6 perrenoud philippe 2007desarrollar la practica reflexiva

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D E S A R R O IU E U P R ÍC IIC A R E FLE X IV A E K E l O FIC IO DE EN S EÑ A R

o a los demás, el proceso de concienciación se pone en marcha. Des­ graciadamente, no siempre es fácil medir los resultados en un «oficio im­ posible», y todavía menos hallar la distancia justa entre la autosatisfacción beata y la autodenigración destructora. Además, un enseñante enlaza un número impresionante de pequeñas decisiones. Más que al saltador de pér­ tiga obsesionado por un resultado único, debe enfrentarse a multitud de retos grandes y pequeños, sin saber siempre lo que resulta de su acción, ya sea porque sólo hace efecto a m edio plazo, o porque la evaluación se ve obstaculizada por el curso de los acontecimientos. Por consiguiente, el enseñante no está en la misma situación que el atle­ ta que paga el precio de la concienciación porque su progresión y sus m e­ dallas dependen de ello. En un oficio de lo humano, cada uno se ocupa de varios usuarios y persigue numerosos objetivos, sin tener criterios seguros para saber si se consiguen. Cuando no lo hacen, el practicante puede refu­ giarse en mil excusas: la falta de tiempo, de medios, de apoyo de la jerarquía, de cooperación de los colegas o de los usuarios. Con todo lo serio que pueda ser, un enseñante puede vivir en cierta confusión y no siempre tendrá la energía y la fuerza deseadas para «salir adelante» (Fernagu Oudet, 1999).

Las resistencias a la concienciación Solamente los filósofos valoran incondicionalmente la lucidez. Los seres hu­ manos normales combinan la voluntad de saber y la de no saber. La concienciación presenta riesgos. El más fácil consiste en una espe­ cie de desorganización de la acción. L o que era simple con el «p iloto au­ tomático» puede hacerse más difícil cuando hay que hacerlo a conciencia. Un colega interesado por la explicitación cuenta, por ejemplo, que un día, en un restaurante, fascinado por una camarera capaz de acordarse de mul­ titud de pedidos sin tomar nota y de llevar a cada comensal exactamente lo que había solicitado, le preguntó: «¿Cóm o se lo hace?». Y ella le respondió: «Pues... no lo sé». Unos minutos más tarde, tomando la nota de otra mesa, había perdido su maestría... La historia n o dice si la recuperó al día si­ guiente o si se sintió definitivamente inquietada por una cuestión aparen­ temente inocente. De esta anécdota, podemos sacar la conclusión de que no es necesario remitirnos a la infancia y a Freud para desestabilizar a un practicante, e incluso para sumirlo en una crisis. El riesgo inherente a la concienciación de un esquema aislado o de un aspecto del habitus no está únicamente ligado al trabajo de explicitación, a la carga cognitiva que lo acompaña y a la pérdida de una form a de ino­ cencia cognitiva. El riesgo también afecta al impacto de los descubrimien­ tos sobre uno mismo que puede suscitar todo ejercicio de lucidez. Es normal experimentar una ambivalencia. El «conócete a ti mismo» no es la aspiración de todos.


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