libro de investigacion

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Se abrazaron, no saben por cuanto tiempo, recitaron entre susurros como cada uno vivió sus aventuras, como cada uno sintió lo que emanaban esas pequeñas pero grandes letras; el libro que ahora reposaba sobre las piernas de ella, mientras él le contaba su sentir al caminar por el bosque ¿o era el desierto?, si, era el desierto, donde sediento esperaba más y más de aquella cautivante historia, y ella con su sonrisa respondía que en aquel momento solo pensaba que podía salir algo de las dunas, que podía caer en el espejismo de un oasis inexistente. El tomó entonces sus manos, las unió a la cubierta del libro, y lanzó la pregunta que llevaba tiempo queriendo formular: – ¿Quieres vivir la siguiente aventura conmigo? – ella no supo que decir, se sentía extraña y algo confundida. Él, en medio de su sonrisa se puso en pie, tomo el libro que en ella reposaba, lo puso en la biblioteca que se encontraba en aquella habitación, y tomó otro. Estiró su brazo, invitándola a tomar su mano, ella lo hizo, se puso en pie y entonces él la llevó a la otra habitación – No es justo que esperemos uno u otro por un libro que los dos disfrutaremos. Vamos a vivir otra aventura, a nuestra manera – ella asintió en respuesta, y al cerrarse la puerta tras ellos, entraron a un castillo, custodiado por un dragón de hojas y versos, donde ellos, eran los prisioneros…

*** 23. La historia la escriben los vencedores. (Daniel G. Domínguez) RELATO: No puedo dejar que cometan semejante barbarie. No solo por idealismo o convicción, sino por sentido común. La pira funeraria, cada vez más alta, escupía copos grisáceos que caían sobre nuestras cabezas, mientras los allí presentes vitoreaban gritando y riendo por una nueva era. Habían vencido sin duda, eran los ganadores de la guerra. Aun así, eran incapaces de ver el crimen que estaban cometiendo, en nombre de un futuro supuestamente mejor, incapaz de ver todo lo que estaban destruyendo, perdiendo... Seguían arrojando mas a la hoguera, mientras el fuego crepitaba hambriento de combustible. Tal vez lucharon en nombre de la libertad, tal vez los gobiernos perdieron la cordura hace mucho tiempo, tal vez alguna vez la lucha fue justa. Pero con aquel atroz gesto, todo perdía su significado. Todo el bien conseguido o el mal provocado, si es que en una guerra hay algo que los diferencie, había sido en vano. Estábamos en el edificio donde se había librado la última batalla. Donde los resquicios del gobierno, aun incapaz de abandonar el poder, de soltar su avaricioso control sobre los demás, resistió hasta el último momento la embestida del pueblo. Desde luego tuvieron el valor de continuar hasta al final –por llamarlo de alguna manera–, aunque estoy muy seguro que de haber podido escapar, lo hubieran hecho. Sin embargo, aún ciegos en su

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