El Faro febrero 2013

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CORAZÓN DE PIEDRA Se decía que su belleza podía hacer vibrar el corazón de la más inmóvil de las estatuas. Quiso comprobarlo allí donde abundan las efigies más imponentes (última morada de los antiguos y desaparecidos dioses): el British Museum of London. Se paseó entre reyes y momias; entre Zeus, Prometeos y Apolos. Recorrió Gales, Tebas, Ur, Benin, Nínive, Tenochtitlan... Lo hizo a plena luz del día, al tiempo que danzaba en medio del público, vestida de gasas y tules; entre miradas de sorpresa; incomprendida; refulgente y hermosa. La música surgió de ninguna parte. Las puertas del museo se cerraron. Los miles de turistas que visitaban las inmensas galerías quedaron atrapados. La gente comenzó a temer, a gritar, a correr sin sentido de una parte a otra. Ella danzaba al son de la música. Un ruido de lanzas golpeando contra el suelo, de espadas de acero chocando contra escudos del mismo y ruin metal, aturdió a la multitud. Tambores de piedra se unieron a un coro de voces profundas y pétreas. La gente quedó paralizada ante el estruendo que siguió a ese murmullo convertido en una cascada de sonidos delirantes que aturdía los oídos. El miedo postró a los presentes. El miedo que presintió el


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