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CELEBRANDO LA VIDA

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N FREDDY GINEBRA GIUDICELLI M

17.Mayo.2014

Bendición cosa que nunca soñé. Nunca me dijeron que podría llegar a serlo y vivir para contarlo. Viví con mi abuela Marina desde muy niño. Mis padres se divorciaron y desde los 5 años me fui a su casa. En ese momento éramos dos hermanos y en la partición de bienes, a mí me toco mi papá. Me tomó años reparar mi pequeño corazoncito y entender las decisiones de los adultos, pero esa es otra historia. Cada día de las madres me dividía en dos, con mis ahorros compraba dos regalos y me pasaba entre las dos casas, en ese entonces la ciudad era muy pequeña y trasladarse en bicicleta era seguro y posible. Desde niño nos acostumbraban a pedir la bendición a los padres y a los abuelos. Me levantaba o llegaba y pedía la bendición y en el caso de mi abuela, la bendición iba acompañada de un beso. Una pena que el modernismo haya acabado con esa bella costumbre. Si alguien da la mejor bendición posible es la madre que nos trajo al mundo, y si la abuelita se suma, el privilegio es doble. Dios lo dejó escrito en el corazón de los hombres. La bendición de una madre es sagrada. Fui un niño privilegiado, tenía dos madres. Mi abuela desde el primer momento me hizo suyo. Ella tenía 9 hijos pero ahora al pasar los años puedo decir que definitivamente era el favorito, o así me sentía yo. Me pusieron el nombre de su hijo Freddy que murió siendo niño y heredé el amor del hijo ido a destiempo. Tengo muchas anécdotas de mi privilegio. En la nevera se

colocaban los alimentos, pero había un tramo para mí donde habitaban los mejores dulces y las manzanas. Todos lo sabían aunque algunos tíos me hacían trampa y violaban las reglas. También con el pollo me tocaba la pechuga, no había discusión. Cuando ella viajaba traía dos maletas, la suya y los regalos para los demás y la de Freddy donde acumulaba todo lo que ella pensaba pudiera necesitar o querer. Para mi mamá, yo, el hijo ausente, era tratado también de manera muy especial. Hacía todo tipo de sacrificios para complacer mis pedidos y siempre me llamó su príncipe. De ambas recibí tanto amor, pero tanto amor, que siento un gran compromiso con los míos y con todos aquellos que me rodean. Debo repartir todo lo que pueda, amar hasta que duela, y días como el día de las madres renuevo mi compromiso de dar, darme y de esa manera honrar a esas dos grandes mujeres en mi vida que me lo dieron todo sin reservas y que estoy totalmente seguro, desde el cielo donde están, me siguen bendiciendo. Bendición abuelita, bendición mamá. ILUSTRACIÓN: RAMÓN L. SANDOVAL

AHORA SOY ABUELITO,

EN EL CIELO DONDE ESTÁN: BENDICIÓN ABUELITA, BENDICIÓN MAMÁ.

n fginebra@estilos-dl.com


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