cartuchos. Yo ansiaba jugar con tus curvas sedosas bajo los cielos abiertos y helados. Soñaba besar tus labios llenos de heridas y surcos ensangrentados. Soñaba curar con mi lengua los punzantes sabañones que te atormentaban. Más de cuarenta kilómetros en ocho horas de marcha. Una rebanada de pan negro y agua. Los campesinos han muerto. Somos los últimos. La artillería lanza ecos de muerte al espacio. Se llenan libros de historia con el crepitar de las hogueras que dejamos a nuestra espalda. Tu fusil reluce metálico y apagado. Tus ojos se han vaciado de expresión humana. Saben a hoguera y vanidad. Me sonríes sin mirarme. El tiempo de
los héroes se nos ha perdido entre la maleza. Nos hemos sentado para no levantarnos. Se oyen a lo lejos ladridos lastimeros de perros viejos. Nos hemos sentado en medio del caos. Nos besamos sin mirarnos. Nos llegan las últimas órdenes. Recomponer la línea de frente. Seguimos sentados. Tus manos frías dejan roja e insensible mi espalda. El amor crepita al consumirse. Hay un espacio vacío de silencio entre nosotros. Nuestro mundo se derrumba. Nos duelen los labios y de nuestra piel nacen flores mustias y gemidos. Nos quedamos dormidos esperando a Dios.