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Los frutos no se hicieron esperar. Mediante el análisis de las condiciones necesarias para que un óvulo y un espermatozoide pudieran sobrevivir fuera del útero, Edwards desarrolló un medio apropiado, que definió como «líquido de la cultura mágica», para lograr la fertilización. En 1971 realizó (en colaboración con Steptoe) su primer intento de implantar un óvulo fecundado en una paciente. En este primer envite no tuvieron éxito, lo tendrían, como queda explicado, en julio de 1978. Además, fruto de esa estrecha colaboración, surgiría la Clínica de Bourn Hall, en Cambrigde, de la que fue director científico hasta 1991. Edwards es miembro extraordinario del Churchill College y socio de honor de otras veinte instituciones relacionadas con el campo de la fertilidad. Entre 1984 y 1986 fue presidente de la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología. Además del reciente Nobel, ha sido galardonado con los premios más prestigiosos relacionados con su área de conocimiento. Autor de referencia, entre sus publicaciones se cuenta Una cuestión de vida (1980), escrito en colaboración con Steptoe, y Principles of Assisted Human reproduction, con Steven A. Brody. Orgullo y satisfacción Con los años, Robert Geoffrey Edwards sonríe

cuando se le recuerda que en los primeros tiempos fue objeto de vehementes críticas. Sonríe porque el tiempo y la evidencia han demostrado que su método, por el que han nacido más de cuatro millones de personas, no sólo ha servido para traer al mundo a seres humanos sanos sino también para hacer felices a un considerable número de parejas que han visto realizado su sueño de ser padres. Además, de la mano de los avances derivados de los trabajos de este infatigable investigador, la ciencia reproductiva se enfrenta a nuevos retos para reducir la infertilidad y conseguir que los futuros bebés procreados en el laboratorio crezcan libres de enfermedades. Es así que expertos reunidos por la revista Nature con motivo del 30 aniversario de la primera “niña probeta” aseguraron que la medicina reproductiva dará mucho que hablar en las próximas décadas. Sugieren que será posible crear gametos a partir de una célula cualquiera, seleccionar el embrión que más se ajuste a los deseos paternos e, incluso, gestarlos dentro de un útero artificial. Estos posibles escenarios, lejos de ser ciencia ficción, se están empezando a esbozar ya en laboratorios de todo el mundo. El principal problema que rodea a las nuevas y futuras técnicas reproductivas es su regulación. La dimensión ética de estas cuestiones hace especialmente necesario legislarlas ya que, de lo contrario, cualquier procedimiento —como la selección de un embrión que pueda curar a un hermano enfermo— puede emplearse para fines que, al menos hoy en día, la sociedad no ve con buenos ojos, como por ejemplo elegir el aspecto físico, la altura, el peso, el cociente intelectual, etc. En España, la Ley de Investigación Biomédica contempla la clonación terapéutica y la selección de embriones para salvar a un hermano y prohíbe expresamente la creación de cigotos para la investigación y la clonación de seres humanos. Pero, en definitiva, el mundo sabe hoy que la probabilidad de que una pareja infértil conciba un bebé tras un ciclo de fecundación in vitro es de una sobre cinco, prácticamente la misma que tiene una pareja sana de concebir de forma natural. «Ese avance y esa realidad nos llena a todos, y a mi personalmente, de una íntima satisfacción», concluye orgulloso el premio Nobel de Medicina y Fisiología 2010.


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