando y ocultando grandes historiadoras, filósofas y escritoras, con miedo a perder una situación de poder que los mantuvo durante siglos como seres divinos y fuentes confiables de contenido formal, académico, científico o profesional en todos sus ámbitos. Durante años las mujeres vivieron una lucha constante, para que el día de hoy todas podamos recibir una educación, la cual no está exenta de esta obsesiva discriminación indirecta por medio de acciones cotidianas del profesorado en sus distintos niveles educativos.

En este sentido, me pregunto ¿cuántas veces fui subestimada por mis talentos académicos? o ¿cuántas veces un hombre se habrá sentido amenazado por mi inquietante búsqueda de nuevos aprendizajes? Y es que, aunque cueste asimilarlo un grado académico, un título profesional y un cargo de alto rango nunca podrá cortar nuestras alas para seguir volando por la senda del conocimiento constante, como una herramienta de realización personal y no como una fuente de poder como lo es ante este sistema patriarcal.

Mi mente explota al examinar cuantas veces me sentí alagada y a la vez en una situación de peligro por querer aprender, por cuestionar, por reflexionar críticamente, o simplemente por consultar una opinión que se escapaba de un parámetro profesional más bien atendía a un análisis social de una temática específica que alteraba una ética personal de un educador, respondiendo a estas desde instinto machista el cual claramente, se veía reprimido por los avances de las nuevas generaciones y como el feminismo incide en nuestras vidas diariamente. Una actitud que por más que intentes exterminar, no podrás ocultar sino nos aceptas como seres iguales en capacidades, intelectuales, afectivas y humanas.

Un día comprendí que la famosa deconstrucción machista no es posible si no afecta tu propia realidad como hombre, si esto no se vuelve un problema para su pareja en su espacio laboral o mucho menos si su hija, nieta o sobrina nunca ha sido capaz de relatar las vulneraciones que han afectado en su formación personal. Incluso afectándoles directamente, muchos no están dispuestos a tranzar ni entregar el pedestal en el cual se sienten estar, más bien, prefieren seguir rodeándose en espacios educativos, de más masculinidades que piensan similar, protegiéndose y engrandeciendo sus capacidades intelectuales.

Entonces, ¿Cuánto debemos esperar para ser reconocidas como grandes profesionales, fuentes de conocimiento y aporte a la sociedad? Como señalan muchas autoras feministas lo primero es examinar nuestras conductas, acciones y toma de decisiones diariamente, para facultarnos y reconocernos primeramente como mujeres capaces de instalarnos ante estos constantes micromachismos de la sociedad actual. La unión nos hará más valientes, para erradicar cada acción que nos envuelva en una situación de peligro, entendernos y reconocernos como seres humanas aliadas, que desde hace siglos venimos luchando por

los mismos derechos. En mi opinión, la sororidad hoy es nuestra principal herramienta de empoderamiento y contención. Por esta razón, es por la cual decido recordar cada instante, visualizarme en diversas situaciones y sentir como debería haber reaccionado en aquel momento.

Siempre quise desarrollarme como una persona integral que, en palabras de Gabriela Mistral, podría describirlo como la necesidad de humanizar a esta humanidad, el replantear las formas de educar y formar sujetos/as de derechos, quienes sean capaces de exigir y promover una cultura de protección y exigibilidad ante un Estado opresor.

Lo cual hoy mueve mi vida desde una búsqueda insaciable por ser reconocidas desde una sociedad patriarcal y sistema educacional, como seres valiosas e inteligentes sin más subordinaciones, sin más prejuicios de género, sin más discriminación y más humana.

2.3 Entre muffins y cafés

Cuando concluí mi escolaridad, a los dieciocho años comencé a buscar un trabajo que me permitiera adquirir recursos para posteriormente continuar en la educación superior. Un día un amigo de mi entorno personal, me recomendó en su lugar de trabajo y así como comienza este relato. Luego de un par de horas del trayecto desde mi casa hasta este lugar me reciben un hombre para una entrevista, parecía ser un sujeto joven, alto, usaba lentes, pelo largo, esposo y padre de familia, de un aparente aspecto formal y con una imagen que expresaba una extraña bipolaridad entre simpatía y seriedad. Me hizo ingresar y fui presentada a la gerenta del local y rendí la entrevista para integrarme a este espacio laboral. Salí de aquel sitio muy contenta, pues sentía que me había ido bien y podría conseguir este trabajo. Unos días más tarde, recibí una llamada para aplicar tres pruebas que me permitirían seguir avanzando en este proceso, en primer lugar, una prueba oral, luego una escrita y finalmente una práctica, en esta oportunidad me atendió otra persona por lo cual me retiré una vez más feliz y tranquila por avanzar en cada etapa. Así fue como conseguí este anhelado puesto de barista en un local de comida rápida, específicamente en el área de bollerías y cafés.

Al cumplir mi primer mes en este espacio, empecé a sentirme observada, lo cual me produjo inmediatamente una extraña sensación de inseguridad, aquel tipo que me había recibido por primera vez, me hacía pronosticar que algo andaba mal. Dicho sujeto, tenía un puesto de alto rango, por lo cual permanentemente se andaba paseando por el local, supervisando las acciones que realizábamos los/as empleados/as. Siempre se demostraba cercano, me consultaba si me sentía bien, cómoda o si necesitaba algo, en ese momento lo tome como una persona amable que solo quería asegurarse de que sus trabajadores y trabajadoras estuvieran cómodos en el lugar, sin embargo, después de un tiempo me di cuenta de que esto lo hacía solo para adquirir mi confianza a lo que pronto iría a pasar.

Al pasar un par de meses, él creía haber adquirido mi confianza total, intentó recopilar datos de mi información personal, preguntándome directamente que cosas me interesaban, cuales eran mis sueños y qué cosas pretendía lograr en mi vida. Hasta ese momento, continuaba pensando que estos constantes cambios de ser un líder amable y a la vez serio eran parte de su personalidad, normalizando cada actitud de él.

Posteriormente, un episodio familiar que afectó específicamente a la salud de mi madre

me hizo querer reducir mi contrato laboral, pues ella necesitaba de mi apoyo y cuidados en esos momentos, de modo que le solicite a este supervisor que me bajara mis horas de trabajo asistiendo solamente tres de los cinco días que laboraba hasta este momento.

Es importante señalar, que mi sueldo se mantuvo como en un inicio, no haciéndose un reajuste a las horas que estaba cumpliendo como trabajadora de este local. Nuevamente, activé mi capacidad de razonamiento frente a este acontecimiento y solicité en reiteradas oportunidades que ajustara mi contrato a este supervisor, no obstante, el insistía en que podía cumplir el mismo horario quedándome horas extras, que estuviera tranquila, relajada y que no me preocupara, en ese instante no me percaté que esto sería parte de un chantaje que me cobraría después. Tras nueve meses aproximadamente decidí renunciar a este espacio laboral, el desgaste entre el trayecto de mi hogar, hasta el trabajo era extenuante, por otra parte, generé cada día que me dirigía a este lugar una inmutable premonición de incomodidad. Un mes antes de mi salida presente mi carta de renuncia voluntaria, en ese momento percibí que una bomba estaba a punto de estallar.

Esos últimos días, minutos y segundos fui víctima de diversas emboscadas que este sujeto me propiciaba consecutivamente, sufriendo acoso laboral, el cual hoy puedo evidenciar.

Si me dirigía a la bodega en busca de algún alimento que reponer, él me seguía sin que me diera cuenta, cuando escuchaba cerrar la puesta le preguntaba ¿qué estás haciendo acá? A lo que él respondía “solo te venía ayuda”, muchas gracias, pero no es necesario, puedo llevar esto sola, le argumenté. En ese momento el miedo me paralizaba, el siempre buscaba llamar de alguna u otra manera mi atención. En una de las oportunidades, cuando llegue a trabajar mi casillero estaba abierto, mi ropa no estaba, no entendía que estaba pasando, yo me resguardaba de que este permaneciera cerrado, me dirigí donde aquel supervisor a comentarle la situación, a lo que él mencionó que no era necesario que trabajara con uniforme, que lo hiciera con mi ropa habitual, le propuse revisar las cámaras pero según él estas no lograban captar el sitio donde había sucedido esta apropiación de mis objetos personales.

Me sentí ultrajada, vulnerada y temerosa, entonces empecé a visualizar que este hombre, presentaba las mismas actitudes que tenía conmigo, con las nuevas mujeres que se integraban al equipo. Como consecuencia, normalicé sus conductas inadecuadas que obedecían a potenciar sus rasgos de masculinidad y superioridad hacía mí y mis

compañeras. En reiteradas ocasiones, buscaba rozar nuestras manos, mientras yo efectuaba un pedido él me tomaba por la cintura, incluso sorpresivamente comencé a encontrármelo en la locomoción colectiva constantemente. Una noche cuando ya estaba por cerrar el recinto y terminaba mi jornada, él me llamo a su oficina y una vez que ingrese, este cerró la puerta, me espante, mi corazón se aceleraba cada segundo, percibí mi fragilidad, angustia e inestabilidad, me solicito que lo esperara para irnos juntos, a lo cual me negué, insistía con que me quedara otra vez rechace su ofrecimiento, fue ahí cuando todo se volvió más intenso. Me chantajeo señalando que solo me podría ir si le daba un beso, espere un descuido y salí.

Esta dinámica comenzó a ser insistente con el paso de los días, se me acercaba para decirme que yo le gustaba, que quería que fuera parte de su vida, que me quería, comencé a cuestionarme en qué momento le demostré que él era de mi interés, culpabilizándome por cada uno de los acontecimientos que me hacía vivir. Asimismo, comencé a cuestionar que esa familia que había construido, no lo privaba sus ganas de coartar la libertad de jóvenes, acosándolas de distintas formas en su espacio laboral.

Continuo esta persecución durante todo el último mes que preste mis servicios de barista a este local, como consecuencia, comenzó a llamarme a su oficina, aprovechándose de su rango de superioridad, hasta que un día me tomo y me obligo a besarlo, logré reaccionar a tiempo y solo rozo mis labios, le pegue una cachetada y le exigí que me respetara y no se me volviera acercar, me amenazo antes de irme diciéndome que nadie me iba a creer si le contaba esto a alguien. Acto seguido, comenzó a escribirme a mis redes sociales, buscando cualquier tipo de medio para establecer una comunicación conmigo, nunca entendí esta obsesión que tenía hacia mi persona ¿seré yo la culpable? Me cuestione de nuevo.

Hasta que un día, me solicito que fuera a dejarlo a la universidad, en mi mente pensaba ¿por qué este sujeto insiste en buscarme? ¿cómo lograr que el tiempo avance y no verlo nunca más? Le indique que no podía pues me dirigía al trabajo de mi padre, entonces me consulto ¿dónde queda? Cerca de una estación del metro le mencioné, a lo que el afirmó “justamente ahí queda mi universidad” y me vi obligada a irme con él ya que, de no hacerlo, percibía que de igual manera me iba a seguir. Tomamos transporte público y siempre estuve atenta a las personas que circulaban a mi alrededor, pensando en que algo

me podría pasar, para mi sorpresa efectivamente su universidad quedaba a dos cuadras del trabajo de mi padre ¿cómo tantas coincidencias? Pensé, luego de dejarlo en su universidad me despedí de él, a lo cual se negó, tomándome del brazo me retenía, comenzó nuevamente a decirme, que por qué lo alejaba o que por último si me iba que le diera un beso, sinceramente ya no sabía que más hacer, estaba siendo acosada por un hombre ante el cual nunca sentí la valentía de enfrentar, me tomo a la fuerza y me dio un beso le volví a pegar y después de esto, corrí intentando escapar, ni siquiera fui capaz de acudir al trabajo de mi papá, ya que me sentía culpable, violentada, angustiada, reprimida y asqueada. Me dirigí a mi casa con miedo a que este tipo me siguiera, luego de este último episodio nunca más lo volví a ver.

Describir cómo me sentí en ese momento y en cada recuerdo que tengo de él me hace sentir un repudio absoluto hacia su persona, traspaso todos los límites de mi integridad personal, nunca fui capaz de denunciar, incluso de relatar a algún cercano esta vivencia.

Hoy me libero de esta sombra que me ha seguido por años, esperando que ninguna mujer acepte y experimente lo que yo vivencie, al fin me di cuenta de que el psicópata era él y que yo no tenía responsabilidad absoluta de todo lo que él me hizo sentir. Me angustia el pensar cuantas otras jóvenes y menores de edad tuvieron que pasar por esta situación, desconozco si alguna lo denuncio, ya que sus rasgos evidentes de una personalidad perturbadora y trastornada se deben haber reiterado en distintas oportunidades. Para que nunca más nos vulneren, para que nunca más nos violenten.

2.4 Injusticia salarial, un silencio y grito por la igualdad

En los años ochenta, social, política y culturalmente nos encontrábamos en tiempos difíciles, pues teníamos que lidiar día a día con un gobierno autoritario el cual violaba sistemáticamente nuestros derechos humanos. En otras palabras, vivíamos bajo el alero de un dictador, el cual utilizaba su poder para denostar la dignidad de las personas que habitábamos el territorio nacional, bajo esta circunstancia aprendimos a callar nuestras voces, en distintos aspectos de nuestras vidas por miedo a sufrir las consecuencias por parte del Estado.

Respecto a mí vida personal, me desempeñe durante esta época como secretaria o asistente en una oficina de estudios jurídicos, éramos dos mujeres quienes cumplíamos esta ardua labor desarrollando las distintas solicitudes que nos solicitaba nuestro jefe. En este espacio laboral, teníamos un compañero quien era un año mayor que nosotras, casado tenía dos hijos, pero trabajábamos bajo mi perspectiva a la par con él, desempeñando las mismas gestiones dentro de este lugar. No obstante, siempre me causo inquietud, por qué si yo junto a mi compañera realizábamos el mismo rol que este colega, incluso en bastantes oportunidades superábamos evidentemente el trabajo que él ejecutaba, él tenía un sueldo que correspondía al doble del que recibíamos nosotras. Claro está, que esta oportunidad profesional nos permitía llevar un mejor pasar económicamente en relación con el contexto histórico que estábamos viviendo, por lo tanto, en ese momento solo silenciamos nuestras voces y continuamos desarrollando dicha ocupación.

Pasaron seis años desde que inicie y finalice mis labores en este lugar de trabajo, durante mucho tiempo, conmemorando mis sensaciones en esos tiempos, puedo decir que en reiteradas ocasiones me cuestione de modo interno el por qué si nosotras como mujeres trabajamos codo a codo con este compañero, él se mantenía en una situación de privilegios tanto en su salario, como en sus tareas a realizar a diario, mientras que tanto yo como mi compañera nos sacábamos la mugre por cumplir a cabalidad todos nuestros quehaceres que nos eran encomendados por nuestro patrón.

Es incuestionable, que cada día que asistía a dicho espacio a laborar, me sintiera vulnerada y ultrajada ya que, de cierto modo, no importaban mis esfuerzos personales, mis habilidades profesionales, ni mucho menos el sacrificio que me significaba para mí bienestar emocional y psicológico el cumplir a cabalidad cada una de las tareas que me eran solicitadas. Estaba transando mi integridad y dignidad personal por acceder a un mejor pasar económico en mi vida, a costa ser comparada diariamente con mi compañero, siendo inferiorizada por mi jefe solo por el hecho de ser mujer.

En innumerables circunstancias, de manera inconsciente comencé a justificar en mi mente las razones por las cuales este sujeto, era favorecido y sobre valorado por su género masculino, incluso en un momento me deje persuadir por algunas condiciones que tenía este sujeto como el que fuera un hombre casado, padre de una familia que sostener, lo cual siempre me dejo con una sensación de injusticia salarial.

Quizás en aquellos tiempos, mis pensamientos y cuestionamientos a dicha situación, me habría traído muchos problemas o incluso, podría haberme costado la vida si hubiera alzado mi voz ante mi jefatura exigiendo justicia tanto para mí como para mi compañera, fue por esto por lo que prefería callar.

A decir verdad, nunca dejé de reflexionar acerca de esta experiencia personal, la cual hasta el día de hoy me perturba y es este sentido, decidí liberarme de ella. En la actualidad, seguimos conviviendo con un sistema segregador, exigiendo una igualdad salarial a la que muchas mujeres como yo, se han tenido que enfrentar en sus distintos espacios de desarrollo profesional. No existía ninguna razón para justificar aquello que en dichos tiempos decidí normalizar.

En resumidas cuentas, siempre hemos sido invisibilizadas por el espacio social en distintos ámbitos, siendo cuestionadas nuestras capacidades cognitivas y habilidades profesionales. Razón por la cual hoy a mis sesenta años, decido alzar mí voz para que nunca más nos vuelvan a silenciar, pues ahora me siento con la facultad de luchar por una igualdad de género en todos los aspectos de mí vida y que este sea un aprendizaje tanto para mis descendientes, como para las mujeres que vendrán habitar este mundo de que tenemos la capacidad de exigir transitar por este camino sin ningún tipo de segregación, prejuicio, ni discriminación por el hecho de ser mujeres.

2.5 Abusador a la vista, masculinidades violentistas

Joven profesional, con algunos años de experiencia laboral conseguí un empleo en una municipalidad, estamento público el cual debería garantizar mi seguridad personal, no obstante, esto no sucedió.

Al ingresar a este espacio laboral, conocí a distintas personas las cuales formaban parte de distintas áreas en dicho estamento, sin saber que allí me encontraría a un acosador.

Con mi mente abierta para fomentar mis distintas capacidades y habilidades profesionales, llegué como cualquier persona que inicia un nuevo ciclo. Dentro del personal “capacitado” que habitaba en este lugar, percibí la presencia de un hombre adulto mayor, coordinador encargado de proyectos, lo cual evidenciaba su alto rango de superioridad al interior de este municipio.

A los pocos días de haberme incorporado, comencé a recibir constantes conductas que me violentaban, vulneraban y humillaban por parte de este individuo. Dicho sujeto se sentía con la potestad, de realizar distintas acciones que me afectaban como mujer.

Utilizaba un recurso típico de un hombre acosador, por medio de “chistes” se insinuaba en reiteradas oportunidades ante mí, se daba el lujo de opinar acerca de mi aspecto físico, siempre sonriendo y pensando que yo le había entregado una confianza que claramente nunca le manifesté.

Así fue como pasaron los meses, lo normalicé ya que podía visualizar que esta actitud no solamente la tenía conmigo, sino que también con otras de mis colegas. Mi incomodidad y vulnerabilidad se fue acrecentando cada día, pues tenía por un lado la necesidad de dar cuenta de esta situación a mi jefe, sin embargo, este sujeto era prácticamente su mano derecha relacionados directamente en el ámbito político, en efecto, me percate de que, si me decidía hablar, solo yo me podía perjudicar desde una perspectiva profesional. Claro está, que en distintos escenarios laborales se pueden hacer notar la existencia de las masculinidades, quienes se apoyan y cubren ante una presunta denuncia, e intentando bajarles el perfil a estas situaciones. Dicho de otra manera, sabía que de esto no sacaría nada en limpio y que la justicia no se efectuaría.

Por consecuencia, continué aceptando que este hombre siguiera atentando contra mi moral y ética profesional, así como también a mi bienestar y seguridad personal. Un día tuvimos que participar de una actividad comunal donde invité a mi madre para que conociera mi labor en este espacio, fue cuando este tipo se le acercó a saludarla muy cómodamente diciéndole suegra de manera que ahí recién comprendí que esto no se trataba solo de un “juego de personalidad” sino que más bien, de un acosador que intentaba invadir mí intimidad a pasos agigantados cada día desde su rango de superioridad. Le exprese mi malestar en ese momento, indicándole que esa actitud y comentario que había realizado no le correspondía. Tal vez él pensó que solo era una barrera que yo interponía para que el continuara, por tanto, se retiró sin darle importancia alguna a mi opinión.

Entonces persistió en esta casería, pues así era incesantemente como me sentía, agobiada, temerosa y vulnerable. Hasta que un día, mientras yo transitaba por un pasillo de mi sitio de empleo, el pasa cerca de mí se da vuelta y me dice le gusta mostrar lo más lindo que tiene coqueteándome descaradamente refiriéndose a mí trasero, yo me devuelvo y le consulto ¿por qué me dice eso? A lo cual es se ríe siendo una actitud absolutamente burlesca y humillante. Buscando una vía de escape, salgo al patio con una sensación de repugnancia, con una pena estremecedora y paralizante, me encuentro con un colega quien era encargado de un departamento del municipio en ese momento y me consulta que me había sucedido. Le comento dicha circunstancia y me expresa que si yo no voy a hablar con el alcalde en este segundo lo haría él, añadiéndome que este hombre no puede seguir faltándome el respeto.

Me dirigí a la oficina de mi jefe, le solicité una conversación y le revele lo que estaba ocurriendo, estallando en un mar de lágrimas que reflejaban mi impotencia y rabia ante esta situación, siendo víctima de un acosador, teniendo en cuenta que dicho sujeto tenía un gran poder en ese momento, por lo cual no sería destituido de su cargo. De manera que mi superior me pide disculpas, comprometiéndose hablar con él y decirle que no repita estas actitudes hacía mí persona, entre vuelta y vuelta, se desdijo en acciones que obviamente no iban a ocurrir, quedando esta vulneración en nada.

Como era de esperarse, una vez más las instituciones públicas no se hacen cargo de sus funcionarios y funcionarias en cuanto a las limitaciones éticas, morales y profesionales que debiese tener una persona competente para un cargo como este, atentando contra una vulneración hacia mis derechos humanos, pues nunca se me garantizó que esta situación no se repetiría.

En cuanto a mi cargo, comencé a tener muchas salidas a terrenos lo cual me liberaba de cierta manera de tener que convivir con un acosador, razón por la cual no permanecía muchas horas en mí oficina. Debido a esto, muchos colegas me comentaban que este sujeto me había andado buscando, supuestamente para pedirme disculpas, cosa que sinceramente nunca esperé que fuera hacer. A lo cual yo solicite reiteradamente al alcalde estar lo más lejos posible de él, quien enunció que él no podía sacarlo de su cargo, pero si se comprometió a que este tipo no volvería hacer lo que me hizo, cosa que sí sucedió.

No obstante, siempre mantuve una actitud de fragilidad, susto y hostilidad ante la insistente búsqueda que este acosador realizaba ante mí para disculparse por sus acciones, lo cual claramente no sucedió, pues por mi parte intentaba alejarme y esconderme si sabía que él estaría cerca, limitando mi libertad de circular por mi entorno laboral a raíz de los constantes abusos que sufrí por parte de este perpetrador.

Con el tiempo comprendí que lo que para las masculinidades patriarcales y anticuadas pueden ser un alago hacia una mujer, a mí me hizo sentir vergüenza, timidez y degradación a mi integridad personal, física y psicológica, generándome un trauma que quizás nunca fui capaz de evidenciar. En la actualidad, he reflexionado acerca de esta experiencia y visualizar como las mujeres solemos ser víctimas de abusadores o acosadores como este, quienes desde sus altos cargos propician comentarios y actitudes dignas de una mente trastornada y con tan poca humanidad. Me vi vulnerada tanto en mi lugar de trabajo, como en el espacio público, pues sentía constantemente este miedo de volverlo a encontrar de manera casual.

De esta forma, opte por tomar hoy en día las riendas de mi vida, ya que no quiero volver a reprocharme el no haber realizado una denuncia formal, pues no tengo la certeza de que alguna otra colega haya sido víctima de este sujeto inmoral. Dando cuenta de este agobiante pasaje de mi vida, del cual ahora doy testimonio con el objetivo de que todas las mujeres alcemos nuestras voces, frente a este tipo de situaciones, no dejando que nadie ni nada nos haga sentir culpables por no garantizar nuestra integridad personal.

2.6 La maternidad un escenario segregador en el espacio laboral

La atesorada y subestimada maternidad, golpeo mi puerta hace unos meses atrás, llegando de manera inesperada a mi vida, lo cual en un principio me hizo sentir una angustia normal que puede producir al iniciar una etapa desconocida, causando desde ya muchos temores, aprensiones e inseguridades que solo con el tiempo podría testimoniar.

Si bien, mantenía una relación estable junto a un compañero de vida quien me ha acompañado por distintos momentos de mi existencia, lógicamente que el descubrir estos nuevos roles como personas desde la maternidad y paternidad iba ser un proceso de incertidumbre a la par, por lo tanto, en cuanto nos enteramos de que llegaría a este mundo nuestra primera hija, decidimos abrirle nuestros corazones para entregarle un amor infinito que solo podría constatar el momento en que la observara por primera vez.

Personalmente, puedo expresar que mis mayores temores venían de la mano de mi rol como profesional, pues recientemente había ingresado una institución privada, a laborar por lo cual me sentí muy asustada de la recepción que tendría por parte de mis superiores al saber que estaba embarazada, esperé que pasaran un par de días y decidí entregarles la noticia. Desde luego que para mí jefa directa sería un balde de agua fría, ya que debería comenzar la búsqueda para que alguien asumiera mi prenatal, no obstante, mantuvo una actitud muy receptiva intentando ocultar muy bien su probable desagrado, felicitándome por este inesperado suceso. Ante ese contexto me sentí apoyada por esta persona, entregándome una empatía desde su femineidad asumiendo que esta para mí también esta era una no premeditada instancia.

Con el pasar de los meses, comenzó mi periodo de prenatal del cual me fui muy agradecida por el cariño y afecto de mis colegas, quienes incluso celebraron la pronta llegada de mi hija. Así fue como unos días antes del estallido social que aconteció a nuestro país, nació el amor más profundo que había sentido en mi vida, quien había llegado para revolucionar mi rutina.

Tuve la mala suerte, de que mi periodo de posnatal se cumpliera en pleno receso de vacaciones, por lo cual, en marzo del actual año me disponía a volver a mi espacio laboral.

Lo cual provocaba en mí una ansiedad constante que nunca pensé que iba a indagar,

debido a que me considero una mujer proactiva y trabajadora, en este sentido tenía mi corazón dividido en una balanza imparcial, la cual reflejaba en primer lugar mis ganas de seguir junto a mí hija y por otro lado el retornar a mi rol profesional. Esta constante paradoja de la maternidad que promueve un impedimento del desarrollo profesional en el caso de las mujeres la comenzaba a sentir, cuestionándome si era una buena idea regresar a cumplir con mis labores en dicha institución. Hasta que finalmente tome la elección de extender por unas semanas más mi periodo de postnatal.

Lo que nadie veía presagiar era lo que nos tocaría vivenciar a nivel nacional e internacional, siendo afectados por una pandemia mundial, la cual, debido a la necesidad del resguardo y la integridad de las personas, se determinó una alerta sanitaria, comenzando este tormento conocido como teletrabajo. Nadie puede negar que, en un comienzo, todas y todos pensábamos que trabajar desde la casa sería un verdadero privilegio, ya que podría estar cómodamente realizando mis deberes profesionales sin tener que asistir a la empresa. En cambio, con el pasar de unos días pudimos ver la bomba que estaba a punto de estallar, nos vimos sometidas y sometidos a extenuantes horas de jornada laboral, que evidentemente superaban nuestro horario establecido previamente en el contrato profesional. No sé si fue lo mejor o lo peor regresar a mi trabajo en estas instancias, pero lo que no pude pronosticar eran las vulneraciones a las que me vería expuesta por mi maternidad.

Mientras que el tiempo pasaba a la velocidad de la luz, la carga laboral era cada día superior, cientos de correos por responder, video llamadas por realizar, asistir a reuniones a nivel general como de áreas en particular, se apoderaron incluso de mis horas de lactancia.

El derecho de alimentación a nuestros hijos e hijas nos ampara según las leyes del Estado chileno, teniendo que garantizar la industria laboral el cumplimiento de nuestras horas de lactancia al finalizar nuestro postnatal. Siendo honesta cometí el error de aceptar los horarios que mi jefa me estableció al retomar mis labores, debido a mi desconocimiento personal hacia este sistema que nos ampara para tomar en común acuerdo por parte del empleador/a y el trabajador/a esta determinación.

Han pasado algunos meses desde que retorne a mi rol profesional y durante todo este periodo me he sentido vulnerada y violentada por parte de mi empresa, debido a la sobrecarga de labores que nos solicitan semanalmente lo cual ha entorpecido tanto en mi salud mental como mis labores de maternidad.

En la actualidad, como consecuencia de la pandemia que parece de nunca acabar, se ha levantado un proyecto legislativo a favor de la extensión de un postnatal de emergencia, el cual aún se encuentra en proceso de aprobación y posteriormente publicación en el diario oficial para apelar a esta ley. Por esta razón como mujer, madre y profesional, me he mantenido expectante a la pronta aprobación de esta nueva ley que nos ampare y resguarde nuestra integridad personal y el bienestar de nuestros/as descendientes.

En virtud de esto, hace algunos días atrás se me ocurrió plantearle a mi jefatura esta posibilidad, explicándole que según el periodo en el que se desarrolló mi postnatal podría apelar a esta ley y exigir este derecho mediante la extensión de un receso a la institución.

Fue en ese momento, cuando verdaderamente conocí a quien estaba detrás de esa mascara que reflejaba una carencia de sororidad ante mi situación en particular. Mediante un diplomático discurso, me señalo que este proyecto aún no se encontraba vigente y que no era obligación que lo tomara, por lo tanto, no había problema alguno en que siguiera en mi rol profesional. Asimismo, me planteo que de tomar ese postnatal de emergencia me reducirían mis ingresos, puesto a que en una de mis labores específicas debía quedar alguien a cargo. Prácticamente amenazándome por medio de un chantaje económico, buscaba persuadir mi decisión.

Notoriamente exprese por medio de un lenguaje corporal todos los pensamientos que invadían mi mente en ese momento, no lograba entender como alguien que ha vivido la maternidad y al mismo tiempo sea una mujer profesional, no tuviera ningún tapujo en demostrar su descontento hacia esta posible solicitud. Me sentí ultrajada, insegura y temerosa, pues me cuestioné realmente si era yo quien estaba equivocada por lo que le estaba comentando, o acaso era la culpable del complejo escenario nacional, dado que una posible determinación podía dejarme sin mi fuente de ingresos económicos, mientras yo me enfocaba en garantizar mi salud mental y atender de manera adecuada a mi rol de madre.

Para finalizar, quisiera mencionar que la maternidad en primer lugar debe ser elegida, siendo cada mujer quien tome la decisión acerca de su cuerpo, futuro, he identidad. Dicho sea de paso, esta opcionalidad no puede ser un impedimento para nuestro desarrollo profesional y personal, de modo qué debemos conocer, promover y exigir nuestros derechos, siendo conscientes de las permanentes segregaciones a las que nos vemos expuestas por el hecho de ser mujer. Razón por la cual hoy exijo que el postnatal de emergencia nos garantice la seguridad, integridad y dignidad en el espacio público como parte de un derecho constitucional.

2.7 Limitaciones y vulneraciones desde un patriarcado evangelizador

Para empezar, debo dejar en claro que mi experiencia personal, provengo de una familia matriarcal, es decir, desde pequeña escuchaba a mi bisabuela decir que Dios le daba la inteligencia a la mujer y la fuerza al hombre. Por lo tanto, mis raíces hereditarias venían marcadas por el liderazgo femenino, quienes tomaban las decisiones familiares, siendo los hombres quienes debía acatar. En este sentido, cuando necesitaba solicitar permiso en mi casa para salir, si quería o necesitaba algo, yo siempre debía expresárselo a mi madre, quien determinaba todas y cada una de las decisiones en nuestra vida cotidiana.

Por lo cual, cuando me vi enfrentada a una sociedad patriarcal, siendo honesta me sentía ultrajada, molesta y devastada, me chocaban psicológicamente cada una de las situaciones que tuve que presenciar, era incapaz de tolerarlas.

De modo que, inicie un camino largo y obstaculizador dentro de mi formación profesional, el cual era consecuencia de un Estado patriarcal, al cual sobrevivía cada día, intentando analizar superar la frustración que me generaba. Tiempo más tarde, comencé mi vida laboral, como profesional de la educación, pues había sido estudiante de pedagogía bajo un gobierno dictatorial, me vi enfrentada a múltiples circunstancias que atentaban contra mi moral y rol femenino, a pesar de mi crianza matriarcal.

Un día cualquiera, mientras me desempeñaba como jefa de nivel, es decir, era la encargada de la disciplina de la educación media y al mismo tiempo desarrollaba mi rol docente, en una institución educativa católica de niñas, se le extendió la invitación al colegio a un sacerdote. Este sujeto, quien a simple vista era inmaduro y bastante inepto, visitaba la institución para realizar un diálogo acerca del rol en la sociedad de los hombres y las mujeres. Ciertamente, que apenas me enteré de esta actividad, fui como docente a observar esta charla, como si presintiera que algo tramaba. Con una actitud resiliente, me senté entre mis estudiantes, junto con todas y todos mis colegas del nivel, las cuales eran mayoritariamente mujeres. Al mismo tiempo, podría visualizar, como las religiosas adoraban y atesoraban la visita de este hombre, quienes lo tenían prácticamente en un altar, pues eran hermanos de congregación. Queda claro que, este sujeto desde el primer minuto me cayó mal, pues tenía una actitud de superioridad y galantería con todas las mujeres del lugar, como si tuviera que exponer sus masculinidades frente a la comunidad educativa.

Además, llego a realizar su charla junto a un grupo de adolescentes varones de su institución escolar. Cuando observaba la cara de mis estudiantes, la gran mayoría estaban obnubiladas con él.

Si bien, no recuerdo muchas cosas de las que habló en el diálogo que dicho sea de paso era prácticamente un monologo, ya que en su mayoría me parecían insustanciales, pude entrever a simple vista que este ser idolatrado mantenía una relación afectiva con una de las monjas de mi institución, quien era mi jefa directa. La cual en bastantes oportunidades expresaba su pensamiento liberar, yo la creía una mujer inteligente, empoderada, pero en realidad cuando la vi frente a este tipo, me di cuenta de que sus razonamientos e intereses se veían vetados por su rol de inferioridad ante este sacerdote. Fue bastante desilusionante, presenciar como la imagen masculina de este ser, podía llegar a arrebatarle a mi superiora su derecho a opinar, su razonamiento y dignidad.

Pasaban los minutos, que se hacían cada segundo más eternos, entre atención y aburrimiento sentía en ese momento. De pronto, mi cerebro reaccionó de un instante a otro cuando este personaje enuncio textualmente que “as mujeres éramos inferiores y habíamos sido creadas según la iglesia católica para servir a los hombres, pues esta era la palabra de Dios. Me inmovilicé, como si el tiempo se hubiera congelado y mi voz se hubiera coartado. Esperé que alguna monja, colegas presentes o mis estudiantes dieran su opinión al respecto, sin embargo, nadie dijo nada. Razón por la cual, me empoderé de mi herencia matriarcal, alcé mi mano y opiné. Como consecuencia de esta acción me condené, lo que en palabras de Chimamanda Ngozi Adichie se traduciría en el siguiente extracto “si eres mujer, no tienes que expresarte con rabia porque resulta amenazador” (Ngozi Adichie, 2015, pág. 28).

Entonces me empoderé y le consulté ¿En qué parte de la biblia dice eso que acaba de emitir? El silencio fue desértico, creo un ambiente de tensión automáticamente tras mi pregunta y el sacerdote me responde con la siguiente interrogante ¿Usted es católica? Sí, le manifesté, ya que en esos años aún me sentía envuelta en el catolicismo, por tanto, sabía muy bien cuál era el origen de la iglesia, como se habían creados los libros sagrados, entre otras particularidades. Justamente por eso insistí, mencionándole que era exalumna de la institución escolar y que a pesar de no conocer toda la biblia memorísticamente, requería que me demostrará en que parte decía específicamente lo que acabada de

enunciar. El entorno se volvía cada vez más incómodo y el silencio se apoderaba del territorio, todos y todas las presentes me miraban, incluso algunas colegas me dijeron ¿Para qué comentaste? Lo cual me hizo analizar lo que acababa de propiciar, logrando infundirme en el temor. Luego de unos minutos el conversatorio se terminó, pensé que me iban a despedir y la verdad esta actitud me trabajo muchos problemas y consecuencias.

No obstante, tenía la certeza de que ni siquiera un sacerdote tenía el derecho de emitir ciertas falacias, las cuales eran resultado de su machismo puro y provenía desde sus entrañas. Con toda seguridad, sabía que lo que acaba de ocurrir era una falta de respeto hacia todas las mujeres que estamos ahí, incluso para todas las que habitamos en la esfera social, atentando hasta a la figura que representa la virgen en la iglesia, sin duda había sido menospreciada.

Al día siguiente, cuando llegué a mi lugar de trabajo una monja joven de la comunidad se me acerco y me dijo que habían estado hablando acerca de mi actitud y que estaban muy molestas pues como me había atrevido a hacer tal juicio de valor. No me asusté ni un milímetro, por el contrario, sentía que mi rabia aumentaba ¿cómo podían ser tan devotas de este sujeto? Analizaba internamente.

Debido a esto, durante la mañana de ese día me citaron a la dirección, allí se encontraba la hermana directora de la institución, lógicamente no me había llamado para felicitarme, por lo tanto, con una actitud de obediencia y subordinación me dispuse a escucharla. Sin ir más lejos me interpeló, mencionándome que le había faltado el respeto al sacerdote delante de todas las estudiantes y que yo estaba equivocada, pues no había comprendido lo que él había querido decir, finalmente decreto que a un representante de Dios no se le cuestionaban.

Recién en ese instante me revelé, saqué ese afecto que le había tenido por más veinticuatro años de mi vida, más mi educación escolar a la congregación católica. Con esto quiero decir, que sentí como si todos mis recuerdos, experiencias y vivencias en este lugar se hubieran borrado de mi mente. Consiguiendo, que solo sintiera rabia e impotencia a dicha institución. A decir verdad, aun siento rabia, cerré mis labios y fui incapaz de expresarlo lo que realmente sentía hacia sus comentarios y agaché mi cabeza y me mentí, diciéndole que en realidad yo había entendido mal.

Me sentí vulnerada, pisoteada y derrotada, saliendo de esa oficina sintiendo que mi intelecto había sido injuriado.

Si esta situación la vivenciara en la actualidad, es probable que el escenario fuera distinto, pues tendría estudiantes empoderadas, quienes defenderían su rol de género impuesto en esta sociedad mediocre y obstinada. Enfrentaría nuevamente aquel sacerdote y le diría que sus palabras y actos de la iglesia que tanto validaba, es una creación más de hombres machistas, que potenciaban un patriarcado eclesiástico del cual hoy no somos sometidas a aceptarlo.

Hoy me desprendo de esa cobardía, alzando mi voz en cuanto veo una diferencia que atente contra la dignidad femenina, sigo en mi lucha interna de combatir al patriarcado desde mi legado matriarcado.

2.8 Fraternidad, jerarquía y autoridad, un fruto del abuso laboral

Iniciaba el último año correspondiente al siglo veinte y no estábamos ajenos a los cambios. En mis años de vida, me he desarrollado como profesional del área de educación primaria, desde luego ya tenía algunos años de trayectoria en el cuerpo y conocía como se movían las comunidades educativas, específicamente en cuanto a su dirección.

Se da la bienvenida al nuevo año escolar y junto con eso a una nueva dirección del establecimiento, quien ahora estaría a cargo era un hombre, el cual había sido director de una institución escolar renombrada y que anteriormente fue eclesiástico miembro de una congregación renombrada. Sin embargo, un día tomo la decisión de dejar sus votos, pues mantenía una relación oculta junto a una mujer apoderada del colegio, quien esperaba a su primer hijo, con el tiempo se casaron y formaron una familia.

