Guia tutoria cuarto grado

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En el IV ciclo (entre los 8 y 9 años), las niñas y los niños… Van ampliando su círculo de amigos y este se convierte en su motivación central. Algunos son diferentes de aquellos con los que acostumbraban jugar, lo cual representa una experiencia enriquecedora que ayuda a la niña o el niño a madurar. Si bien profundiza sus amistades, aumenta la distancia con las personas del sexo opuesto; esta tendencia puede continuar (o aparecer) en los siguientes años. Continúan fascinados con el sexo y con los hechos concernientes al desarrollo sexual, la reproducción humana y las relaciones sexuales. Este es un momento ideal para enseñar a las niñas y a los niños los hechos básicos acerca de la sexualidad, pues, si se les da la oportunidad, no tienen vergüenza de realizar preguntas detalladas. Comienzan a definirse como personas con rasgos particulares y necesitan tener información acerca de cómo son; a partir de ello, se sienten más maduros, confiados e independientes. Son más críticos(as) de sí mismos y de los demás; esto los lleva a intervenir y discutir más sobre las explicaciones que les brindan las personas adultas. Estructuran sus funciones intelectuales en un sistema de operaciones interrelacionadas entre sí y con diversas propiedades, entre las cuales se destaca una fundamental: la reversibilidad, que es la idea de que cada operación tiene una opuesta, que la revierte. Una limitación fundamental es que las operaciones se realizan en un plano concreto. Es decir, son capaces de razonar, analizar y extraer conclusiones sobre hechos o cosas concretas; no obstante, aún no pueden hacerlo en asuntos abstractos. Aceptan que las reglas no son absolutas, sino que pueden modificarse por consenso social. El niño o la niña trata de imitar las reglas de los demás, pero al mismo tiempo sigue creyendo que son sagradas e intangibles, y considera cualquier alteración como una violación, aunque este cambio sea aceptado. Todavía está presente el respeto unilateral hacia la persona adulta. La práctica del juego asume un matiz más competitivo: ahora sí le presta atención a “ganar”. Además, surge la necesidad del control mutuo, y —por tanto— el intento de modificar las reglas. Así, el placer del juego comienza a ser social: el niño o la niña se esfuerza por acatar reglas comunes; es decir, busca un acuerdo mutuo. Del mismo modo, empieza a desarrollar afición por juegos en equipo y ello se intensifica si estos son competitivos.

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