Gaceta Políticas 250

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La izquierda frente al cambio de época

Jorge Cadena-Roa*

E

n los últimos 30 o 40 años en la mayor parte del mundo se han dado procesos de diferenciación sistémica entre el Estado, el mercado y la sociedad. Donde no han ocurrido, persisten autoritarismos y teocracias, economías ineficientes subordinadas a intereses políticos, y sociedades con bajos niveles de organización y participación autorreflexiva y autónoma. Sin embargo, con demasiada frecuencia los procesos mencionados han sido estudiados de manera independiente y, por ello, se ha empobrecido la comprensión del alcance de las transformaciones en sus interrelaciones e interdependencias1, así como de las posibilidades y límites de la acción social y política. La literatura sobre las transiciones desde el autoritarismo y acerca de la tercera ola de la democracia se centra en los cambios del régimen político que han dado por resultado que la democracia se haya convertido en el paradigma de legitimidad política más aceptado, tanto así que no existe un paradigma alternativo. La democracia no tiene rival, no porque sea un régimen político perfecto, sino porque los demás son peores. Es inmejorable la manera en que Winston Churchill lo refirió en su célebre discurso de la Casa de los Comunes el 11 de noviembre de 1947: “la democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que se han probado a lo largo del tiempo”. Lo escrito sobre el neoliberalismo, el retraimiento del sector público de la economía, el cambio estructural y la globalización, por su parte, ha puesto el acento en los cambios que ha registrado el Estado como agente económico directo (productor y comercializador de bienes y servicios), indirecto (dotador de subsidios a la producción y al consumo), y como regulador de los intercambios y equilibrios macroeconómicos en economías cada vez más abiertas. Finalmente, la literatura sobre la sociedad civil analiza las formas de organización social mediante las cuales los ciudadanos atienden problemas que les aquejan y que no esperan a que el Estado o el mercado los solucionen. Los cambios en la sociedad civil, como conjunto autolimitado, autorregulado y autorreflexivo, se expresan en la multiplicación de formas asociativas voluntarias, no lucrativas, que realizan algún

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tipo de acción pública desde una perspectiva no gubernamental y en el repunte de los movimientos sociales. En cuanto a estos últimos, en el 2011 inició un ciclo ascendente de protestas a escala mundial, comparable con los de 1848, 1968 y 1989, que aprovecha las condiciones favorables creadas por el respeto a los derechos civiles, políticos y humanos que ha traído consigo la democracia. Recapitulando: la democratización, el fortalecimiento de las economías de mercado y la organización y participación social han sido, cada una de ellas por separado, sin exageración alguna, dramáticos. A los cambios anteriores podrían agregarse los que se han dado en los sistemas educativos, en las comunicaciones, en las tecnologías, en la cultura y otros subsistemas más. Pero una cosa está clara: en los últimos 30 o 40 años se han dado procesos de diferenciación sistémica que llevan a que cada uno de ellos opere a partir de sus propias reglas. Si los cambios por separado son dramáticos, en conjunto hablan de transformaciones de época, no coyunturales. No estamos frente a un movimiento pendular. Max Weber lo describiría como un cambio en las vías del tren. De ahí que sea preferible analizar cómo la modificaciones en uno de los subsistemas incentiva mudanzas en los otros de tal manera que, como resultado de interacciones continuas, se abren procesos complejos (en el sentido de que se presentan fenómenos imprevistos y respuestas creativas) que estimulan comportamientos adaptativos, de aprendizaje e innovación; dicho de otra manera, ver cómo, frente a circunstancias emergentes que transforman a las partes que interactúan, éstas coevolucionan. Ante ese telón de fondo, es urgente que la izquierda se posicione y redefina con claridad. Tradicionalmente la izquierda se ha dividido por la interpretación de los clásicos y por la línea política correcta. Pero a pesar de esas diferencias había un consenso básico acerca de qué hacer con el Estado, el mercado y la sociedad. Trataba de conquistar el poder del primero y desde ahí imponer los cambios necesarios para acabar con la economía orientada por el lucro. Se suponía que el Estado actuaría en nombre de las mayorías y que obligaría a las mino-


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