A pesar de ser un sujeto que había violado las reglas de su apostolado, seguía siendo un hombre muy renombrado y respetado, el cual se presentaría como una persona intachable ante su nuevo cargo. Por ende, nunca me imaginé, mucho menos visualicé lo que con su llegada ocurriría.

A mi parecer, él manifestaba una actitud superioridad con relación a su cargo, plenamente bajo una jerarquía vertical, comencé a sentirme acorralada y coartadas en distintas oportunidades, esta situación no solo yo la percibía así, sino que también algunas de mis colegas cercanas. Su rol de autoridad era digno de un ente dictatorial, lo cual generaba como consecuencia tener que acatar más que cuestionar. Por otro lado, él buscaba proyectar una imagen muy fraternal, como miembro activo de una institución evangelizadora, siendo cariñoso, amable y solidario, valores que utilizaba para ocultar su verdadera intencionalidad.

Durante el segundo semestre de aquel año, una de mis amigas más cercanas padeció de un cáncer, razón por la cual se tenía que operar, fue demasiado extenuante tanto para ella como para su círculo más cercano, pues solo le entregábamos nuestro afecto y apoyo incondicional para su pronta recuperación. Como mi amiga del alma, se encontraba viviendo una situación que afectaba a su integridad personal, me hacía sentir devastada,

solo me mentalizaba para enviarle mis buenas energías para que pronto volviéramos juntas a las aulas.

Un día común y corriente, me dirigía hacia una sala junto a una colega mientras conversábamos algunos temas fuimos interceptadas, por el director quien con una actitud desequilibrada y poco profesional comenzó a cuestionar mi actuar. Desde mi perspectiva, el mantuvo una actitud directa y con una evidente rabia interpelándome acerca del rol de amistad que mantenía con quien estaba siendo afectada por esta insufrible enfermedad.

Por lo cual, este juicio hacía mi moral y por qué permitía que mi amiga siguiera teniendo prácticas que afectaban a su bienestar, se tornó en un abuso que quebrantaba mi dignidad.

Se acercaba lentamente y con su dedo me apuntaba hasta que comenzó a tocarme con un punzante movimiento entre mis pechos, mientras continuaba utilizando un lenguaje ofensivo y una actitud agresiva. En efecto, seguía propiciándome juicios de valor y sin predecirlo comenzó a mover su mano hacía mis pechos terminando, rodeándomelos con su mano, mi colega se mantenía a mi lado, ambas impactadas por dicha conducta, los cual nos dejó prácticamente congeladas. Cada vez que salían palabras de su boca, yo sentía un silencio absoluto en mis oídos, como si solo me concentrara en la acción de vulneración que me estaba sometiendo. Cada segundo mis ojos se agrandaban, mientras de mi boca ni una sola palabra salía, como si fuera incapaz de gritar y pedir ayuda.

Me quedé helada, no tuve la capacidad de reaccionar, fue totalmente traumático, por lo tanto, los segundos para mí se transformaban en horas que dictaminaban mi sentencia desde una mirada superior, que interrumpidamente me tachaba de mala amiga, de inconsciente y de indolente. Hasta que termino, se dio la vuelta como si nada pasara y se retiró del pasillo. Mire fijamente a mi colega y quien se mantuvo durante cada segundo a mi lado, ambas fuimos incapaces de comentar lo que recién nos habíamos presenciado.

Queda claro que me sentí indefensa, apocada y violentada, razón por la cual me reprochaba internamente, pues quienes me conocen podrían decir que soy una mujer fuerte, valiente y que siempre da su opinión honestamente. Lejos de esa perspectiva me desconocí, era como si estuviera explorando una parte de mí que nunca había sido visibilizada.

Luego de un par de semanas de este suceso, mi compañera y colega decidido que habláramos el tema, explicándome que aquello de lo cual fuimos víctimas no estaba bien, no correspondía y por lo tanto algo teníamos que hacer, actuar como quizás deberíamos haberlo hecho en esa instancia. Asimismo, me comentó que ella en distintas ocasiones se había sentido pasada a llevar por dicho sujeto, quien la acorralaba en los pasillos, le tocaba las caderas, incluso se acercaba tanto a ella, que rozaba su pene contra sus glúteos haciendo como si nada pasara.

En efecto, recordamos constantes abusos los cuales este tipo nos propiciaba cotidianamente, no obstante, se nos hizo muy difícil reconocer que estábamos viviendo una vulneración hacia nuestra dignidad, pues dicho sujeto siempre utilizaba esa característica fraternal y posición de jerarquía para interceptarnos, lo cual nos hacía permanecer en un silencio aprisionado. Posteriormente, un colega comenzó a observar lo que nos pasaba, quien nos hizo ver que esta relación de verticalidad no le daba el derecho para transgredirnos como mujeres, trabajadoras y educadoras.

Años más tarde, recién me atreví a contarlo en mi casa, me sentía tan avergonzada de mi cuerpo y de la personalidad que en ese momento habitaba, que era incapaz de asumir que yo había sido víctima de mi jefe.

Finalmente, hoy me absuelvo de esta culpa que por años no me dejaba en paz, era tan fuerte sentirme apocada, humillada e interpelada, por aquello que normalice pues sentía que era un episodio mínimo de vulneración por el hecho de ser mujer, ahora que lo analizo, reaccionó develando que ninguna situación en donde nos sintamos limitadas a exigir respeto hacia nosotras, será algo que debemos naturalizar. Lo que en palabras de Chimamanda Ngozi señalaría, “cada vez que me pasan por alto, me siento invisible. Me enfado. Me dan ganas de decirles que hoy igual de humana que un hombre” (Ngozi Adichie, 2015, págs. 26-27). Por eso, ahora determino que merezco un trato igualitario, justo y digno, independiente de los rangos jerárquicos que son fruto de un escenario de abusos homogeneizados.

2.9 Mi sexo no me limita

Ingresé a una institución de renombre, la más respetada por la sociedad chilena quienes resguardan el bienestar social de la comunidad, combatiendo las llamas más intensas, arriesgando sus vidas con el objetivo de salvar las de quienes lo necesitan. Junto conmigo se incorporaron ocho mujeres más, fuimos las pioneras en ingresar a este establecimiento público, sin fines de lucro, en la comuna que habitábamos.

Evidentemente, teníamos una sensación de incomodidad, presentíamos que, por el hecho de ser mujeres, nos verían como personas débiles, incapaces de realizar dicha actividad.

Desde mi perspectiva, intuía que serían los hombres de mayor edad quienes tenían una larga trayectoria quienes nos invalidarían y se resistirían en aceptarnos como un voluntario/a más. No obstante, para mí sorpresa fueron quienes nos propiciaron un trato acogedor y una gran valoración, haciéndonos distinción en cada una de las labores que realizábamos.

Con el pasar de un tiempo, nos fuimos integrando más en la institución, incluso postulando a cargos los cuales en una primera instancia eran administrativos, con el objetivo de que pusiéramos orden nos discriminaron indirectamente, pues pude entre ver que prácticamente nos solicitaban arreglar sus desordenes, como si fuera una casa que debíamos limpiar. Asimismo, lo pude evidenciar cuando descubrí que no podíamos postular a cargos de rangos de superioridad, los cuales atendían exclusivamente a un hombre, quien representaría las masculinidades en dichos roles.

Luego de un par de años, el escenario cambió, nos extendieron la invitación a postular a cargos operativos, los cuales nos permitían como mujeres, ir a cargo de una emergencia y tomar las decisiones acerca del trabajo que se necesitaba atender, significaba el final de una segregación sexual, al menos eso pensé, pero claramente no resulto ser tan fácil. Al igual que en las instituciones de fuerzas armadas o de ejército, bomberos mantenía una estructura jerárquica que se proyectaba en las capacitaciones, mostrando una elite aristocrática que determinaba que los instructores que iban a realizar distintas capacitaciones a los cuarteles siempre eran hombres. Al participar en uno de los cursos como alumna, me ofrecieron la oportunidad de integrarme a su equipo, vestir aquel anhelado buzo azul que te acreditaba como instructor/a nacional. Sin duda alguna, acepté

el desafío, para mí era una gran oportunidad para romper con sus estructuras basadas en jerarquías patriarcales, de modo que tuve que permanecer una semana internada en la institución para prepararme para esta capacitación, junto conmigo se encontraba otra compañera, lo cual me hacía sentir orgullosa de este pequeño gran paso que estábamos batallando. Durante esta etapa, fuimos tratadas a la par de nuestros compañeros, cumpliendo con las mismas exigencias y beneficios nuestro único “privilegio” fue elegir el dormitorio donde íbamos a pernoctar.

Unos años después, visualicé las necesidades que presentaba mi compañía y quise capacitarme como maquinista, es decir, aprender a manejar carros bomba. Cuando tomé la decisión con el fin de contribuir a la comunidad, se los comenté a los miembros más antiguos, quienes me aconsejaron que partiera con carros más pequeños, con el objetivo de que me resguardara de las dimensiones de estos y no me fuera asustar. Hasta ese momento todo bien pensé, pero notoriamente estaban resaltando sus capacidades masculinas, en cuanto a cómo dominar estas máquinas, insinuando que no sería idónea de llevar a cabo dicha tarea. Algunos me ofrecieron su ayuda, por lo cual, comenzamos a practicar en una camioneta RAM.

Aparentemente todo seguía un curso normal hasta que un maquinista expresó en una reunión su reclamo formal, ya que él consideraba que yo no podía manejar carros, justificando que, en su calidad de técnico automotriz, el hecho de ser mujer solo me facultaba para manejar un spark, en definitiva, un auto de pequeñas dimensiones, pues no tenía las capacidades ni habilidades para manejar un vehículo de emergencia. Ante esto, otro integrante del cuartel quien también era maquinista le señalo que este era un aprendizaje constante y que debía acostumbrarme de a poco, pues nadie nacía sabiendo todo. Esta intervención, me hizo respirar hondo y me invito a reflexionar que no todos los integrantes de esta institución tenían el mismo pensamiento machista que había expresado su compañero. Sin embargo, esta situación no finalizaría ahí.

Durante un largo periodo, dicho sujeto comenzó a hostigarme de manera brutal junto a su hermano, haciéndome sentir opacada, inútil e incapacitada para desarrollar dicha labor.

Me sentía frustrada, mi misión era contribuir a un trabajo en equipo y ampliar mis competencias en beneficio de todos y todas, lo cual indudablemente no lograban tolerar.

De modo que, insistieron realizándome constantes vulneraciones, ya que habían intereses

creados, en otras palabras, el hermano de dicho tipo, quien también se ensaño conmigo, quería ocupar mí cargo dentro de la institución.

Como consecuencia de esto, prepararon una reunión en la cual buscaban menoscabarme e invalidarme por el hecho de ser mujer, escondiendo sus rasgos misóginos al alero de sus compañeros. En esta instancia, manifestaron su inconformidad con mi trabajo y labor dentro de la institución, señalándome como una persona egoísta e inepta para el cargo, entre muchos otros defectos que solo atentaban a mi condición de mujer. Jamás indicaron los nombres de quienes supuestamente compartían sus pensamientos reclamando en mi contra, lo cual reflejaba que esta era una situación netamente personal. Sentenciando que mi mayor error era el querer encargarme de cosas que solo los hombres podían realizar, pues él en su conocimiento de técnico automotriz se sentía con el derecho y la superioridad de decretar a vista de todos los presentes que las mujeres no podrían nunca manejar un vehículo tan grande.

Desde entonces que no logro olvidar este episodio, sinceramente me aterra pensar a lo que nos exponemos diariamente las mujeres solo por nuestro sexo, el cual para un gran porcentaje de la sociedad sigue representando fragilidad, insuficiencia para ejercer cargos de superioridad y mucho menos liderar una institución que históricamente ha sido formada por hombres. Es impactante observar como las masculinidades se ven interpeladas, ante la subordinación de una imagen femenina, quienes limitan extenuantemente nuestra autoestima, lo que en palabras de María Fornet describiría como la afectación profunda hacia las nociones que tenemos de nosotras mismas y nuestro lugar en este mundo machista, reflejando la importancia resaltar nuestra voz propia y la fuerza de nuestra autoestima (Fornet, 2018). En definitiva, tenemos la obligación de reflexionar frente a las vulneraciones que vivimos día a día, hoy ya no somos marionetas al servicio de otros, ahora somos las decisiones que tomamos las que deben ser aceptadas con la finalidad de promover una igualdad cultural, la cual ha determinado por medio de una construcción social nuestros roles de género los cuales han sido impuestos por décadas.

Hoy somos la decisión que tomamos cada día y la representación viva de que nuestro sexo no nos limita, por el contrario, nos hace ser más fuertes, activas y menos oprimidas.

2.10 Resistencia pasiva, mi activación como feminista

En un periodo de mi vida, adulta viaje al sur en busca de oportunidades laborales, sola y con aquella maleta llena de anhelos partí, con un destino incierto. Pronto me asenté en una región del país y empecé a desarrollarme profesionalmente.

A mis treinta años conocí a un hombre sureño con quien mantuve una relación de un año, por supuesto que, durante los primeros seis meses fueron resultado de un amor intenso y fraterno, que ahondaban en lo más profundo de mis emociones, sensaciones y predisposición para un futuro juntos. Me creía feliz, integra y acompañada.

Lejos de esos sueños y expectativas, de un momento a otro me vi envuelta por una tormenta, el cual, no era un temporal típico del clima sureño, sino que más bien, era una oscura y fría nubosidad que me atacaba personalmente en mí propio hogar, la cual me consumió el alma.

Posiblemente, existieron alertas de conductas que no visibilice, aquel hombre, mi compañía y contención era un narcisista de pies a cabeza. Su ego era más grande que su estatura, me encerré en su ambición, machismo y actitudes que me aminoraban permanentemente. Se aprovecho de mi soledad, generándome una violencia social, pues me alejo y aisló del entorno. No tenía a quien acudir, estaba angustiada, temerosa y resignada. Precisamente por esto, estuve al borde de ser acabada por una depresión, pues cada día que pasaba todo empeoraba.

Primeramente, inició una violencia psicológica y física, me empujaba, maltrataba y denostaba. Al estar en un lugar fuera de mi zona de confort no sabía a quién recurrir, mi familia estaba lejos, sin embargo, entre la desesperación y frustración a escondidas de él, recuperé mis redes sociales y comencé a desahogarme con mis amistades. Fueron ellas y ellos quienes me auxiliaron, lograron abrir mi alma para empezar a sanarla, al igual que mis colegas, se transformaron en un pilar fundamental para escapar de esta vida insufrible.

En bastantes instancias experimente una ansiedad, como señala María Fornet, esta era el fruto de la presión obsesiva y contradicciones íntimas con las que lidiaba, las cuales eran ejercitas por este sujeto, un hijo del patriarcado (Fornet, 2018).

Claramente, como establece Simone De Beauvoir, la resignación femenina que transité, me hizo caer en las redes del autoritarismo de las masculinidades, las cuales engendraron en mí una paciencia, aceptación y sumisión a las cuales nunca debí permitir. De modo que, soporté el sufrimiento físico, desde una resistencia pasiva frente al abuso de este perpetrador de mi esencia, personalidad e identidad (De Beauvoir, 2018).

Por fin reaccione, sí un día ante mis ganas de no querer seguir sufriendo, lo abandoné, esperé que se durmiera a cerca de la media noche, deje el departamento que compartíamos. Recuerdo cada emoción de ese suceso, dormí en un hostal, ilusa pensé que se preocuparía, que me buscaría, no obstante, su indiferencia y falta de empatía se proyectaban una vez más. Ya no le importaba nada de mí vida, lo cual me tranquilizo y reactivo. Lo saque de mi red de contactos, incluso regresé a mi ciudad natal, cambie mi número incluso, para que me dejara de acosar.

Finalmente, tras diez años de esta situación me empoderé de mi rol como mujer, asumí que nací para creer en mis capacidades, sentirme plena y feliz, ahora me centro en cumplir con mis propósitos en la vida. Estoy a cargo de una colectiva feminista y la verdad es que no pude encontrar mejor lugar para realizarme, acompañar y apoyarnos desde una sororidad humana, tolerante y por sobre todo en base al respeto e importancia de las mujeres en el espacio social.

2.11 Patriarcado academicista, una pandemia obsoleta

Al iniciar mi proceso en la educación superior pude constatar como el sistema educacional basado en las superioridades masculinas premeditaban cada actuar en el mundo de la academia, ya sea desde los altos cargos, rectorías, departamentos y docencia.

Es indudable que los cuerpos femeninos han sido erradicados desde el desarrollo de una intelectualidad instalada desde el siglo XIX en Chile y en el mundo, por medio del eurocentrismo expandido bajo la lógica de los sexismos. Los cuales concebían a la mujer como una ser emocional y afectiva, mientras que el hombre era un ser racional e intelectual a partir de la ilustración.

Bajo esta perspectiva, hemos sido subordinadas por una esfera del conocimiento, ejercida ante una latente presión por demostrar nuestras capacidades analíticas, políticas, de gestión e incluso de posesión, siendo enjuiciadas de manera despectiva ante un patriarcado académico, que continúa promoviendo patrones obsoletos.

En efecto, los anhelos por alcanzar altos rangos de jerarquías tanto en el espacio público como privado nos han sido limitados, deshumanizando lo cognitivo y apuntando a lo superficial, nuestros cuerpos, la imagen física y comportamientos. Asimismo, los cuerpos han sido dispositivos de violencia para las mujeres, ejercida a nivel social, desde cuestionamientos emocionales, éticos, morales incluso de fertilidad. En otras palabras, las masculinidades se han tomado el poder de gobernarnos e incluso cuestionarnos por el hecho de ser mujeres, en edad fértil, jóvenes, solteras, casadas, con o sin hijos e hijas, entre otras.

Según el planteamiento de Nuria Varela, el patriarcado necesita ejercer ese sistema de dominación de los hombres por sobre las mujeres, requiere de ese poder, esa fuerza y esa cultura machista instalada para mantenerse en ese pedestal (Varela, 2008).

A mi parecer, todo lo que se refiere al conocimiento y la adquisición de las mujeres de este, es un umbral inalcanzable de erradicar. Pues, la sociedad del exitismo se emplea desde un criterio de los logros intelectuales que podemos obtener, ya sean pregrado, postgrado o doctorados. Como mujeres, somo el foco latente de interpelaciones que

afectan directamente al desarrollo de la profesionalización, en sus distintas áreas, incluso en aquellas que se consideraban feminizadas históricamente como la pedagogía, haciendo mención del rol protector y maternal de las mujeres, inclusive esta mirada es absolutamente una vulneración del patriarcado, hacia nuestro sexo.

Generalmente, habitamos un sitio incomodo, que nos genera un daño irreparable, es decir, la vulnerabilidad de pertenecer a una opresión y sumisión constante. En el año 1989 se ratifica en Chile, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, la cual establece en su artículo n°3 que todos los Estados que han firmado esta declaración, deberán tomar las medidas necesarias incluso de carácter legislativo, tanto en la esfera política social, económica y cultural, para garantizar el ejercicio de la igualdad de las mujeres ya sea en el pleno goce de sus derechos humanos, como en sus libertades fundamentales (Asablea General de las Naciones Unidas, 1979).

Pero ¿Quién fiscaliza esto en la academia? Claramente las brechas salariales, jerárquicas y educacionales siguen perpetrando la equidad de la educación superior. Por un lado, los equipos de trabajos compuestos por hombres tienden a generar alianzas de protección ante sus respectivas carencias intelectuales, con el objetivo de no exponerse ante el desconocimiento de algún contenido.

Desde luego, deben sentirse amenazados, pues las mujeres gracias al feminismo y la integración al sistema educativo han ido avanzando a pasos agigantados en la formación de las nuevas generaciones, no obstante, perduran aquellas dificultades con las que debemos lidiar solo por los roles de género establecidos, por una cultura que traspasa las fronteras legislativas, judiciales y ejecutivas.

Aun cuando, seguimos siendo una mayoría en cuanto a la tasa de natalidad mundial, somos minoría en el campus académico. Prácticamente, las restrictivas reglas que nos prejuician por ser mujeres, en consecutivas oportunidades nos hacen ser parte de este sistema, con el cual intentamos cambiar y mejorar cada día.

Sinceramente estoy cansada, de tener que demostrar que soy capaz de ser una profesional eficiente, apta para un alto cargo, que puedo ser una investigadora, una conocedora de distintas materias, que puedo ser una mujer intelectual. Tal como señala Amelia

Valcárcel, la entrada a las instancias de poder explicito, se prolongan en la actualidad, por tanto, son una tarea en curso con la cual debemos liderar (Valcárcel, 2001).

Justamente por eso, como nos proyecta Chimamanda Ngozi Adichie, debemos rechazar esa opción de gustarle al mundo, nuestra labor es sentirnos plenas en las labores que elijamos realizar, no debemos encajar con el mundo patriarcal, tenemos la misión de respirar tranquilamente, sin ser juzgadas por que nuestro sexo nos limite al ejercicio de nuestras libertades, sociales, emocionales y racionales (Ngozi Adichie, 2015).

En mi trayectoria profesional, he podido observar cómo colegas se enfocan simplemente en la imagen corporal de su compañera de labores, en sus conductas rebeldes o inapropiadas cuando dan su parecer acerca de algún tema, como nos siguen apartando de espacios del conocimiento, pues para ellos somos netamente un objeto. Se burlan de nuestros ideales, pensamientos incluso, discursos y posteriormente, los utilizan para mostrarse ante el mundo como seres inclusivos, que respetan las diversidades y disidencias, que están a favor del feminismo y de los derechos humanos.

Un sinfín de veces me he cuestionado y he decidido alejarme de este tipo de masculinidades, pues me produce un rechazo absoluto su lógica desde la hipocresía e intolerancia. Me generan una vergüenza ajena, me angustia pensar que se conciben como seres deconstruidos del machismo, cuando lo siguen implementando en sus círculos cerrados.

En resumidas cuentas, soy total creedora de que aún estamos a tiempo, de ser líderes positivas, feministas unidas bajo el alero de la igualdad, de batallar contra el patriarcado academicista que a pesar de permanecer bajo instituciones educativas que promueven estos actos violentistas, la unión, la sororidad y las redes de contención, nos hará encontrarnos en ese mundo por la justicia y la paz. Hoy no somos parte de una elite académica, ahora somos las mujeres trabajadoras, de clase media y población obrera quienes debemos encontrar en la educación y el feminismo un propósito para nuestras vidas. La reflexión sobre nuestros cuerpos, son foco principal de las teorías feministas, y lo seguirán siendo, en tanto no nos apropiemos por recuperar aquellos espacios que nos pertenecen como sujetas de derechos.

2.12 Persistir para derrocar el abuso y la impunidad Cursaba mi último semestre académico en una carrera del área de educación, como una profesional en vías de ingresar al mundo laboral, con ciertas metas e ilusiones iniciaba mi proceso de práctica profesional final.

Con entusiasmo y alegría mi dirigía a mi centro de práctica profesional, en el cual ya había cursado el primer semestre, no obstante, la experiencia inicia con unas semanas muy tormentosas, siendo excluida y constantemente vulnerada por la profesora que me habían designado en la institución escolar. Abrumada, de su poca empatía y solidaridad profesional, en sus comentarios y actitudes frente a mí, recurrí a la universidad para solicitar un nuevo centro educacional. Tras contarle mí experiencia y decepcionada de este proceso, atendieron a mi solicitud, pues la docente me realizaba tratos despectivos frente a los educandos los cuales me hacían sentir profundamente menospreciada.

Tras un par de días ingrese a una nueva escuela, esperanzada de que sería una experiencia enriquecedora, pues era una institución pública, multicultural y con un grado de vulnerabilidad alto, lo cual me haría entrar en contacto con estudiantes que requerían de atención y cuidados desde el amor a la docencia.

Me presentaron al docente colaborador, en esta oportunidad me acompañaría en este proceso un hombre, sujeto de más cincuenta años, con años de experiencia en la escuela, se veía amable y simpático, pronto todo eso cambiaría.

Con el paso de los días, me di cuenta de que comenzaba a acercarse más de la cuenta, me intimidaba y atemorizaban sus actitudes, razón por la cual preferí tomar distancia, y regirme a lo netamente profesional que requería este proceso formativo. Él por su parte, se dio cuenta inmediatamente de la pared que levantaba frente a sus ojos, note su miedo y cobardía, algo estaría a punto de develar su verdadera personalidad.

Al ingresar al aula cada día, podría ver como las y los estudiantes lo saludaban con mucho afecto, contacto físico constante y un ambiente bastante cordial se visualizaba. Podía notar, como él intentaba demostrarme sus capacidades profesionales, las cuales evidentemente eran precarias, sus conocimientos del área eran básicos, y sus clases solo

se dictaban a escribir un título en la pizarra, determinar ciertas páginas del libro para que los educandos trabajaran en ellas. En medio de este ambiente, que en cada segundo se transformaba en un escenario incomodo de habitar, él interactuaba con las y los estudiantes, realizando preguntas y hablando de su vida personal. Si un niño o niña lo interrumpía simplemente lo hacía ponerse de pie, tomar posición de un animal de cuatro patas y humillarlos frente a sus compañeras y compañeros. Junto con eso, acostumbraba a cruzar el umbral del contacto físico, incluso los golpeaba con una regla en sus nalgas.

Sus educandos, estaban absolutamente naturalizados con estas prácticas, por lo cual solo respondían sonriendo y avalando a este sujeto.

Dicho sea de paso, en una oportunidad, presencie como una apoderada visitaba la sala de clases, y también aceptaba las prácticas vulneradoras de este sujeto, sonriendo cuando este les daba nalgadas a sus estudiantes con la regla. Sinceramente, no sabía que pensar ¿acaso estaba siendo exagerada al pensar que este sujeto era un peligro para estas niñas y niños? Ante las constantes interrogantes que llenaban mis análisis introspectivos, decidí hablar con mi profesora de la universidad, abrumada por todo aquello que estaba siendo testigo. Al comentarle la situación, ella quedo igual de plasmada que yo, no podía entender como un hombre así, tenía la desfachatez de desempeñarse como un docente intachable y adorado por la comunidad escolar, conversamos con respecto al tema, en definitiva, yo le exprese que ya había establecido una barrera contra él para mí protección personal, ella me apoyo y defendió en todo momento.

Dado que la práctica profesional se desarrollaba durante cuatro meses, tuve que convivir con un ser realmente espeluznante, era insospechado ver como tenía a estas niñas y niños como sujetos y sujetas de su devoción. Por otro lado, me toco compartir con un compañero de universidad, quien tenía asignado otros niveles con el mismo sujeto, sin embargo, su conducta frente a su presencia era absolutamente distinta, su masculinidad afloraba por sus poros y este docente a punto de egresar adoraba las prácticas ejercidas por dicho hombre, quien claramente no realizaba las acciones que sí ejercía cuando él no estaba presente.

Los meses pasaban, inicie yo a desarrollar las clases, las y los estudiantes se mostraban participativos, era como si por primera vez les estuvieran enseñando un contenido, trabajaban con entusiasmo y mantenían una conducta muy amena frente a su proceso de enseñanza- aprendizaje. Al mismo tiempo, este sujeto me observaba con una mirada de

recelo e hipócrita, podía notar como su ego se veía atentado frente a mis conocimientos y como él me percibía un peligro frente a su labor.

Intentaba cada día de la semana convivir con un sujeto abusador, violento y profundamente perturbado, no era fácil, de modo que tomé una determinación crucial, que quizás ponía en juego hasta mi futuro profesional. A mí juicio, este hombre no era una persona apta para educar, por lo tanto, solicité una reunión con la jefa de UTP de la escuela, quien accedió a esta rápidamente.

El día de la reunión, ella me pidió que nos reuniéramos en una parte de la escuela donde nadie nos pudiera escuchar, era como si ya percibiera lo que quería expresarle, atendí a su solicitud pues, tampoco quería ponerla en riesgo, teniendo como antecedente el actuar de este tipo. En efecto, nos reunimos y empecé a relatar cada una de las vivencias que había observado en el aula, mientras ella tenía una cara sin reacción alguna, lo cual reflejaba que evidentemente sabía de qué se trataba. Le conté con detalle cada una de las prácticas irregulares de este docente y lo intimidada y vulnerada que me sentía al compartir un espacio con él. Por supuesto, que comprendió todo aquello que le mencioné, pero al finalizar la reunión vendría un final insospechado.

En resumidas cuentas, me agradeció por mi preocupación en cuanto a la seguridad de las niñas y los niños que estaban siendo formados por este abusador, sin embargo, me respondió expresando que ya tenía antecedentes de los casos, y que estaba de manos atadas, pues si ella decidía despedir al docente, este sería derivado a otro establecimiento educacional municipal de la comuna, me dejo perpleja. Quizás esperaba mucho más de su compromiso profesional, al velar por la dignidad e integridad de estas niñas y niños que estaban siendo vulnerados cada día, desprotegidos por un sistema escolar ineficiente y que normalizaba conductas de violencia incluso dándole un respaldo al abusador.

De modo que, tras inesperada reacción, me dispuse a ser ese escudo de protección que estos educandos necesitaban mientras terminaba mi proceso formativo. Tomé acción propia en el tema y comencé a realizar cada una de las clases, independiente de mi sobrecarga emocional y educativa, pues sentía que era la única manera de garantizar la seguridad de cada educando, excluyendo a este sujeto de su propia labor docente. A pesar de que tenía conciencia de que en algún momento vendrían las represalias propias de un

abusador, que es incapaz de controlar sus impulsos, pues su ira se desataba intentando disimular en cada momento, su recelo y misoginia hacia mí.

Al finalizar mí práctica profesional, su manera de desquitarse fue con su calificación, no obstante, mis docentes de la universidad y la jefa de UTP eran garantes de mi ejercicio profesional, razón por la cual su táctica de represalia fue absolutamente anulada, claramente, él nunca se enteró.

Salí de la escuela con el corazón en la mano, no podía creer como dicho sujeto seguiría ejerciendo tras sus prácticas abusivas y profundamente violentas contra estudiantes en proceso de crecimiento, quienes normalizarían la violencia en sus vidas, pues él se había encargado de que sus acciones carentes de ética fueran aceptadas por ellos y ellas como algo habitual.

Desde aquel episodio de mí vida, es que comencé a trabajar por una educación en derechos humanos, que respete, garantice y promueva una cultura en base al respeto y la dignidad de todas las niñas, los niños y adolescentes del país. Tal hormiguita trabajando a paso lento, pero seguro me he encargado de luchar tanto por la erradicación de las mujeres como de nuestros descendientes.

Hace algún tiempo, me enteré de que este sujeto aún sigue ejerciendo en dicha institución, y desde mi rol profesional y laboral actualmente, como supervisora de prácticas profesional, exigí que este no fuera considerado por la universidad para acompañar a ningún estudiante, pues no quería que nadie más viviera aquello que yo presencie y conviví por mucho tiempo. Fui escuchada por mi jefatura femenina, quien gracias a la vida y sus conocimientos me escuchó y comprendió el por qué no era un profesional apto para colaborar a estudiante alguno.

Por supuesto que me vi valorada, y absolutamente comprendida, sentí como le ganaba esta batalla aquel sujeto que es y seguirá siendo un educador abusador, encubierto por la burocracia de un país que no vela por el bienestar de los niños, las niñas y adolescentes del país y que está absolutamente al debe en materia de derechos humanos.

Es por eso, que hoy escribo este relato, para visibilizar como ciertos grupos de la sociedad somos profundamente dañados por este sistema patriarcal y burocrático, no existe una cultura de derechos, donde reina la impunidad y el aval a sujetos quienes debieran estar fuera de una labor tan trascendental como la educación.

Al fin y a cabo, cambiar la cultura es tarea de todas, todos y todes, razón por la cual el sendero se hará extenso y estrecho, pero tengo la certeza de que lo lograremos compañeras.

Como señalo en algún momento Ella Fitzgerald, persiste, nunca renunciemos hacer lo que realmente queramos hacer, así sea cambiar el mundo completo compañeras, donde haya amor e inspiración, nada podrá ir mal (Fornet, 2018).

Persistamos en la lucha, la valoración, el respeto por la dignidad humana que nos merecemos y denunciemos la injusticia, la impunidad y la carencia de habilidades profesionales que podamos encontrar en cada una de nuestras áreas, esos pequeños cambios, son los que nos ayudarán a construir el mundo que queremos.

3. Capítulo III: Amarse es un acto político, de rebeldía, persistencia y resiliencia.

3.1 Mi cuerpo, mi templo

Desde que tuve conciencia que habitaba en este mundo, pude visualizar la triste realidad a la que me debía enfrentar. Los estándares de belleza y la apariencia física serian relevantes para cada niña que nacería en este planeta. Mirarme al espejo cada día, no sé si era mi mayor alegría pues cada vez que lo hacía sentía que no encajaba en aquellos parámetros que en la esfera social se transmitían de manera cotidiana. Alta, rubia, estilizada, delgada, pelo liso, piel blanca, eran parte de estos patrones que se establecieron por ciclos en la industria textil y comunicacional. Una sobre valoración hacia nuestros cuerpos femeninos que determinaban un ideal bajo las medidas del famoso noventa, sesenta, noventa, fueron parte de uno de los tantos traumas a los que me vi expuesta.

Andar en este intenso y tormentoso camino nunca me fue fácil, durante mi paso por la pubertad sufrí y viví bajo los constantes comentarios tanto de familiares, amistades o incluso extraños que circulaban por las calles quienes se sintieron con la facultad de opinar acerca de mi apariencia física. Cada una de las opiniones que estos sujetos y sujetas me realizaban, me llevaron a un oscuro y profundo mar el cual me fue sumergiendo, padeciendo incluso una enfermedad.

Mi mente no paraba de funcionar, sus apreciaciones hacia mi cuerpo no me dejaban respirar, lo cual desencadeno en mí una búsqueda inexorable en distintos métodos para cambiar mi imagen corporal, asistiendo a nutricionistas, realizando infinitas rutinas de ejercicios, aplicando diversas dietas, consumiendo fármacos tóxicos e incluso llevándome a la bulimia. Siempre me preguntaba, ¿alguien se dará cuenta del daño que pueden causar con una opinión no solicitada? Me imagino que no, ya que las personas solían comentar constantemente la apariencia física del género femenino. Convivir en un Estado patriarcal donde avanzas de niña a adolescente y de adolescente a mujer, no es fácil. Salir a la calle con esa sensación de inestabilidad y un desequilibrio mental de qué en algún momento alguien te va a interpelar no es normal, es un reflejo de la más pura agresividad y poca humanidad que un ser te puede causar.

Todo comienza con el hecho de ser mujer, experimentando procesos por medio de desarrollos biológicos los cuales durante gran parte de nuestras vidas odiamos. De esta manera, se inicia esta montaña rusa de emociones, vivencias y aprendizajes que a punta de porrazos he podido sobrellevar.

Cuando nuestros cuerpos inician un proceso de cambios constantes, nos vemos envueltas en una serie de preguntas e incertidumbres que quizás debemos respondernos solas durante nuestras fases de formación. Claro está que la pubertad, es extenuante y devastadora, pues allí nos adentramos en un bosque lleno de sombras que en algunos casos nos acompañaran por siempre.

A los once años empecé a originar una serie de variaciones físicas, las cuales no eran parte de estos cánones de belleza subestimados por la sociedad, lo cual, en primer lugar, me llevo a padecer de una obesidad. La ansiedad y consumo constante de alimentos que sean clasificados como sanos o industrializados fueron mi puerta de salida a muchas situaciones que vivía en ese entonces desde un ámbito emocional. Desde un inicio consciente acudí a una opinión profesional que me pudiera ayudar abordar esta enfermedad, lo que siendo bastante honesta solo me provoco odiarme cada día más.

Cumplía al pie de la letra cada una de las indicaciones que me habían determinado por medio de una dieta alimenticia, llevándome a padecer constantes cambios anímicos los cuales nunca tuvieron el resultado que, esperada siendo una de mis primeras batallas que en esta ocasión me derrotaba.

Posteriormente, me encamine por la industria farmacéutica y estos permanentes anuncios de píldoras que te ayudarían a perder peso rápidamente, durante este tiempo consumí bastante un medicamento y baje drásticamente de peso, sin sospechar los daños que me causarían. Me sentía un poco más apta ante estos patrones establecidos, recibiendo comentarios como, que flaca estás, dame tú receta, te ves estupenda, no obstante, nuevamente me estaba dejando llevar por los prejuicios de mi entorno lo cuales en realidad solo me impulsaban a reafirmar que mi felicidad y conformidad con mi aspecto físico solo sería posible si me mantenía delgada y estilizada. Como consecuencia del consumo de estos medicamentos, tuve una baja en mis defensas, si bien mis índices de masa corporal al fin correspondían a los que desde una visión científica eran adecuados, se desataron una serie de cambios conocidos como el efecto rebote, donde después de

unos cuantos años comienzas a recuperar todos esos kilos que habías perdido, pues esta especie de poción mágica tenía como principal compuesto la sibutramina, el cual fue conocido años más tarde gracias a los medios comunicacionales debido a la prohibición de su comercialización, en relación con los graves daños que causaba en el sistema cardiovascular de las personas que lo consumían.

Es evidente que unos años más tarde se repetiría esta historia, pasando por una inestabilidad en mi peso corporal, llegando incluso a usar las máximas tallas que existían en ese momento. Ser una joven mujer que quería buscar ropa cómoda, linda y de acuerdo con mi edad no era una opción, pues claro está que las tallas con las que trabajan las industrias textiles responden a las medidas normalizadas que debiera tener una mujer es decir idealmente una medida s o m en la parte superior y treinta y ocho o cuarenta de pantalón.

Viví momentos potentes, a partir de una depresión que se ocultaba en lo más profundo de mi ser, nunca me sentía conforme, siempre algo no estaba bien, me alejé de las pesas, de los espejos y del mundo exterior. En efecto decidí reiniciarme completamente y atender a mis necesidades y propósitos de vida, cambié mis hábitos de alimentación sin la imposición de nadie, ya que en esta ocasión solo quería concentrarme en mi conciencia ética, moral y educacional. Así fui marchando por la vida, tomando mis decisiones por medio de mi razonamiento y no el que había adquirido de este mundo prejuicioso y violento.

Por supuesto que cada paso que preferí dar no fue en vano, poco a poco me fui estructurando como persona, avanzando con mil sombras. Nunca fui capaz hasta el día de hoy de asumir, que durante algunos años de mi vida fui víctima de la bulimia, incitada por la necesidad de ser alguien a quien el mundo aprobaría y estimaría ya que, de lo contrario, seguiría siendo objeto de burlas reiteradas y excluida de un entorno social.

Indudablemente, que estas transformaciones físicas dejaron huellas que jamás se van a borrar, como mis estrías por las cuales incluso he sido interpelada en un control médico una vez que asistí quien me preguntó si era madre que tenía tantas estrías ¿enserio? Pensé, estoy entablando una conversación con un profesional de la salud que se siente con el derecho de interpretar las marcas de mi cuerpo a raíz de una supuesta maternidad, incluso

cuando concurrí por un tema absolutamente basado en un dolor abdominal producto de una gastritis. Pues sí, hasta aquellos que no debieran ni siquiera sentir esa necesidad de preguntar cosas que no les corresponden, lo hacen y nos atormentan para toda la vida.

Por otro lado, desde la intimidad que una persona que desea experimentar en una relación sentimental, existen miles de miedos y pudores que sufrimos al mostrarnos hacia un otro, si bien uno decide con quien estar, esperando que esta persona te quiera y te acepte por quién eres de una manera emocional, fui víctima de comentarios crueles y denigrantes por personas que algún día llegué a querer, con respecto a mi cuerpo como, por ejemplo: ¿por qué tienes tantas estrías?, podrías ejercitarte un poco, deberías comer menos, sino vas a engordar, entre otros tantos que me persiguen día a día.

