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UNA RUBIA EXITOSA... ¡Y PARA NADA TONTA!
A Prop Sito De Barbie
Una generación de mujeres hechas y derechas crecimos jugando con esta muñeca perfecta: ¿por qué nos gustaba tanto? ¿qué aprendimos con ella? Nada, ¡sólo estábamos jugando!
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¿Por qué nos gustaba tanto jugar con Barbies? Yo sabía muy bien que no me parecía ni me iba a parecer jamás a esa muñeca. De dónde esos ojotes azules, de dónde esa melena casi blanca. Pero eso me traía Santa Claus en Navidad, o me las regalaban en algún cumpleaños. Me parecían bastante más versátiles las Barbies que las muñecas de arrullar, cambiar pañales y dar biberón. Lo que me gustaba de las Barbies era que ya tenían una vida resuelta: casa propia bien equipada, su buen carro, maletín ejecutivo y una sonrisa blanca, blanquísima, venían felices de fábrica. Llegué a tener 5 o 6, las clásicas rubias con tacones y vestidos absurdamente incómodos. Recuerdo abrir la caja, sacarlas y olerlas: su aroma a plástico nuevo. Aunque vendían por separado su casa (de plástico y con ascensor) mis papás mandaron a hacer una casita de madera para guardarlas, y aquello se convirtió en la escenografía para inventar aventuras.
Ahora Hay Hasta Barbies
ASTRONAUTAS que mi muñeca se va a divorciar”. A veces, vocacional: “La mía es dueña de una fábrica”, o “mi Barbie se va de viaje de negocios”, “y mi muñeca es doctora, hoy tiene que hacer una cirugía complicadísima”. Por supuesto, lo que pasaba en el barrio o en la familia influía en los argumentos. Cuántas niñas somatizamos nuestras tristezas, preocupaciones o temores poniendo en boca de las muñecas temas adultos.
“Ok: tengo esta muñeca perfecta, en su casa perfecta, con su ropa perfecta y todo es ideal: ¿ahora qué?”. Este juguete fue un detonante para mi imaginación de escritora/storyteller/cineasta, como lo queramos ver: mis Barbies vivían unos episodios que ni las novelas de Televisa. Imaginación pura en acción. Los diálogos, las situaciones.
¿Y el Ken? Le poníamos cualquier nombre – un día se llamaba Mario, otro día Gustavo -, pero no intervenía en la acción. No siempre era novio ni marido, a veces era el hermano de alguna. Solía estar al margen de todo, y ni bailar podía: no se le podían doblar bien las piernas, no lo podías peinar y con esos brazotes extendidos era bastante rígido. Y su ropa era aburrida.
Por eso, cuando mis amiguitas Kattia y Patricia venían a jugar y traían los juguetes de su hermano Álvaro, yo encantada incluía en la acción dramática a Chewbacca. Sí, un muñeco de Chewbacca, mucho más alto que el Ken, que además traía una ballesta y un bláster, y una nave. De verdad que Ken tenía todas las de perder, no era interesante por ninguna parte.
Dependiendo con cuáles amiguitas jugabas y compartías, la acción dramática cambiaba. Algunas veces, melodrama: “hoy juguemos de
De frente a esta bomba mediática de la película de Greta Gerwig, ahora como adultas podemos ponernos trascendentales y analizar si fue o no un juguete machista, si deformó nuestra noción de la realidad y estándares de belleza, pero lo cierto es que a las niñas de los 80 nada de eso nos pasaba por la cabeza: solamente estábamos jugando. La muñeca evolucionó, fueron apareciendo más Barbies profesionales y menos de adorno: la Barbie veterinaria, la Barbie doctora, yo tuve la Barbie vaquera (toda una ganadera), y luego sus hermanitas menores, las Skippers, y hasta bebés. Ojo que, en mi casita de madera, no tenías que ser casada para tener bebés. Éramos de avanzada. Ahora hay hasta Barbies astronautas, y estoy segura de que lo que tienen de lindas lo tienen de listas. Son un guiño a lo que puede conseguir cualquier niña que consiga desarrollar su potencial, sea rubia, castaña, asiática, negra, pelirroja, y recientemente una hermosísima versión con Síndrome de Down.
Y tengo que cerrar con el ingenio emprendedor de mi tía abuela Estercita, tan hábil para la costura, quien tuvo la idea brillante de confeccionar y vender ropa para las Barbies. Ella cosía blusas, faldas, pantalones (muy pocas Barbies traían pantalones), y eso sí que era entretenido: vestirlas, peinarlas, y cambiarles aquellos vestidos exagerados de brillo o tul. De nuevo, no es la muñeca en sí misma, sino lo que provoca jugar con ella.
Toda mi nostalgia está atrapada en aquella casita de madera, con rodines y detalles, donde las muñecas podían abrir y cerrar puertas, sentarse frente a la chimenea (aunque en estos trópicos, ¡quién usaba eso!), y en el porche había espacio para el caballo, el carro… y el Ken, que se quedaba afuera esperando algo. Qué, no sé.
En un mundo de Ken, sé un Chewbacca. (Or, date one!).
Kendall Jenner modeló un cloud dress, que en un guiño a Lady Di se complementó con una réplica del icónico choker de perlas con broche de zafiro
