comunicación
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i consideramos que la co municación no verbal (ki nésica o lenguaje corporal) supone entre el 60 y el 90% de la comunicación total -la comunidad científica aún no ha llegado a un acuerdo con respecto al porcentaje exacto y, por supuesto, éste varía según las personas (1)-, ¿por qué le prestamos menor atención y es la gran descuidada en nuestra ima gen personal? Los gestos son aun más importan tes que las palabras, pues se en cuentran impresos en nuestro ADN, cobrando vida propia ya incluso en el vientre materno. Antes de aprender el lenguaje concreto que nos corresponda por geografía y características físicas, todos con tamos con una serie de signos uni versales que responden, a su vez, a otras tantas emociones también uni versales, a saber: enfado, miedo, ira, tristeza, asco y alegría. La compleja red neuronal de nues tro cerebro responderá a una gran cantidad de estímulos, impercepti bles a simple vista, pero que no de-
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jan, ni por un momento, de ejercer su influencia. El gesto, ese peque ño gesto del que apenas nos per catamos, es, por tanto, la forma de expresión que precede a la palabra. Una vez que aprendamos a leer los gestos, éstos nos darán la clave de la emoción e intenciones reales de nuestro interlocutor. Fijémonos si no en todas las sensaciones exteriores a las que el cuerpo está expuesto: frío, calor, palabras, colores… Todas ellas generan reacciones nerviosas y, como consecuencia de las mismas, nuestro cuerpo no deja de realizar microgestos ni por un instante, reve lando inconscientemente aquello que el cerebro piensa y no dice.
Una vez que sabemos de la exis tencia de esta dinámica gestual, podemos definir posturas abiertas y cerradas ante los estímulos que recibimos en función de si éstos nos resultan agradables o no. Una de terminada expresión corporal, por sutil que ésta sea, nos permitirá di lucidar si una persona se acerca ba jo el efecto de sociabilidad o bien se aleja en desacuerdo informal.
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“Los gestos son aun más importantes que las palabras, pues se encuentran impresos en nuestro ADN, cobrando vida propia ya incluso en el vientre materno”
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