En la actualidad, me encuentro en un escenario totalmente radical, desde que el feminismo llegó a mi vida como una ideología, una teoría y una herramienta terapéutica he podido lograr realizar pequeños cambios que se han transformado en grandes triunfos. Si bien, la sociedad actual muestra campañas publicitarias que atienen a una diversidad de aceptación de los cuerpos femeninos, porque vale decir que jamás he escuchado a un hombre decir que en la playa le gritan gordo por sacarse la polera, ni mucho menos que ha sido víctima del acoso callejero por su aspecto físico, aun no es suficiente.

Considero que el conectarse con redes femeninas, nos permite empatizar y erradicar conductas misóginas que nos han determinado a cada una de nosotras, vincularte contigo misma, y aceptar que no estamos solas, nos ayuda a lidiar en cierta medida con estas estructuras culturales y sociales que nos siguen midiendo a base de la exigencia de reglas de belleza y una perfección modelo que nos llevan a someternos a ideales que están totalmente obsoletos a estos tiempos.

Nos pasamos la vida como diría Emily Dickinson, ignorando nuestra propia estatura hasta que logramos ponernos de pie, y hoy estamos abiertas a mirarnos a un espejo sin tapujos, aceptar nuestros cuerpos como un templo sagrado, donde solo una es quien tiene derecho a opinar y sentir como me potencia un amor hacía sí misma (Fornet, 2018).

Yo decido como me hablo, y trabajo arduamente en mirarme con cariño agradeciéndole a mi cuerpo por cada guerra que me ha impuesto y que he sido capaz de ganar. Ya no me comparo con nadie, deje de criticarme, de mirarme con repudio, de no aceptarme, ya no tengo temor al ir a comprarme una prenda de vestir, ya no me dejo llevar por el que dirán, ya me dejé atrás todo aquello que algún día me devasto, hoy me levanta y me inspira.

En definitiva, bueno si me canse de buscar la perfección heteronormativa, he trabajado por más de veinte años en mi autoestima, algo que ciertamente es una labor cotidiana, pues cada minuto seguimos siendo enjuiciadas por nuestras apariencias por la esfera social, aquella que nos adoctrino históricamente pero que ahora combatimos juntas desde la empatía, el respeto y la sororidad que mantenemos como mujeres, valientes, libres e independientes.

Como expresaría Dennis Rosenthal en una de sus canciones más significativas para mí, ya no me comparó con nadie, me quiero así y perdí el pudor, pues todo esto que tú tienes te hace ser única en esta vida y te enlaza con la historia de tantas que hemos sido desplazadas, pero nunca derrotadas. En conclusión, hoy mi cuerpo es mi templo, mi equilibrio espiritual, mi armadura más formidable, que sigue derrumbando estos cánones en una lucha inagotable.

3.2 La feminazi

Al iniciar mis conocimientos hacía el feminismo, hace tres años más o menos, me comencé a sentir excluida de bastantes situaciones sociales. Lo cual, en un principio, no entendía, pero pronto lo descubrí. Vivir bajo un régimen autoritario y patriarcal desde la política, cultura, economía y la sociedad en general, no ha hecho cuestionarnos constantemente, como mujeres si el feminismo es algo que debemos instaurar como parte de nuestra deconstruida identidad. En efecto, nos angustiamos por el simple motivo de ser segregadas en diversos escenarios, cuando deberíamos luchar por recuperarlos.

Nadie puede negar que los hombres siempre han preexistido desde un privilegio total, ya sea en el ámbito profesional, educacional, familiar o laboral. Entonces, acaso esto les da la facultad de seguir aminorándonos, como si fuéramos las obedientes amas de casa desde hace unas décadas atrás, no. La respuesta siempre será no. No podemos seguir sobreviviendo ante las distintas desigualdades, solo por el hecho de ser mujeres. En este sentido, puedo evidenciar la ignorancia de muchos seres humanos al pensar que el feminismo es la contraparte del machismo, es decir, no entendieron nada.

Respecto a esto, se debe aclarar que el feminismo en palabras de María Fornet, siempre expresará la lucha de las mujeres contra toda forma de discriminación, con el anhelo de existir en un mundo más justo y equilibrado (Fornet, 2018). Por lo tanto, ¿por qué debemos tolerar que nos comparen con una doctrina, basada en el racismo, el nacionalismo y el exterminio de miles de personas? Sinceramente, aborrezco a cada sujeto que se siente con el derecho de comparar al nacismo con el feminismo, utilizando un coloquial y desinformado término la feminazi. El cual alude a una mujer que se encuentra transitando por la senda del feminismo y es capaz de entregar su opinión, no obstante, desde la mirada machista sugieren el exterminio de su sexo, pero no los queremos exterminar ni realizar crímenes de lesa humanidad, solo exigimos la igualdad social, política, económica y cultural. Cabe señalar que este concepto no solamente es empleado por hombres, sino que tristemente también lo utilizan algunas mujeres, respondiendo al pensamiento de Simone de Beauvoir cuando expresó que un enemigo no sería tan fuerte si no tuviese cómplices y aliados entre los propios oprimidos (De Beauvoir, 2018).

Dando en el clavo y de manera visionaria, esta gran filosofa, escritora, profesora y feminista francesa, ya nos hacía entre ver por qué sería tan difícil asumirse como tal, pues serían nuestras propias compañeras de género quienes se encargarían de difundir machismos y actitudes patriarcales.

Ciertamente, que declararnos mujeres feministas no es fácil y es que como señalaba Chimamanda Ngozi Adichie, “esta corriente y forma de vida está sobrecargada de connotaciones negativas” (Ngozi Adichie, 2015, pág. 17). Lo que, en consecuencia, evidencia lo más puro del machismo social, en el cual cada día podemos constatar como las masculinidades se siente en peligro, por perder ese pedestal en el que históricamente se les hizo estar, sin merito alguno. En otras palabras, nacer siendo un varón ya te hacía diferente, te hacía merecedor de un poder superior, quien perduraría el apellido de la familia, quien sería felicitado por sus conquistas amorosas con frases como, buena campeón, hijo de tigre, entre otras. Haciendo alusión a que un hombre podía hacer y deshacer con una mujer, pues prácticamente esta era objeto de su devoción.

Justamente por esto, es que nos vimos obligadas a alzar la voz, a sentir que los derechos humanos no nos bastan para resguardarnos, ya que pese a esto el Estado nos sigue vulnerando de manera permanente. Tal como dice Chimamanda Ngozi, el problema no es el ser seres humanos, sino que el ser seres humanas, el negar la batalla que durante siglos le ha costado al género femenino instalarse en espacios públicos y privados de exclusión constante (Ngozi Adichie, 2015).

Desde nuestra niñez, nos enseñan a abandonar nuestros sueños, pues el amor romántico intercede a lo largo de nuestra existencia, sin embargo, un hombre jamás se ha prohibido de algo por amor, esa anhelada “media naranja” cuando en realidad se debiese transformar en un compañero o compañera de batallas, quien valore tú existencia como se valora a él, quien te entrega confianza recíproca, quien te ve como una fuente de inspiración y no como una humillación.

La revolución por la igualdad continúa, hoy seguimos siendo testigos de una justicia que deja impune a quienes atentan contra nuestra integridad física, psicológica y espiritual.

Somos víctimas de una sociedad “que nos juzga por nacer” como dirían las tesis, quienes

han impulsado desde Chile hacia el mundo una bandera por reivindicar la dignidad del género femenino.

Es posible, que te encuentres en una reformulación de tú lenguaje de tus juicios, prejuicios y estereotipos, pues es una tarea ardua y permanente. En definitiva, no importa cuantos conocimientos tengas, cuantos estudios hayas realizado, lo que realmente es fundamental, es sacarnos esa venda que nos han instalado y dejar de vernos como enemigas, transformándonos en una hermandad, comprensiva, empática y sensitiva. Pues solo una mujer sabe las cosas con las que tiene que convivir cada día, con certeza podría decir que todas hemos sido acosadas, abusadas, vulneradas, maltratadas o violentadas solo por el hecho de ser mujer.

Nunca ha sido fácil tener charlas acerca del género, pues esta es una circunstancia y entorno que irrita e incómoda a la gente ya que desde mi perspectiva su inconsciente siempre ha tenido claridad de tales diferencias, el problema es que nunca se han encargo de ellas y muchos menos de vivir para reivindicarlas (Ngozi Adichie, 2015).

Hoy me dispongo ante esta esfera social, como mujer feminista, como activista de los derechos humanos, como una persona intelectual, como una persona, que nunca se cansara de exigir y recuperar aquello que durante tantos siglos nos fue prohibido.

En resumidas cuentas, hoy soy mi prioridad, construyo mi propia identidad, me despojo de los machismos adquiridos y siento que si alguien me vuelve a llamar feminazi solo evidenciará la más pura ignorancia de un ser incapaz de razonar, informarse y actuar.

Aludiendo a una gran frase de la historia de Chile, hoy la internalizo y la verbalizo ser mujer y no ser feminista, es una contradicción histórica.

3.3 Aceptación, perdí el miedo a recuperarme y a valorarme

Bien, esto no es fácil, nunca lo ha sido, pero me he dado la valentía y el poder de sacar esto a la luz y hacer una radiografía de mi vida, de quien soy y en quien me he convertido.

Desde niña fui criada por unos padres que transmitían constantes patrones machistas, los cuales cuestionaban mi actuar solo por el hecho de nacer mujer. Mis recuerdos van y vienen como si hubiera sido ayer, he sobrevivido ante la constante aceptación de mi entorno, intentando agradar, siendo lo que otros esperan de mí, así es como se inicia esta memoria.

La constante búsqueda por cautivar a mi entorno familiar, social y afectivo ha sido parte de mi identidad, aquella que adquirí por medio de patrones patriarcales, los cuales siempre me minimizaron y menos cavaron, sintiendo que la vida se convertiría en una búsqueda implacable por ser quien no quería ser, lo cual me devoró el alma durante veinte años de mi existencia.

Antes de iniciar mi escolaridad, fui vulnerada en reiteradas oportunidades por dar mi opinión o parecer frente a una situación, mi familia me llamaba la Gladys Marín aludiendo aquella mujer revolucionaria y contestataria ante el sistema social, político y económico chileno, para ellos era aberrante enfrentarse a una niña así, que sintiera que tenía el poder de emitir su parecer, razón por la cual fui víctima de violencia psicológica y física en mi infancia por parte de mi familia. Posteriormente, comencé a tener mis primeras amistades, niñas que se acercaban a mí de manera muy cordial, pero con el tiempo descubrí que me manipulaban a su antojo, propiciándome golpes y malos tratos verbales, haciéndome creer que cada segundo era más frágil, más sometida, más oprimida. Sin duda alguna que cada una de estas cicatrices fueron damnificando mi crecimiento personal, estaba comenzando a creer que estaba destinada a vivir así, sin sospechar lo que pronto tendría que pasar.

Era inevitable, la prisión que significaba para mí el entorno familiar y mi hogar me hicieron buscar una vía de escape, quizás no las más adecuada, pero necesitaba recuperar mi libertad. Siempre que programábamos una salida con mis padres y hermanos, mi progenitor me interpelaba por mi ropa, mi peinado o mi maquillaje, me encerraba en mi pieza hasta que me cambiara y tuviera una presentación de mi imagen física que a él le

pareciera adecuada, haciéndome sentir culpable por arruinar las aventuras familiares, solo por cómo me veía socialmente. No confiaban en mí, como hija, siempre intentaban ponerme a prueba cada día, teniendo que demostrarles lo capaz que era de hacer algo, yo significaba un problema para mi familia, por ser mujer. ¿acaso eres prostituta que te vistes así? Eran palabras que se repetían en mi mente, provenían de quienes me dieron la vida, todo esto me llevaba a una autodestrucción impuesta, por los dichos y pensamientos machistas de mis padres.

Entonces me canse y así fue como a los catorce años, inicie una doble vida, empecé a arrancarme de ellos, quienes dañaban mi alma cada día más, de modo que por la ventana de mi pieza huía cada noche en busca de una vida distinta. Así lo conocí, yo menor de edad y el de diecinueve años de aspecto sospechoso y rodeado de amistades cercanos a drogas ilícitas me acerque poco a poco a él, quien marcaría para siempre mi existencia.

Rebelde y empoderaba de día iba al colegio, sintiéndome la dueña del mundo, pues mantenía una relación afectiva con alguien cinco años mayor que yo y eso para mis compañeras era un sinónimo de popularidad, lo cual me hacía sentir por primera vez protagonista, ahí estaba yo la niña mujer, rodeada de una chiquillada que se jactaba de ser las más agrandadas y que tenían el poder en sus manos. Cada noche, de manera silenciosa y temerosa salía, en a encontrarme con este primer amor, quien me entregaba aquella sensación de importancia que nadie me había propiciado antes, era especial para alguien por primera vez.

Perdida en su mirada y sus palabras, caí como una abeja en el polen de una flor, me arrebato mi inocencia y mi dignidad. Creí en sus mentiras, dicho sujeto me había dicho que tenía una terrible enfermedad a la sangre, la cual no le permitía salir de día, pues la luz solar afectaba a su piel y esto le provocaba descompensaciones que agravan su estado.

Sin duda alguna, confié en cada una de sus palabras, incrédula adolescencia, la que me haría caer en sus garras.

Un día habitual de clases, me escape del colegio para ir a visitarlo, pues él no podía salir a la calle, partí feliz además les comenté a mis amigas que haría esta hazaña para encontrarme con él, quienes alentaron mi actitud, me sentía engrandecida y vitoreada.

Toque su puerta y de un abrazo ingrese, sin sospechar el vuelco que tendría para mí esa tarde, la cual me ha perseguido hasta la actualidad. Justamente, yo andaba con mi periodo

menstrual, nunca había tenido relaciones sexuales con nadie, pero ya había pasado un tiempo y la presión se apoderaba de mí, le comenté que no estaba lista, que no podía que andaba en mis días, pero fue como si él no me escuchara y empecinado por satisfacer su instinto animal, insistió me tocaba con sus manos ardientes en placer, mientras yo me sentía ultrajada, mi alma lloraba, estaba impactada. De pronto se detuvo, asustado, cuando intentaba penetrarme mi cuerpo reaccionó y sangro de tal manera que él se alejó repentinamente, tuvo una actitud muy despreciable, me hizo sentir culpable y asquerosa, tomé mis cosas con una angustia indescriptible y me fui.

Caminando distinta, como si el mundo se detuviera y yo sola transitaba por esas calles, sin comprender que pasaba me dirigí a mi casa, cuando me enteré de que mis padres habían ido a buscarme al colegio y que estaban muy preocupados por mí, llegue a mi morada donde se desataría un incendio que quemaría lo que me quedaba de fuerza. Mis padres en llamas vivas me increparon ¡Donde estabas! Exclamaban, me encerré en mi pieza y fui castigada. Al día siguiente mi mamá me escuchó hablando por celular, me lo quito forzosamente y entonces preguntó si eres tan hombrecito ¿por qué no viene a la casa y te presentas como el pololo de mi hija? a lo cual él respondió, no sé quién es su hija, no tengo nada con ella, y colgó. La poca dignidad que me quedaba se esfumaba, mi corazón ya no palpitaba, ni siquiera tenía certeza si aún respiraba, mi mundo entero se derrumbó.

De ahí en adelante algo en mí murió, todas mis futuras relaciones afectivas pasarían a ser para mí solo un hoyo recóndito el cual me consumiría día a día, ya nada ni nadie me importaba, solo quería pasarlo bien y utilizar a las personas para mi conveniencia y bienestar. Deje atrás a esa niña subordinada y me transformaba en una joven avasalladora, ya no me volverían a dañar. Deje de escucharme, me volví frívola, distante y solo me enfocaba en lo que yo quería sin darme cuenta del daño que podría causar.

En efecto, me vincule con múltiples hombres utilizándolos así como lo habían hecho conmigo, sin embargo, escondía aún aquello que no superaría, no dejaba que nadie me tocara, repelía la idea de que se me acercaran, estuve al menos dos años sin poder explorar mi vida sexual, un abusador se llevó mi seguridad y amor propio ya no permitiría que nadie me volviera a ultrajar de esa manera, al menos eso pensaba yo en mi mundo imaginario, el que estaba muy alejado de la realidad.

Sin ir más lejos, ahora estaba siendo denostada no solo por un hombre, sino que, por las masas, bastaba con que yo besara a un chico para que fuera tratada de la peor manera puta, maraca, eran parte de los adjetivos que solía tener desde los quince hasta los dieciocho cuando termine mi etapa de escolaridad media. Me hicieron cibermisoginia, es decir, me atacaron de todas las formas que pudieron por el hecho de ser mujer en las redes sociales, mensajería instantánea y plataformas, padecí de bullying empatronado desde el patriarcado, pues yo era el foco de risas y malos tratos, pero si un hombre hacía lo mismo que yo era el bacán del cual todos querían ser su amigo pues estaba con las mujeres más atractivas, en tanto yo era difamada.

Fueron años difíciles, no tenía amigas y quienes pensaba que lo eran se aprovechaban de mí, muchas me utilizaban como pantalla de sus conquistas para cubrir las propias y que solo yo fuera atacada por estas masculinidades que venían tanto de hombres como de mujeres, quienes repetían machismos preconcebidos.

Pase de relación en relación, sin tener un momento para mí, fui dependiente de otro a quien yo elegiría, cuando estar y de qué manera, sin valorar sus sentimientos y emocionalidades que pudieran tener por mí, nada me importaba, con el tiempo sentí que la vida hizo justicia propia.

Me ilusioné de un nuevo sujeto locamente embobada, le permití un fin sin de infidelidades que solo me menoscaban más, lo perdoné constantemente por largos años, pues sentía que me lo merecía al fin y al cabo yo siempre iba a ser ridiculizada y juzgada como la puta y maraca. Me envolví en ese círculo vicioso, dejé que me utilizaran como un ser inerte, teniendo sexo obligada, al parecer estaba destinada a ser la desplazada, la segunda opción.

Desde luego internalice esta apreciación personal, nunca me di un valor propio por ser mujer, jamás visibilice mis cualidades y habilidades positivas, me utilizaron toda la vida como foco de violencias. Evidentemente, que todo se debía a mis traumas, aquellos que me perseguían desde mi infancia, no supe lidiar con mis relaciones sentimentales, amistades ni mucho menos familiares. Durante veintidós años fui alguien extraña, no me escuchaba ni menos a mi alma, me sentía desvalorada para todo mi entorno, como si realmente no fuera un aporte para nadie, siquiera para mí.

En la actualidad, soy profesional y creo que es la primera vez en mi vida que me siento importante, desde un escenario laboral, puedo visualizar que soy un aporte para otros y solo ahora me doy cuenta de todo lo que he sobrellevado y como me deje consumir por las personalidades que mi mundo habitaron.

Lo acepté, le perdí el miedo a valorarme estoy en ese sendero por recuperarme, por reconstruirme desde la base del amor propio, de mis intereses, de mis anhelos. Como señala María Fornet, salir de este ventoso camino no es fácil, pero exige tiempo, cariño y constancia, el camino del autoconocimiento requiere de dedicación y cariño cada día, cada minuto y cada segundo (Fornet, 2018).

Me siento absolutamente agradecida, es como si la vida por fin diera un vuelco a mi destino escrito, como si me desasiera de la culpabilidad adquirida, de los prejuicios de mi familia, de los juicios de la sociedad, de la posesión de mis relaciones afectivas. Hoy me centro por y para mí, soy la prioridad en este universo ya que solo así podré curar mis heridas y armar mi nuevo escudo para combatir cada batalla, saliendo victoriosa de mis logros, de quien soy hoy en día, de quien le ha torcido la mano a aquel destino que vi tan escrito, que borro de mi pasado, para aceptarlo y crecer cada momento de mi existencia.

3.4 La maternidad como una opción no una obligación

Desde que era una niña recuerdo haber tenido muchas muñecas las cuales me impulsaban desde niña hacia el rol de la maternidad que era impuesto hacia una mujer. Convivir con comentarios como, ya se te va a pasar el tren o cuando vas a tener un hijo/a son parte de la rutina habitual que proviene de patrones y roles de género impulsados por la sociedad patriarcal.

Cuando era adolescente siempre demostré una afectividad cercana a las niñas y niños que comenzaban a ser parte de mi familia, aumentando la descendencia y prosperando la existencia de nuevas generaciones que vendrían a este mundo difícil de llevar. Desde luego que mi empatía y tolerancia hacia la niñez propiciaba opiniones como, vas a hacer una excelente madre, dejémosle a mi prima los/as niños/as pues a ella le encanta cuidarlos, entre otros. En efecto, estos dictámenes sociales me perturbaban solo por el hecho de asumir que yo algún día sería mamá.

A decir verdad, los estereotipos de géneros nos han marcado acerca de la maternidad a partir de la concepción de que las mujeres fuimos creadas para perdurar la existencia de la humanidad, desde una percepción religiosa. En este sentido, deberíamos responder ante estos procesos de evangelización y cumplir obedientemente a los criterios que nos han sido impuestos por décadas, pues las mujeres estábamos destinadas a la procreación.

En esta la sociedad patriarcal en la que coexistimos, siempre ha asumido de dentro de nuestra finalidad como mujeres es explorar la maternidad, siendo condenadas y coartadas a decidir o razonar al menos si este es un rol que quisiera vivenciar.

Transitando por este mundo terrenal, fui observando como la maternidad podría ser un episodio relevante en la vida de una mujer. Por un lado, si este rol no se desarrollaba antes de la mayoría de edad, estarías rompiendo las leyes morales que potencia esta sociedad.

Siendo enjuiciada por explorar mi sexualidad y además no tomar las medidas de protección para no tener como consecuencia un embarazo no deseado, siendo esta una plena responsabilidad de la mujer por no tomar las medidas necesarias de protección.

Entonces pensé ¿acaso debo regirme por los condicionamientos de esta sociedad?, ¿la maternidad es solo un rol que se debe desarrollar durante la adultez?, ¿ser una madre

adolescente me convertiría en una joven irresponsable?, ¿debo esperar mi mayoría de edad para descubrir mi sexualidad? Cada una de estas interrogantes invadían mi razonar lo cual me permitía visualizar como la maternidad era un rol opresor hacia la libertad de una mujer, quien debiera hacerse cargo de sus obligaciones, privilegiando al progenitor en todo aspecto pues es la madre quien se debe ser responsable de cuidar y atender a su bebé.

Con certeza puedo mencionar, que estos cuestionamientos no son para nada obsoletos, por lo tanto, constantemente nos persiguen por el hecho de ser mujer, asimilando las vulneraciones desde un ámbito, familia, político, social o laboral. Pues la condición de maternidad siempre nos va a segregar en la esfera social.

Los juicios y prejuicios ahora ya no tan solo se enfocarían a mi género, sino que también a mi rol maternal, evidenciándose en situaciones como, entrevistas de trabajo, actividades académicas, entorno familiar y moral. Donde en cada oportunidad se reiteraban una serie de preguntas acerca de mi área personal debido a que me encontraba en una edad de fertilidad, atendiendo a preguntas como, ¿tienes una relación sentimental?, ¿piensas en ser madre pronto?, ¿tienes hijos/as?, ¿cómo llevas a cargo tú rol profesional siendo madre? Entre otras, siendo una limitante constante en nuestro desarrollo profesional.

Sin ir más lejos, estos cuestionamientos me han sido planteados en distintas entrevistas laborales, las cuales han atentado a mi vulnerabilidad y privacidad personal, constatando este un criterio exclusivo y segregador para avanzar en un proceso ocupacional, violentando mis derechos de manera evidente, lo cual honestamente me ha hecho sentir una empatía plena con cada una de las mujeres que deben vivir estas indignantes e inmorales prácticas que atentan a su integridad personal.

De la misma forma, llevamos esta carga maternal cuando iniciamos una nueva relación sentimental, pues seguidamente de la presentación en sociedad y con el pasar de unos meses comienzan las preguntas o afirmaciones como, ¿cuándo piensan tener hijos/as?, debes tener bebes pronto pues la genética te ayuda mientras eres veinteañera, ¿quieres ser mamá o abuela? Está claro, el ser humano carece de una gran humanidad y tolerancia hacia el otro, no respeta sus decisiones, ni mucho menos respalda nuestras concepciones y esto volvía a corroborarlo una vez más.

Precisamente por esto, es que hoy decido problematizar acerca de la imposición que nos han determinado a las mujeres con respecto a la maternidad. En virtud de que la maternidad en primera instancia debe ser una opción y no una obligación, me interpelo constantemente, pues cumplir el rol de formar a un ser en este mundo no es una tarea fácil y mucho menos si no cuentas con las garantías sociales y económicas para resguardar su integridad, bajo esta lógica seguimos luchando por el derecho de abortar.

Es probable que dentro de mis metas personales no se encuentre el anhelo por procrear y eso no me hace ni más ni menos mujer, solo me hace ser una persona consciente y disidente que proyecta sus aspiraciones de vida hacia distintos caminos los cuales en definitiva no determinan como mi principal proyecto de vida la maternidad. Que tú felicidad y tranquilidad espiritual no sea cuestionada por nadie, pues solo nosotras somos quienes podemos sembrar lo que algún día queramos cosechar. Ser mujer implica valentía, fuerza y empatía, ser madre para mí refleja una vez más una limitación y exclusión de este Estado patriarcal.

Para finalizar quisiera rendir un homenaje a cada mujer que fue enjuiciada, violentada, vulnerada y denostada por ser madre, compañeras las admiro plenamente por este arduo rol que desarrollan día a día buscando criar a seres pensantes, que expresen su opinión en base al amor profundo y adoración.

Mi cuerpo es mí decisión.

3.5 Mi corazón Violeta

Desde niña la maternidad para mi significaba una decisión que anhelaba algún día concretar, no sé si era parte de mi intuición o ese estereotipo de que las mujeres nacimos para procrear, sin embargo, seguí mi corazón y esperé que la vida me entregara la oportunidad de ser madre.

Veinteañera, ya teniendo una relación sentimental estable y en común acuerdo iniciamos junto a mi pareja, búsqueda por la llegada de un hijo o hija a nuestras vidas. Fueron tiempos bastante intensos, a veces cuando una proyecta tanta ansiedad las cosas simplemente no funcionan, así que tras algunos años decidí dejarme fluir y continuar con mi sueño. En ese entonces, me encontraba estudiando mi carrera profesional y fue durante el último año de formación donde me enteré de mi embarazo. Feliz y dichosa con esta situación, me esforcé el doble para culminar de la mejor forma mis aprendizajes, con la ambición de entregarle a este nuevo/a integrante de la familia un futuro prometedor. En efecto, comenzaron a pasar los meses y defendí mi tesis con un bebé a punto de nacer.

Todo salió bien, me sentía realizada como mujer y como futura madre, de modo que, me preparé para recibir a este niño que estaba a punto de abrir sus ojos a este mundo.

Lo que nunca me esperé, era la carga emocional que sentiría, la presión social y familiar en mi rol de madre. Nació mi hijo, tras largas horas de trabajo de parto, podría descubrir como la valentía se apoderaba de mí haciendo todo lo posible para que este esperado bebé naciera bien. Así fue como entonces me inserte en la maternidad, lo que ahora les voy a contar son una serie de experiencias con las que debo lidiar a diario, las cuales han afectado profundamente a mi salud mental.

Primeramente, quiero recalcar que para mí la maternidad fue una elección, como lo debiera ser para cada mujer que habita en este mundo, no obstante, con el pasar de un tiempo me fui dejando atrás, me perdía cada día más, visualizando todos los días durante tres años en el espejo solo a una madre, quien se encargaba de las labores del hogar y cuidados del bebé. A pesar de que él padre de mí hijo respondía cuando estaba en casa a sus responsabilidades lógicas de la paternidad, era yo quien me había decidido postergar, deje de ser mujer, ni siquiera inicié mi camino profesional, solo me enfoque en criar.

Mi círculo familiar solo me imponía la maternidad al cien por ciento, pues había sido mi opción, por lo tanto, ahora debía dedicar mi vida al cuidado de mi hijo y al atender a mi pareja, quien era el sustento económico del hogar. ¿Dónde me encontraba yo en ese panorama?, ¿alguien alguna vez se habrá puesto en mi lugar? Era una mujer profesional, sin experiencia laboral y coartada de siquiera mencionar que quería activarme de manera económica, pues fui devota de la maternidad.

Sin ir más lejos, sobrevivía cada día a las permanentes críticas a cerca de qué tipo de madre tenía que ser, cómo debía alimentar a mi hijo, que si lo llevaba a los controles, que si estaba lo mudaba bien, tenía que estar pendiente de él veinticuatro siete, entre otros varios comentarios más, que desde luego nunca solicité. Todo se concentraba en lo que hacía mal y en cómo debía actuar como mamá, propiciándome una angustia enorme, una frustración emocional y una desvalorización profesional. Lo peor de todo, es que todos estos cuestionamientos e interpelaciones venía por parte de mi madre y la abuela paterna de mi hijo, sintiendo su mirada crítica hiriente y denigrante.

Como consecuencia, comencé a experimentar un odio interno que polemizaba constantemente con estas inoportunas acotaciones, las cuales se apoderaron de mi vida y mente, pensando que yo era la culpable de la crianza absoluta de mi hijo. Internalice estas críticas haciéndolas reales cada segundo, se apropiaron de mi personalidad, de mis cualidades como mamá, a pesar de que estas mujeres no convivían conmigo, razón por la cual no podrían juzgarme en base a supuestos de si estaba actuando bien o mal como madre.

Con lentitud pasaban los años y empecé a reflexionar, cuestionándome si estaba siendo la mujer que quería ser, me sentía de manos atadas, como si me hubieran cortado las alas para explorar el ámbito profesional. Justamente por ello, analice si la maternidad y el mundo laboral podían tener un punto de encuentro, si estaba capacitada para desarrollar ambas acciones sin que ninguna perjudicara a la otra. Cada vez que me observaba, buscaba encontrar una respuesta a cada una de mis interrogantes, hasta que mi cerebro me alerto y desde allí en adelante todo cambio. De manera que entendí aquello que tanto me atormentaba, en palabras de una sabía Chimamanda Ngozi Adichie quien señalo “todo el mundo tendrá una opinión de lo que deberías hacer, pero lo importante es lo que tú

quieras y no lo que los demás quieran de ti. Rechaza por favor la idea de que la maternidad y el trabajo se excluyen mutuamente” (Ngozi Adichie, 2017, pág. 21).

Tal vez, si nunca hubiera permitido que esas palabras destructivas calaran en lo más profundo de mi ser, jamás la maternidad se habría transformado en una prisión para mí.

Si comparo los años en que, a una Violeta Parra, por ejemplo, se le enjuiciaba por seguir sus sueños, cumplir sus metas y desarrollarse como mujer, a costa de comentarios acerca de lo descuidada y mala madre que era, por querer sentirse una mujer activa, funcional e integral, mi realidad no está muy lejos a pesar de la cantidad de décadas que han pasado.

Y es que al parecer siempre nos tendremos que ver interpeladas por una sociedad patriarcal que nos sigue viendo como mentes incapaces de razonar e integrar la esfera profesional.

Gracias a ese despertar interno que decidí aceptar, solicité ayuda profesional para poder vivir sin culpas, sin juicios y sin angustias. Asimile que estaba perdiendo mi libertad, esencia e identidad. Me empoderé de mis metas coartadas, tras dedicarme tres años de mi vida a ser solo mamá, decidí insertarme en el mundo laboral, en el cual no me encontré libre de prejuicios, pues era una mujer que no tenía experiencia laboral y madre de un pequeño hijo, por ello me vi expuesta al constante rechazo de parte distintos espacios de trabajo sintiendo una discriminación directa.

Evidentemente, no es un camino fácil, pero, así como caí, me levante durante mucho tiempo y ahora soy capaz de decir, puedo ser mujer, profesional y madre y esto no significará que pierda el apego, afecto y atenciones de mi hijo. Sino que más bien, solo me permitirá ser una mujer independiente, realizada y feliz lo que hace tanto tiempo había dejado de sentir.

En definitiva, hoy las vengo a invitar a cada una de las mujeres resilientes que se han sentido prisioneras de su rol como mamás que nunca se pierdan, mi corazón es tan violeta, como aquella multifacética mujer chilena que fue víctima de los juicios sociales por querer sentirse realizada, debemos acompañarnos, comprendernos, apoyarnos. Tenemos la tarea de educar a nuestros hijos e hijas para que nunca sean víctimas de los roles de género y de un machismo patriarcal. “La maternidad es un don maravilloso, pero no te definas únicamente por ella, sé una persona plena” (Ngozi Adichie, 2017, pág. 19).

3.6 Superioridad masculinizada, sumisión feminizada

Nací en una familia invadida de masculinidades, ser hija única y mujer, rodeada de sus comentarios sexistas, debido a mi genitalidad biológica. Tíos, primos, suegros y cuñados, cada uno de esos hombres que habitaba mi círculo social, se encargaban de minimizarme, de hacerme sentir inútil en la vida, por el hecho de ser mujer.

Precisamente por esto, instalaron en mi identidad, roles de género con los cuales tenía que hacer caso omiso frente a sus reiterados cuestionamientos. Algunos de sus comentarios, se referían a que nunca sería nadie en esta vida, que siempre viviría a cuestas de un hombre, marido o esposo, por tanto, estaría acostumbrada a que todo me lo dieran, ya que, según sus parámetros machistas, era inepta de poder desarrollarme en la vida.

Por consiguiente, mi niñez y adolescencia fue absorbida por estos hombres, quienes sin tapujos proyectaban en mí una clara imagen de sumisa y devota del sistema patriarcal.

Al finalizar mi escolaridad, me propuse estudiar una carrera profesional, con un miedo profundo al fracaso, pues toda mi autoestima, autovaloración y amor propio habían sido negados. Mi mente no dejaba de pensar que sería incapaz de lograr mis sueños, pues según este entorno adoctrinado en base a los sexismos que me implantaron solo me hacían analizar aquella analogía de la mujer como princesa, que esperaba ser rescatada por un príncipe azul que le diera un buen vivir.

Desde entonces comencé a transitar por un camino hacia la exploración de mi autoconciencia y autoconocimiento, como plantea María Fornet, esto me permitiría encontrar mi paz interior, la cual sería la base para reconstruirme desde un nuevo renacer, donde conquistaría mis sueños, donde alcanzaría mis metas por mí, sin tolerar más los prejuicios de mi entorno.

Por ello, me propuse dejar atrás todas aquellas masculinidades que habían delimitado mis esperanzas de vida, comprendí como señala Nuria Varela, que los prejuicios son un arma de dominación sobre nuestras vivencias (Varela, 2008).

Pues tal como ella lo indica, por cada mujer que está cansada de tener que actuar como una tonta, hay un hombre que aparenta saberlo todo, pues esta situación le da poder por sobre nuestro sexo (Varela, 2008, pág. 274).

En definitiva, luego de un largo sendero recorrido, con baches y curvas interminables, llegué al final de ese camino, para conocer uno nuevo en base al feminismo. Deje atrás aquellos sentimientos de inferioridad, siento que ahora más que antes sé y soy capaz de lograr todo lo que me proponga. Asimismo, me he convertido en una transmisora de la equidad, empoderando durante la niñez a futuras/os ciudadanas y ciudadanos libres de dictámenes arcaicos.

Ahora dirijo mi lucha, para lograr formar a mujeres que se sientan con la absolutamente aptas para lograr sus objetivos, sin tolerar que nadie, ni nada les impida cumplir todo aquello que se propongan. Somos mujeres fuertes, hemos nacido en un mundo segregados, sin embargo, hemos resistido de manera potente y con convicción, de que la cultura y la sociedad necesita de nosotras y de todos para generar un cambio real.

3.7 La heteronormatividad de la belleza

Hoy mientras sacaba mi ropa de verano y guardaba en distintas cajas la ropa de un lejano invierno, encontré una jardinera que mi hizo recordar un momento, del cual aún no me puedo olvidar.

Hace tres años fui a una tienda de retail y compré una jardinera, cuando estaba entrando al probador, un hombre que trabajaba en esta área entregando los números de cuantas prendas se va una a probar, me mira y me interpela diciendo ¿estás segura? Porque este modelo te hace ver super ancha. Extrañada de la reacción de este sujeto, quien además en su sensación de superioridad masculina se atreve a darme su opinión, la cual nunca solicité, ni siquiera reflexioné acerca de la heteronormativa de la belleza, con mucha rabia ante la situación lo insulté sin reparo, desde la rabia y la sensación de vulnerabilidad constante.

Evidentemente, una heteronormatividad hoy no solo se enfoca en la sexualidad impuesta por la sociedad patriarcal, sino que al mismo tiempo se traslada hacía un perfil óptimo de cómo deben ser nuestros cuerpos desde la lógica impuesta por la industria textil. Entre al probador y decidí llevármela, sin tomar en cuenta los comentarios de dicho hombre que, ante sus ansias de proyectar su machismo, sin reparo se atrevió a referirse a mi cuerpo.

Ahora, cuando encontré la jardinera entre la ropa veraniega la atesoré como un pequeño gran logro, y es que los cambios más grandes comienzan paulatinamente. Así es como me siento hoy, cómoda, relajada y radiante, luciendo aquella prenda de ropa por la cual fui cuestionada. Comprendí que nadie debe ni tiene el derecho a opinar de mi cuerpo nunca, y a decir verdad no es la primera vez que me pasa, no obstante, tras vivir más de treinta años internalicé todo aquello que conlleva el amarse, aceptarse y valorarse.

El peligro que nos impone esta sociedad patriarcal, hacia una respuesta de cuerpos con las medidas supuestamente perfectas, nos pueden llevar a depresiones extremas, incluso al suicidio y es que acaso nadie se da cuenta del daño que puede causar con sus palabras, pareciera ser una historia frívola de contar, pero tengo la certeza de que esta resignificación que realizo acerca de mí experiencia permitirá que muchas puedan iniciar ese camino hacia el amor interno, no superficial.

Los cuerpos femeninos han sido el escenario de un territorio de conquista, como si fuéramos sujetas inertes, donde nos han arrebatado durante siglos la capacidad de aceptarnos ante la diversidad emergente (Varela, 2008).

Siento la necesidad de esclarecer esta anécdota que sin duda calo hondo en mi ser, pues bucear en el amor propio, en sentirme segura de quien soy y quien quiero ser, es una labor a diario. Justamente por eso, hoy me amo, me hago cariño, me siento perfecta porque los parámetros establecidos por la sociedad no me interesan, porque ese harem de la talla treinta y ocho ya no me hace ruido.

Gracias a la vida, es que de esta manera manifiesto ante una sociedad enferma, mi malestar violentista, una selva del individualismo, una lucha por los estándares establecidos, que nos quiere homogeneizar como un régimen autoritario y machista. En palabras de Naomi Wolf plantea que, “Al liberarse las mujeres de la mística femenina de la domesticidad, el mito de la belleza vino a ocupar su lugar y se expandió para llevar a cabo su labor de control social” (Wolf, 1991, pág. 14).

Ahora bien, estamos avanzando, para romper con aquel molde instalado, para que nunca más nos delimiten a las percepciones radicales del patriarcado, pues nuestros cuerpos son el reflejo de nuestra alma, vida y razón, son la armadura que con mucho amor hemos deconstruido y así hemos ido despertando juntas.

3.8 La hinchada de mis amores, segregación encubierta de vulneraciones Joven, ilusa y entusiasmada, asistía constantemente al estadio, pues para mí el fútbol era más que un deporte, pues me hizo pertenecer a una hinchada del equipo de mis amores.

