libro de investigacion

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Me dijiste una vez; “Hay un momento, inmediatamente después de que la vida ya no vale la pena, cuando el mundo parece ir más despacio y todos sus innumerables detalles, de repente se hacen brillantes, dolorosamente evidentes” Yo no había comprendido nada ¡de verdad!, mi mente estaba en esa especie de limbo en el que nos sumergimos cuando el inconsciente intenta protegerte de cosas que ni siquiera hemos admitido, y no por el peligro que el resto del mundo supusiera para mí, si no, por lo que mi propia mente era capaz de hacer conmigo… Todavía conservo un poco de esa paranoia, aunque no te alucino en ataques histéricos cuando me despierto sola a las tres de la mañana, no tapo mi nariz cuando cocino con vainilla e incluso he aprendido a cruzar la calle fuera del rallado sin tener que apretar las manos…pero a veces escucho un pedacito de esa canción; la que solías mal cantar cuando traías el café o mientras caminabas entre aquellos mundos que no supe conocer, y de nuevo siento que soy mil centímetros más pequeña, el helado vuelve a ser mi mejor amigo y empiezo a ver películas sin trama. Empiezo a devorar paginas como agua… El primero fue cuando tenía once años, ese libro desojado que todavía conservo justo al lado de la cama; el puesto privilegiado que aquellos envidiosos en mi biblioteca no podrán quitarle, sus tapas amarillas ahora casi blancas y gastadas son el recuerdo cariñoso de mis primeros zapatos para el bachillerato. Definitivamente el me encontró a mí, incluso ahora cuando ni yo puedo encontrarme. Cuando sus hojas empezaron a caerse intente sostenerlas con un poco de cinta, intente sostenerlas con pega y saliva, y fue cuando mama me dijo que lo cambiara, podría obtener un nuevo y con todas sus hojas en la librería del centro comercial. En ese momento no quise uno nuevo, quería ese, mi libro, el que había deshojado luego de leerlo por cuarta vez en un pedacito de mi cuarto tratando de no despertar a mi hermana con la luz de la lámpara, el que estaba marcado con pequeños puntos en las partes que más me gustaban, aquel por el cual me debatí si estaba bien doblar las esquinas o no. Diez años después todavía me cuesta doblar las esquinas, no es un daño atroz pero el papel nunca vuelve a ser igual y es algo que me atormenta desde el fondo de mi mente. Diez años después todavía intento memorizar aquella frase que suena inteligente para contarla a mis conocidos, o aquella otra que aunque cliché me encantaría escuchar susurrada por labios más que amigos. Diez años…Diez años han pasado y un sinfín de historias entre ellos, de mi propia autoría con personajes primarios y secundarios según el tiempo y la distancia, y muchas otras de la mano de los que se atrevieron a librar sus batallas con tinta y papel. Cruzaron mares para proteger reinos, desafiaron al pasado para garantizar el futuro, se transformaron en historias y pasaron a la historia como los héroes de su generación, como los más temidos villanos o como los más brillantes magos de su tiempo.

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