La caña gris. Número 6-7-8. Otoño 1962. Homenaje a Luis Cernuda.

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dos, «desplazados». El silencio no es un silencio muerto o fúnebre, sino vivo y jovial. Vivo de trinos y de hojas, es decir, perceptible gracias a los trinos de los pájaros y al ruido de las hojas (obsérvese, aparte la economía de expresión, lo que pasa a significar de, y la parte de trinos que alcanza a hojas). De es siempre, en verso y en prosa, un jack-of-all-trades o factótum: compárese la espina del deseo con la espina del pescado y se verá que, en el primer caso, de equivale, sobre poco más o menos, a un signo igual y representa (aunque con disimulo) un papel metafórico. La espina no es el pescado, por supuesto, pero la espina es el deseo: el deseo como espina, en lo que tiene de espina, es decir, en su aspecto punzante (como subraya el adjetivo aguda) 7. Pero, a fin de cuentas, ¿qué nos dicen estos poemas? Porque el jardín podrá ser el mismo, pero la situación es bien diferente. El yo tácito del poema 1 ¿no parece estar soñando el futuro, sin presente, en su ahora? Claro que este jardín («o¿¿ le bonheur est marié au silence», diría Baudelaire) tiene mucho de edén, de secreta delicia natural. Con todo, no pasa de sueño quieto, mientras el tiempo escapa. La vida^debe de ser otra cosa 8. En el poema 2 se trata de ir de nuevo, otra vez (implícitamente nevermore, nunca más) al jardín antiguo (¿por qué va pospuesto el adjetivo?), aquel jardín remoto donde entonces, antaño, punzaba (mejor dicho, punzó) el deseo juvenil. Ya no está el jardín escondido en los muros, para que el mozo solitario se lo apropie por unos instantes, sino cerrado, inaccesible, tras los arcos («para un andaluz, la felicidad aguarda siempre tras de un arco») de la tapia que sólo un dios sin tiempo (¿cómo sin?) podría volver a traspasar. No puede el hombre llegar de nuevo allí como no sea a través de los arcos del recuerdo («¿no es el recuerdo la impotencia del deseo?»). El sueño o ensueño de futuro es ahora evocación de pasado fenecido, arrastrado en la ráfaga del tiempo, como la juventud del mozo, como los cuerpos de las almas viejas, presagiosas. ¿Cuál es, en síntesis, el impacto total de un poema y del otro? ¿Pretenden contagiarnos una emoción o, por el contrario, sondear, ante nuestros ojos atónitos, la zona de sombra que hay en la vida? ¿Hasta qué punto es expresable, puntualizable, lo que transmiten? ¿Podrían verterse en prosa? ¿Cabe aislar los efectos que produce ésta o aquella piececita? ¿Operan diversamente en cada poema los ingre-

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7 Esta aguda espina es eco de la aguda espina dorada de A. Machado, y, a su vez, del cravo de Rosalía de Castro. (L. CERNUDA, Estudios, 1957, p. 66. Cfr. Cuadernos de estudios gallegos, XIII [1958J, p. 216. núm. 11.) Copiaré sólo la última estrofa del conocido poema de Machado: Mi cantar vuelve a plañir: «Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada.-» 8 El primer libro de juventud de Cernuda se tituló Perfil del Aire (1927).


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