En una de esas tantas idas a este recinto a alentar a dicho equipo, conocí a un sujeto, quien tan solo con el paso de unos días se convertiría en mi amigo. Se transformó en un pilar fundamental en mi vida, siendo mi contención, un apoyo incondicional, con quien podía sincerarme sin prejuicio alguno y confiar de manera excepcional. Así fue como paso el tiempo, nos divertíamos, compartíamos y asistíamos juntos a cada encuentro deportivo.

Nunca llegue a sospechar que este lazo afectivo se iba a tornar en una pesadilla real.

Sin ir más lejos, empecé a normalizar conductas machistas de las cuales no fui capaz de alertarme en este minuto. Debido a esto, él empezó a propiciarme constantes transgresiones a mi integridad psicológica, por medio del lenguaje se refería a mí con garabatos, utilizaba palabras que herían mis sentimientos, atentando a mi fragilidad desde nuestra condición de amistad. Precisamente por sus conocimientos hacía mi pasado y la intimidad que yo le concedí a él, acerca de mis experiencias, él me utilizaba en distintas ocasiones, no obstante, me recalcaba que si en alguna oportunidad alguien quería dañarme él sería el primero en defenderme. Me sometí a sus malos tratos bajo el alero de una amistad idealizada la cual posteriormente, desembocaría un abuso sexual.

Recuerdo aquel día, donde me llamó de forma desesperaba, él era mi amigo y ese vínculo inquebrantable me direccionaba a atender a sus preocupaciones y sentimientos, quería protegerlo, ser su confidente, ayudarlo, así como él lo fue para mí en algún momento.

Emprendí rumbo hacía un lugar donde nos teníamos que juntar, al llegar me di cuenta de que me había perdido le avisé y me propicio tratos vejatorios tan solo por equivocarme.

Pensé en irme, sin embargo, apelé a mi emocionalidad, la cual me hizo acudir a nuestro encuentro, teniendo en consideración que él, me mencionó por teléfono que no se encontraba bien, que me extrañaba y que necesitaba, no le hice caso a mi racionalidad, opté por obedecer a mi corazón encariñado y engañado acudiendo a su apremió.

Al momento de llegar, mi mente se abrió a un mundo del cual hace bastantes años había decidido cerrar. Cuando era tan solo una niña, fui víctima de abuso sexual por parte de un hombre de mi vecindad, mi inconsciente se activó y con el paso de unos segundos me

enclaustré en aquel universo, lejano, tormentoso y temerario el cual nunca estuve dispuesta a volver abrir. De tan solo escuchar a mí amigo aquel día, podía internalizar y rememorar cada palabra, cada acción, cada caricia que sin mi consentimiento este sujeto me propiciaba, volviendo a ese calvario que jamás había sanado durante mi niñez.

Reactivo en mí el pasaje más violento, humillante y agobiante de mi vida, me sentí débil, ultrajada y denostada, comenzó a tocarme sin mi consentimiento, mientras yo revivía cada segundo ese temerario episodio que me marco por el resto de mis días.

En efecto me tocó, me obligó y sometió hacer ciertas acciones de carácter sexual, mi llanto desatado no lo frenaba en ningún instante, me agredió físicamente mientras yo pensaba en como huir de este lugar. La verdad no sé de dónde saque el valor, las fuerzas y la resiliencia para escapar de este sitio y de él. Cuando al fin logre quitármelo de encima pensando que ya todo había terminado, las vulneraciones continuaron. Me persiguió y encaró diciendo, ¿te vas a enojar por esta tontera? Utilizando palabras más agresivas e insistió “de verdad dejaremos de ser amigos por esta estupidez” si no fue nada, replico.

Por supuesto que le dije, abusaste de mí y los amigos no hacen este tipo de cosas, tomé mis cosas y arranqué. En tanto corría, reflexionaba como podía existir un sujeto así, tan frívolo, indolente e indiferente a los abusos que me acababa de perpetuar. Un misterio que hasta la actualidad no puedo comprender.

En cada instante que evoco a mi memoria, me cuestiono permanentemente, pienso en qué error cometí, cuando fue el momento en el que sentí una cercanía hacia él, que me llevaría a sufrir un segundo abuso sexual en mi vida. Siempre me cuestiono, por qué fui incapaz de reaccionar, me paralicé y solo derramaba un mar de lágrimas mientras el abusaba de mí.

Hace no mucho tiempo, tome la decisión de funarlo, es decir, sacar a la luz este incidente de mi vida, con el objetivo de resguardar la seguridad de tantas otras mujeres que podrían haber sido víctimas de este trastornado ser. Como consecuencia de mi liberación, recibí constantes interpelaciones de personas que defendían aquel sujeto, otra vez comenzaba a cuestionarme por mis acciones, siendo ahora víctima del espacio social, cuestionando mi credibilidad lo cual solo me propiciaba el entrar en un transé de autodestrucción.

A causa de esto, me intenté suicidar en dos oportunidades, ya no me sentía capacitada para seguir manteniendo este peso sobre mis hombros, no quería revivir lo ocurrido nunca más, me cansé de luchar. Ya no quería existir en este mundo terrenal que coarta nuestra libertad, que se siente con el derecho de poner en duda mi credibilidad y justificar la vulneración a mi integridad emocional, física y espiritual, sin ni siquiera poder imaginar todo mi desconsuelo e inseguridad.

El miedo se transformó en una sensación habitual de mi personalidad, ya que, tras revelar este acontecimiento de vulnerabilidad a la sociedad, subsistía bajo una amenaza latente, de volverme a encontrar con este sujeto en cualquier lugar, en recibir la opinión de la gente que es parte de su núcleo de amistad y por el qué dirán.

Seguramente no era el momento para dejar de existir, aún me quedaban batallas por luchar. Reinicié mi vida, me cambié de casa por miedo a que este tipo me pudiera encontrar y me excluí del espacio que me entrego tantas alegrías y gratos momentos, decidí alejarme del estadio. En la actualidad, puedo decir que la cancha donde cada fin de semana me provocaba una pasión por alentar a mi equipo, se transformó en un espacio que amenaza mi tranquilidad. Por lo cual, renuncie a mi segunda casa, al templo de las ilusiones, al equipo de mis amores.

Ahora comprendo por qué callé tanto tiempo, por qué nos cuesta tanto liberar, coexistimos bajo un sistema patriarcal que se encarga de avalar los privilegios y superioridad de las masculinidades, las cuales nos propician constantes violaciones a nuestro bienestar por el hecho de ser mujer. Si bien, me quedo con la sensación de injusticia e impunidad, hoy puedo decido liberar mis culpas invitando a mi alma a sanar. Me empodera relatar este ventoso momento, como una oportunidad de visibilizar mi experiencia y ser un aporte para que ninguna otra compañera esté dispuesta a normalizar aquello que es inmoral.

Finalmente, hoy me integro al feminismo en mi vida como una instancia de reflexión, de amor, de hermandad, de apoyo y deconstruir mi identidad, recuperando los espacios que han sido tomado por masculinidades por los cuales debemos luchar por una equidad.

3.9 El fracaso como una oportunidad de resiliencia, lucha y valentía Adulta joven madre de un hijo y una hija casada por más de quince años me enfrentaba a la vida de manera acelerada, como una rutina diaria donde daba lo mejor de mí en cada uno de los ámbitos. Enamorada hasta las patas, de forma sincera, consciente y entregada pasaba mis días junto al padre de mis herederos. La mayoría de los años fuimos muy compañeros, nos apoyábamos y salíamos adelante por la familia que habíamos creado, a pesar de que con el tiempo percibiría un sinfín de limitaciones que viví por el hecho de ser madre y esposa.

La dinámica familiar y afectiva siempre estuvo rodeada de grandes amistades, nos encantaba juntarnos cada fin de semana a compartir tardes gratas, llenas de risas y momentos inolvidables, ambos éramos muy sociables y manteníamos lazos fraternos con nuestro entorno.

Fue así, como apareció este personaje cruzándose en el camino de todas mis amistades, hombre de campo, bruto, analfabeto y claramente machista, se fue insertando con los años en este núcleo afectivo. Solíamos visitarlo junto a otras familias amigas en su casa, pues él tenía un terreno extenso muy lindo el cual aprovechaban los niños y niñas, incluso festejamos varias celebraciones y cumpleaños en su hogar.

Desde mi mirada, algo me generaba este sujeto, una especie de presentimiento o sexto sentido, lo cual me hacía resguardar junto con mis amigas la seguridad de nuestros hijos e hijas, siempre que estaba él a pesar de ser presentarse como un “tío” muy amable, una de las madres nos turnábamos para ver a nuestros retoños, con el objetivo de mantener todas sus acciones en la mira latente, sin sospecharlo nos enfrentábamos a un tipo depredador, hijo de esta sociedad desvergonzada.

El tiempo pasaba, mis hijos crecían y manteníamos esta amistad, aquel hombre cuando consumía alcohol tomaba actitudes de cariño extremo, se nos acercaba tanto a mujeres como a hombres y nos abrazaba y besuqueaba en la cara. Me sentía incomoda, pero nunca dije nada más que mantener una pequeña distancia. A decir verdad, muchos y muchas lo justificaban, era un hombre solo, sin familia ni pareja, proyectaban una empatía por su historia de vida, creíamos que era una buena persona.

Cuando mi hija ya tenía ocho años, decidimos ir junto a mis amigas y nuestros pequeños y pequeñas a pasar la tarde de un fin de semana al terreno de este amigo. Llegamos y nos pusimos a cocinar para almorzar, en tanto mi hija jugaba en el patio con el hijo de una amiga de tan solo cuatro años. En un momento los perdimos de vista pues estábamos en plena preparación de la comida y sin intuirlo paso aquello que temía.

En efecto, en tanto nosotras permanecíamos en la cocina y nuestros hijos compartían en el patio, este tipo se propaso con mi pequeña. Él delante de nuestros ojos siempre jugaba con todos los niños y niñas de manera correcta, jamás vimos algo para desconfiar, pues claro era astuto y descarado. Se acerco donde mi hija y la comenzó a abrazar, mi pequeña sabía muy bien que nadie la podía tocar sin su consentimiento, por lo tanto, empezó a patalear y alejarse de él, quien insistió asiduamente, diciéndole que quería besarla en su boca, pasmada por lo que su tío le acaba de decir, le pedía que se alejara, como un alma indefensa que identificaba perfectamente el peligro que este hombre se significaba para ella. No lo vimos, mi hija avergonzada y temerosa guardo silencio, este abusador la había besado a la fuerza continuamos disfrutando la tarde hasta el momento de irnos.

Al llegar a casa voy a la pieza de mi hija y le pregunto si había pasado algo, que podía confiar plenamente en mí, soy su madre y nunca la dejaré, le expresé. Probablemente, en ese momento recién sintió que algo malo había ocurrido. Me cuenta esta historia, lo que su tío, mi amigo quien compartía hace años con mi entorno cercano le había hecho. A causa de esto me desplome internamente, quería llorar, patalear y golpear a este abusador.

Le volví a preguntar si había pasado algo más y me juró que no, hasta el momento en que se relajó y me menciona que desde hace algunos meses sentía que este “tío” la miraba de una forma extraña, que le causaba miedo y asco. Me sentía culpable, totalmente inepta, había dejado a mi pequeña bajo las perturbadas actitudes de un acosador. La abrace y contuve con mi alma entera, le dije que jamás volvería a pasar por esto y que nunca más regresaríamos a ese lugar, que ese hombre era malo y lo que había hecho no le correspondía en ningún caso, le explique que la había vulnerado y que nunca debía permitirle eso a nadie, ni a su padre, tíos, abuelos, amigos ni compañeros.

De modo que, a pesar de su corta edad comprendió todo en un instante, estallando en un llanto desaforado, su angustia era tan grande como la mía, pues yo le había fallado, había fracasado. La tranquilice y reitere la importancia de cuidarnos, como mujeres entre nosotras y nuestros cuerpos, que estos no son espacios públicos, que no pueden tocarnos ni juzgarnos sin consentimiento. Se durmió en mis brazos, la deje descansar y baje hablar con mi marido.

Seguramente, no me esperé lo que ahora sucedería, llorando llegue a su lado, buscando un refugio de amparo, de amor y protección, él no sabía que pasaba, hasta que me pregunto. Le transmití todo lo que le había ocurrido a nuestra hija y para mi sorpresa respondió con una tajante y fría actitud señalando, es nuestra culpa. Sin duda que fue como si me hubieran lanzado de un alto edificio, sin tener abajo alguien esperándome. A mi parecer fue como un golpe más, me hizo responsable de todo, propiciándome un estado de soledad, agobio y frustración.

Me ignoro, ¿dónde estaba aquel compañero al que le había entregado mi vida? Se había marchado desde la indolencia y la masculinidad adquirida no podía ver más allá, no entendería aquello que mi pequeña había tenido que pasar, pues siempre ha vivido desde su concepción de hombre, lo cual establece una tremenda brecha emocional y patriarcal.

Jamás volvió a hablarme del tema, han pasado tres años de este acontecimiento, actualmente separamos nuestros caminos, me elegí a mí y a mis hijos antes que, a él, y quienes decían ser mis amigas, a las cuales también acudí e invisibilizaron la situación, diciendo que estaba exagerando y que este sujeto denostador de la seguridad emocional y física de mi hija era un hombre solo.

Desde el fracaso interprete como señala María Fornet, que esta es una oportunidad para enfrentarse de golpe con la realidad, generando la necesidad de potenciar nuestras fortalezas, valorar nuestras habilidades y los recursos que tenemos para educar a nuestros hijos e hijas (Fornet, 2018). Comprendí que fracasar es más que una debilidad, es abrazar la posibilidad de reconstruirse como mujer y madre desde las cenizas en las que me sentí casi una vida entera.

Reconocí esta incomodidad, de compartir con personas que no buscan más que menoscabarnos como humanas, atendí a ese calambre, a ese pesar, hasta que inicié mi revolución, cuando nadie escucho mis señales, reviví para proteger y resguardar a quienes me necesitan siempre, valiente y resiliente a los reales amores de mi vida, mi hijo e hija.

Hoy dejo atrás ese malestar y esa culpabilidad adquirida, internalice que somos sujetas de derecho y tenemos la responsabilidad de criar seres sintientes y fuertes para que nadie nunca los haga sentir la vulnerabilidad a la que mi hija se vio expuesta, así es como yo me tuve que recuperar, levantar mi frente y luchar.

3.10 Mi amigo, un machista empedernido Mi historia comienza con un luto, recién culminada una relación de años, la cual se llevó consigo mi amor propio, autoestima y un futuro al lado de un amor que resulto no ser quien creía que era. Abrumada y con mucha pena empezaba mis días con el pecho apretado, el dolor parecía no irse, me pesaba y era absolutamente asolador.

A propósito de esto, decidí reunirme con un amigo de años en quien confiaba, le tenía un cariño enorme, así que nos juntamos en mi casa para compartir un momento grato. En ese momento, yo estaba acompañada de una amiga casada, de manera que estaríamos los tres disfrutando, hablando de la vida y tomándonos unos tragos. Al pasar de unas horas, durante la madrugada mi amiga decide irse a su casa, pues debía regresar, la despedí con un gran abrazo y junto a mi amigo continuamos la noche.

Indudablemente, ya se me habían pasado las copas, eran más de las cuatro de la mañana, pero nunca vi venir aquello que pronto pasaría. Mi amigo inicia una charla que en segundos comenzó a subir de tono, hace unos años habíamos tenido un pequeño acercamiento amoroso, para mí solo era parte de mi círculo cercano, no obstante, jamás lo había mirado con otros ojos honestamente, nada más allá de un par de besos del pasado.

Entre broma y broma se aproxima fugazmente y me besa. Un tanto descolocada, me dejé llevar por la pasión y a pesar de que mi antigua relación afectiva aún me pesaba, accedí.

Sentí como sus manos me acariciaban, me envolví en su frenesí de su boca, es justamente ahí cuando ya perdí la conciencia del tiempo, momento y lugar, mi cerebro se durmió y no recuerdo nada más. Solo unos besos pensé.

Al día siguiente, desperté inconsciente sola en mi cama, desnuda tapada con una sábana miraba a mi alrededor y habían rasgos de una evidente noche de locura y lujuria, sin embargo, yo no tenía memoria alguna. Efectivamente me asusté, la culpa se adueñaba de mi mente y alma, ¿qué pasó aquí? Era la pregunta que me inquietaba, sin respuesta, no sabía qué hacer.

En cuanto a mi amigo, no habían rastros, de pronto mi celular sonó lo miré temerosa era él, me había escrito un mensaje donde se jactaba de la noche que habíamos tenido, me decía que me tocara los senos que recordara cuanto me había gustado. Me asombre, por supuesto que mí memoria estaba anulada, ni siquiera sabía que responder. Luego de unas horas le contesté, solicitándole que por favor esto quedara entre nosotros, que no emitiera comentario alguno y que se olvidara, ¿de qué tenía que olvidarse? Me pregunté, ni yo sabía de qué le pedía que callara.

Sin vergüenza alguna, incesante siguió su juego aquella mañana, me acosaba por mensajes diciéndome comentarios sexuales, tomándose atribuciones que no le correspondían. La angustia ya no me dejaba en paz, llamé a una amiga y le mencioné todo, quien me sugirió que lo llamará y le pidiera que nos reuniéramos en mi casa, ella me acompañaría para que me sintiera segura, pues no sabía a qué me enfrentaba.

Le mentí y lo invite a tomar alcohol, él no sabía que no estaría sola, por lo tanto, rápidamente accedió. Llego la noche y sonó el timbre, mi estomago se apretó, era como si me presentara frente a un desconocido, no quería abrir la puerta, tomé valor y lo invité a pasar. Al observar que no estaba sola su cara cambio, intento disimular, simpático y canchero decidió mostrarse, así era como esta nueva velada se originaba.

Al igual que la vez anterior, unas horas más tardes mi amiga se fue, sin antes darme un abrazo de aliento y tranquilidad, yo tenía que abordarlo y saber que había pasado.

Desde luego, estaba afligida y desconfiada antes de retirarse lo afronte consultándole, ¿qué pasó anoche? Tan solo veinticuatro horas habían pasado, de aquel suceso que me había abrumado. Sonriendo y con una mirada sexualizada me responde, ¿acaso no recuerdas lo bien que lo pasamos? Le señalo que solo era consciente de los besos y caricias que había consentido, pero de nada más. Con una burlesca risa e insinuante actitud me manifiesta, pero si me mostraste el culo y yo estaba caliente, ¿qué querías que hiciera?

Ante su respuesta tan machista y demostrativa de su hombría simplemente me quede sin palabras, había sido abusada por aquel hombre en el cual confiaba, quería y respetaba, había formado por años parte de mi entorno y sin tapujos se aprovechó de mi estado de

embriaguez para tener sexo no consentido. Se apodero de mi cuerpo, como si fuera una cosa a la cual puede tocar sin permiso, su fría mente he instinto caliente y carnal no hizo nada mejor que actuar, sin razonar, nunca pensó en mí, no tuvo compasión, ni mucho menos humanidad.

Asustada le pregunte si había usado condón, me reconoció que sí que obvio nos habíamos cuidado, pero ¿cuidado de qué? Si yo nunca quise que pasara, venía de una relación absolutamente maltratada, con el corazón dolido y él se adueñó de mi vulnerabilidad, física, psicológica y emocional. A pesar de todo le creí y no compré el fármaco para protegerme de un embarazo no deseado, quizás los años de supuesta amistad aún me cegaban, tuve la dicha de no contagiarme de ninguna enfermedad de transmisión sexual.

Lo aleje de mí, de mi vida y de mi entorno.

Fui violada mientras estaba borracha, víctima de una situación que no deseo que nadie más viva, me sentí limitada, ni en mi casa podía tomar un trago sin estar expuesta a un abusador, ya no lo veía como mi refugio, como mi espacio seguro y grato.

Durante mucho tiempo la culpa era mi mayor dolor, ¿por qué bebí tanto?, ¿por qué lo besé?, ¿por qué dejé que se sintiera con el poder de hacer conmigo lo que él quisiera?

Analice, me había traicionado, no me quería perdonar por haberme fallado. Su machismo lo hizo sentirse superior a mí, me cosificó.

Hasta la actualidad, me cuesta comprender todo aquello que pasé y con toda seguridad hoy puedo visualizar como la sociedad me hizo adquirir un miedo, una culpa y un error que no tenía por qué transitar. En palabras de María Fornet, fallar se define como un escarnio que nos entrega un momento de la vida, donde la perdida y el reconocimiento de no estar en lo cierto nos consume por completo, percibiendo el dolor de habernos equivocado (Fornet, 2018). En este sentido, ahora internalizo una información valiosa, proyecte mi perspectiva acerca de la vida, de la que antes carecía, experimente lo más doloroso de vivir en una sociedad machista y déspota de nuestra libertad. Desde ya, ningún machito empedernido me volverá a despojar de mi dignidad.

El Estado me violó, la sociedad me vulneró, el machismo me atacó, razón por la cual decido gritar para que todas me puedan escuchar, ya no estamos solas, somos una ola.

4. Capítulo IV: Aprendí de la vida, que la prioridad en el amor es mi liberación.

4.1 Mi autoestima, mi condena

En mis años de niña y transición a la adolescencia, recorrí un camino tormentoso a partir de las comparaciones que yo proyectaba acerca de mi imagen personal, frente a la de mis compañeras o vecinas de mi edad, viviendo una constante competencia acerca de aspectos de la superficialidad física por los que me medía tenazmente con ellas. Todo esto con el objetivo de atraer al sexo opuesto y lograr la atención de aquel estereotipo de hombre, con él que toda joven soñaba, sin embargo, este nunca se percató de mi existencia. Y así transite por mis años de pubertad manteniendo algunas relaciones afectivas con distintos hombres, en busca de un referente masculino, aquel nunca había tenido presente en mi vida, lo cual desencadeno una serie de inseguridades personales, más de las que ya tenía acerca de mi aspecto físico, las cuales fueron cuestionándome aspectos de mi personalidad, afectividad y emocionalidad provocándome graves consecuencias en cuanto el amor propio y su relevancia en mi salud mental y espiritual.

Probablemente, el desconocer la importancia del quererse así misma por quién es y quien quieres ser, fue un campo no explorado en mi crecimiento debido al contexto social en el que me eduque y crecí normalizando conductas machistas a mi rutina cotidiana, por lo cual, nunca las cuestione durante esos años asumiendo que la sociedad chilena históricamente ha promovido estos patrones y roles de género.

Así fue como a mis dieciséis años luego de haber pasado por distintas relaciones amorosas quedé embarazada, momento clave en mi vida, ya que comencé a vivir una condena.

Aquel hombre que engendro esta responsabilidad en mí me hizo aguantar y callar durante mucho tiempo continuos episodios de violencia, física y psicológica. El miedo me cegó, el miedo me encerró, el miedo me sentenció, la soledad me invadió y me llevo hacia la dependencia de una imagen masculina la cual me hizo parte de un círculo vicioso en donde la cotidianidad de mi día a día se basaba en gritos, descontrol desmedido, persecución por parte de mi agresor, los cuales me atormentaban de manera permanente.

Siempre me cuestione, ¿qué haría yo sin él en mi vida? Insistiéndome en continuar una sumisión absoluta a este ser y me promovía a seguir en esta relación, pensando que con el tiempo cambiaría, lo cual nunca ocurrió.

Con el tiempo y el nacimiento de mi hija, me preguntaba cada día si esto seguiría pasando, por más que mi mente y corazón mantuvieran una luz de esperanza, esto claramente nunca sucedió. Por el contrario, los episodios de violencia y represión aumentaron en los meses que convivimos, siendo víctima de constantes violaciones y golpes por parte de este sujeto, quien proyectaba en mí la culpa de su ira y descontrol. Dicha situación ocurrió en la casa de sus padres, donde se encontraba su madre, quien fue testigo de cada una de las vulneraciones que sufrí, la cual fue invadida por el miedo y prefirió esconderse y aceptar con subordinación las acciones de su hijo contra mí, la madre de su nieta.

Simultáneamente me escribía cartas con sangre, me amenazaba con dejarme, pero siempre insistía en que yo le pertenecía, como si fuera un ser inerte.

Posteriormente a este episodio, asistí a mis controles regulares con la matrona, quien ni siquiera me pregunto si me había sucedido algo, siendo visible los golpes que este hombre me había provocado dejándome el labio y la nariz con notorias secuelas de sus actos. A continuación de este control, llame a carabineros, quienes me hicieron saber que no podría realizar una denuncia por teléfono, como consecuencia de la normalización de ambas instituciones públicas que deben promover y resguardar el cuidado y la seguridad de las personas dentro de un Estado, decidí volver a casa, quizás volví a justificar las acciones de mi agresor, ya que no conté con la contención y apoyo necesario que requiere una mujer ante dicha situación, siendo víctima de una vulneración a mis derechos humanos ya que estas instituciones de salud y seguridad pública no garantizo mi integridad y dignidad en aquel momento iniciando una depresión postparto.

Un tiempo más tarde este perpetrador, me dejó y se fue con otra mujer y continuo su vida nocturna de manera activa, desentendiéndose de responsabilidad alguna acerca de mí hija.

Este suceso provoco en mí la autodestrucción, comencé a cortarme los brazos, a escribirme su nombre con agujas, a perseguirlo, a rogarle que volviera junto a mí, no obstante, él me trataba de estúpida, me desmerecía como mujer diciéndome que nunca lograría nada sola esto me llevo a tener un rechazo absoluto hacia mí hija, maldiciéndola por haber llegado a cuartar mi libertad, por impedirme seguir con una vida que deseaba retomar, el salir por las noches, tener mis espacios y buscar nuevas aventuras.

Fue así como comencé a repetir mis años de adolescente, pasando de relación en relación, hasta que se cruzó por mi camino un nuevo individuo, quien me inserto en el mundo del alcohol y las drogas, reiniciando un nuevo capítulo de mi vida, junto a una persona con la cual podría estar siempre y cuando lo recibiera con alguna de estas sustancias en mi casa. Me deje llevar una vez más por mi instinto y patrones de normalización de machismos y micromachismos, arrancándome de mi hogar y dejando el cuidado de mi hija por pasar tiempo con él, lo que poco a poco me fue pasando la cuenta, haciéndome participe nuevamente de una relación tormentosa. Iniciando un nuevo escenario de sumisión hacia este sujeto, quien empezó a manipularme, revisaba mi celular, me humillaba frente a sus amigos incluso comenzó a controlar mis tiempos personales y laborales, a tal punto que debía mostrarle el registro de mi trabajo del horario en el que había salido y si esta coincidía con el tiempo estimado para llegar a verlo.

Lo que me significo nuevamente una inseguridad personal y confianza en mis capacidades, ya que él siempre me recalcaba que nunca llegaría a ser nadie en esta vida, me golpeaba cuando se encontraba en estado de ebriedad, me hacía arrodillarme ante él si algo no le parecía bien, incluso me hizo culpabilizarme de una infidelidad que solo existía en su perturbada mente y así fue como pasé seis años de mi vida, batallando de manera incesante e incansable.

Cuando decidí retomar mi vida, nuevamente me volví a encarcelar, esta vez desde el espacio público, el cual me envolvió en un entorno de constantes abusos y discriminaciones. En primer lugar, me sumergí en una búsqueda exhaustiva de una oportunidad laboral, donde fui discriminada en muchos espacios por ser madre. Por otro lado, era enjuiciada constantemente por transeúntes quienes se sentían con el derecho de opinar acerca de mí imagen corporal gritándome cosas en la calle como, por ejemplo: “culona” “gorda” los cuales una vez más afectaban a un naciente amor propio, obstaculizándome desarrollarlo por medio de comentarios también en esta ocasión acerca de mis capacidades intelectuales en mi espacio laboral.

El tiempo paso, los años fueron avanzando, lo fui sobrellevando, pero no sanando, ni aceptando. Duele ser mujer, duele nacer bajo un rol femenino, duele todo el dolor que tenemos que llevar a cuestas de una sociedad y Estado patriarcal. Duele no tener una educación de géneros, duele que no te enseñen la importancia del amarse, quererse,

aceptarse y valorarte. Duele que te inculquen una dependencia absoluta de una imagen masculina, lo cual te lleva a anular tus sueños, tus anhelos, tus metas por ser mujer.

Desde mi perspectiva y análisis hoy a mis treinta y cinco años cuando me entero por primera vez que durante la juventud me apodaban “la cometodos”, respiro y visualizo el pasado agradecida de la suerte que tuve de no morir, como tantas mujeres que al igual que yo vivieron episodios insaciables de violencia patriarcal los cuales terminaron con sus vidas.

En cada palabra, siento un proceso de sanación personal, en cada recuerdo anhelo un futuro mejor, en cada sueño despierto de esta pesadilla, que me encarcelo por tanto tiempo que se llama amor propio. Este trayecto de mi vida, en palabras de Wanda Díaz, solo fue un obstáculo, que solo te puede derrotar si le das el poder en tu vida (García-Huidogro, Claro, Quintana, & Plant, 2017).

Hoy y siempre tengo la misión de trabajar continuamente en mi autoestima, creer en mis capacidades intelectuales, reconocer mis logros, valorar mi valentía decidiendo que nunca más volvería a ser sometida a dichas experiencias y así es como actualmente, me acepto, me quiero, me estimo, y sonrío ya que nunca más la autoestima será mi condena.

4.2 Me dedique a perderme

Desde pequeña incorpore en mi pensamiento que el romanticismo enriquecía el alma, las películas animadas, las novelas de princesas y cuantas otras cosas más que los medios de comunicación aportaban a los saberes de una cultura popular fueron parte de mi aprendizaje. Algún día iba aparecer ese príncipe azul, quien proyectaba rasgos de perfección de una imagen masculina idealizada, de un hombre perfecto, atento, preocupado, inteligente y guapo. La verdad es que siento que muchas mujeres crecimos bajo estos patrones que perpetuaban la idea de un amor romántico, capaz de dar la vida por el otro, siendo devota y sumisa en mi rol femenino y atenta siempre al cumplimento de la forma más eficiente de lo que aquel hombre quisiera o necesitara de mí me vi envuelta en las suspicaces garras del amor.

De esta manera, conocí a mi primer amor, aquel que parte desde la inocencia de un mundo idealizado, se transforma en un vaivén de besos, abrazos apasionados consecutivos a la unión intima de nuestros cuerpos y almas que fue descubierta por ambos al mismo tiempo, esa simple promesa de amarnos para siempre. Comenzamos a vivir esta historia de amor intensamente en nuestros años de transición entre la pubertad y la adolescencia, siendo dos estudiantes de la educación media, quienes decidieron libremente unir sus corazones, para emprender un camino juntos.

Ahí me encontraba yo, intentando de resolver sus problemas, motivándolo hacer nuevas actividades, impulsándolo a ser una gran persona y siendo un apoyo constante desde la juventud hacia la adultez. Mis días, horas, minutos y segundos pasaban en torno a su imagen, pensando en atractivas experiencias para potenciar nuestra relación, como dicen por ahí para que la llama se encienda constantemente. Me hice parte de su grupo de amistades, para que así pudiéramos tener más cosas en común, fuimos creciendo y despojándonos de nuestras ingenuidades de la mano durante muchos años.

Se inició la educación superior, la cual logramos superar con creces dentro de muchas situaciones con las que tuvimos que lidiar, nuevas labores y oportunidades que nos hacían acercarnos y alejarnos a la vez. Pasamos por días soleados y grises, como todas las parejas, pero siempre estuve para todo lo que él necesitara, siendo su amiga, confidente, polola y psicóloga al mismo tiempo. Pasamos por intensos cambios de personalidad,

emocionalidades, sentimientos, pensamientos, no obstante, nos mantuvimos juntos para apoyarnos el uno con el otro o al menos eso era lo que yo creía. Le entregue mi vida, mi familia y mi amor eterno, puro y amable.

Continuamos peregrinando por los caminos de la vida, estudiando nuestras respectivas carreras profesionales, donde en muchas oportunidades me sentía en cada momento más excluida de sus actividades, más lejana, más menospreciada. Tiramos la toalla en bastantes oportunidades y creo que, en una de esas ocasiones, me redescubrí, comencé a ver la vida con otros ojos, a compartir con viejas y nuevas amistades que había abandonado dentro de esta religiosidad al romanticismo en la que me había sometido.

Luego de un tiempo, nos volvimos a encontrar, noté un cambio en sus actitudes, quizás el tiempo le había jugado a su favor, sin embargo, yo nuevamente caí rendida a las redes de su amor, volviendo a ser quien fui desde que transité de adolescente a mujer.

Y así prolongamos nuestra relación, terminando nuestros procesos de profesionalización y enfrentándonos a nuevas paradojas en la vida. Me derrumbé como persona y mujer en distintas ocasiones, primeramente, debido a mis limitaciones en mi desarrollo profesional, por otro lado, no quería alejarme de su lado, por lo cual decidí seguir en una búsqueda fatigante de nuevas experiencias profesionales. Seguí y perseguí mis sueños, los cuales se apagaban cada día, adquirí un trabajo totalmente distinto a mi profesión, me cuestioné constantemente si estaba tomando las decisiones adecuadas, pero ahí está él junto a mí y si eso lo que realmente me importaba, junto con su desarrollo profesional en el ámbito de las artes. Honestamente no sé cuánto tiempo me postergue, ya que mi mundo giraba en torno a nuestra relación y como aportar en su vida, como conseguir que aquella promesa que algún día prometí no se rompiera.

Posteriormente, nos seguimos enfrentando a los distintos desafíos cotidianos, uno de ellos tuvo que ver con mi salud física, lo que desencadeno una serie de afectaciones a mi bienestar psicológico, él continuo a mi lado, de todas maneras, ya no sentía esa seguridad de una relación que durara para el resto de nuestras vidas. Nos proyectamos un futuro juntos de convivencia que nunca logramos concretar, como quizás tantos otros anhelos que tuvimos juntos, hasta que llegó el momento.

Decir un hasta pronto o un adiós, nunca es fácil me siento frágil, débil, destrozada, como si hubieran desprendido una parte de mi cuerpo internamente, como si me estuvieran matando en vida. Así es como justamente nos hace sentir el romanticismo impuesto por la sociedad patriarcal en la que vivimos, como si nuestra vida y destinos se acabaran cuando perdemos a nuestra “otra mitad” siendo seres incapaces de continuar con nuestras vidas de forma autónoma, como si la dependencia se transformara en una obsesión o simple costumbre de tener a un sujeto a mi lado.

Desde hace unos años comencé a ver el feminismo como un grito de ayuda a cada situación que viví o presencié de vulneración en el espacio público, siendo foco de este proceso acatando a mi cuerpo como un objeto, como si fuéramos seres indolentes de los cuales cualquiera pudiera opinar. Este fue mi primer acercamiento y bandera de lucha para que ninguna mujer, se viera expuesta a situaciones que yo tuve que permitir por miedo, por asco, por repulsión hacia las masculinidades proyectadas desde una hombría arcaica, incapaz de vernos como humanas.

Ahora bien, siento que el feminismo no solo tiene aportara desde mi conducta social a mi vida, sino que debe enriquecer mi autocuidado, mi salud mental, mi valoración persona, mi aceptación, mi amor propio y establecerme como la prioridad principal de mis decisiones. Me dedique a perderme, en la oscuridad del romanticismo, en la desvaloración de mi persona, en la poca conciencia que tenía de entregarme por completo a alguien que quizás nunca me estimo de la manera que yo lo esperaba. Esta es mi bandera de lucha personal en la actualidad y dedicare cada día, cada minuto y cada segundo a mi bienestar personal, sintiéndome con el derecho de liberarme de estas cadenas que me persiguieron durante tantos años, hallando mi lugar en este mundo social, emocional y espiritual.

Siendo simplemente yo y contando con mi pequeña red de apoyo que a pesar de todo siempre estarán dispuestos/as a alentarme, enfocarme y concretizar algunas tareas en las que aún debo trabajar. Convirtiéndome en una mujer resiliente, poderosa y dueña de mis acciones y decisiones.

4.3 Una espina en mi corazón mí llamado de atención

Me dirigí durante un fin de semana largo a la playa a visitar a una de mis hermanas, la rutina y el trabajo me tenían un tanto agobiada, por lo cual, estos días me servirían para mantener la mente despejada y disfrutar de una grata compañía y lugar. Llegue a su casa y me comento que en la noche habría una fiesta, feliz y dicharachera me dispuse a ir, necesitaba ese momento de diversión. Fue en ese contexto donde lo conocí a él, músico de profesión, atractivo, simpático y muy dispuesto a disfrutar de aquella velada. Me sentí muy atraída por él, me relajé y me dispuse a pasarlo increíble, sin tapujos ni inconvenientes. Así partió todo, aquellos días que me habían traído tantas alegrías y buenos momentos, no solo se quedarían en el pasado, sino que más bien, serian el comienzo de una intensa historia.

Decidimos comenzar una relación sentimental a distancia, entregados a las redes de un amor intenso, romántico y apasionado. Generalmente viajaba en mis tiempos libres de mi rubro laboral, manteniendo este pololeo netamente por medio de un par de visitas algunos días a la semana. En algunas oportunidades, comencé a visualizar algunas actitudes que reflejaban actitudes de machismos tanto en la verbalización de sus palabras, como en sus conductas físicas, lo cual comenzó a llamar mi atención, no obstante, las acepté como parte de su personalidad, sin cuestionarlas en ningún momento.

Es indudable, que esta práctica adquirida de viajar semanalmente a verlo, para luego regresar a mi casa bañarme y salir a laborar, provoco un desgaste físico y mental, sacrificando mi bienestar personal, abnegada y obstinada por darle una oportunidad a esta relación. De modo que fueron pasando los meses y continuábamos cotidianamente con este hábito.

Recuerdo que, en una oportunidad, me encontraba hablando por teléfono con él, mientras le comentaba una idea personal a dicho sujeto no le pareció correcto, se transformó en poco segundos pasando de ser un hombre ideal a un desconocido agresivo e impulsivo tipo, quede devastada, discutimos por algunos minutos, a continuación, decidió terminar la conversación y me advirtió que saldría a carretear. Desde luego, que dicha situación generó en mí actitudes y emociones que personalmente ignoraba que podía tener, fundó

una inseguridad hacia mi potencial personal, social, físico y afectivo, me puse en disputa con mis acciones desde un análisis interior, reflexionando en que me había equivocado.

Luego de unos meses de dicho acontecimiento, él me planteo la posibilidad de ir ejercer su carrera de artista en el extranjero, me sentí muy emocionada y feliz por esta oportunidad que le brindaba la vida de fomentar su desarrollo personal y profesional.

Consiguientemente, emprendió su vuelo, mientras tanto yo me encontraba en mi casa, juntando cada parte de mi sueldo mensual para poder viajar a visitarlo durante mis vacaciones.

Cuando inició mi periodo de veraneo, viaje junto a mis padres al caribe ya que era una instancia única de disfrutar junto a ellos de nuevos paisajes y experiencias, en consecuencia, mi pareja y por quien me había sacrificado muchos meses mi salario mensual para ir a verlo, me hizo parte de una serie de escenas de celos, exigiéndome entregarle cada detalle de mi paseo familiar, pues yo le pertenecía y nadie le podía asegurar que yo hubiera respetado mi devoción y fidelidad a nuestra relación. Queda claro que me sentí cuestionada gratuitamente, por parte de aquel amor con el cual yo en cierta medida percibía que estaba rehaciendo su vida sin mí en otro lugar del mundo, admitiendo que dentro de esa aventura él estaba entregándose a la vida nocturna y a la lujuria colectiva.

Tal vez me expuse gratuitamente a sus solicitudes y cobardemente le entregué cada detalle de esta travesía, enviándole mis fotos y relatando cada momento, de modo que él sintiera la seguridad de que yo lo respetaba y amaba profundamente. Seguramente en aquel instante no me percaté de que estas acciones me estaban haciendo parte de un círculo vicioso donde en reiteradas ocasiones este sujeto atentaba contra mi equilibrio psicológico, efectuando un maltrato violento hacia mi salud mental.

Probablemente luego de este episodio decidí razonar acerca de cada una de las actitudes que tenía este sujeto conmigo, de modo que, en el momento en que afronte la situación y decidí darle un final a esta experiencia, fui víctima de constantes acosos por parte de dicho hombre. Por medio del envío de correos electrónicos que me hacían sentir humillada y avergonzada de mi actuar, incluso en un momento llego a enviarme canciones que

escribía para mí, que expresaban de manera violenta e injustificada una serie de actitudes que yo nunca lleve a cabo.

Entonces, resolví esta situación eliminando todos mis medios de comunicación y redes sociales para que este hombre no se sintiera con el derecho de invadir mi espacio personal y continuar realizando acciones fomentaran mis inseguridades y desvalorización como mujer. De cierta manera, volví a privarme gracias a él, limitando mi libertad de expresión por miedo a que este sujeto volviera a contactarme. Un tiempo más tarde, recibí una llamada internacional, en cuanto vi el número me inmovilice, el desconsuelo se apodero de mí, conteste y al escuchar su voz volvieron a mi mente todos esos miedos y actitudes que fui incapaz de ver a tiempo, solo reaccioné cortando la llamada y bloqueando el contacto, para no saber nunca más nada de él.

Así pues, pasaron unos años y regrese a visitar a mí hermana para reencantarme con el mar, su profundidad y sentir la arena entre mis pies pasar, concediéndome una sensación de libertad. Mientras que yo me entregaba a la belleza de este paisaje playero y las bondades de una grata sensación espiritual, apareció en mi camino alguien especial.

Nunca me cuestioné, ni dude que esta nueva invitación a amar me haría reiterar las heridas que no logré sanar.

En efecto, me reencontré con un amigo de mi hermana en una fiesta en su hogar, aquel hombre siempre me había parecido atractivo, interesante y divertido, como si fuera un dejá vu, ingrese a una casita oscura por iniciativa propia, dejándome deleitar por las incipientes mariposas que en mi estomago no dejaban de revolotear. En definitiva, comencé a naufragar otra vez por medio de un amor a distancia, la cerca del mar y yo en la ciudad. La historia me era familiar, reiterando los viajes semanales y siendo cautivada por este sujeto que tenía este síndrome de Peter pan, es decir, un hombre mayor que aún creía estar en sus años de pubertad.

Con toda seguridad, puedo inmortalizar mis ambiciones en esta nueva relación pasional, me sentía enamorada, viva y fresca pero una vez más volvía a negar mi autocuidado y salud como una prioridad. Pasaron tres años, donde seguimos con esta rutina de viajes y largos llamados, yo por mi parte, ya tenía todo preparado para irme a esta ciudad

vacacional a vivir con él, prácticamente solo estaba esperando que finalizaran algunos contratos laborales para emprender mi camino, de la mano de él.

Un día me llama, avisándome que vendría a visitarme él a mi hogar, me sentía plena y radiante ya que solo faltaban algunos ajustes para que al fin pudiéramos convivir para siempre. Me avisa que estaba esperándome en un café y rápidamente me dirigí a verlo.

Sin esperar lo que iba a pasar, el destino me puso a prueba derribándome como si el mundo se fuera acabar. Desde que lo vi pude entrever que tenía una actitud de nerviosismo y ansiedad, yo por mi parte no sabía que pensar, hasta que me da la noticia que me haría repensar todo el futuro que ya tenía entre mis manos. Sin ir más lejos, me comenta que es posible que le reclamaran una paternidad, con certeza puedo decir que definir mi expresión corporal en ese momento sería difícil de proyectar, pero emocionalmente sentía rabia, angustia, desilusión y traición. Más de tres años de mi vida entregados a quien nunca los supo valorar, volví a cuestionarme personalmente reflexionando acerca de qué había hecho mal. Y a pesar del vuelco al que la vida me volvía a enfrentar, un mes más tarde opte por llamarlo y entregarle una nueva oportunidad. Incuestionablemente, existían rasgos de mi personalidad, que me hacían reiterar patrones de mi anterior relación sentimental, sin embargo, mi obstinación por sacar esta relación de tantos años adelante me hizo adentrarme en la mayor oscuridad interior que jamás pude explorar.

Mantuvimos nuestro vínculo durante los nueve meses de incertidumbre ante la espera de saber si se convertiría en padre o no, me hice parte de su ilusión, aceptando su infidelidad, lo acompañe en reiteradas oportunidades a comprar implementos para el bebé en camino.

Cuando retomamos este nexo sentimental, pretendía ser capaz de superar todas estas acciones que él había realizado y que afectaban a mi amor propio directamente, fui irrumpida por la desconfianza, atacada por una serie de sensaciones de inestabilidad, que claramente afectaban nuevamente a mi dignidad humana.

Tras estos meses me sentí incapaz de continuar con esta obsesión, giré con todas mis fuerzas la manilla de la puerta de esa casita de la oscuridad, logrando escapar, para no regresar nunca más. Ciertamente requería de ayuda profesional, necesitaba sacar aquella espina que me seguía clavando cada segundo, me encerré en mi mente llena de vergüenza

y miedo, no podría comunicar estas sensaciones a nadie de mi núcleo personal, pues era más grande el lamento de ser juzgada.

En definitiva, tuve que renacer de mis cenizas y forjar una nueva identidad, solicité la ayuda profesional, tras varios meses, lo que junto con un trabajo de autocuidado y amor propio instauré una nueva mujer en mí. Logre razonar acerca de la importancia de ser yo la sujeta de prioridad en mí existencia, me enfrento día a día a mis propias guerras internas, estoy transitando en mi amor, mi aceptación y valoración.

A fin de cuentas, logré comprender que como diría María Fornet, si no sabes quién eres, no sabrás que hacer, entendiendo, que convivimos en una esfera social, llena de machismos y actitudes de superioridad que hemos normalizado a lo largo de nuestras vidas. En resumen, tal como señalo en algún momento Teresa Wilms Montt, “cuando trataron de callarme, grité” (Fornet, 2018, pág. 35). Sacando aquella espina en mi corazón la cual fue mi mayor llamado de atención, y solo se este modo me liberé.

4.4 La depresión, una mochila difícil de liberar

Recuerdo aquel día mientras compartía una conversación con un amigo de la universidad verte pasar, de un segundo a otro podía percibir esta atracción automática que me propiciabas como si fueras un imán. Le pregunté a mi amigo si te conocía y me comentó algunas cosas acerca de ti, en ese momento sabía que una nueva historia se escribiría.

Pasaron algunas semanas y te conocí comenzamos a entablar diversos temas de conversación, en esa circunstancia descubrí que esto había pasado de ser una atracción carnal a ser una intelectual, pues de cierto modo compartíamos distintas opiniones acerca de la sociedad en la que habitábamos, razón por la cual cada minuto me sentía más parte de ti. Fue de esta forma en que iniciamos una relación sentimental, la cual me llenó de ilusiones, alegrías y tranquilidad. Cada vez empezó a arraigarse poco a poco a mi hogar, pasábamos noches infinitas de charlas acerca de la política, la cultura, la economía y su desigualdad. Ya no solo compartíamos intereses, sino que también un lugar. De modo que con el pasar de unos meses tomamos la decisión de ir a convivir en un espacio propio, que nos entregara tranquilidad, siendo esta una zona de amor, risas y contención emocional.

En cuanto a tú vida personal y núcleo familiar, me percaté la cantidad de carencias afectivas, económicas y emocionales por las cuales habías caminado en esta vida, trayendo contigo una gran mochila que pronto se revelaría. Te alenté a seguir por un sendero profesional y así fue como al cabo de unos meses este sujeto se reintegró a la educación superior, lleno de metas y anhelos por cumplir. Siendo honesta debo admitir, que siempre me llamó mucho la atención la relación que establecía él con su familia, pues en cada oportunidad los y las responsabilizaba por los crudos pasares que le toco sobrevivir, sin embargo, nunca asumió que parte de ese proceso era el de sanar y liberar sus propias heridas. Hijo de un matrimonió fallido, creció siendo el menor de la familia, quien durante su adolescencia había tenido que comenzar a hacerse cargo de sus necesidades básicas, pues su madre no podía sustentar como ella lo hubiera querido a este numeroso clan. De modo que esto desencadeno una serie de emociones y una inestabilidad mental, en ti la cual pronto podría constatar.

Cuando emprendiste tú rumbo junto a mí siempre pensé que era por el amor y la valoración que me tenías por la cual muchas personas inician una relación sentimental, pero en cambio decidiste utilizarme como tú puerta de escape a la realidad triste y cruda, familiar, económica y afectiva que habías que tenido sobrellevar. Desde luego cegada por el amor que te tenía, fui incapaz de percibir tus intereses personales hacía la vida que junto a mí podrías conseguir, fue más bien con el pasar de los años que recién logré abrir mis ojos y reaccionar.

Por ende, el tiempo avanzaba y yo seguía ahí siendo un pilar fundamental para la vida que él anhelaba tener, me hice cargo de su persona como si fuera mi hijo, asumiendo todas las labores que una madre o un padre debiese realizar. Desde mantenerte económicamente, comprarte la ropa que vestía y las herramientas tecnológicas que necesitabas para la universidad, fuiste absolutamente dependiente mí como también de mí familia, integrándote a mi vida y recibiendo todo el cariño a afecto del cual nunca habías podido gozar.

En cuanto a lo que a mí persona, decidí explorar por distintos espacios laborales, pues ya era una mujer profesional y dentro de mis ideales y metas estaba desarrollarme como una persona integral. No obstante, esto afecto mi relación emocional junto a este sujeto ya que día a día se empezaba a quebrantar, mis dudas y la desconfianza hacía su compromiso afectivo me atormentaba reiteradamente. Continué desarrollándome como una persona que se enriquece del conocimiento por medio de un mundo que está en constante movimiento, pero en mi realidad sensitiva me estaba viendo vulnerada, bajo los parámetros de una relación basada en el amor romántico que te imponen una devoción y sumisión.

La sensación de inestabilidad me llevo a una dimensión difícil de aceptar y me envolví en actitudes que atentan contra la privacidad personal de aquel sujeto, lo peor de todo fue corroborar que efectivamente su sinceridad era parte de las actitudes genéticas propias de una herencia familiar que repetía patrones de machismos y superioridad. Lo enfrenté y por primera vez y observe vulnerabilidad, en primera instancia la negación se apoderó de él y posteriormente no te quedo otra salida que el desdecirte en disculpas por medio de falsas promesas y la victimización. Internamente me sentía destrozada, ya habían pasado un par de años sin darme cuenta como normalice tus conductas patriarcales que pese a

tener una relación estable junto a mí, sentías la necesidad de hacerte ver en la esfera social como un hombre deseado por las otras féminas que habitaban tú circulo social como un símbolo prehistórico de masculinidad.

En definitiva, opté por darte una nueva oportunidad, pues creí inocentemente que su vínculo hacia mí era más fuerte y que sería capaz de sobrellevar esta desilusión afectiva, entregándome por completo nuevamente. Le propicie una vida digna, potencie tus habilidades personales, insistí en que cumplieras a cabalidad tus labores estudiantiles y te di un pequeño empujón para que pudieras rescatarte por medio de la atención de una profesional que te permitiera ahondar en tus heridas de las cuales nunca quisiste hacerme parte. Lo visualice mucho más resuelto por momentos, pero claro la bipolaridad y ambigüedad de su personalidad me hacía dudar acerca de los avances personales que podría realizar.

Mientras que yo seguía empeñada en hacerte soñar con una vida llena de felicidades siendo un novato en reconocer la felicidad como una emocionalidad que se construye a partir de pequeños logros personales, él continuaba teniendo actitudes distantes, que me hacían sentir vulnerada y desvalorada. Sin duda alguna que di lo mejor de mi persona, para que él fuera una persona realizada, que viviera bajo el alero de la tranquilidad, comodidad en post de su bienestar, incluso su familia era testigo hablante de lo bien que le hacía yo a este hombre en cuanto a su personalidad y nuevas formas de proyectarse en este mundo.

Tras varios años de relación y una serie de actitudes que me propiciaban fragilidad, fui víctima de tus actitudes autodestructivas a partir de la depresión, una mochila que él cargo hasta el momento en que aparecí en su vida y me la traspasó.

Es indudable que todos mis traumas personales con relación a mi aceptación y autoestima personal fueron violentados por este sujeto, quien nunca miró a través de mis ojos el dolor que sus palabras me podían causar, pues era incapaz de mirar más allá de lo que su mente le permitía ver.

Luego de un almuerzo, tuvo la facultad de atentar contra mis

conocimientos intelectuales, los cuales seguían siendo mi fortaleza personal y escudo para sobrellevar esta relación, recién en ese instante desperté. Te increpé y exigí que nunca más volvieras a subestimar mis conocimientos, haciéndome sentir ignorante, opacada y

frustrada. Tus nociones patriarcales estaban tan arraigadas a tú piel que ni siquiera tenías la valentía para aceptarlas y deconstruirlas. Presumías ser un hombre en proceso de deconstrucción, sin embargo, esto solo ocurría en su creatividad psicológica, pues transmitía constantemente actitudes y patrones machistas que su propio progenitor había realizado contra su madre.

Así fue como tome la decisión de sacarme esta mochila y devolvértela a ti, pues si yo que había sido una mujer que entregue todo mi amor, paciencia y comprensión creyendo que algún día cambiarias, esto jamás ocurriría mientras no asumieras que esta mochila llena de tormentos eras tú quien debía abrirla para sanar. Hoy en día puedo admitir que me libere y como diría Ángela Davis, estoy cambiando las cosas que no estoy dispuesta aceptar nunca más y ser mí prioridad (Fornet, 2018).

4.5 La influencia de la sociedad ante una relación sentimental

Cuando era una adolescente alrededor de los dieciséis años decidí integrarme a un grupo perteneciente a una asociación, con quienes me juntaba cada sábado para vivir distintas aventuras. Fue en ese espacio donde encontré gran parte de mis amistades, pues compartíamos valores y al mismo tiempo respetábamos nuestras diversidades.

Desde que ingresé, pude visualizar que al interior de esta gran comunidad existían muchas relaciones amorosas entre los tutores y tutoras, paradojas del destino pensé en donde sin buscarlo se encontraban y comenzaban a formar sus propias familias.

Permanecí allí durante bastantes años de mi vida, y esta dinámica era totalmente habitual, en una panorámica general en todos los grupos que conocí a nivel regional y nacional existían lazos afectivos que traspasaban la cotidianeidad de sus reuniones semanales. Esto era algo lógico, pues en cada comunidad o conjunto de personas donde cohabitan distintos seres humanos se comienzan a generar intensos vínculos, por lo cual esto no tenía nada fuera de lugar.

De modo que, fueron pasando los años y me convertí en una tutora, participando de manera permanente y voluntaria con el objetivo de fomentar valores, en cada uno de los y las integrantes del grupo, retribuyendo a las aventuras que yo había pasado en algún momento, aquello que me entrego tanta felicidad. Las jornadas era bastante extenuantes, pero al mismo tiempo enriquecedoras ya que generabas una confianza, apoyo y contención a cada niña, niño o adolescentes que eran parte de esta agrupación.

En cuanto a las relaciones sentimentales, como adulta responsable intente siempre mantenerme al margen, la verdad es que no soy de esas personas que andan en la búsqueda activa de una pareja, razón por la cual si me llegaba a sentir atraída por alguien sería una mera casualidad de la vida, tempo más tarde esto cambiaría. Ciertamente, empecé a observar que la mayoría de las tutoras con los tutores que eran parte del grupo en ese momento, mantenían relaciones sentimentales, es decir pololeaban, convivían o se encontraban casados. En este sentido, me consideraba un poco fuera de lugar ya que personalmente me encontraba bien con mi soltería y no tenía interés alguno en que esto cambiara. Justamente por eso, decidí relajarme y continuar tranquila siendo parte de esta

comunidad, no obstante, fui inepta al pensar que no me iba ver involucrada prontamente en aquello que me daba igual.

De manera que, al pasar de unos meses, me sumergí en sus actividades grupales de dispersión social y me comenzaron a vincular con un sujeto que también se mantenía soltero en ese entonces. Al principio, lo veía como bromas inocentes, que eran parte de sus actitudes como comunidad, siempre molestaban a personas para que se emparejara.

Hasta que caí en el juego, y concreté una relación sentimental. En otras palabras, me vi expuesta a ser parte de un grupo social que potenciaba los lazos afectivos, pues estos trascendían en el tiempo y eso también le traía mayor prosperidad al colectivo, en cuanto al compromiso y asistencia de los y las adultos responsables, ya que no solamente tenía la misión de educar, sino que además ahora tendría un compañero que se sumaría en este andar. En realidad, debo admitir que en ese momento nunca le vi maldad alguna a esto, pero ahora quizás lo puedo percibir de manera distinta.

Me empareje con alguien que siendo honesta nunca me pareció atractivo, interesante, ni amigable entonces me pregunte ¿por qué inicie esta relación? Evidentemente solo atendí a la generalidad de un grupo que potenciaba este lazo, siendo felices de que nueva pareja se haya formado. Tanto hombres como mujeres fueron parte de este proceso, quienes lograron persuadirme de tal manera que accedí como si de verdad mi corazón lo quisiera.

Permanecí en una relación sentimental durante un poco más de un año, creyendo que en algún instante mi corazón detonaría suspiros de amor hacía ese hombre, pero nunca ocurrió. Fui víctima de mi propia intuición, ¿por qué no me negué a esta unión?

Simplemente por qué si lo hacía era muy probable que habitara un espacio distinto al de los demás, siendo excluida o mal vista.

Me entristece pensar que me engañe a mí misma, a mi personalidad, a mis valores y a mi moral. Me irrita haber accedido a una relación solo para aparentar ser parte de un grupo, sin escucharme a mí, lo que claramente era una señal de mi carente amor propio.

La relación fue intensa, pasé por momentos amargos, donde sentí la vulnerabilidad a flor de piel, nunca nuestras personalidades empatizaron y sentía que este ser humano era un total extraño. Él tenía unas actitudes bastantes explosivas e impulsivas, lo cual atentaba a

mi emocionalidad y bienestar mental. Viví bastantes episodios donde este sujeto solo con palabras podía lograr a sentirme la mujer más pequeña, indefensa y frágil de este mundo.

Qué difícil es aceptar como influye la sociedad en nuestro universo emocional, es como si volviéramos a revivir episodios desde la historicidad, donde los matrimonios eran arreglados, sin importar que se conocieran, valoraran y quisieran. Sin ir más lejos es así como me sentí, envuelta en una relación forzada que nunca tendría un futuro alentador, si me preguntaran porqué seguí allí por más de un año, les podría decir que fue por temor, miedo y vergüenza.

Claro está, que desde la sociedad vivimos con distintos matices que forjan nuestra identidad personal y territorial, yo me deje llevar por las palabras, chistes y acciones de personas que quizás nunca vieron el daño que me podían causar, el cual hoy estoy dispuesta a reparar desde mi intimidad.

Crecer, vivir, aprender y aceptar es parte de un proceso de sanación interno en el cual hoy experimento en mi realidad, necesitamos escucharnos, querernos y valorarnos. Es feminismo para mí ha sido terapéutico, analizar nuestras experiencias y comparar como nos sentíamos en ese momento y en que nos convertimos hoy, se refleja en mujeres resilientes, activas y dueñas de su cuerpo, de su alma y de su mente. Es reconciliarse consigo misma, es esa necesidad como diría María Fornet se asumir nuestros éxitos y fracasos para luego reflexionar acerca de que resultados nos proponemos de hoy en adelante (Fornet, 2018).

4.6 El amor no duele

Nacemos bajo la premisa de que el amor, todo lo puede, la generación de los noventa, nos criamos en un mundo de princesas, una vida idealizada con la llegada de un príncipe azul, quien era nuestra otra mitad, la que nos completaría para sentirnos realmente una mujer.

Este cuento comienza hace aproximadamente siete años atrás, tras varias rupturas amorosas había perdido esperanza alguna de que llegaría un hombre a mi vida, de pronto apareció. Nos empezamos a conocer y al poco tiempo comenzamos a convivir, todo era maravilloso, un ambiente de amor puro y recíproco. Tres años más tarde nos establecimos como familia, con la llegada de mi primer hijo. Hasta ese momento todo seguía increíble, el asumía sus responsabilidades de paternidad, no como una ayuda, sino que como su obligación. Sin embargo, como mujer debo asumir que me deje de lado y priorice a mi hijo y pareja, dedicándome solo a la vida de una “dueña de casa” haciéndome cargo por completo de las labores del hogar. Nada hacía presagiar que luego de un año mi vida daría un giro inexplicable, cuando descubrí que estaba a la espera de mi segundo bebé.

Al entregarle esta noticia su cara se derrumbó, era como si la vida lo estuviera castigando por traer a la vida a un segundo hijo, cayendo todo el peso sobre mí. Partió enjuiciándome, aludiendo que había sido una irresponsable por no cuidarme como si una relación sexual consentida fuera solo mi responsabilidad. Me angustié y logro que me sintiera culpable, me gritaba diciéndome que él no quería ser padre otra vez, cuando honestamente nunca hablamos de ese tema, la verdad es que yo tampoco esperaba embarazarme, no obstante, asumí la culpa resignadamente.

Como resultado de su frustración al digerir la noticia, se dio paso a un embarazo de alto riesgo, donde me vi enfrentada a un constante maltrato psicológico durante los nueve meses de gestación. Aun mi primogénito no sabía caminar y ya estaba teniendo entre mis brazos a mi segundo bebé, a pesar de sentirme sola, denostada y desilusionada acepte que el estuviera junto a mí, lo que me cuestiono hasta el día de hoy ya que luego del parto se dio paso a un calvario.

Al llegar a nuestra casa su actitud cambio aún más, como si me estuviera enfrentando a un ser trastornado, violento y desequilibrado. Puesto que generó un rechazo absoluto hacia nuestro hijo, dejando de ser ese padre ejemplar que había sido hasta antes de su llegada. Me aferre a sacar adelante a mi familia, una que ya evidentemente estaba destruida, haciéndome cargo de toda la casa, mis dos hijos y de su vida sola.

Recuerdo latentemente un día que él llegó almorzar como era de costumbre en su hora de colación, yo estaba con mi hijo recién nacido en el coche, a mi otro retoño en su corral, mientras yo intentaba cocinar sin perder de vista a mis descendientes. Cuando sentí abrir la puerta de la casa, me dispuse a calentar rápidamente la comida y correr a atender a este hombre. Lo recibí de buena manera, a pesar de que estaba totalmente agotada, le serví su comida la prueba y me interpela ¿Y esta mazamorra asquerosa quieres que me coma? Fue como si hubieran pasado una película por mi cerebro de toda nuestra relación afectiva y reaccioné, si quieres comes. Entonces le respondí, mientras me paré tome a mis hijos y salí a llorar, me destruí, en otras palabras, fue como si hubiera tomado mi corazón y lo partiera en mil pedazos. Estaba intentando mantener un lazo que lentamente emprendió un rumbo totalmente contrario al del amor.

De modo que, cada día, minuto y segundo juntos en casa podría divisar como su ira aumentaba como si fuera a una velocidad prohibida. Se volvió parte del cotidiano convivir bajo un maltratador, me insultaba y provocaba una discusión por lo más mínimo, como si le iba a servir una taza de té, o de por qué no tenía calcetines limpios. Realmente aún no quería despertar de ese sueño de niñez y claramente él ya se estaba formando como un sujeto peligroso tanto para mí como para nuestros hijos.

Ignoré, normalice y justifique sus conductas, intentando quizás conservar una familia unida, como la que siempre quise tener. Basto que pasaran unas semanas para ser testigo de sus arrebatos de violencia, que, si bien no eran propiciados directamente a mí, me daban la evidencia de su descontrol mental. Golpeaba a mi perrita, les pegaba a las paredes, gritaba y yo solo me había transformado en un ser sin vida para él, pues era constantemente ignorada y por lo tanto mis hijos también.

Llegue a un punto culmine de esta situación, que a pesar de tener algunas percepciones de personas cercanas a mí no las quise ver, pues como dicen, no hay peor ciego, que el que no quiere ver. Como consecuencia de su actuar natural experimente el miedo y rechazo absoluto hacía él, cada día tenía que esperar que él se durmiera para poder descansar, sentía un miedo de que me hiciera algo a mí y mucho más a mis hijos. Su celopatía parte de su imaginario mental, trajo consigo grandes humillaciones, dolores y angustia, definitivamente ya no podía seguir ahí, debía huir, de lo contrario no tenía certeza de lo que fuera capaz de hacer él contra mi integridad física, pues la psicológica ya la había destruido por completo.

Debido a esto tome la decisión de arrancar, junto a mis herederos ya que temía por nuestra seguridad y no podía permitir que nada les pasará. Personalmente, no fue fácil realizar esta acción, y entiendo a cada mujer que ha vivido esta situación, nos sentimos tan apocadas, vulneradas y derrotadas que no somos capaz de escapar antes de que no podamos contar un relato y volver a respirar.

Probablemente, si no hubiera sido por mis hijos habría seguido inmersa en una relación tóxica, donde ya no existía el respeto, la confianza, la complicidad y la responsabilidad, yo era un simple objeto para él, quien debía preocuparse de todas sus necesidades sin recibir nada a cambio, ni siquiera un gracias.

Actualmente puedo reflexionar, han pasado seis meses ya desde que di termino a nuestra relación afectiva, sin embargo, mis hijos siguen viéndolo pues es su padre y debe responsabilizarse de ellos como corresponde. A decir verdad, aun no manteniendo un vínculo amoroso con él, sigue propiciándome malos tratos verbales, me ridiculiza y me hace sentir como si no fuera nadie sin él.

Cuando miro al pasado, entiendo el daño que nos hace una sociedad machista al criarnos bajo un rol de género impuesto, el cual nos vemos invalidadas de cuestionar, pues se asume que la normalidad es que una sea una buena mujer, amante y madre.

¿Qué es lo que realmente me hace una buena mujer? Priorizarme, encontrarme y resignificarme. Habitar un interior que desconocía, considerarme fuerte, valiente e inteligente. A nadie le gusta sufrir, pues no es una elección de vida. Pero lamentablemente convivimos con un amor romantizado, donde nos inculcan que primero está la familia, lo cual es absolutamente una mentira, primero soy mujer y tengo que velar por mi bienestar personal para transmitírselos a mis hijos cada día, como manifiesta el dicho popular prefiero estar sola que mal acompañara.

Ahora comprendo que en palabras de María Fornet, el amor puede ser romántico y feminista en la medida que ambos miembros de la relación compartan valores como la igualdad, la justicia y tener el interés por sacar adelante una relación. Por qué el amor real es sincero, amable, libre, te potencia y es feliz con tus victorias y te apoya en tus fracasos.

El amor, no duele.

4.7 Superioridades masculinas, egocentrismo y validación de su hombría

Seguramente soy una entre miles de mujeres de las cuales podrían relatar una memoria similar, y es que las masculinidades son parte de nuestras vidas y están más presentes de lo que pudiéramos suponer, se interponen en nuestro camino, vulnerándonos constantemente, razón por la cual hoy entrego esta historia con el corazón en la mano, abriéndome para que nadie más deba ser víctima de la superioridad sexista.

Joven, ilusionada y enamorada de la vida, pasaba mis días entre las labores propias de una adolescente, participaba de grupos donde conocía a muchas personas, salía de campamentos y también tenía distintas amistades, de acuerdo con los entornos que habitaba. Siempre fui sociable y buena onda, no me costaba interactuar con las personas, me sentía bien compartiendo con humanos y humanas que tuvieran intereses similares a los míos eso me hacía sentir feliz y acompañada.

Un día cualquiera, lo conocí, atractivo y apuesto hombre, con una evidente actitud canchera y un ego por las nubes me llamo la atención, era bastante galán, no me di cuenta cuando ya estaba embobada por su actuar. Nos fuimos relacionando un poco más hasta que tomamos la decisión de comenzar una relación amorosa. Me sentía dichosa, querida y respetada, a veces pensaba si sería este hombre ideal con el que de niña nos hacen soñar, jamás sospecharía lo que pasaría futuramente.

Estuvimos bastantes meses y años de nuestras vidas juntos, esta personalidad encantadora que me había enamorado, poco a poco comenzaba a generarme una inseguridad personal, sentía que él ya había perdido toda su lealtad hacia mí, por esta necesidad latente de sentirse en el mercado, y con esto me refiero a que debía validarse constantemente desde las miradas femeninas, sintiéndose un hombre atractivo, del gusto de muchas y apetecible.

En efecto, proyecté una carencia afectiva tan desgastante que ni siquiera pude visualizar cuando comencé a desvalorarme, me sentía pequeña, poca cosa y no digna de él. Mientras él se exponía reiteradamente en redes sociales, en múltiples ocasiones dejando ver su cuerpo a medio vestir, anhelando los elogios de las mujeres. Fue un periodo bastante difícil para mí, experimente sentimientos que jamás había vivido, la celopatía se apoderó

de mí y así como él me violentaba diciéndome que no era su culpa, yo me agotaba y agobiaba en esta búsqueda insaciable por su atención.

Claro, estaba más enfocado en la apreciación de su imagen corporal que en mí bienestar, me propiciaba constantes abusos psicológicos, barría el piso con mi dignidad, aun así, lo amaba profundamente. Quizás estaba obsesionada, era un amor importante para mí y no lo quería perder. Visualice a las otras mujeres como enemigas y muchas veces las culpaba por acercarse al hombre que yo amaba, las observaba tal y como nos enseñan desde nuestra niñez como una competencia y no como una aliada.

La opresión machista y la transmisión de patrones es tan esclavista que somos incapaces de observar lo mal tratadas que somos, como el entorno nos transforma en nuestras mayores enemigas y nos culpabiliza siempre ante una relación amorosa, atentamos contra nosotras frente a una infidelidad y no observamos que el compromiso en la relación lo tiene nuestra pareja hacia nosotras y que es él quien nos falta el respeto y daña nuestra integridad moral. Cegadas por el ideal impuesto por el romanticismo, nos enfocamos en continuar relaciones violentas y estamos dispuestas a perdonar una infinidad de aberraciones que honestamente me da vergüenza mencionar.

A veces me pregunto, ¿cuál es la necesidad de validar su masculinidad?, ¿tanto les afecta su hombría que requieren de los elogios de las figuras femeninas?, ¿son incapaces de respetar un vínculo de mutuo acuerdo? Claramente, se olvidan de esa conocida frase popular, no hagas lo que no te gustaría que te hicieran y priman su impulso sexual, satisfaciendo sus propios deseos siendo incapaz de pensar en el daño que pueden causar.

La autoestima y autoconocimiento de una mujer siempre está en tela de juicio, hacemos un trabajo de por vida para querernos, amarnos y valorarnos ante una sociedad que nos está midiendo constantemente por nuestras figuras físicas, femineidades impuestas y roles de género que debiéramos adoptar, como una práctica normal. Basta con que ocurra una situación en la vida, para que todo ese intenso trabajo de valorarnos se esfume como arena entre nuestros dedos. Dicho de otra manera, lo viví en primera persona, aquel hombre que era parte de mi vida, un sustento emocional y pasional me había traicionado una vez más.

A decir verdad, en múltiples ocasiones cometí el error de hacer vista gorda ante sus

comportamientos, normalizándolos. No obstante, ocurrió un acontecimiento con el que sería difícil de lidiar y crucial.

El sistema patriarcal, impune a nivel judicial y perturbador a nivel psicosocial, incita constantemente a los hombres a sexualizar nuestras cuerpas, siendo un objeto del cual ellos pueden opinar y mirar sin tapujo, sintiéndose con el derecho de interpelarnos sin siquiera conocernos, lo cual nos hace coexistir en una escenario público y privado de constantes vulneraciones por ser mujeres, sin importar nuestra edad, ni etapa de desarrollo físico.

Tal como señala Nuria Varela, “por cada mujer cansada de sentirse un objeto sexual, hay un hombre que disfruta utilizando a las mujeres para su placer” (Varela, 2008, pág. 275).

Honestamente esto es aberrante, mi pareja en quien confiaba y amaba me engaño con otra mujer, lo que me provoco un daño irreparable, no obstante, lo peor estaba por venir.

Cruzó la línea que marcaba un camino sin retorno, se involucró con una pequeña adolescente menor de edad y jugo con su vulnerabilidad, una chica que conocía desde niña a quien había formado por medio de una educación desde una institución en particular. Si bien estaba decepcionada de él, esta vez no solo me había dañado a mí, sino que, a una inocente y vitalizada joven, quien confió en su palabra y se envolvió en sus palabras, cayendo en su trampa.

Por supuesto que esto me alerto, pero no fue suficiente continúe junto a él por un largo tiempo, hasta que fui capaz de observar todas las conductas que había adquirido a raíz de su machismo natural, para él todo era un juego, una tontería jamás midió el daño que podría propiciar.

En definitiva, me aleje de él, he tocado el fondo de un mar hondo, el cual he pensado que no tiene fin, me he ahogado y flotado en diversas oportunidades, aprender a sobrevivir en este mundo no es fácil cuando tus propias aliadas están en contra de la hermandad, la unidad y la sororidad, pero esto no me sumergirá.

En otras palabras, este ser egocéntrico que requería de una constante validación de su hombría, me hizo ver cómo somos consumidas por las masculinidades empedernidas, sin embargo, ya nos encontramos para no soltarnos, descubrimos que somos mucho más valiosas que esta necesidad de defender su virilidad. Como consecuencia de esto, las principales víctimas de las masculinidades divulgadas, somos las mujeres, sin embargo, existen hombres que son verdugos de sus propios lineamientos patriarcales (Varela, 2008).

Nos observamos nuestros rostros, como una figura de contención y red de apoyo, ahora somos compañeras, aliadas, nos valoramos por todo lo que hemos pasado y nos fortalecemos para seguir batallando por un mundo más igualitario.

4.8 Transitando entre el suicidio y el amor propio

Durante diez años de mi vida compartí cada uno de mis días junto a un hombre quien se transformó en el ejecutor y responsable de una violencia letal. Con un hijo de por medio mantuve esta incesante relación afectiva, que se balanceaba en un vaivén de emociones continuamente.

Sobrevivía con un enorme pesar, sentía como mutilaba mi mundo espiritual, social y racional, el cual habitaba en mi cuerpo, lo resentía cada instante no comprendía por que debía padecerlo. Quien busca compartir una vida juntos, no persiste en la idea de que su existencia a tu lado es una condena, el amor no nace desde la violencia, la obediencia y tributarle honores a un otro. En definitiva, él me hacía creer todo lo contrario, sus palabras llenas de veneno me calaban hasta los huesos, me quitaban el aliento, podía percibir su altanera superioridad e inconsciente conductual.

Un día tras esta historia sin tregua de malos tratos psicológicos, este sujeto me llamo para plantearme que pensara en el suicidio como una acción, como un acto de amor él, a nuestro hijo y a mí misma. Sugiriendo que tal vez era la mejor y sensata opción para dejar de molestar al mundo. Debilitada, impactada y con la voz quebrantada le respondí un simple ok gracias por tu consejo. Estaba tan anulada que ni siquiera pude cortar el teléfono, me paralicé.

Ciertamente, detrás de esa voz temerosa y silenciada se hallaban las esquirlas de un corazón que se trizaba en mil pedazos una vez más, revivir un pasado del cual renegaba, aquel que aún no sanaba. De modo que detrás de esa llamada, estaban todos los intentos agobiantes por sacar una relación adelante, prevenir mi bienestar, sin embargo, ese camino el cual debí tomar con antelación era muy lejano de transitar. El dolor se formaba como parte de mi personalidad, como expresa María Fornet, me negaba a saber que seguiría siendo la misma mujer, una persona que experimentaba las consecuencias del dolor, cada mañana, no obstante, me ayudo a tomar una decisión determinante la cual hoy sin duda me hace responsable de en quien me transformé (Fornet, 2018).

Así pues, me replantee como mujer me pregunte si realmente esta era la vida que quería y la que merecía, que tanto estaba siendo beneficiada por este hombre imprudente y victimario, me conecte con lo que sinceramente me importaba y florecí.

Tras estar diez años con alguien que deseaba verme muerta, tuve la convicción de que el amor no sabe a sangre y autodestrucción. Aquella sensación más bien responde a un sentimiento puro y profundo el que siento por mi hijo, por ejemplo, con quien espero seguir compartiendo mis atardeceres, así como disfrutar de las caminatas que realizare junto a mis nietas, con quienes me sincerare de este oscuro periodo. Les enseñare como pueden realizarse como mujeres fuertes, como es honestamente el ser amada por un ser humano, todos aquellos proyectos son los que me permite ahora avanzar.

Este testimonio de amor propio se narra en fragmentos, recuerdos volubles, emociones ingratas y heridas que aún no sanan por completo. Según María Fornet, la búsqueda de nuestra propia voz se vincula directamente con nuestra biografía, aquellas memorias individuales y colectivas, las cuales muchas veces ignoramos, hasta que exploramos emociones y sensaciones que no merecemos (Fornet, 2018). Del mismo modo, nos invita a entregar la importancia de la autoconciencia y el autoconocimiento, pues es la manera apropiada para hallar esa paz interior, que nos es arrebatada.

Actualmente, me planteo como una mujer con una resistencia gigantesca, sin miedo, temores ni pudores, tengo el deseo de que ninguna otra compañera viva ni pase por esto.

No, nadie se debe malgastar y convivir con tanto dolor, en absoluta soledad y abatida por una toxicidad normalizada.

Precisamente por esto, las invito a ser investigadoras y conocedoras del mundo entero, que nadie las coarte he incite a atentar contra ustedes. Espero que dejen de creer en ese amor ideal, entendiendo que somo personas diversas con múltiples personalidades, realidades y experiencias, pero no se dejen denostar. Las palabras no se las lleva el viento cuanto causan un intenso malestar corporal, psicológico y emocional.

Debemos pararnos y destruir con todo aquello que necesitamos reinventar, patrones y roles de género impuestos, masculinidades y sus superioridades, sexismos y violencia hacia nosotras, las que injustamente habitamos en un planeta donde la opresión histórica ha marcado nuestra existencia. Con respecto a esto, el género no es más que un medio discursivo, que se limita a las naturalezas sexuadas, estableciendo un limitante continuo.

Considero que si yo pude todas lo pueden, me tengo a mí, a tú amiga, colega, o compañera me tienes a mí. Aquí estoy, de pie para guerrillear con todas las futuras batallas que deba enfrentar, estoy dispuesta a amar y ser feliz.

Evidentemente, tomé la mejor decisión desde el fracaso, aprendí a amarme, he asimilado el ser libre de mis acciones hoy a mis treinta y un años. Al fin y al cabo, esta es mi historia, aquella que decidí ejercer, bajo la convicción como decía Víctor Jara, de que tengo el derecho de vivir en paz, libre de violencia, y de palabras que jamás se borraran ni repararan.

En definitiva, en dicho laberinto en el cual no encontré salidas, vi la luz esa que me permitió encontrar un refugio el cual me preparo para volver a la vida, llegue a esa salida inalcanzable detoné todas las bombas que pude con tal de escapar, para que aquel laberinto no existiera jamás, pues ahora el suicidio nunca será una elección en mi vida, ya que el amor propio me revivió y me sano.

4.9 Desperté para no abandonarme jamás

Mayor de edad, a punto de ser una veinteañera parte esta memoria. Conocí a quien fue mi marido por más de veinte años, me deje encandilar por una luz que en realidad solo me llevo a la oscuridad, de la vida, de mi ser.

Conviví en una relación basada en la violencia física, psicológica y emocional, siempre esperanzada en que algún día este sujeto cambiaría y valoraría todo aquello que había hecho por él durante todos los días. Pasaron un par de años cuando el amor floreció y quedé embarazada, fui madre de un hermoso niño, quien llego a ser ese halo de luz que tanto necesitaba.

La maternidad es una experiencia que inicie, tan solo cuando estaba empezando mi vida adulta, si bien siento que es el mejor regalo que pude haber recibido, también ha sido mi mayor punto de inflexión. Persevere por años por una relación amorosa que no tenía ni pies, ni cabeza. Cada día, mes y año todo se tornaba absolutamente atosigante, me percibía tan frágil, temerosa e incapaz de salir adelante sola, que permanecí al lado de un trastornado ser, quien se encargó de hacer de mi existencia una pesadilla.

Los golpes no me daban tregua, las palabras eran heridas de guerra de cada batalla con la que lidiaba, mis emociones prácticamente eran un torbellino constante que nunca se frenaba. Me desconocía, menospreciaba y culpaba quizás no era suficientemente buena persona para estar a su lado, quizás era la mujer equivocada.

Así me angustiaba en cada momento, analizaba mis acciones intentando remediarlas, todos mis ahorros y salarios iban en post del bienestar de mi hijo y mi marido, en quienes me esforzaba por cumplir sus deseos y anhelos, pero ¿Alguna vez tome en cuenta los míos? Nunca.

Mi hijo fue creciendo y visualizando todo lo que pasaba, no era fácil tratar con la conciencia de un adolescente que había sido testigo de un ambiente tan agresivo, tan vulnerador, tan injusto. Muchas veces me cuestione como ayudarlo, me consideraba una mala madre, esposa y mujer, en este orden, pues yo siempre estaba al final de todo.

Tal vez, no quise mirar cómo me perdía, era más importante permanecer con mi familia, que mi hijo tuviera un padre presente y vernos como un vínculo inquebrantable, a pesar de todo lo que estaba oculto tras las paredes de la casa. Como mujer siempre me excuse en mi hijo, él era mi escudo protector, por quien estaba dispuesta a lidiar con los golpes, insultos y amenazas, él me necesitaba a mí y a su padre juntos. Debido a esto, me postergué, dentro de mis prioridades nunca me descubrí, ya no era mujer que quería ser.

No fue fácil, nunca lo ha sido, no sabía cómo abrir mis alas, como recuperar aquella que había permanecido dormida por tantos años. No me atrevía a emprender un rumbo sola junto a mi hijo, me sentía tan atada y dependiente de este sujeto, creía que sin él no valía nada.

La soledad irrumpía, mi naturaleza intrínseca, me atacaba, ¿cómo podría salir de todo este martirio?, ¿cómo podría pensar en estar sola, si nunca lo había estado?, ¿qué iba a sentir mi hijo?

Esta última interrogante, sin duda era la que más me perseguía, no quería tolerar un dolor de mi hijo al tener padres separados, sin embargo, continuar con este vínculo le hacía más daño, aquel que me obstine en ocultar.

Prefería estar mal acompañada que estar sola, validando la imagen de la masculinidad como si bajo ella percibiera un poder para desarrollarme como mujer, como si su aprobación fuera mi validación, como sin él no existiera un futuro prometedor.

Tras una vida, no aguanté más mi hijo ya siendo mayor de edad, a quien ya le había entregado la familia que soñaba era un hombre formado en base a mi amor fraterno, ahora era mi turno, debía recuperarme. Normalice, invisibilice y justifique una violencia desmedida, al fin llego esa oportunidad de salir de este ambiente hostil. Deje atrás esa adicción de una valoración masculina, ya no quería más, mi mente y mi alma estaban cansadas.

Tome esa fuerza con la misma que me empecine en sacar adelante a aquella familia soñada, para dejar atrás a esa mujer dependiente, frustrada y subordinada. Inicie ese camino hacia la libertad, la autovaloración y el amor propio, ese sendero tedioso que

requiere de amor y perseverancia, que necesita constancia, el cual ya no miraría hacia el pasado y solo se enfocaría que lo que hoy necesitaba, yo como mujer.

Cuando desperté, me abracé, me amé y me valoré. A mis cuarenta años recién pude ver a lo que tanto me negué, me despojé de tus lamentos, golpes y malos tratos, salí de aquella condena en la cual sola me sometí.

Dejé de aquella morada que tantos momentos de menosprecio me había hecho vivir, abandone aquel desequilibrado ser quien claramente era incompetente, por lo cual no asimilaría todo el daño que me provoco. Abandone a esa mujer del pasado, para reconstruirme desde los lamentos, la violencia y la experiencia, esa que nunca olvidaré, pero desperté para no abandonarme jamás.

Como mencionó Amelia Valcárcel, me volví sedentaria, me dedique a mi casa y hacerme cargo de mi hijo, mientras mi marido tomaba cada decisión ejerciendo una presión que me llevo al abandono absoluto de mi esencia como mujer (Valcárcel, 2001). En pensamientos basados en Olympe De Gouges, el matrimonio para mí significo una tumba del amor y la confianza, una muerte anunciada.

Al fin y al cabo, rompí con esa sentencia aceptada, deje aquel espacio de vulneración fatigante, me levante y exigiré mis derechos socioeconómicos, recuperando todo aquello que me pertenece. Ahora mi exmarido vive con otra mujer en mí casa, con mis cosas, mi sacrificio, mis esfuerzos, aquellos que no permitiré perder, estoy absolutamente sensata y empoderada. Ya te dejé y de ahora en adelante no se me olvidará, porque aquellas heridas que dejaste en mí jamás se borraran y por suerte nunca volverás.

4.10 Conviviendo con él enemigo

Veinteañera, me traslade de mi ciudad de residencia para iniciar mis estudios en la educación superior a otra región. En dicho lugar compartía departamento con unos amigos de la vida, razón por la cual no tenía ningún inconveniente, pues nos queríamos y apoyábamos mutuamente.

Hace ya dos años, habitábamos este lugar, solían frecuentarnos visitas de amigos en común o compañeros/as de la universidad, siempre en un marco de respeto por el espacio y la privacidad. Uno de los conocidos que visitaba constantemente nuestro departamento, se encontraba en sus años finales de formación profesional, realizando su práctica profesional. Semanalmente llegaba a nuestro hogar, generalmente los jueves compartíamos con mis amigos y algunos/as de sus invitados/as. Justamente, ese día de la semana, no tenía clases en la universidad, así que me encontraba tranquila en mi refugio personal, mi pieza.

En esos años, yo me encontraba en una relación sentimental, con un chico que conocí por medio de un amigo. Sin embargo, a este sujeto que llegaba a instalarse a cada jueves no le importaba nada y comencé a sentirme acosada. Empezó a realizarme comentarios y solicitudes claras, sin tapujos, ni entrelineas, a pesar de saber que estaba pololeando, me decía oye estas tan rica, tengamos sexo si nadie se tiene que enterar. Por supuesto, que me empecé a sentir muy incómoda, pues aquel sujeto yo también lo conocía hace años y su actitud tan de conquista y seducción me causaba una fragilidad física y emocional.

Como cada semana, este tipo aparecía para el día en el que hacíamos una fiesta, siempre habían muchas personas en el departamento, ahí fue cuando me di cuenta de que esto realmente me estaba afectando. En mi espacio personal, de refugio y plenitud, ya no podía vestir como quería, pues si utilizaba una falda corta o un escote, este sujeto continuaba con sus insinuaciones sexuales y acoso inmoral. Cada vez que llegaba me abrazaba fuertemente, y al oído me susurraba, que estás rica. Yo me plasmaba, como lo conocía de muchos años simplemente reaccionaba con una risa sumisa y no emitía comentario alguno. Cabe mencionar, que la sensación de malestar era constante, pues mi pareja de ese entonces también participaba de estas fiestas, lo cual me producía miedo y al mismo tiempo rabia, pues no existía respeto alguno hacía mí, como mujer.

Un día, me encontraba en el lugar donde vivíamos, con mis dos amigos con quienes compartíamos gastos. En ese entonces, ambos eran muy amigos de este sujeto, por lo tanto, él se sentía uno más de la casa. De pronto, yo estaba sentada en un sillón y este sujeto me aborda y me comenzó a plantear muchas frases de connotación sexual, lo peor de todo esto, era que mis amigos sabían de este constante acoso que cometía su amigo contra mí, no obstante, nunca hicieron nada, protegiendo sus masculinidades avalando su conducta de abuso, en simples palabras ellos eran testigos de un acosador.

Como mujer me sentía desprotegida, pues a pesar de estar conviviendo con dos amigos ellos jamás apelaron a mi malestar, ni emocionalidad ante tales interpelaciones. Incluso en algunas ocasiones ocasionaban su desplante, sinónimo de su hombría incentivando su acoso hacia mí. Generalmente, cuando esto ocurría decidía irme a mi pieza y encerrarme para no sentirme más expuesta, para no ser vulnerada, coarte mí libertad por un tipo que ni siquiera vivía en nuestro espacio, sin embargo, él se apropiaba del lugar llegando diariamente en un estado evidente de ebriedad y drogado.

Hasta que un día, yo me encontraba haciendo un trabajo para la universidad y este tipo esperó que mis convivientes se fueran acostar y me volvió a plantear explícitamente que tuviéramos sexo casual, me incitaba a que mantuviéramos una relación secreta, me intentaba persuadir diciéndome que era cobarde, intentando manipularme, estaba frustrada, yo mantenía una relación sentimental y simplemente no me interesaban sus ofrecimientos eróticos. Estaba tan harta de este constante hostigamiento, que le solicité que por favor me dejara tranquila, que yo no quería y no lo iba hacer y me fui acostar.

Sinceramente me asusté, y me fui rápidamente a mi pieza a encerrarme con pestillo, tenía miedo, presentía mi fragilidad, esto ya se estaba saliendo de todos mis limites morales y valóricos, el simplemente me veía como un objeto para satisfacer sus necesidades sexuales.

Por supuesto, esto sucedió en muchas ocasiones, la verdad es que no sé cómo tuve el valor de seguir en este círculo de acoso, estaba sola, mis amigos en vez de defenderme preferían estimular sus acciones abusivas, riéndose y dejándolo todo como una simple anécdota.

Claramente, al ser hombres siempre han sido privilegiados por este sistema patriarcal, creo que jamás le tomaron el peso a lo que estaba ocurriendo, pues ellos mis supuestos

amigos eran cómplices de un acosador sin criterios, sin pretextos, con absoluta dicha de su masculinidad y superioridad por ser hombres.

Luego de unos meses, este sujeto dejo de ir al departamento y fue ahí cuando me atreví a contarle todo lo que había ocurrido a mi expareja actualmente, para mi sorpresa el naturalizo toda la situación, ni siquiera se molestó, no hizo absolutamente nada para demostrar su respeto hacia mí, como su polola, simplemente lo dejo pasar como si fuera algo normal.

En efecto, recorrí un sendero sola con un ejército de machitos encubridores, su sexo biológico era más importante para ellos, que su empatía hacia nuestra “amistad”. Incluso se jactan de ser feministas, cuando nunca fueron capaces de apoyarme y defenderme frente a su amigo este acosador empedernido.

En consecuencia, por cada mujer que es víctima de violencia, hay un hombre que la ejerce y la niega, proyectándose como un mártir a consecuencia del feminismo, presentándose como un hombre que es provocado por la apariencia física de una mujer, mientras está rodeado de un entorno que prefiere mirar hacia otro lado, en un silencio cómplice, antes que enfrentarlo, pues su masculinidad es más grande que su propia humanidad (Varela, 2008).

Probablemente, no sea la única que paso por lo que yo les vengo a relatar, pues siempre ha mantenido en un pedestal de superioridad patriarcal, estoy segura de que muchas compañeras han vivido situaciones insufribles con él, no obstante, sus voces aún se encuentran limitadas, por miedo, por temor, por vergüenza y por credibilidad.

A veces pienso, ¿en que este hombre que tipo de profesional será? Se tituló como profesional del área educacional, incluso participaba de un grupo de educación no formal, donde transmitía todos sus machismos y micromachismos a niños y adolescentes incentivando la sumisión de la mujer. Temo por aquellas niñas, adolescentes y mujeres que deban enfrentarse a un ser tan perturbador y desequilibrado.

Actualmente, mi corazón se libera con una reflexión profunda acerca del valor de la amistad, de la importancia de erradicar estos círculos masculinos que mantienen estos machismos y avalan la objetivación de las mujeres.

Estoy convencida de que el feminismo, llego para instalarse en nuestras vidas de forma cotidiana, para cuestionarnos, querernos, apoyarnos y creernos. Si bien hemos sido históricamente desplazadas y denostadas, ya estamos hartas, ahora me despojo de mis culpas adquiridas y me prometo a mí misma, jamás permitirme ser objeto de acoso sexual.

4.11 Liberación de mis tormentos

Mi historia comenzó hace diez años, me enamore de un hombre con el cual me imaginaba la vida entera, sueños, anhelos, metas que estaba segura cumpliríamos juntos. Poco tiempo paso, cuando comenzaron mis tormentos, aquel hombre inicio una secuencia constante de violencia contra mí, tanto psicológicamente como físicamente, lo normalice, asumiendo que la devoción era parte de una relación de pareja.

Prontamente descubrí que era un adicto a las drogas duras, cocaína, pasta base, entre otras.

Asimismo, indague acerca de sus antecedentes penales y evidencie que había estado privado de libertad, por un homicidio. Mi error fue enfocarme en ser su contención y apoyo para reintegrarse a la sociedad de manera adecuada, perdiendo toda mi dignidad y emocionalidad.

Justamente por eso, le enseñe como era ganarse la vida trabajando de manera honrada, como lo hacen la mayoría de las personas, sin embargo, su interés era poco o nada. En efecto, sentía que no estaba logrando nada junto a él, cada vez que salía a comprar revisaba mi billetera y estaba sin mi dinero, fruto del trabajo que realizaba día a día. Es más, su adicción lo llevaba a un extremo límite de la confianza y empatía, pues no solo robaba mi dinero, sino que también lo hacía con mi familia nuclear, me vi encerrada, limitada, de manos atadas.

Luego, tome la decisión de alejarme de él y terminar nuestra relación, no obstante, en el estado de drogadicción, posesión y arribismo que transmitía hacia mí, me agredió brutalmente, fracturándome un hueso de mi rostro. Como consecuencia de esto, mi cara sufrió una desviación óptica de la cual aún no me puedo recuperar, pase días hospitalizada con impotencia, rabia, pero por sobre todo sentía un miedo latente.

Dado la envergadura que tuvo la situación, acudí a la justicia con la esperanza de que me pudieran dar un resguardo policial. El fiscal tomo la determinación de tenerlo en prisión preventiva dado sus antecedentes, sin embargo, el juez de garantía la denegó. Sí, ¿les parece una historia conocida? Una mujer más era víctima del sistema patriarcal institucionalizado en el Estado de Chile, en ese momento me sentía desolada, y la única

determinación fue que tomaron medidas cautelares en mí protección, claramente estas nunca fueron ciertas.

No sé cómo, ni cuándo, pero me arme de valor y no me deje amenazar, pues él inicio una persecución contra mí y mi familia, donde nos amedrentaban junto a sus amigos adictos.

Hace unos días la policía de investigaciones lo tomo detenido, por usurpación de identidad, en mis redes sociales y correos, pero nuevamente quedo en libertad como si nada hubiera pasado. Entonces pensé, ¿por qué no tomar justicia por mis propias manos?

La verdad es que contar una historia tan denigrante para mí, como mujer no es fácil, no obstante, ya no quiero vivir con miedo, quiero caminar por las calles sin saber que andará en mi asecho.

Actualmente, tengo una medida cautelar por solo ciento veinte días, a pesar de su intento de femicidio tras la brutal golpiza ocasionada, a pesar de todo lo que tuve que pasar, el Estado nunca garantizo mis derechos como mujer. Hoy doy la cara por muchas voces ocultas, quienes aún no se atreven a gritar, esta es mi vía de escape, mi respiro y mi aliento, pues seguir nunca será fácil, pero de corazón espero que mi memoria quede en sus recuerdos y que nunca más se sientan solas.

Aprendí, de mí de quien soy ahora y de quien me quiero convertí, comprendí que como dice Frida Kahlo “Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devoré desde el interior” (Fornet, 2018, pág. 28). Y solo así, me liberé de mis tormentos.

4.12 Aliado encubierto, misoginia y victimización de un ser indolente Era el año dos mil dieciocho iniciaba un nuevo semestre universitario, cuando me vi expuesta a una herida que sigue abierta. Luego de las clases iniciales, junto con un grupo de compañeros y compañeras de carrera nos dirigimos a un parque cercano, consumimos alcohol y compartimos de una intensa tarde de verano. Pasaban las horas y sentía como esta sustancia hacia efecto en mi cuerpo, estaba pendiente de un amigo de ese entonces quien residía en la misma comuna que yo, razón por la cual nos iríamos juntos, él me entregaba una seguridad adecuada, estaba tranquila ya que en un par de horas el me dejaría en la puerta de mi casa.

Fue en una cosa de minutos, cuando este sujeto me propone que vayamos a la casa de un compañero, que la mayoría del grupo se dirigiría hacia allá, no lo dude y acepte. Al llegar al domicilio de aquel conocido, me percate que era la única mujer que estaba allí, me incomode, pues se suponía que habrían otras más en este lugar. Me puse de pie y mire sigilosamente por una puerta, allí se encontraban dos de mis compañeros aspirando sustancias ilícitas, lo cual me hizo sentir vulnerable, no quería que me obligaran a hacerlo, de pronto tome mis cosas y arranque, sin mi amigo, camine por las calles sola, mientras el alcohol hacia su efecto, mi cerebro se apagó en breves segundo, cuando desperté viví mi peor pesadilla.

Recuerdo haber huido y dirigirme hacia la locomoción colectiva, no tenía interés alguno en compartir con sujetos que estaban teniendo una conducta que me violentaba personalmente, por lo tanto, preferí regresar a mi casa, cosa que nunca paso. En el momento en que abrí mis ojos, me descoloque no sabía dónde estaba, ya había amanecido y cuando me mire no lo podía creer. Estaba a medio vestir, desnuda en la parte superior de mi cuerpo, con los pantalones a media rodilla, acostada en una cama con la puerta media abierta. Mi mente no fue capaz de racionalizar en aquel momento, intente recordar, pero me era imposible, me vestí rápidamente y tome la decisión de irme. Cuando salí de la pieza, estaban todos estos compañeros de carrera allí, algunos con mirada baja, otros perdidos o directamente no me observaban, ninguno quería establecer un contacto visual directo conmigo, sospechaba que algo ocurría, pero no me atreví a preguntar, me sentía avergonzada. En efecto, tomé mis cosas para irme, cuando todos reaccionaron y decidieron abandonar aquel lugar, nos fuimos juntos cada uno con destino a sus

residencias. En tanto caminaba pensaba, ¿qué habrá pasado? Sin embargo, ignoré mi instinto y decidí seguir como si nada hubiera ocurrido.

Luego de un par de días, mi corazón presentía que algo andaba mal, si yo había tomado mis cosas para irme ¿Cómo fue que regrese aquel lugar? ¿Por qué me encontraba semi desnuda en una pieza? ¿Por qué ninguno de mis conocidos quería mirarme aquel día? Y así analizaba muchas otras interrogantes que no podía reconstruir. Desde luego asistía a clases como era de costumbre, dos meses después de pronto todo cambio. Me enteré de que había sido abusada y violada, sin mi consentimiento, pues a pesar de todas las versiones que construí a partir de los relatos de múltiples personas, no fue hasta un día que asistí donde una terapeuta cuando le tomé el peso a todo esto. Ignoraron mi estado etílico, se guardaron su humanidad en el bolsillo, mientras enceguecidos por sus deseos carnales se apropiaron de mí como si fuera un simple objeto. No obstante, esta historia de vulneraciones recién comenzaba.

Bastaron un par de semanas, para que me acercara a mi mamá a comentarle todo aquello que me había sucedido, jamás me esperé lo que ella me diría, se tomó todo a la ligera diciendo que mis compañeros me estaban jugando una broma, que como habrían abusado de mí y que era mi culpa por estar borracha y no haber regresado a casa. Impactada, estalle en un mar de lágrimas, la indolencia de mi madre me destrozó, luego me exigió que me fuera a mi pieza que no quería escucharme sollozar, que dejara de dramatizar.

Sola, segregada y angustiada, pasaba mis días, intentando escabullirme del mundo, no quería sentirme culpable, quería dejar de recriminarme. El entorno cercano poco a poco se fueron alejando de mí, estaba sola, me sentía sucia, estúpida y victimizada. Sentía vergüenza, rabia y repudio hacía mí, no sabía a quién recurrir, entonces tome una decisión errada y llame a mi expareja para que me consolara.

Al contarle la historia aquel hombre que decía amarme por sobre todas las cosas, me enjuicio y sentencio al igual que mi madre, amigas y compañeras, acepté todo aquello que dijo contra mí aquel día, pues era cierto, yo tenía la culpa de que hubieran abusado de mí, al menos eso creí, avalando la tortura que desde ahora comenzaría a transitar.

ÉL me culpaba de manera reiterada, yo lo amaba locamente y decidimos retomar nuestra relación, lo cual detono una gran ira y resentimiento de él hacia mí, atentando contra mi integridad personal y denostando lo que me quedaba de dignidad. Entonces se inició un círculo de violencia continuo, se refería hacia mí de forma muy hiriente y despiadada, se apropió de mi culpa y se victimizo por aquello que me había ocurrido. Mientras yo anhelaba estar junto a él y retomar aquella relación basada en respeto, amor, cariño y constantes risas, me ahogaba en un vaso de agua en el que yo misma me había sumergido.

Ya nada era como antes y nunca lo volvería a ser.

En consecuencia, fui víctima una vez más, ahora de aquel hombre en el que busque contención, amor y respeto, ese sujeto del cual estaba perdidamente enamorada ya se había marchado, actualmente me encontraba frente a un psicópata empedernido, quien alimentaba su ira y desamparo desde mi vivencia, me culpaba por hacerlo victimario, por llevarle este pesar a su vida el cual nunca lo liberaría. Sí tal como lo pueden leer, este hombre con quien seguí por dos largos años de mi vida sería una bestia desatada, me llevaría al peor de los mundos, me haría sentir asquerosa, culpable y responsable de cada una de mis acciones que desencadenaron un instinto animal de estos hombres abusadores, que solo querían sentir como sus masculinidades se engrandecían desde su superioridad hacía mi imagen femenina.

Aún me creía en que él era el hombre de mi vida, quien me ayudaría a resurgir de mis cenizas, dándome un valor que me habían quitado, bajo la ilusión de que alguien podía amarme a pesar de todo a pesar de no sentirme digna de nadie. De modo que, en tanto me empecinaba en nuestra relación de amor, él aumentaba sus conductas irreverentes y de victimización. Me enjuiciaba por hacerlo sentir un hombre que me había fallado, los insultos fueron cada vez más violentos, manifestando explícitamente, que él me abandonó y por esto yo andaba saltando de pene en pene, me decía que me hacía la víctima cuando yo me había lanzado a sus garras. Jamás lo cuestioné y mucho menos lo interpelé.

Cada palabra, improperio e insulto que salía por su boca lo justificaba aludiendo a que me estaba ayudando a ser más fuerte, fui literalmente un saco de boxeo ante sus interpelaciones inhumanas, siempre me sacaba en cara su herida, sí aquella que yo le había generado al contarle todo lo que me había pasado, evidentemente él se creía

vulnerado y quería tomar la justicia por sus propias manos, haciéndose ver como un héroe en mi vida, cosa que en realidad no sucedió.

Sin ir más lejos, se convirtió en mi mayor abusador, mientras yo quería sobrevivir a todo esto asistiendo a terapias que me ayudaran a continuar con mi vida, cada vez que salía de estas él cuestionaba cada uno de mis avances, retrocediendo de manera constante y volviendo a esta pieza oscura de la cual no podía, ni me dejaba salir. Evidentemente, desato la autodestrucción de mi ser, ya no me quería, valoraba ni mucho menos justificaba el seguir habitando este mundo. Por ende, tomé prácticas suicidas, rasguñaba mis brazos de impotencia con tanta fuerza que dejaba grandes heridas, me cortaba intentando castigarme por todo lo que me había pasado.

Me perdí completamente, ahora era víctima de una cibermisoginia, el amor de mi vida, al menos así lo creía hasta ese momento se empeñaba en subir imágenes a sus redes sociales que me hicieran sentir asquerosa, avergonzada y culpable. Me intoxiqué con su propia medicina, empecé a fumar de manera excesiva, sentía que era una simple basura, que no merecía seguir con vida. Él me subestimaba día tras día, burlándose de lo que había vivido, exponiéndome ante el mundo de las redes sociales como una mujer estúpida, poca cosa y víctima. Siempre le solicitaba que dejara de subir contenido que atentara contra mí, a lo cual él respondía “al que le caiga el sombrero que se lo ponga” constate como generaba un odio hacia mi condición de mujer y se aprovechaba de mi experiencia para presentarse como un sujeto consciente, quien defendía causas como el feminismo, la igualdad de las personas y la importancia de los pueblos originarios, entre otras. Era el hombre más irónico al que me había enfrentado jamás, ¿dónde estaba aquel sujeto del que me había enamorado? Ya no quedaba rastro alguno de él, hoy se había convertido en una consecuencia de los patrones patriarcales que adquirió tanto de su herencia familiar, como de su sociabilización con el mundo actual. Era un abusador y perpetrador de mi libertad, me violentaba por redes sociales de manera desenfrenada, todo su entorno sabía lo que me había ocurrido y él no tenía pudor alguno en hacerme sentir la mujer más repugnante, descuidada y foco del juicio público, era la carne que alimentaba su ego y victimización.

Debido a esto, comencé a abrir mis ojos, aquellos que estaban cubiertos por una venda oscura la cual yo misma me había atado. Reaccioné tras dos años, y tomé la decisión de terminar esta relación, él se enfureció prácticamente todo lo que hacía era por mí

bienestar, revirtió la situación como era habitual haciéndose ver como el principal damnificado por esta situación. Pensé que esto lo alejaría de mi vida para siempre, sin embargo, hasta la actualidad sigo siendo foco de su atención y peor aún me toma como ejemplo en su bandera de lucha contra las vulneraciones que vivimos por el hecho de ser mujeres, tiene la patudez de mostrarse ante la sociedad, como un hombre honrado que se desvive por las causas sociales, sin embargo, no es más que un ser perverso he indolente.

No veo ni entiendo cuál es su lucha, si es un machito violento al igual que aquellos que abusaron de mi hace un par de años, quien busca interponer su superioridad en base a su sexo por sobre las mujeres. No me deja de sorprender su desfachatez, hoy opte por achicarte la cancha, porque no entendiste nada. Aún sigues creyendo que el mundo gira en torno a tus pies, espero que algún día logres visualizarte como un abusador y violento ser y no dañes a nadie como me dañaste a mí.

Rebalsaste mi vaso, erradicaste mi sumisión, arrancaste esa venda al fin de mi vista, la cual nunca volveré a poner sobre mis ojos. Como diría María Fornet, ser mujer en un mundo de hombres no es fácil, menos aun cuando vivimos bajo el alero de un ambiente hostil, excluyente y discriminatorio (Varela, 2008). Acepte por años la violencia de género online que me propiciaste, la cual adquiriste de este nefasto sistema patriarcal estructural. Me controlabas por medio de las redes sociales, me humillaste como se te dio la gana, me aislaste de mi entorno social, fui tu posesión más atesoraba, hacías conmigo lo que se te antojara, ahora me perdiste porque yo me recuperé.

Tengo certeza de que no será un camino fácil, pero hoy me siento más fuerte que nunca, gracias al feminismo, hoy confió en mis instintos, por encima de todo. Ahora me planteo como una mujer consciente, libre e idónea para interponerme a las miradas de un mundo lleno de prejuicios, que abandoné, cuando cerré aquella puerta de esa pieza, que jamás volveré abrir.

Después de todo entendí, que aquella culpa y vergüenza que tanto sufrí, no era más que una respuesta de este sistema que nos incita desde nuestra niñez a vernos como la parte inferior de la humanidad.

Hoy dejo atrás las presiones, las angustias y los temores, me levanto frente al mundo como una voz que ya no acallaran jamás y que gritaré cuando otra se vea enfrentada aquello que se transformó en la peor de mis pesadillas. Ya no te tengo miedo y mucho menos compasión, con valentía y amor te enfrento y te digo, ya se acabó tu juego aliado encubierto.

Alzo mi voz por aquellas que ya no están y que no regresaran por culpa de este Estado que es un juez y nos juzga por nacer, como dirían las tesis en su reconocida acción social, que nos invita a empoderarnos, a ser compañeras de batallas y a dejar atrás aquella opresión que nos ha sido innata durante la formación de nuestra identidad.

Nos deconstruimos para ser más fuertes, más unidas y exigir justicia por las que logramos dejar atrás, víctimas de aquellos abusadores, aliados encubiertos, misóginos e indolentes.

Nos abrazamos por aquellas que ya no están, desperté y nunca más me podrán dormir sin mi consentimiento, soy dueña de mi vida y jamás se me olvidará.

4.13 Un amor que me transformó en una guerrera Hace seis años aproximadamente, me dirigía a un bar con un grupo de amigas y amigos, entre copa y copa mire fijamente a los ojos de un alto y guapo hombre, de pronto se dirige a nuestra mesa, pues conocía a uno de mis amigos. La noche cedía ante las tentaciones de un brebaje que cada vez aumentaba su dosis, conversamos un rato y de ahí en adelante pusimos en marcha nuestra relación.

Luego de tres citas ya estábamos en una relación formal, yo era madre de un hijo y el por su parte también de similares edades, de modo que, en un par de años, decidimos tener como dice el dicho los tuyos los míos y los nuestros y así nació nuestra hija. Hasta aquel momento todo iba hasta ese momento, nuestras familias tenían una grata relación y la verdad es que ser madre después de algunos años era un total desafío.

En cuanto al ámbito laboral, él se dedicaba a terapias holísticas, mientras que yo me he mantenido por más de 10 años en una institución pública, lo cual sin duda nos pasó la cuenta, pues finalmente era yo el sustento del hogar, así fue como comenzó a dilucidarse su verdadera identidad machista.

Al pasar unos meses él se quedó sin trabajo, por tanto, se dedicó a cuidar a nuestra hija, siendo honesta esta situación a mí no me generaba ni un problema, pues éramos un equipo y en la relación debía existir apoyo mutuo. Sin embargo, las cuentas y las deudas comenzaron a aumentar, razón por la cual mi hija comenzó a asistir a una sala cuna, para que él pudiera retomar su vida laboral. Siempre le gustaba cantar y se un poco el centro del mundo, debo reconocerlo ahora, así fue como con un parlante y un micrófono salió a cantar a las calles y bueno evidentemente la superficial mirada del público, sumado a su talento lo hacía ganar un aporte de dinero al hogar. Nuestra relación en tanto seguía bien, a tal extremo que me había pedido matrimonio, el cual aplazamos por un tiempo por necesidades económicas, él se llevaba estupendo con mi hijo y yo por mi lado intentaba darle todo mi afecto al suyo como si fuera mío.

Así los años pasaban, las deudas aumentaban, sus proyectos caían y la violencia se hizo presente, poco a poco inicio a maltratarme psicológicamente, pues evidentemente mi

cuerpo había sufrido cambios lógicos tras el embarazo, no obstante, siempre he sido de estatura baja y delgada, aun así, me hacía nefastos comentarios.

Posteriormente, comenzaron sus arrebatos, la ira lo consumía en un estallido de emociones, me empujaba, zamarreaba y golpeaba, la media el doble que yo de estatura, por lo cual podrán visibilizar al nivel de violencia que fui expuesta. A pesar de todo seguí con él, pensando es que solo era un momento desafortunado que lo hacía tener esas reacciones conmigo, pensaba en nuestra hija y en la familia que habíamos formado, lo di todo por sacar a flote nuestra relación.

No me esperaba que ante mi sumisión y amor hacía el estar justos, se convertiría bajo su perspectiva una dinámica que le provocaba mayor rabia, me enteré de que me engañaba y recién en ese momento decidí dar un paso al costado, pues ya me había vulnerado demasiado.

Llego la pandemia y con ello la distancia, los conflictos las visitas a nuestra hija entre otras problemáticas, de las cuales no estaba dispuesta aceptar ninguna actitud violenta.

Razón por la cual, decidí ir a pasar este periodo junto a mis padres, pues el teletrabajo como a la mayoría de las personas las consume y así también recuperarme y sanar mis heridas.

Este tiempo no ha sido fácil, pero me ha servido para darme cuenta de quien soy y valorarme, para dejar de entrar en relaciones toxicas donde no existe la reciprocidad, donde el amor no se entrega de una misma manera, pues descubrí que me merezco oportunidades y mejores personas en mi círculo.

A pesar de que esta es una batalla que vivo en la actualidad, he optado por no vencerme tan fácilmente, ya que la vida me ha entregado suficientes herramientas para saber cómo defenderme judicialmente, para mí el resguardo y la protección de mis hijos es fundamental, y en este sentido el feminismo me ha servido para darme cuenta de que yo sí debo ver la vida desde estas gafas moradas, donde nos permite encontrarnos con tantas mujeres que han pasado la misma situación que una. En definitiva, hoy estoy renovada, tome el valor que había perdido para ser, una mujer empoderada de mi vida, una guerrera.

5. CapĂ­tulo V: Usurparon mi inocencia, vulneraron mi conciencia, en mis memorias vive un pesar en base a la impunidad judicial.

5.1 Juegos de niños, abuso escondido Hace más de veinte años que tengo un recuerdo constante, una sombra que me congela, una memoria que me aterroriza y a la vez me libera. En los años de mi niñez, tenía un círculo familiar bastante extenso, la familia de madre acostumbraba a visitarse y compartir en distintas celebraciones o incluso en un fin de semana habitual. Por lo cual, la mayoría de los días que no iba a la escuela me encontraba visitando algún cercano junto a mis padres. Generalmente, la dinámica se basaba en una gran cantidad de comida, tragos y conversaciones entre los adultos, mientras que los niños, niñas y adolescentes de la familia compartíamos juegos, disfrutando cada momento para entretenernos.

Fue así como en una de esas visitas de fin de semana, partimos junto a mis padres a la casa de un tío, y su actual pareja. Aquel hombre, nunca me simpatizo porque tenía conductas abusivas acerca de las mujeres de su entorno, verbalizando y realizando constantemente acciones que evidenciaban su machismo permanentemente. Bueno vale decir que su imagen siempre me repugno, personalmente hasta el día de hoy, pero no es lo que me lleva a recordar estos momentos, sino que más bien, quisiera hablarles acerca de mi primera situación de abuso sexual.

Anteriormente les señalaba, que, durante estas jornadas habituales de la familia en estos años, nos separábamos de forma etárea para compartir, así fue como conocí a distintos niños y niñas del entorno personal de la señora de mi tío, quienes hasta ese momento vivían en un ambiente con muchas necesidades económicas, recuerdo el barro, los baños de pozo o literas, la casa de madera como si mi mente nunca dejara de inmortalizar aquel lugar. De modo que, pasábamos horas solos segmentados por grupos, los adultos y los niños y las niñas buscando cosas por hacer, como resultado de esto conocí aquel adolescente que se convirtió en mi primer abusador. Hijo de la señora de mi tío, este sujeto que parecía ser amigable, siempre estaba dispuesto a participar de nuestros juegos siendo parte de nuestro grupo de diversión, a la antigua como se podría decir ahora, por medio de distintos pasatiempos como la escondida, la pinta, hacer carreras, entre otros.

En una de las tantas visitas que realizábamos a estos seres cercanos, me encontré sola, ya que no había más niños y niñas para divertirme entre tantos adultos, hasta que apareció él. Me invito a que fuéramos al patio a jugar y me indico una ventana que estaba abierta

donde se encontraba una cama, se subió a la ventana y de un salto se lanzó a la cama, diciendo que esta vez aprendería un juego nuevo, el montoncito. El objetivo del juego era subir a la ventana, saltar a la cama con una caída que me permitía estar en una posición acostada y luego él se lanzaba sobre mí ya que el montoncito se trataba prácticamente de que una persona estuviera encima de la otra. Al principio me parecía peligroso lanzarme de esa ventana a la cama, era solo una niña y lo encontraba un riesgo, no obstante, él estuvo alentándome constantemente para que me atreviera y así fue como lo hice. Una vez que yo saltaba y quedaba acostada sobre la cama, le correspondía su turno, quien caía sobre mi espalda, boca abajo, comenzaba a moverse y luego me decía hagámoslo otra vez. Claramente correr por la puerta, salir al patio, subir por la ventana y saltar a la cama parecía ser una acción bastante atrayente para pasar esos largos días familiares donde la entretención era nuestra misión.

Cabe señalar que este juego o pasatiempos se repitió en bastantes ocasiones, sin embargo, me llamaba la atención que él quisiera hacerlo cuando no había más niños y niñas, lo cual me pareció muy raro, hasta que un día cuando estaban todos y todas les dije juguemos al montoncito y vi su cara de terror a lo que él respondió no ese es muy aburrido, mejor juguemos a las escondidas yo cuento.

A pesar de mi inocencia y edad entre los 8 y 9 años, mi mente inquietante no me dejaba en paz, siempre me preguntaba que estaba pasando, por qué solo podíamos jugar cuando estuviéramos solos, sin comprender lo que ocurría cada vez. Nunca olvidaré una de las últimas veces que me invito a realizar esta actividad y comencé a sentirlo sobre mí que se movía, percibí algo firme en sus partes íntimas como en la época hacían llamar a nuestros genitales, lo cual me paralizó seguido de un susurro en mi oído, te gusta, me impacte, no sabía que estaba pasando, así que solo recuerdo haberme parado rápidamente, salir de esa pieza y correr donde estaban los adultos compartiendo entre ellos mis padres.

Pasaron los años y esta situación no volvió a ocurrir, esta familia se cambió de casa, yo crecí, me transformé en adolescente y, aun así, intentaba analizar cuáles eran sus intenciones en ese momento. Mis padres siguieron en contacto y visitas recurrentes a estas personas, seguí viendo este adolescente que se convertía en hombre, hijo de una madre que rehízo su vida, pensando en entregarle un mejor pasar, a costa de constante situaciones de violencia intrafamiliar por parte de su pareja hacia ella y su hijo. Tiempo

después por distintas instancias y acontecimientos familiares mis padres se alejaron de ellos hasta el día de hoy, manteniendo una relación de cortesía si la ocasión lo amerita, pero ya no siendo parte de su núcleo cercano.

Crecí, me desarrollé, investigue y reflexione, quizás cuantos años tuvieron que pasar para darme cuenta de que de niña fui abusada sexualmente por un sujeto, que probablemente pensó que nunca me daría cuenta de lo que está haciendo. Considerando que de niña en mi inocencia jamás supe lo que estaba pasando, seguí mi vida silenciada, en ningún momento se me ocurrió siquiera comentarle a mi madre lo que había pasado, ni mucho menos a mi padre, quien por esos años también transmitía muchas actitudes basadas en micromachismos que con el tiempo se han ido reestructurando. Tenía miedo ¿quién me iba a creer?

En tanto que, vivo hasta la actualidad con esa sombra que me atormenta, ya que mi mente nunca dejará ir a esos recuerdos, porque para ser honesta esta es la primera vez que me atrevo a contarlo. Fui víctima de abuso sexual infantil, a principios de los años 2000, cuando la superioridad desde las masculinidades era más frecuente que hoy, cuando la devoción de las mujeres hacia el patriarcado fueron normalizadas incluso por ellas, transmitiéndoles esa educación a sus hijos e hijas.

Hoy más que nunca vivo en busca de la justicia social, de la protección a los y las menores, de la sentencia a los abusadores, de una enseñanza que te reconozca como un sujeto de derechos, que te entregue la facultad de exigir obligaciones y garantías para tú seguridad personal.

Cuando hablar de abuso, no estaba permitido, cuando las madres y padres se sentían seguros de que sus descendientes anduvieran junto con otros niños y niñas divirtiéndose, cuando los juegos de niños se convirtieron en abusos escondidos, desperté para luchar, para enseñar y transmitir que estas situaciones las debemos erradicar y es parte de nuestra responsabilidad social, humana y personal.

5.2 Inocencia arrebatada, deshumanización reflejada Crecí en un núcleo familiar humano, afectivo y social muy amable, quienes me inculcaban valores los cuales constantemente reflejaban mi personalidad. Con mi familia vivíamos en la región Metropolitana, específicamente en la comuna de La Florida, teníamos un entorno amigable, razón por la cual, siempre salíamos a jugar junto a mi hermano a una plaza cercana.

En una de esas salidas cotidianas, le solicitamos dinero a nuestra madre para comprarnos un helado mientras nos divertíamos en este espacio social. Lo habitual en aquellos tiempos era el conocido trululú o centella, unos helados clásicos desde los años noventa, accesibles para el bolsillo de cada familia pues si mal no recuerdo solo costaban cien pesos. De modo que, nos dirigimos felices hacia el negocio, luego de jugar, correr y saltar a comprar nuestros helados y emprender rumbo de vuelva a nuestro hogar.

Cuando caminábamos por nuestro vecindario, comiendo los refrescantes sabores de naranja y chocolate nos interceptó un auto blanco, dentro de él se encontraba un sujeto quien vestía terno y corbata, al parecer era un hombre bastante formal, bajo su ventana y me solicitó que me acercara nos encontrábamos a media cuadra de llegar a la casa. Por supuesto que accedí, mi inocencia de niña y mi mente sin etiquetas ni prejuicios no me alerto de que algo malo podía suceder. Entonces, llegué al lado de su ventana y me pidió si le podía dar un poco de mi helado, no lo dude ni un segundo y se lo pasé, pues mis padres siempre me habían enseñado a ser solidaria, por lo tanto, compartir mi helado solo reflejaba los valores que ellos me enseñaban. Mientras se comía mi trululú este tipo me pregunta ¿te gusta esto? Lógicamente que yo pensaba que se refería a mí helado, por lo cual, respondí que sí. De pronto, no sé por qué se me ocurre bajar mi mirada y observo que aquel sujeto desconocido, quien parecía ser una persona normal, se encontraba frotando con su mano su pene. Rápidamente, al darse cuenta de lo que presencie me devuelve mi helado y yo sigo caminando, encontrándome con mi hermano, para continuar de regreso a nuestra casa. Desde luego que no entendía que pasaba, no obstante, ya no tenía ganas de comer este helado, el cual había sido chupeteado por este sujeto raro, así que se lo ofrecí a mi hermano, quien no se había percatado de todo lo que recientemente había vivenciado.

Al llegar a nuestra morada no emití ninguna palabra, ni siquiera a mis papas, ya que esta situación en alguna medida me había hecho sentirme avergonzada, cerré mi mente y lo oculté. Al pasar un tiempo y a mis diez años decidí abrir esta puerta, que había cerrado al igual que aquella ventana del auto blanco de este sujeto. Me relaje y les relate a mis padres lo que había sucedido, ambos quedaron horrorizados, quizás no se podían explicar cómo podía existir alguien tan trastornado, o por qué no tuve la valentía de contarles en el momento que había pasado.

Un tiempo más tarde, cuando ya tenía once años, recuerdo que tuve una clase en el colegio, donde la profesora nos entregó ejemplos de abusos sexuales, donde mencionó que mostrar el pene a una menor era un tipo de abuso. Recién ahí comprendí todo lo que me había pasado. Un sujeto cualquiera que había circulado por mi entorno social había abusado de mí, arrebatándome mi inocencia, aprovechándose de su masculinidad y dejando entrever su claro desequilibrio mental. Vulnerando mi derecho a la libre expresión, haciéndome sentir culpa por un abuso cometido contra mi bienestar personal, sentenciaron mi inocencia y mi seguridad personal en la esfera social, me vi envuelta en una situación que me expresó lo más nefasto del ser humano, que es la precisamente la carencia de humanidad y el criterio lógico de respetar a una menor de edad. Actualmente, mi lucha es social, feminista y humana, ya que ninguna niña, niño o adolescente debiera sentirse abusado ante un Estado garantista de nuestra seguridad, integridad y dignidad.

5.3 Sepulté mis heridas y renací como una flor viva Hija de padres separados desde mi infancia, he crecí junto a mi hermana con quien tenemos cinco años de diferencia, en un ambiente donde era parte de nuestra cotidianeidad el ir cada quince días a visitar a nuestro papá. Cada vez que concurríamos a este lugar, donde vivía junto a sus padres, es decir, nuestros abuelos paternos fuimos víctimas de un pasaje difícil de superar, pero no imposible de conllevar.

Cuando mi madre nos iba a dejar a la casa de sus exsuegros, eran ellos quienes se hacían cargo de nosotras, pues a pesar de que concurríamos para pasar tiempo con nuestro progenitor, él se desentendía de su labor quedando al alero de los abuelos. Desde muy pequeña tengo ingratos recuerdos de episodios de ansiedad, me visualizo abriendo el refrigerador constantemente en busca de alimentos que calmaran esta sensación, pero fue hasta mi adultez que encontré las respuestas estas conductas.

Desde la ingenuidad de niñas iniciamos un juego con el abuelo, era bastante divertido, lo cual solo con los años constataríamos que era un abuso encubierto. Al llegar a su hogar él siempre nos llevaba al dormitorio, mientras mi abuela hacía distintas labores del hogar, las cuales evidentemente no compartían pues vivían bajo la lógica de que la mujer era quien debía cumplir con este rol. Entonces, con mi hermana muy felices corríamos a divertirnos con aquel sujeto, sí, nuestro abuelo, quien perspicazmente nos manipulaba mientras nos abusaba. Desde mi mirada era un simple juego, nos decía niñas pueden dar volteretas en la cama una especie de vuelta carnero, conocido dicho de la esfera social chilena, lo que básicamente consistía, en que nosotras hacíamos dicha acción y al llegar al otro lado de la cama él nos estaba esperando para rozar su pene con nuestros cuerpos.

La verdad, es que era una actividad bastante habitual y no sería la única instancia de vulnerabilidad.

Desde luego, pasaron otros sucesos que recuerdo, mientras almorzábamos generalmente, por debajo de la mesa él con su pie tocaba nuestras vaginas, en cierto punto me incomodaba, pero solo era una niña de seis años ¿cómo iba a saber los que estaba haciendo? En otras ocasiones, nos llevaba de paseo al centro, el progenitor de mi padre nunca usaba ropa interior y los bolsillos de sus pantalones estaban rotos, cuando caminábamos por las veredas, mirando en las tiendas, distintas cosas que queríamos como

dulces, juguetes o helados, él nos hacía meter nuestras manos en sus bolsillos para acariciar su pene y como premio nos compraba lo que nosotras le solicitábamos, por lo tanto, era una especie de acción y recompensa. A nosotras nos hacía muy feliz, pues recibíamos un premio a cambio, sin dudar la maldad de lo que él nos estaba efectuando.

Realmente, desconozco si mi abuela sabía lo que él nos hacía o solo lo observaba con altura de miras, pues jamás en esos tiempos se habría atrevido a interpelar su actuar. A veces siento, que todos estos abusos eran justificados por ella, pero es una interrogante que no podré resolver. Nunca sentí miedo, ni siquiera se lo comentaba a mi madre, ya que tanto para mí como para mí hermana, estas eran las artimañas de un hombre que nos vulneraba, desde nuestra inexperiencia, la cual no nos podía alertar de que lo que nos hacía estaba mal. En absoluto nos pidió que fuera nuestro secreto, pues él sabía muy bien que no éramos capaces de dilucidar sus abusos.

Justamente por esto, a los once años aproximadamente me empecé a orinar en la cama constantemente, mi madre no le encontraba explicación alguna, mi cuerpo estaba tratando de transmitir un mensaje, pidiendo auxilio, sin embargo, para ella era un simple berrinche de niña, razón por la cual se molestaba mucho, propiciándome golpes y malos tratos cuando sucedía nuevamente. Como consecuencia, perdí el control de mi esfínter y cada vez que sentía miedo o inseguridad me orinaba.

Consiguientemente, me aferré a la comida, sufría de emociones que simplemente no podía dominar, me iba a dormir y me despertaba mojada, una situación que me incomodaba y afectaba pues al darme cuenta, sabía que mi madre vendría enfurecida a reprocharme por qué lo hacía una y otra vez. En ese entonces, mi abuela materna se levantaba por las noches a revisar si estaba orinada, tomaba las sabanas y las lavaba a escondidas de mi madre, tal vez intuía una anormalidad. Continuamos visitando el hogar de nuestro padre, hasta que en un instante mi madre activo su intuición, notando actitudes tanto en mí como en mi hermana que le causaban extrañeza, regresábamos con mucha tristeza y una emotividad que reflejaban nuestra angustia, en ese momento tomo la decisión de no enviarnos nunca más aquel lugar. En efecto a los once años, perdí todo tipo de contacto con mi padre y su familia, desde allí en adelante, mi desarrollo personal comenzaría a reflexionar acerca de todo lo que había sufrido en esa casa.

En mi adultez, decidí pedir ayuda profesional y solo gracias a ese instinto que no me dejaba respirar con tranquilidad, empecé a recordar cada uno de los incidentes que había sufrido abuso por parte de mi abuelo, quien se aprovechó de mi niñez, inocencia y carencia de conocimientos para vulnerar constantemente mi integridad física y mental.

Cabe destacar, que mi madre durante toda su vida ha trabajado en el área de la salud, no obstante, jamás nos entregó una educación sexual, ya sea en cuando al cuidado de nuestros cuerpos, sexualidad o intimidad. Prácticamente, nos transformamos en una presa fácil para aquel maltratador.

En definitiva, todas las situaciones de vulnerabilidad que había padecido a temprana edad dejarían grandes secuelas en mi salud mental, siendo diagnosticada con un trastorno de personalidad. Por ello, sigo conviviendo con un miedo latente, el cual se apodera de mis capacidades y cada vez que me siento frágil o desprotegida me orino. Se instala en mí la culpa, me sentía absolutamente responsable de cada una de las acciones que dicho sujeto me había realizado tanto a mi como a mi pequeña hermana.

Tras quince años de silencio, tome el valor de contarle toda esta historia a mi mamá, nunca olvidaré su reacción, fue indolente, carente de empatía y valentía, diciéndome que como se me ocurría inventar tamaña calamidad. Me impresionaba su actitud, me devaste por completo. Cuatro años más tarde mi hermana le confirmo la situación, recién en ese entonces nos creyó, había fallado como madre, a pesar de esto nunca se hallaría responsable.

Queda claro que, hasta la actualidad, sigo trabajando en mi plenitud personal, lo que me ha permitido hablar de todo esto, sin culpa, sin rabia, ni pena. Siempre recordaré el día en que ese repulsivo ser partió de este mundo, solo en ese momento experimente una sensación de alivio, fui a su funeral solo porque tenía que verificar que el quedaría bajo la tierra, como cada uno de los abusos que me perpetro. Lloraba a mares, cualquiera habría pensado que era por mi profundo amor a él, sin embargo, para mí fue una terapia, ya estaba lista para reiniciar mi vida enterrando junto a él cada uno de los recuerdos que me invadían.

Ahora me veo distinta, como una flor que comienza a tener vida, como un suspiro de alegría, construyendo una armadura, que, a pesar de seguir con mi incontinencia urinaria, he logrado sobre llevar con la crianza de mi hija. Hoy me paró y vivo por ella, a sus once años le conté todo lo que había vivido, siendo clara y honesta, no quería por ningún motivo que ella repitiera mi historia, debía entregarle una educación sexual abierta y en base a la confianza plena, que me permitiera resguardar su integridad personal y dignidad proporcionándole herramientas para que conviva en este sistema de impunidad patriarcal.

5.4 Adolescencia arrebatada Rodeada de un círculo masculino familiar desarrolle mi pubertad, junto a mis hermanas, primas y primos, con quienes acostumbrábamos a juntarnos cada verano en la casa del tata, quien vivía en una localidad al norte de Chile. En estos calurosos veranos de diversión y salidas nocturnas en grupo, conocí a un amigo de mis primos, él era un hombre de veintiocho años aproximadamente, mientras con mis primas y hermanas teníamos entre quince y diecisiete, es decir, todas menores de edad ante la ley. Dicho sujeto acostumbraba a compartir en nuestras reuniones familiares, así fue como todo empezó.

Basto que pasaran unos meses para encontraros nuevamente, en un fin de semana largo como el de fiestas patrias y así se acercaba un poco más. Siendo absolutamente franca nunca me sentí atraída por él, para mí era un simple amigo de mis familiares quien ya tenía bastantes años más que yo, razón por la cual ni siquiera visualice lo que acontecería más tarde en mí vida.

Llego el siguiente verano familiar, en la casa de abuelo abundaban las risas y juegos, todos mis primos y primas teníamos edades similares, así que solíamos ir a piscinas y jugar video juegos, así nos pasábamos las tardes que alumbraban con un intenso sol. En una de las salidas, en la noche nos amanecimos conversando, éramos como doce personas, riendo y disfrutando de cada minuto. Nunca presentí que esa madrugada me vería expuesta a iniciar una supuesta relación consentida. Aquel sujeto mayor, me estaba pidiendo pololeo frente a todos familiares consanguíneos, no sabía que decir, solo moví mi cabeza aceptando. Algo dentro de mí no estaba bien, sentía miedo, confusión y ansiedad, temía a lo que esta incipiente relación me pudiera llevar a experimentar.

Al pasar los meses este tipo se comportaba como un sujeto de esos de la antigüedad, me regalaba flores y chocolates, me respetaba y se hacía ver como un hombre ejemplar, como vivíamos en distintas ciudades él viajaba a visitarme y yo también a él. Conocí a su familia, quien siempre fue muy receptiva conmigo, sin embargo, solía notar una actitud de posesión por parte de su mamá. A pesar de tener más de diez años que yo, este tipo en la vida había tenido una relación formal, no me parecía extraño en ese momento, su hermano y cuñada eran muy amables, divertidos y sociables, de esa forma me hice parte de su núcleo familiar.

Un tiempo más tarde, noté algunas actitudes de él que activaron mi inseguridad, me presionaba cada día para iniciar una vida sexual, a la cual yo no estaba preparada para indagar, no obstante, me vi obligaba a conllevar una intimidad subordinada, abusó de mí de manera brutal.

En su criterio, él me estaba haciendo absolutamente feliz, mientras yo veía como mi inocencia pasaba por delante de mis ojos sin comprender que estaba viviendo en aquel momento, no me podía hablarlo con nadie, estaba asustada, débil y frustrada, me estaba dañando profundamente. Habitualmente, me extorsionaba para realizar de carácter sexual, de ningún modo quise hacerlas, pero eso a él no le importaba solo quería excitarse y complacerse. Ciertamente, me veía forzada a realizar dichas acciones, pues sus reiteradas amenazas y malos tratos me llevaron a un sometimiento innato, con el pasar de un par de años, fui madurando y entendiendo que habían situaciones que no debía permitir ni a él ni a nadie.

Recuerdo que me obligaba a escaparme de la casa de mi tata, me iba a buscar en las noches y me encerraba en su pieza, me hacía tocarlo, me gritaba y perturbaba. Cuando ya amanecía volvía a dejarme a casa, haciendo como si nada hubiera sucedido. Incluso en alguna oportunidad mi cuñada, es decir, la pareja de su hermano me ayudaba a escapar, para que su madre no se enterará de que había dormido ahí, sin embargo, ella siempre lo miraba como una locura juvenil, sin tener idea de lo que estaba pasando. A veces pienso que si le hubiera contado ella me habría ayudado, pero lo oculte, arriesgándome a seguir siendo, vulnerada, maltratada psicológicamente y violada por este hombre.

Posteriormente, en un fin de semana que lo visité bajo una firme acción de intimidación, me encerró en su cuarto de día, se dio cuenta que yo estaba distinta, que estaba indagando acerca de cada una de las aberraciones a las que él me sometía, desistí de todas sus peticiones lo cual lo alteró de una manera desquiciada. Mientras toda su familia paseaba por su casa, yo estaba ahí siendo presionada por él, me decía palabras que mis oídos no querían escuchar, hasta que en un descuido me arranque. Corrí tan rápido que ni mi cuerpo sabía a la velocidad que podía llegar, tomé un bus de vuelta a mi ciudad y emprendí mi camino.

Acto seguido, intentó llamarme y localizarme a como diera lugar, yo estaba dejando esa venda que cubría mis ojos, él ya me había quitado mi inocencia, pero no mi dignidad. A causa de esto decidí no contestar, hasta que un día llego a mi ciudad, yo había tomado una clara decisión y nada me haría tranzar. Vacié todos los objetos que me recordaran a este agresivo ser en un bolso, y me dirigí a una plaza cerca de mi residencia, pues le señale que no volvería a entrar a mi casa nunca más. En difícil dimensionar, de donde saque las fuerzas para enfrentarme a este ser, tan violento, extorsionador y transgresor, pero lo logre. Por ende, fui a encontrarme con él, le deje todas sus cosas en su bolso y le expresé que esta relación estaba terminada, que ya no quería continuar nada, ni siquiera una amistad, él lloraba pues en su mente me había convertido en un objeto de su posesión que siempre debía hacer lo que le complacía, aquello que ya no tendría. Como un niño que le quitaron su juguete se fue, lamentándose de mi perdida, en tanto yo me recuperaba a mí misma.

Cerré esta historia, cambiando de número y rompiendo con cualquier medio de comunicación, que me pudiera acercar a él, incluso dejé se juntarme con mis familiares y mucho menos asistir a la casa de mi tata, ya que, si existía una remota posibilidad de encontrarlo ahí, no estaba dispuesta a exponerme a esa vivencia. Para mí era un monstruo al que había vencido, pese a esto lo sentía como si fuera un fantasma me acompañaba en mi andar, como una tormenta que no acaba, como un tornado que se precipitaba, como un terremoto que dejaría grandes heridas.

En tantos intentos por olvidar, comprendí que lo mejor era liberar y contar esta historia.

Según María Fornet, nuestro inconsciente esconde lo más difícil de reconocer, activando mecanismos que nos permitan olvidar para sobrevivir, borrando capítulos enteros de nuestras vidas (Fornet, 2018). En el seno de las dolencias, cobijamos aquello que aún nos violenta, evadiendo la expresión de la emocionalidad y permitiéndole aceptar el pasado como una experiencia que no queremos reiterar. Es la misma autora, quien destaca que negar nuestras emociones y sensaciones solo nos conlleva a ampliarlas en el mundo espiritual, se aferran a nuestro pasado, perdiendo la capacidad de combatirlas en el presente. De modo que ocultar aquello que nos aqueja, solo nos propicia un miedo a volver a fracasar, en vez de sanar.

Gracias al feminismo, hoy me enfrento a esos lamentos que tanto me dedique a invalidar, los que me han hecho sufrir por años, sintiendo un pánico a ser juzgada. Nunca les conté a mis padres, quise evitarles este dolor, ya que no era su culpa todo lo que me paso, tampoco la mía, lo cual solo con el tiempo logre constatarlo así, me habían usurpado mi adolescencia y con ella todo lo que una joven quería soñaba vivir.

Hoy, agradezco la valentía que me entregan las presentes generaciones de mujeres guerreras, que se abrazan ante la adversidad, que no enjuician el pasado, sino que se escuchan y valoran. Sin ustedes no sé si habría podido soltar y dejar ir este episodio de mi vida, la sororidad logró abrir mi alma y quedarse para siempre.

5.5 Enredada en las sabanas de mi perpetrador consanguíneo En el momento en que llegué a este mundo, crecí en un entorno de amor y protección, siendo un tesoro a quienes mis padres cuidaban con toda su alma. Mi familia estaba constituida por mi madre, mi padre, su hermana y abuelos. De modo que, durante mi adolescencia ya éramos cinco nietos y nietas en total, dos hombre y tres mujeres.

A mis cortos quince años tuve que enfrentar una de las perdidas más dolorosas que en la vida de una persona puede atravesar, mi abuela había dejado esta tierra para habitar nuestro mundo espiritual, razón por la cual mi abuelo paterno se fue a vivir en nuestro hogar, pues le había provocado la perdida de ella, una avanzada depresión. Cuando íbamos a visitar a mi tía paterna, podía observar como mi prima quien tenía exactamente mi edad, se dormía junto a mi abuelo, entonces yo pensé, ¿por qué yo no puedo? Como consecuencia de esta acción, una vez que regresamos a la casa, comencé a dormir junto a él cada noche, en cierta medida no quería dejarlo solo en este proceso de luto y pretendía ser su nieta, una fiel compañera de sueños, con la cual se sintiera querido e integrado en su rutina.

Cada noche, dormía junto a él, sentía que lo protegía y ayudaba a sobrellevar mejor la pérdida de su amada señora, mi abuela. Tras unos meses, fuimos invitados al cumpleaños de mi tía no dudamos en asistir, claramente en estas instancias de celebración como joven podía visualizar que estaría rodeada de un excesivo consumo de alcohol por parte de los adultos que compartían en esta ocasión. Luego de unas horas este sujeto, mi abuelo quien ya presentaba un evidente estado de ebriedad, junto a mis padres decidimos regresar al lugar donde residíamos. Hasta ese momento todo iba bien, así que fui a su cama para pernoctar con él, sin presentir lo que aquella noche me pasaría.

Mientras intentaba dormir a su lado, sentía como empezaba a abrazarme, luego continuó tocando mis piernas, sin consentimiento de mi parte, me asusté, ingenua e inmovilizada me percibí. No sabía que estaba pasando, ¿debía justificarlo por su desmedido consumo de alcohol? Pensaba, en tanto el continuaba subiendo sus manos cada segundo más, acercándose a mi vagina. Afligida y petrificada el miedo se apoderaba de mí, mi voz se silenció no tenía fuerzas para gritar, como si mi verbalización no existiera, como si las palabras no se hilaran, estaba absolutamente pasmada. De pronto, escuche un susurro en

mi odio que me decía ¿te gusta?, ¿quieres que siga? A lo cual respondí tajantemente un temerario no. Por lo tanto, paró y me pidió perdón, me levante rápidamente de su cama para irme a otra pieza, en tanto me daba el valor internamente para frenar este abuso, él expresaba sus constantes disculpas, que estaba borracho y que lo perdonara por mi abuela.

Enredada en sus artimañas, ahora estaba atentando contra mi percepción de la situación y apelando hacia la emocionalidad inspirada en la imagen de mi abuela.

A eso añadió, si acaso quería que él se peleara con su hijo, es decir, mi padre y después aludió a si ahora estaba dentro de mis planes que lo echaran a la calle, ciertamente en esos minutos mi mente solo pensaba en escapar, mientras él continuaba insaciablemente afectándome mi estabilidad mental. Me vi acorralada y callé le dije, todo está bien y me retiré, me vi en la obligación de no transmitir esta vivencia ni a mi madre y mucho menos a mi padre, pues no quería destruir su lazo consanguíneo con su padre, un perpetrador.

Transcurrieron dos semanas aproximadamente cuando el silencio ya comenzó a inquietarme, no aguanté más y se lo dije a mi madre. Consiguientemente, ella se lo mencionó a mi padre quien dudo de mi versión, no creyéndome, lo cual me violento profundamente, ¿acaso no eran mis padres quienes debían resguardar mi seguridad personal? Era una menor de edad, que carecía de conocimientos de la vida adulta, pero sabía perfectamente reconocer que estaba siendo violentada por su padre, mi abuelo.

Referente a mi acusación, esta quedo invisibilizada a ojos de mi padre, quien solo respondió indicándome que ahora comenzaría a dormir en otra pieza. Su solución para mí fue una clara decepción.

El tiempo pasaba, sin embargo, mi mente no cesaba ante el desconsuelo de ser cuestionada e interpelada por mi progenitor, siendo testigo y encubridor de un abusador.

Desde luego, este se coarto, manteniendo una actitud digna he implacable, para no dar espacio siquiera a alguna duda. Nunca volvió a tocarme, me sentí culpable, ya que había puesto en peligro la unión familiar y claramente quizás solo lo hizo porque estaba bebido pensé, lo normalice.

Tras cuatro meses de haber vivido esta vulneración, se me detonaron una serie de complicaciones que afectaron mi salud mental, padeciendo de crisis de ansiedad y angustia, por ende, fui hospitalizada en una clínica psiquiátrica de una reconocida

universidad del país. Permanecí un mes internada, con una serie de tratamientos para calmar mis emociones y dar espacio a una tranquilidad y equilibrio personal. Justamente por eso, este tiempo aislada me hizo sentir una paz máxima, descubriendo que todos mis pesares estaban enfocados en la convivencia diaria con este ser inhumano, quien me había hecho sentir culpable siendo que yo era una víctima acallada y objetada.

Un mes más tarde me dieron el alta, debo reconocer el terror que masifique en mi mente de solo pensar que lo volvería a ver, había estado sin mi familia, sin tener contacto alguno con su diario vivir. Cuando regresé a casa para mi alivio pude ver que él ya no estaba viviendo ahí, no obstante, esto no había sido por su decisión, sino que mantuvo sus conductas desequilibradas, en esta ocasión con mi hermana menor.

Fue allí cuando me enteré de que este peligroso hombre había intentado abusar de mi hermana de tan solo diez años, quien tiene síndrome de asperger, motivo por el cual mi padre decidió exiliarlo de nuestra morada y bueno lógicamente pasó lo que era de esperar.

Las relaciones consanguíneas se cortaron absolutamente, mi tía nunca creyó en nuestras vulneraciones, protegiendo a su padre, un ser siniestro.

En la actualidad, él se encuentra libre en completa impunidad, he convivido junto a mi hermana el dolor latente que este nos provocó en raíz de sus abusos sexuales, siendo cuestionada he interpelada por el entorno familiar, aludiendo a que tanto yo como mi hermana somos unas mentirosas y culpables de todo lo ocurrido. Como diría María Fornet, tomar una decisión implica el riesgo de dejar ir, de renunciar a algo o a alguien, eso es lo que exactamente me propongo hoy (Fornet, 2018). Me despojo de todos los juicios de valor que atentaron contra mi dignidad y la de mi hermana, decido emanciparme de este mundo lleno de crueldad y sexismos, levanto mi bandera y creo en cada una de las víctimas de estos perpetradores consanguíneos, que entre sabanas se escabullen para arrebatarnos nuestra pureza.

Ahora, seis años más tarde de esta situación, tomo el valor necesario para ejercer mi resistencia, por medio de mi voz, la cual les permita a tantas mujeres buscar su propia voz interior, lo que, en palabras de la autora señalada anteriormente, faculte a cada mujer a encontrar sus necesidades y proyectar sus metas, de modo que podamos recuperarnos como mujeres fuertes, valientes y firmes.

5.6 Niñez desvalida, violador en la mira Nací en los años ochenta, hija de una madre machista típica de la época, mientras vivíamos bajo un régimen dictatorial, las vulneraciones hacia las personas se veían a la orden del día. Razón por la cual, crecí bajo patrones preconcebidos los cuales no me permitían orientar un pensamiento liberador y mucho menos contestatario, omitiendo mi opinión y creatividad. Ingresé a estudiar mis primeros años de escolaridad en un colegio de niñas, donde eran las mismas docentes quienes nos propiciaban comentarios como, siéntate como señorita, junta las piernas, aludiendo a una infancia sexualizada, frases que no comprendí hasta mi adultez, nos incitaban a mantener conductas intachables bajos las lógicas de la femineidad. Señoritas, de buena presencia, restringiendo notoriamente la libertad de expresarnos y manifestarnos.

Por añadidura, éramos condenadas a seguir ciertas normas que se podían concebir a partir de nuestras conductas físicas y habilidades sociales netamente. Bajo estas medidas de adoctrinamiento, formábamos nuestras identidades y coexistíamos en una cultura que se basaba en los prejuicios normalizados. Sin ir más lejos, permanecíamos a un entorno rodeadas de mujeres que buscaban esclavizar nuestras futuras labores como futuras madres y llevando una vida entorno a las labores del hogar.

Así pues, fue como a los ocho años, viví uno de los momentos más traumáticos de mi existencia. Una tarde me dirigía al colegio, a cumplir con mis labores estudiantiles, ingresé al establecimiento saludando a todos y todas como lo hacía diariamente, me dirigí a mi sala para comenzar las clases. A continuación, tomaría una determinación que cambiaría mi futuro de por vida, levante mi mano y solicite a la docente permiso para ir al baño, me era urgente realizar mis necesidades básicas, la profesora me dice que vaya tranquila. Sali de la sala velozmente ya no aguantaba más mi vejiga, al llegar al baño ingresé y sentí ese alivio, de pronto escucho unos pasos que se acercan a la puerta, respiro asustada y abro la puerta, justo allí estaba el auxiliar del establecimiento. Me mira y consulta en que andaba, respondí lo obvio cuando de manera repentina se acerca baja mi ropa interior y me empieza a tocar posteriormente a penetrar, ¿qué estaba pasando?

Pensaba, jamás me habían dicho que nadie tenía el derecho a tocarme y encerrarme, era una niña que claramente no sabía lo que ocurría.

Luego de unos minutos, me dejo veía en sus ojos una sensación placentera y enferma, temerosa frágil e insegura corrí a mi sala de regreso. Me sentía avergonzada sin saber por qué. Al entrar a la sala de clases, la profesora no me preguntó nada, ni siquiera porque me había tardado tanto. La inseguridad me invadía, callé por el resto del día hasta que mi madre llego a buscarme, cuando finalizaba la jornada.

Creo que no sabía qué hacer, llorando desconsoladamente hablé a mi madre y le dije lo que este criminal me había hecho, mi madre sin titubear me tomo a la fuerza y me llevo al baño, me encerró, saco toda la ropa inferior de mi cuerpo y me lavo completamente.

Espere su abrazo, añore su contención, atesoraba que me tranquilizara y pudiera explicarme que era lo que me acababa de suceder. Sin embargo, silente se mantuvo no salió ni una palabra de su boca, solo me limpiaba, no me preguntó nombres, prácticamente era testigo de la violación de su hija, la cual prefirió dejar en absoluto secreto.

No sé si habrá sentido vergüenza, miedo, temor o si simplemente justifico la conducta de este perpetrador, en su condición de hombre que requería satisfacer sus necesidades carnales. No tengo certeza, si pensó o analizo la situación, solo puedo corroborar que tuve que continuar con mi vida como si nada hubiera ocurrido, cargando con un trauma, un dolor y una angustia destructiva. Nadie se enteró, jamás fue a decir algo a la escuela, ese sujeto estaba allí trabajando en una institución escolar, rodeado de niñas y de su inocencia ¿cuántas más habrán sido abusadas igual que yo?, ¿cuántas se silenciaron y no le contaron a nadie? Son interrogantes que nunca serán resueltas.

De ahí en adelante que he cargado con este malestar, esa sensación de impunidad que de justicia no tiene ni un centímetro de humanidad. Los delitos de abuso sexual en Chile prescriben luego de un tiempo, somos interpeladas por un Estado patriarcal, donde el poder judicial jamás nos ha resguardado por el hecho de ser mujeres. Sino mostramos pruebas fehacientes de la violación, específicamente si tenemos rastros del semen del abusador, o marcas que revelen una relación sexual no consentida estamos perdidas.

Somos sujetas sin derechos y de constante vulnerabilidad. Nos juzgan y nos quitan el derecho a exigir una justicia que incluso si existiera sería irreparable, los daños psicológicos, morales y físicos nunca se recuperaran. Mientras tanto que a los hombres que han gozado de innumerables privilegios les entregan el beneficio de la duda y un

defensor que puede hacer y deshacer con la dignidad de cada una de las víctimas de violación.

¿Quién me entregara mi justicia hoy a mis treinta y nueve años? Mi madre, la mujer que me dio la vida transgredió mis derechos como niña, en la convención de los derechos de los niños, niñas y adolescentes, aprobada en 1989 y ratificada en Chile el año 1990 en su artículo n°2 se establece que el Estado se compromete a garantizar el bienestar y los cuidados necesarios para todos y todas los/as menores de edad a cargo de padres, tutores u otras personas responsables ante la ley (Ministerio de relaciones exteriores, 1900). El conocimiento de los derechos humanos, como el desarrollo de las habilidades personales, sociales y humanitarias se vuelven fundamental ante la esfera social. Hemos sido víctimas de este sistema estructural, machista y segregador.

Considero que fui torturada por un psicópata inteligente, pues sabía perfectamente la vulnerabilidad que teníamos las posibles víctimas, entendía como funcionaban los patrones sociales y las masculinidades, sabía a la perfección que en su desesperación u omisión mi madre no reclamaría o exigiría justicia, siendo un peligro para cada una de las niñas, adolescentes y adultas que compartían con él en este espacio educacional.

¿Cómo transformar una cultura de la resistencia feminista? Visibilizando, hablando, escuchando, dejando de ser testigos y exigiendo nuestros derechos, los cuales nos han negado históricamente. Basta de permitir, como diría Chimamanda Ngozi Adichie, esta es una palabra preocupante, porque entrega un poder, que quizás nunca debimos entregar y por el cual debemos luchar (Adichie, 2015).

Actualmente, me pongo esta camiseta para reivindicar a las mujeres en toda circunstancia, tal como señala María Fornet, hemos sido nosotras la voz silenciada, las que sufre la infame repercusión pública, somos quienes hemos sido violentadas, por lo tanto, estamos y estaremos siempre en el mismo bando (Fornet, 2018). Nos tocan a una y reaccionaremos todas, con más fuerza, con más potencia y con la certeza de que este mundo lo debemos cambiar y mejorar entre mujeres, hombres y disidencias porque somos humanos y humanas antes que personas sexuadas o asexuadas. Lucharemos así se nos pase la vida, para que ninguna niña se sienta desvalida y con un violador en la mira.

5.7 Superioridad patriarcal social, avaladora de mí vulnerabilidad Apenas tenía quince años, cuando viví una de las experiencias más fatigante y angustiosa.

Era un día familiar, en casa de los padrinos de bautizo de uno de mis hermanos menores, lo que parecía ser una tarde hogareña y festiva, tuvo un desenlace difícil de superar. En ese entonces, mantenía una relación sentimental con un hombre que mantenía una cultura de posesión hacía mí, celoso y controlador, siempre buscaba razones en su mente para mantenerme coartada.

Durante la tarde, fui a una de las piezas de la casa, exactamente a hablar por teléfono con mi pareja, pues tenía esa necesidad de saber qué, donde y con quienes estaba. De modo, que su violencia era ejercida tanto psicológicamente, como relacionalmente, pues me limitaba de mi entorno social y personal. Fue en aquel momento, donde todo se tornó aún más insufrible.

Mientras me encontraba hablando con él, llegó a la pieza el padrino de mi hermano, un hombre con rasgos de superioridad elevados, pues en su oficio se desarrollaba como carabinero. Con unas copas de más, se acerca a mí para decirme que anhelaba el día en que pudiera quedarme a dormir en su casa, con un tono de seducción, propasándose de manera explícita, desde su masculinidad. Quede muy impresionada, claramente vivía una relación que me violentaba constantemente, y ahora además tenía que aceptar que este adulto se sintiera con la oportunidad para hacer y deshacer conmigo.

Casualmente, me lo encontré en la casa nuevamente, esa tarde de verano, me tomó sin mi consentimiento y me beso forzosamente en la boca. Evidentemente, dentro de mi estado de shock, no reaccioné, cometí el error de bajarle el perfil, pues era una adolescente, nadie me creería.

Al llegar a casa les comenté esta situación a mis padres, quienes realmente no me quisieron escuchar, odian a medias mi relato y detonaron una culpabilidad en mí, por ser mujer, por usar vestido, por andar provocando. Aparte, en aquel momento debido a mi relación de pololeo, me hacía distanciado de ellos, sin embargo, seguían siendo mis progenitores, aun así, hicieron odios sordos a este episodio. A causa de esto, decidí

contarle a mi pololo lo acontecido, quien tuvo las agallas de ir más allá de sus límites patriarcales, tratándome de prostituta, es decir, de chica fácil.

En mi familia, el tema fue vetado completamente, como si nunca hubiera pasado, por años tuve que convivir con este sujeto cercano a mi entorno, pues era mucho más importante para mi madre mantener una relación de agrado y sumisión que interpelarlo por lo que me hacía hecho.

La falsa sociedad, se apodero de mí por el hecho de ser mujer, avalo aquel abuso cometido hace más de ocho años, pues las apariencias y las relaciones cercanas estaban antes que yo, mi madre pretendía fingir todo lo ocurrido con falsas sonrisas, conservando la paz social.

Por año me sentí culpable, creía que simplemente mis padres tenían razón, yo le había propiciado el instante perfecto para que él se aprovechara de mí. De una mente desequilibrada y temperamento patriarcal, estoy segura de que estaba a su asecho constante, siendo una posible víctima de una violación sexual. Actualmente, asumo que fui víctima de acoso moral, a un paso de sufrir acoso sexual, a pesar de que no guarde silencio, nadie me creyó, nadie me defendió, nadie me apoyó. Tal como plantea Nuria Varela, la violencia es el arma más potente del patriarcado, invisibilizada y naturalizada, nos hace sentir inferiores, débiles y sin voz (Varela, 2008). No obstante, ahora mi voz grita más fuerte que nunca, libero esa sensación de vulnerabilidad adquirida y me prometo a mí misma, no dudar de la palabra de una compañera jamás. Estamos juntas y escucharnos es fundamental.

5.8 Abuso de mi inocencia, vetándome de toda creencia Tan solo a mis doce años, tenía una compañera de curso quien se transformó en mi mejor amiga. Ambas compartíamos en nuestras casas, generalmente, yo iba a visitarla donde ella habitaba, en aquel lugar realizaban cultos religiosos. Nunca me generó una sensación extraña, hasta que ese año llego un nuevo pastor de la iglesia evangélica. Este sujeto mantenía una actitud muy cruel con sus seguidores, personas que creían en sus relatos y visiones, haciéndolos llorar de desesperación, temor y carencia de la certeza de un futuro.

De modo que, siempre que visitaba a mi amiga, estaba este hombre dirigiendo las diversas ceremonias asociadas a sus creencias, en forma de compensación, la familia de ella, les entregaban alimentos por sus servicios a la comunidad a él y a su hijo. Un día estábamos con mi amiga jugando en su casa, nos abrazamos fuerte, nos tomábamos de la mano, éramos cariñosas. Nos parecía normal dar ese tipo de afecto, pues somos personas, quienes necesitaban demostrar su aprecio desde nuestro lazo de amistad. Al día siguiente, el pastor me llamó por teléfono, diciendo que Dios quería decirle algo, ingenua como una persona en proceso de pubertad, quedé pensativa. Por consiguiente, explore una nebulosa de nervios, reflexionaba ¿por qué Dios quería expresar algún propósito a través de mí?

Por lo cual, en esa llamada, estableció que debíamos vernos un día y así me iba a explicar lo que Dios quería para mí.

Así pues, llegó el día accedí a verlo, sus órdenes eran claras, en cuanto llegara debía subirme a su auto en ese momento, comencé a sentirme insegura, por alguna razón experimentaba una fragilidad hacía mi seguridad personal. Estacionó su auto y me subí, temerosa mientras sonaba una música mundana, lo cual me pareció bastante ajeno a lo que él exponía como pastor.

A continuación, inicio una conversación mientras hablaba me trasladaba hacía un destino desconocido, llegamos a una localidad llamada lenga en Hualpén. Se bajo del auto y fue a comprar alcohol, algunos de ellos eran psico sour y una cerveza, relajado y con una actitud soberbia se dirigía al auto, mientras yo sentía como mi corazón iba a expulsarlo por mi boca, en la desesperación. En tanto, planeaba una vía de escape, analizaba mis opciones de como huir, pero no pude.

Entonces, con sus palabras envueltas en claras y dudosas teorías, hablaba de Dios y que debía hacer lo que él le indicaba. Justamente en ese preciso momento, toma mis manos y me aborda y toma para pasar su pene sobre mi trasero y vagina. En mi mente los recuerdos se transforman en fragmentos, que pasan como estallidos fotográficos de mis recuerdos. A medida que avanzo con mis palabras puedo dilucidar aquellas sensaciones, emociones y miedos que experimente en ese momento.

Comencé a repeler sus acciones, poniendo resistencia, sin embargo, él planteaba que estaba bajo la aceptación de Dios, de modo que, si no hacía lo que me decía, él me iba a castigar. Me acoso sin mi consentimiento, hizo que me sintiera como un objeto, quito toda aquella inocencia que se despedía de forma traumática de mi niñez. Al regresar me dejo cerca de mi casa, reiterándome que no le contara a nadie las ordenes de Dios, no me explico la manera en que me contuve, hasta entrar a casa para romper en llanto.

En la actualidad, como planteaba Julia Otxoa, me niego a creer en un mundo regido tan solo por la persuasión de la espada, en tiempos excluyentes, que coartan nuestras libertades, donde ondeen gloriosas banderas en este caso, de la fe que jamás experimentaré (Fornet, 2018).

Desde aquel suceso me cierro a la idea de creer en Dioses y religiones, pero sí creo en el poder de las mujeres, por visibilizar dichas acciones que nos han limitado, humillado y vulnerado para ser ahora las mujeres que queramos ser.

6. CapĂ­tulo VI: El espacio pĂşblico y privado, una manada temible, masificada y avalada por el machismo social.

6.1 La calle un escenario activo de vulnerabilidad Seguramente lo que hoy vengo a narrar es algo por lo cual todas y cada una de las mujeres han vivido al menos una vez en sus vidas. Precisamente por eso, es que he decidido liberar en cada palabra, en cada oración, en cada segundo la siguiente historia. Hace aproximadamente siete años atrás, cuando apenas era una adolescente de dieciséis años, me vi enfrentada a una cruda realidad la cual me perseguiría a lo largo de toda mi existencia. Una mañana me dirigía al colegio junto a mi hermana de trece años y una amiga de mi edad. Al finalizar la jornada escolar, nos reunimos para emprender el camino a casa juntas y aprovechar de charlar acerca de distintos temas, propios de la pubertad.

Pero al parecer este no sería un día más de nuestra rutina habitual, mi corazón presentía que iba a pasar.

Caminando por la vía pública en dirección a nuestros hogares, nos percatamos de una situación que sinceramente jamás pensé que iba a enfrentar. Llegamos al paradero donde debíamos tomar la locomoción, cuando él se presentó. Así fue como apareció, de un imprevisto llegó y se nos acercó, un sujeto quien vestía un uniforme de construcción, evidente mayor y algo hacía con sus manos, se movía de forma extraña hasta que logré dimensionar lo que mis ojos no querían mirar. Perturbador, de una apariencia de superioridad y con un alto grado de agitación ahí estaba, masturbándose frente a nosotras, en un espacio público sin pudor ni limité alguno. Me paralicé durante varios minutos, no supe que hacer y es que, ¿quién está preparada para presenciar dicho espectáculo digno de un psicópata social?

Internamente sentía un escalofrió de nervios que recorría mi cuerpo, sentí culpa, experimenté el terror. Mi hermana de tan solo trece años estaba siendo espectadora de un hecho que sin lugar a duda marcaría nuestras vidas para siempre, ¿saben que es lo peor?

Que me sentí desprotegida, arrinconada, apocada pues no estábamos solas allí, había un grupo de personas paradas esperando la locomoción, pero nadie hizo nada. Honestamente, fue horrible tener que observar dicha situación y por sobre todo el sentirnos desprotegidas como jóvenes y niñas en un lugar donde coexisten distintas personas, sin embargo, ninguna fue capaz de protegernos, de resguardarnos, fue en aquella oportunidad donde explore el individualismo y la carencia de empatía del entorno social.

Con el paso del tiempo me limite a callar y continuar con mi vida, intentando de no recordar cada segundo que estuve en aquel sitio, pues no me atreví incluso a mirar a este sujeto a la cara, para no tener que convivir con ese trauma.

Fueron tan solo dos años los que tuvieron que pasar, para afrontar mi vulnerabilidad frente a este sistema patriarcal generándome un nuevo trauma emocional. A los dieciocho años transitaba por las calles de mi ciudad, con rumbo a mi hogar, eran aproximadamente las siete de la tarde y poco a poco comenzaba a caer la noche sobre mí y junto con eso se aproximaba la oscuridad. Cuando de un instante a otro, un auto se detuvo, disminuyo su velocidad, bajo su vidrio y un sujeto me pregunto ¿quieres que te lleve?, ¿hacia dónde vas? Jamás había lo había visto, él tenía una expresión facial bastante extraña, la cual activo inmediatamente mi alarma de inseguridad, le respondí “no muchas gracias” y a pasos gigantes y cabeza agachada seguí mi camino. Él seguía tras de mí, he insistió en innumerables ocasiones, hasta que por fin se aburrió, acelero su auto y de fue. En ese momento sentía como mi alma volvía a respirar, como mi mente comenzaba a reflexionar ¿qué hubiera pasado sí?

Hasta que decidí alejarme de esos cuestionamientos, yo estaba cumpliendo mi derecho a circular por la vía pública sin miedo, sin temor, sin pudor. Cuando en realidad, ninguna mujer podría negar que alguna vez ha experimentado estas sensaciones al caminar ¿quién no ha cruzado la calle si ves a un hombre que se dirige hacia a ti?, ¿quién no ha fingido una llamada por celular? o incluso ¿quién no ha recurrido a algún implemento ilegal para resguardar nuestra integridad? Como un gas pimienta, por ejemplo, y correr esperando que haga su efecto y que dicho hombre nunca te vuelva a encontrar.

Ahora determine no callar más, encontrar mi voz propia, ejercer mi bandera de lucha y convivir con las mujeres como mis compañeras, hermanas y amigas. Pues solo nosotras podemos dar cuenta de las más diversas vulneraciones a las cuales nos exponemos constantemente, solo con el salir de nuestro hogar. Las calles son un escenario de permanente vulnerabilidad femenina, razón por la cual, hoy busco mi voz propia y comienzo a sentir esa energía liberadora que está dispuesta a cambiar mi vida, aquella que por tanto tiempo tuve que callar (Fornet, 2018). Compañeras sientan su voz interna, respeten sus cuerpos y mentes y recuperemos espacios que cada ser humano tiene el derecho de habitar, sin sentir ningún tipo de inestabilidad emocional.

6.2 La peligrosa bata blanca que encubría a un agresor Hace algunos días venía sintiéndome mal, por lo cual decidí acudir a un profesional.

Solicité una hora, la verdad es que nunca había asistido al ginecólogo, quizás por descuidada o porque simplemente no me vi en la necesidad. Sin ir más lejos me dirigí a su consulta, procedí haciendo los tramites habituales y me senté a esperar, confiando en que me pudiera ayudar. Escuché mi nombre por un parlante la cual me dirigía hacia una instancia que jamás podría olvidar. Ingresé a la sala, él me hizo pasar con un frío saludo, guardo distancia y con una actitud misteriosa agacho su cabeza sin ni siquiera hacer contacto visual.

Luego, me consultó por qué motivo había pedido la hora, no me hizo otra pregunta y solo me indicó que me desvistiera y me recostará en la camilla. De modo que, atendí a su solicitud y me subí a la camilla, esa tenebrosa y fastidiosa silla, a la cual nos vemos expuestas en tantas oportunidades de la vida, siempre con pudor y recelo como si no fuera una situación normal a la cual nos deberíamos enfrentar.

Entonces, me indico que abriera mis piernas, sin prudencia y una vez que lo hice sentí que algo introducía en mis entrepiernas, poco a poco, hasta que llegó a mi vagina. En ningún momento me dijo, lo que una esperaría, algo como, voy a revisarla, relájese tranquila, nada, ni una palabra salía de su boca mientras el metía unas pinzas enormes, sometiéndome a un ambiente de transgresión. Continuo con el procedimiento, en silencio, no me aviso que iba a tomar una muestra, sosteniendo una actitud bruta, negligente, la cual rebelaba a una falta grave a su ética profesional.

Me pasme, quede en shock, honestamente no sabía qué hacer, ¿cómo podría saber si esto era normal? Ya que nunca había acudido a un ginecólogo, por lo tanto, no poseía la experiencia para determinar en ese momento, si lo que me había sucedido estaba bien o mal. Me vestí y tomé mis cosas, con la esperanza de que me dijera que había hecho, solo me paso una orden con exámenes, los cual debía retirar unos días más tarde, se paró y se despidió con un simple, chao.

Enserio pensé, ¿esto es real? será culpa mía por no indagar más reflexioné y así fue como me quedé sintiendo que el mundo estaba al revés, cuando al fin me había dado el valor para acudir a un especialista, me vi expuesta a una total y completa vulneración como mujer.

Un par de días más tarde me llamarón de este centro asistencial, específicamente el área del laboratorio de dicho lugar conteste con temor pues todavía poseía esa sensación de fragilidad, la sorpresa fue cuando me pidieron disculpas, ¿por qué? pregunté, indicándome que los exámenes me los había tomado de forma errónea, solté el teléfono y sin analizar lo que me acababa de ocurrir, me perdí. Enredándome como en si las ramas de un árbol me atraparan y asfixiaran con un desagrado total. Vivenciando a sangré fría la denigración hacía mi persona, hacia mi vida, hacía mi imagen femenina.

A pesar de que ese trauma siempre existirá dentro de mí, hoy lo dejo ir, esperando que nadie más haya tenido que vivir, lo que a mí me paralizó durante mucho tiempo, sin embargo, hoy activo constantemente mis señales de alarma, cuando presiento que estoy frente a un abusador con delantal y título profesional.

6.3 Micro andante, peligro al instante Como cada día me disponía a ir a mi espacio laboral, siendo parte de este sistema capitalista y que siempre nos quiere sobrexplotar, pues sí, trabajo en el retail, un rubro bastante extenuante, con largos turnos semanales y un sueldo bastante miserable. En fin, pese a mi opinión al respecto cuido mi fuente de ingresos económicos, razón por la cual la mayoría de los días llegó tarde a mi hogar.

En efecto, dentro de la cotidianeidad me retiraba ya de mi jornada laboral, siendo aproximadamente las veintidós treinta de la noche, me instale en el paradero a esperar la micro pasar, luego desde lejos la logro visualizar, la hago parar y me subí con destino a mi casa. Mientras la locomoción seguía su trayecto un hombre se dirigió hacia donde me encontraba, en el último asiento del bus, instalándose a mi lado. Se me aceleró el corazón, quizás fue una intuición.

De un momento a otro, se acercaba lentamente, ya me sentía muy incómoda y de pronto pone sus manos en mis piernas, continúa subiendo por mi entrepierna, hasta llegar a mis senos, mientras yo ni siquiera podía pestañar. Era como si estuviera viviendo una pesadilla, como su alguien me estuviera asfixiando, mi voz no salía, me angustiaba cada segundo más. Fui incapaz de emitir una sola palabra, un grito de auxilio, ni un aterrador sonido.

Nadie nos veía, pues todos iban asientos más adelante era como si en ese instante no existiera nadie, me sentí sola, triste y avergonzada. Mi mente no dejaba de cuestionarme, de interpelarme, enjuiciarme. Me sentía sucia, culpable solo miraba mi vestimenta y pensaba en qué momento habré tenido una actitud insinuante. Era mi ropa de trabajo, la habitual, aquella con la que transitaba la mayoría de las horas en el día.

Estas fueron sin duda alguna, las diez cuadras más eternas de mi vida, mi alma pedía ayuda, mi cerebro solo esperaba que esta tortura se terminará, esperando el minuto en que este sujeto se bajará. En efecto, este transporte al cual me subía día a día, hoy se transformaba en mi mayor trauma.

De aquella noche de verano, la más repugnante de mi existencia, la que me atormenta hasta la actualidad, ¿cómo sanar de algo que nunca busqué?, ¿cómo recuperar mi seguridad al transitar?, ¿cómo convivir con un desgarro que en minutos me quito mi tranquilidad física y emocional?

Desde aquel día, que nunca más he vuelto a subirme a una micro, pues para mi simboliza el mayor de los peligros, la vulnerabilidad misma por ser mujer, no me atrevo a enfrentar esa sensación de inseguridad en una nueva oportunidad. Ahora gasto el doble del dinero en mi transporte, ya que debo tomar un taxi para dirigirme a mi espacio laboral. Ese sujeto causo en mí un daño que no puedo superar.

Para finalizar, ahora solo quiero de vuelta mi tranquilidad emocional, psicológica y física, ¿pero saben? No me dejaré abatir y lucharé constantemente contra este trauma, sé que no será fácil de olvidar y ahora lo escribo para visibilizar como el hecho de ser mujer nos somete a una sensación de inferioridad. Hoy necesito sororidad, fuerza, valentía y hermandad desde un abrazo fraternal para sanar y liberar.

6.4 Compañera yo si te creo Un fin de semana me dispuse a ir a visitar a una amiga cercana, ella había organizado una fiesta o como solemos llamar en Chile un carrete. Todo comenzó como una dinámica habitual de compartir con distintas personas y pasar un buen rato. En ese lugar, se encontraban algunos amigos de ella que yo no conocía, sin embargo, esto no fue un impedimento para sentirme segura pues eran cercanos de mi amiga y por lo tanto no existía un motivo para coartar mi libertad. Entonces, empecé a tomar unos tragos tranquilamente, sintiendo la comodidad de estar en un ambiente de resguardo, sin culpas ni restricciones continué bebiendo alcohol, lo estaba pasando de maravillas, riendo y conversando de la vida.

Posteriormente, la noche avanzaba y en un abrir y cerrar de ojos me visualice en una pieza, con un sujeto desconocido, que ni siquiera durante la noche me había parecido atractivo, en efecto no tenía interés alguno ni de carácter íntimo ni sexual con él. Cuando reaccione él me estaba penetrando, sin mi consentimiento evidentemente, lo peor de todo fue que mis imágenes de ese momento eran escasas ya que había bebido bastante, lo cual en ningún caso es razón para que este violador, me tomara y llevara como si fuera un objeto para satisfacer sus necesidades sexuales. Entre mi desesperación y desconsuelo le pedí que me dejara, que parara de hacerlo, lo empuje hacía un costado, con una intensidad que aún recuerdo, tenía rabia, me sentía avergonzada y ultrajada.

Me puse de pie, mientras percibía una angustia desolada, camine a una pieza y me acosté en un sillón, sin saber si realmente podría enfrentarme a esta vulneración. Al día siguiente no sabía que decir, mi mente estaba nublada, perturbada y desequilibrada, no tenía palabras para describir lo que estaba experimentando. Cuando salí de la pieza donde dormí sola y comencé a sentí esas miradas profundas que insinuaban lo bien que lo debería haber pasado, todos sus amigos creyeron que yo había propiciado esta relación sexual consentida, lo cual era una cruel y violenta mentira. Se aprovecharon de mi estado de ebriedad, de mi inestabilidad y de la perdida de mi conciencia temporal.

Como muestra de ello, es que jamás se lo he comentado a nadie, esta es la primera vez que me atrevo a revelar tamaña desgracia, examine en lo más profundo de mi ser un

sentimiento de vergüenza y temor, ¿cuántos me habrían juzgado al contar esta historia?, ¿cuántos me habrían interpelado diciendo que fue mi culpa por tomarme unos tragos?

Aprendemos a coexistir con seres tan inhumanos, indolentes e intolerantes, que me privaron de alzar mi voz, calaron en lo más profundo de mis convicciones y pensamientos machistas haciéndome creer que la culpa sería mía y nunca los juzgarían a él.

Hoy al igual que muchas mujeres vivo en silencio este duelo, desde el desconsuelo, el miedo y la privación de mi libertad. Así reflejamos cuanta falta nos hace el feminismo activo, que empatice con un ideal de igualdad en todos los aspectos de nuestras vidas y que la justicia no siga permitiendo la impunidad.

Ahora, hermana, compañera, amiga, yo si te creo y quiero que nunca más vuelvas a sentirte sola, seguiremos luchando cada día contra los roles de género y los prejuicios de este sistema patriarcal. Libera tus culpas, pues como diría Chimamanda Ngozi Adichie, si las mujeres no formamos parte de la cultura considerándonos como seres humanas, sujetas de pleno derecho, entonces tenemos la responsabilidad de cambiar nuestra cultura, ya que es una construcción social (Ngozi Adichie, 2015).

6.5 Mentes perturbadas vitoreadas en la esfera social En mi cabeza mil recuerdos se me vienen inmediatamente al preguntarme si en alguna oportunidad he sido vulnerada por el hecho de ser mujer. Con toda seguridad, puedo plantear que todas y cada una de nosotras, quienes habitamos cuerpos designados como femeninos hemos sido foco constante de innumerables acosos, abusos, o violaciones, como consecuencia de convivir en una sociedad patriarcal. No obstante, no fue hasta hace algún tiempo donde me tuve que enfrentar a la vulneración desde mi rol de madre, siendo testigo de una agobiante y frustrante situación.

Caminaba por la calle como una transeúnte más una calorosa tarde de verano, a mi lado se encontraba mi hija de doce años, mientras conversábamos acerca de algunos temas, nos vimos expuestas a un comentario de un sujeto de edad avanzada, quien sin pudor alguno y con total libertad le realizó un comentario a mi descendiente en relación con su aspecto físico. Respecto a esto, debo mencionar que cuando era yo la víctima directa de esos acosos sociales, no me demoraba ni un minuto en reaccionar e interpelar aquel hombre que se atreviera a opinar de mi cuerpo como si este fuera un objeto, sin embargo, en esta oportunidad me paralicé, ni siquiera pude responder. Continué transitando, en tanto mi mente se llenaba de preguntas que yo ya había respondido en mi reflexión personal, pero ahora debía afrontarlas en mi maternidad.

Por supuesto que me sentí expuesta, frágil y quizás hasta inoperante, me culpé por no reaccionar, aprecié como ese miedo recóndito que en algún momento experimente, volvía hacia mí proporcionándome un sinfín de emociones, temía por su futuro en esta esfera social machista y perturbadora. Sin ir más lejos, tuve que entablar aquella conversación con mi hija adolescente, pues concebí aquella necesidad imperiosa de proteger su dignidad y bienestar personal.

Ciertamente, quería encontrar las mejores palabras para explicarle cada detalle, acerca de lo que habíamos vivido, en tanto, mi cabeza se conflictuaba en tener que profundizar por medio de una reflexión el por qué tenía que enseñarle a mi hija que vivíamos en un mundo donde cualquier sujeto demente, podía emitir un comentario, ¿cómo le reproducía la cantidad depravaciones que tendría que enfrentar?, ¿tanto les cuesta conocer la palabra respeto?, ¿tan inoperante es el sistema judicial que cualquier tipo nos puede violentar y

quedar en absoluta impunidad? Intente respirar, pero un nudo en la garganta me dificultaba esta acción pensaba, ¿no hemos avanzado nada?, ¿seguimos siendo víctimas de masculinidades que se avalan constantemente sus juicios y prejuicios hacia la imagen física de las mujeres?

Efectivamente, coexistimos en una sociedad que no tiene tapujos, ante nuestra posición como sujetas de derechos, los cuales se ven diariamente transgredidos y oprimidos, nos intentamos buscar como aliadas, mientras se siguen transmitiendo estereotipos que trascienden generaciones, entonces cuestioné, ¿seremos las mujeres quienes continuamos minimizando la gravedad de estas acciones? Fue allí cuando todo calzaba en este rompecabezas que poco a poco iba resolviendo. Si bien, hemos evolucionado notablemente en actitudes feministas y una sororidad amable, todavía existen quienes están bajo el alero de las superioridades masculinas, sintiéndose un adorno más que una persona, quienes aún nos limitan, quizás sean las propias mujeres quienes mantienen en sus actitudes cotidianas rasgos discriminadores consigo mismas.

Posiblemente, podrían pensar que mis ideales son utópicos para los tiempos actuales, pero honestamente no quisiera tener que enseñarle a mi hija a cuidarse y cuidar de sus amigas como si mantuviera activa una alerta hacia la misoginia popular. Para mí nadie debería aprender como vestirse, como caminar y mucho menos como actuar en la esfera social apelando a su integridad personal.

Me paré una vez más, fuerte y resiliente y le manifesté a mi hija que ella jamás debía aguantar que alguien opinara de ella, de su imagen, de su ropa, de su peinado, de nada.

Por otro lado, le recalque que si por alguna casualidad, un amigo o compañero de colegio la hacía sentir en una situación de vulnerabilidad, conversara con él, visualizando lo desacertadas que son sus conductas, con motivo de erradicar sus patrones preestablecidos.

Intento, educar desde la diversidad a mi hija, que entienda que todas y todos necesitamos ser tratados como seres humanos/as, no necesitamos ser defendidas, pero tampoco menospreciadas, ni interpeladas (Ngozi Adichie, 2017).

Tuve que fortalecer mi armadura, aquella que construía a punta de muchas inseguridades que he tenido que sufrir, de momento percibía como proyectaba mi maternidad, cuales habían sido mis ideales para educar a mi hija y a que cosas me había negado a aceptar.

Subestimé lo perversa y violentista que son las personas, me perdí en esa idealizadora y alentadora reflexión de que cada mujer haría ese cambio en cuanto a los pensamientos machistas enraizados, por mí, por sus madres, hijas y nietas

A decir verdad, no es fácil para nadie, todas tenemos nuestros ciclos y momentos de aprendizajes, cada una nace, crece y se desenvuelve en un entorno particular, no obstante, pese a lo ajenos que sean nuestros valores, sueños o anhelos siempre nos volveremos a encontrar. En palabras de Virginia Woolf se expresaría, como cada una de nuestras luchas no son de carácter individual, ni solitarias, sino que son el resultado de muchos pensamientos y sensaciones en común, las cuales en alguna circunstancia se encontraran y seremos las voces de una masa (Fornet, 2018).

Hoy por medio de estas palabras, quisiera demostrarles la angustia que sentí al ver la cara de miedo y confusión de mi pequeña, al comenzar a visualizar las situaciones a las que se tendría que enfrentar, percatarse de lo peligroso y riesgoso que es ser mujer en Chile y en el mundo en general.

Al fin y al cabo, nunca estamos ajenas a las consecuencias de enfrentarnos a mentes perturbadas y vitoreadas en la esfera social. De todos modos, siento que hoy estamos más despiertas que nunca, la sororidad ha llegado a nuestras vidas como una estrategia de empoderamiento personal y colectivo, para expresarse como una respuesta política, social, económica y cultural a través de que la unión, hija mía siempre hace la fuerza (Fornet, 2018).

6.6 Memorias traumáticas, recuerdos extraviados Para empezar esta historia, debo reconocer que hace muy poco tiempo he sido consciente de lo que significa ser mujer en el mundo, social, familiar, público o privado.

Simplemente, no temía al peligro de la humanidad, o probablemente me cegaba ante uno de los tantos eventos traumáticos que deseaba olvidar.

Acerca de esto, de pronto mi vi, comprendí que era mujer en un territorio absolutamente prejuicioso y sintiéndome violentada reiteradamente. Experimente, esa sensación de agobio, ansiedad y miedo de correr por las calles para llegar a mi casa, sana y salva. No estaba segura de como expresar este malestar, aquel que me ha acompañado durante toda mi existencia, el cual está repleto de momentos extraviados.

Desde mi niñez, pase por un episodio complejo y vulnerador, aquel que me produce una ofuscación radical hasta la actualidad, pues por más que intento hacer memoria, no logro tener certeza de lo que me ocurrió. Solo me acuerdo de que fui al baño a lavarme en la ducha de las piernas hacia abajo, honestamente es lo único que no he podido borrar de mí mente. En efecto, crecí y me desarrollé como mujer un tanto frustrada, pero a la vez analizando el actuar de las personas.

Hace unos días fui a realizarme un chequeo ginecológico, para verificar si tenía ovario poliquístico, no sabía en qué consistía el examen, era la primera vez que me exponía a esta situación. Desde la atención del personal de salud, hasta los implementos médicos me parecieron sumamente invasivos. En efecto, me hicieron una ecotomografía y cuando salí de la consulta estaba pasmada, tenía una percepción de fragilidad, innata, todo el procedimiento médico me dejo absolutamente asustada.

Al llegar a mi casa en horas de la noche, empecé a sentir síntomas de COVID-19, el virus que nos ha acontecido tanto a nivel nacional, como internacional siendo una pandemia durante este año. Busqué un termómetro, tenía la temperatura alta, luego de unos instantes me había bajado. No tengo seguridad si estoy contagiada, sin embargo, desistí de la opción de volver a la clínica.

Ese examen habitual, había rememorado los sucesos ocurridos en mi niñez, algo me hizo clic en mí razonamiento, nunca he recordado con exactitud que pasó, estuve con vómitos espontáneos, realmente estaba completamente adolorida, física y psicológicamente.

Como señala María Fornet, esa negación que me generó este trauma en mi infancia se acrecentó con los años, quizás me prohibí reflexionar, y aceptar una gran cantidad de vulneraciones a las que me he visto por ser mujer y lesbiana.

Pese a todo esto, logré salir adelante el presente año acabo de concluir mi carrera profesional, enfocada en el área social, con el objetivo de contribuir en la formación de personas vulneradas, expandiéndoles sus herramientas para enfrentarse al sistema, ayudándolos a crecer y fortalecerse de su experiencia, tal como indica Karen Horney, la vida es como un aprendizaje de diversas realidades, por lo tanto, sigue siendo una terapía muy eficaz.

Para concluir, les comento que ahora me encuentro en terapia, pues la salud mental es base para poder, apoyarnos y reconocernos como sujetas de derechos, y así ser un aporte a la esfera social. Hoy quiero vivir mi adultez, despojándome de todas esas memorias traumáticas, de esos recuerdos extraviados, siendo feliz, y libre de mis heridas de vida.

6.7 La hipocresía social de las masculinidades Antes que nada, quisiera partir esta historia señalando que tal como todas las mujeres he sido víctima de las acciones machistas a nivel general, razón por la cual hoy decido contar una de aquellas memorias.

Mujer, soltera de treinta y dos años, sin hijos me dirigía habitualmente a mi trabajo, el cual se desarrollaba de noche. Hace alrededor de un año, viajaba en colectivo de iba y vuelta a mi lugar de empleo, cabe señalar que, por mi residencia, solo a esa hora andaba generalmente una línea de colectivos, por tanto, era muy probable que me encontrara reiteradamente algún conductor. Un día alce mi mano he hice detenerse a un auto, el chofer era mi vecino de nacionalidad extranjera, muy amable y respetuosos hasta ese momento, parecía ser un hombre simpático. Este sujeto tenía más de cincuenta años, de costumbre, prefería subirme en el asiento del copiloto por comodidad y seguridad durante el trayecto.

Desde luego, pasaban los días y siempre me encontraba con este sujeto en el horario que me dirigía a laborar, a veces me empezaba a conversar, sin problemas para hacer el viaje más ameno. Tras un tiempo, ya sabía perfectamente mi tramo de viaje, por ende, ni siquiera me preguntaba donde bajaba, solo frenaba afuera de mi trabajo y me despedía amablemente, como lo he hecho siempre con cada conductor de transportes. Quizás no le tomé importancia a tanta coincidencia, no vi la maldad, ni una segunda intención.

De modo que, en una oportunidad que abordé el vehículo, me hizo un comentario bastante incomodo, que lindos labios rojos tienes, a lo cual respondí un simple gracias, sin embargo, en mí interior ya sentía ese malestar que me generó el tener que aceptar un cumplido que no había pedido. En otra ocasión, repitió la misma acotación, refiriéndose al tono de mi maquillaje y a lo linda que era mi boca, esta vez me silencie y mi lenguaje corporal actuó con una sonrisa enfadada. Decidí no continuar una de las tantas conversaciones, pues me centré en mi celular, como una manera de ignorarlo y así no me continuará buscando.

Fue tanto mi desagrado en esos momentos, que no pinté más mis labios, si me volvía a encontrar a este sujeto ya no quería recibir ninguna opinión no deseada, me suprimí, preferí evitar que volver a enfrentarme a esta molestia. Un tiempo después, me coordinaba con una colega para salir juntas a tomar locomoción, pero no siempre nos correspondían los mismos turnos.

En efecto, lamentablemente, tuve la desdicha de volverlo a y tener que subirme a su auto rumbo a mi ocupación. Por supuesto, que desde el primer segundo sentía esa inseguridad, fragilidad y miedo. Esto sucedió en enero del presente año, venía de vuelta de mi jornada laboral, eran altas horas de la noche, y al no pasar más locomoción, no me quedo otra razón, que irme con él. Intentaba no establecer contacto visual con él y mucho menos entablar una conversación, debido a esto me dice, supe que tu padre tiene un auto nuevo, claro respondí, y me comenta ¿sabes aquel día le dije a él que podría prestarme el auto para salir a pasear contigo? Presentando una evidente actitud seductora y de risas. ¡qué! pensé, mi mente estaba plasmada en contradicciones y prejuicios. Mantuve la conversación y le exigí que me contara en qué contexto ocurrió dicha charla. A causa de esto, se sentí absolutamente ultrajada, ¿mi padre me había vendido? Esa fue la primera sensación que experimenté, pues él estaba aprobando que este señor bastante mayor, saliera con su hija, con su consentimiento y además prestándole su propio automóvil. Fue tanto mi impacto que me silencie el resto del camino y me baje sin todavía poder reflexionar acerca de esta conversación a mis espaldas. Por suerte, no tuve que seguir el camino a casa sola, ya que pronto se subió una pareja y eso me hizo presentir que al menos llegaría a casa sana y salva.

Debido a este episodio, primeramente, opte por no tomar más este colectivo conducido por un hombre abusivo, irrespetuoso, indolente y perturbador. Sin importar, las consecuencias que esto me trajera a nivel personal, en tanto lo reconocía, prefería voltearme o esconderme para no enfrentarme más a él. En cuanto a mi padre, me atreví a preguntarle cómo se había desarrollado concretamente dicha conversación, claramente él lo negó incluso me cuestionó diciendo, ¿no te habrás confundido? En efecto, su masculinidad no le permitía admitir su error, pues prácticamente para él fue un simple comentario, sin siquiera razonar como había calado en mi interior, pues carecía de esa empatía, a pesar de ser su hija.

Proyecte tanta impotencia a raíz de estas reiteradas situaciones de vulneración, tenía pena, rabia y un desagrado hacía sus machismos. Todo esto, desencadeno en mí una profunda inseguridad personal, ya sea en el espacio público como privado, pues me habían transgredido tanto un hombre externo a mi núcleo personal, como también mi padre.

El problema de las masculinidades esta tan aceptado en esta sociedad patriarcal, que como mujeres siempre nos estamos enfrentando a diversas situaciones, siendo víctimas de sus conductas carentes de un ser humano digno y respetuoso con el género femenino. Al resignificar esta experiencia me hace mucho sentido la frase “Por cada mujer cansada de ser calificada como hembra emocional, hay un hombre que aparenta ser fuerte y frío para mantener sus privilegios” (Varela, 2008, pág. 274). Desde la perspectiva de esta autora, las masculinidades se han aprovechado tanto de los estereotipos de género, como de su incipiente sensación de superioridad ante las mujeres, para creer ser seres capaces de actuar frente a conductas avaladas por la esfera social (Varela, 2008). Precisamente por esto, no tiene el mayor tapujo de opinar de nuestros cuerpos, de perdurar la objetivación de estos y de proseguir instalando estos ideales de las masculinidades que se transmiten como leyes sociales que debemos acatar. A causa de esto, determiné que no volvería a tomar un colectivo, suprimiendo mi libertad de transitar libremente, por culpa de este sujeto que me hacía sentir violentada. He mantenido un miedo profundo a confrontarme nuevamente con él. Por ello, decido ignorarlo si lo veo, aun así, temiendo por qué él pueda tomar represalias físicas contra mí por invisibilizarlo de mí entorno.

Nunca pensé que, sobre mis treinta años, iba experimentar tal efecto de inseguridad, solo anhelo no tener que vivir nunca más una circunstancia como esta. No me dejaré derrocar por el machismo. Con el corazón latiendo y una respiración alentadora, intentaré liberarme de cada uno de esos momentos, conformaré un temple más fuerte, me visualizaré como una mujer valiente, pues ya no quiero sentirme amenazada por mi apariencia ni condición de mujer. Sé que ya no estoy sola en esta lucha, que miles de mujeres deben sentirse tal como yo lo he vivenciado, esto nos une, nos abraza y nos instala en una sociedad que debemos transformar, quiero vivir en plena libertad, sin miedo a la oscuridad de la noche, a la soledad en la calle, al abordar un medio de transporte, al caminar sola. Basta de avalar esta hipocresía de las masculinidades, es momento de que reeduquemos tanto a nuestros padres, hijos, amigos, sobrinos y conocidos, pues solo de esta manera las mujeres seremos consideradas como sujetas de derechos.

6.8 Masculinidades enraizadas por el patriarcado Soy mujer, veinteañera y como muchas otras compañeras tengo redes sociales, desde hace bastantes años. He sido consciente de la cantidad de abusos que han sufrido muchas por hombres que pretenden potenciar sus masculinidades y machismos por medio de estas, pero nunca pensé que me pasaría a mí.

Me encontraba un día actualizando mi Instagram, cuando recibí un mensaje de un chico de diecinueve años, me escribió un simple hola y le respondí, no esperaba que en cosa de minutos la conversación se volvería en una situación tan agobiante, repugnante y denigrante. Comenzó a decirme un sinfín de piropos que no iban a lugar, pues ni lo conocía para que estuviera opinando de mi cuerpo, incluso me invito a salir, organizando un panorama para que nos viéramos en persona, a lo cual le respondí simplemente que no estaba dispuesta.

Al detonar esta acción, este sujeto empezó a enviarme mensajes totalmente denigrantes e indignantes, le hice saber que sus mensajes me intimidaban, me avergonzaban e incomodaban, pero como era de esperar ni le importó. Continué hablando con él, desde mi ingenuidad pensando que quizás, solo era un cabro chico sin criterio y no me di cuenta a tiempo. Cada vez que intentaba cambiar el tema, el insistía por hacerme preguntas, como, por ejemplo, si yo me tocaba, si tenía mi vulva apretada, entre otras tantas acciones que poco a poco dimensioné. Finalmente, me solicitó fotos de mis genitales, a las cuales no accedí. Claramente, este adolescente es un hijo del patriarcado, pues se siente con el poder de hacer y deshacer con las mujeres, sin importarle cuantas veces una le diga que no es no. Experimente una cibermisoginia, es decir, el odio de una masculinidad sobrevalorada, que promueve esta violencia desde un medio digital (Fornet, 2018).

Justamente, luego de unos minutos tomo una actitud más violenta aún, pues quizás él esperaba que yo atendiera a todas sus preguntas y necesidades por validar una superioridad masculina, que claramente no estaba dispuesta a aceptar. A veces analizo esta situación y me pregunto, ¿tanto nos ha afectado ser súbditos y súbditas de este sistema patriarcal? Efectivamente, tipos como este, tienen una vida por delante y me sorprende que pese a los tiempos que estamos viviendo donde los movimientos feministas han levantado la voz del consentimiento, existan jóvenes que se creen con el poder y la

autoridad de pedir lo que a ellos les parezca y además violentar a mujeres por cumplir sus necesidades sexuales.

En realidad, ¿hasta cuándo debemos soportar ser un objeto sexual? Pues ya deberíamos entender, que sacarme fotos como yo lo desee no busca mi validación masculina, solo expresa mi libertad de expresión y mostrarme como a mí me parezca mejor, pero eso no les entrega ninguna validación para ser sujetas de su opinión y discriminación.

Luego de unos minutos la conversación terminó, sentí un alivio, pero también una impotencia feroz, ¿cómo hacerle entender a este tipo que lo que hacía no estaba bien?

Pues finalmente, acepto que el solamente les escribía a mujeres para pasar el rato y era, así lo expresó. Por lo tanto, no tengo certeza de a cuantas mujeres les realizara las mismas preguntas incomodas e intimidantes. No tengo la claridad, de que su mente perturbada le permita reflexionar acerca de sus prácticas patriarcales y eso me desconsuela.

Probablemente, su hombría espiaba sus menores pensamientos, los cuales se amplificaban en palabras dentro de su universo negado de violencia, la cual era incapaz de comprender (De Beauvoir, 2018)

Me costó años darme cuenta de que habían cosas que no debíamos permitir, porque nacer en un mundo donde la pubertad se activan las redes sociales, nos hizo exponernos de sobremanera y vivir en un constante mundo de la validación social por medio de un like.

Sin embargo, aprendí que yo soy dueña de mis redes, de mi contenido y de mi cuerpo, así como también que debemos erradicar estas masculinidades enraizadas por el patriarcado.

6.9 Soltera otra vez Mujer, independiente, profesional y con ansias de seguir creciendo en el mundo vivo de mis sueños y de llegar a cumplir cada una de mis metas. Sin embargo, para esta sociedad que ejerce el poder heteronormativo por sobre las mujeres, me he visto constantemente enjuiciada y cuestionada por tener o no pareja, como si tener a un hombre al lado me hiciera mejor persona, me entregara un estatus social distinto o simplemente por cumplir con ese rol impuesto por el Estado de que la familia es el núcleo de una sociedad.

Honestamente, es nefasto tener que lidiar con tantos comentarios con respecto a la edad, la maternidad, el matrimonio, o simplemente creen que eres homosexual y estás reprimida sin salir del closet. A veces me pregunto ¿qué tan difícil puede ser para una mujer enfrentarse soltera como una mujer exitosa? Entendiendo como el éxito al cumplimiento de todos mis anhelos en la vida.

En este sentido, he podido visualizar como algunas mujeres se sienten felices en sus matrimonios heteros, mujeres que se sienten felices en sus disidencias, ha, pero las mujeres que están solteras estarían destinadas a un futuro fatal. ¿quieres tener hijos? ¿te presento un amigo? ¿salgamos a bailar a ver si conoces alguien? No sé si reír o llorar.

La limitaciones sexuales y reproductivas de las mujeres son constantemente reprimidas, claro puedo estar soltera y eso no significa que pueda tener mi vida sexual activa, pero evidentemente para la sociedad debes validarte en una relación formal, de lo contrarios eres estigmatizada como una mujer fácil, prostituta, entre otros adjetivos.

En efecto, hoy solo las vengo a invitar a que no se sientan coartadas por el sistema patriarcal, sigan sus sueños, vivan sus vidas como ustedes lo deseen, luchen por la reivindicación de las mujeres en la historia de Chile y por, sobre todo, simplemente dedíquense a cumplir todo aquello que se propongan. Pues la sociedad incide en el pensamiento, que a las mujeres soleteras de cierta edad han fracasado (Ngozi Adichie, 2015). En definitiva, debemos corporalidad el malestar subjetivo de nuestras mentes y movernos en libertad desde la intuición.

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