Focus. Desarrollar la atención para alcanzar la excelencia -Dedaniel Goleman-

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los pueblos nativos, olvidando sus tradiciones locales (como el arte de la navegación), han ido incorporándose a la corriente general. Así es como hemos ido perdiendo la experiencia tradicional de conectar con los sistemas de la naturaleza. El momento en que se da el contacto de los pueblos indígenas con el mundo exterior marca también el comienzo del proceso gradual de olvido de su tradición. Cuando hablé con Lindsey, estaba preparando un viaje al Sudeste Asiático para visitar a los moken, los llamados “nómadas del mar”. Poco antes de que el tsunami del año 2004 asolara las islas del océano Indico donde habitaban, los moken «se dieron cuenta –según me dijo– de que los delfines se alejaban de la costa y las aves dejaban de cantar. Fue entonces cuando, orientando la proa de sus embarcaciones mar adentro, se dirigieron hacia un lugar en que, cuando pasó, la cresta del tsunami apenas si se notó, de modo que ningún moken resultó herido». Los pueblos que, por el contrario, habían olvidado las artes antiguas de escuchar a las aves, observar a los delfines y saber qué hacer con todo eso, sufrieron las consecuencias. A Lindsey le preocupa que los moken estén viéndose ahora obligados, tanto en Tailandia como en Birmania, a renunciar a su vida de nómadas marinos y asentarse en tierra firme. Basta con que el eslabón de una generación deje de transmitir esta modalidad de conocimiento para que la cadena se rompa y esa forma de inteligencia ecológica acabe desvaneciéndose de la memoria colectiva. Como me dijo Lindsey, antropóloga educada por sanadores nativos en Hawai: «Cuando íbamos al bosque a buscar plantas medicinales o flores para hacer guirnaldas, mis mayores me enseñaron a recoger solo unas pocas flores u hojas de cada rama de modo que no quedase, en el bosque, huella alguna de nuestro paso. Pero los muchachos de hoy en día no tienen empacho alguno en romper ramas y dejarlo todo lleno de bolsas de basura». Esta actitud negligente me ha dejado perplejo muchas veces, en especial cuando he investigado nuestra ignorancia colectiva a la hora de enfrentarnos a la amenaza que la actividad humana cotidiana supone para la supervivencia de nuestra especie. Es como si, incapaces de anticipar los efectos adversos provocados por los sistemas humanos que se ocupan de la energía, el transporte, la industria o el comercio, fuésemos también, en consecuencia, incapaces de remediarlos.

La ilusión de la comprensión Un importante mayorista de revistas de ámbito nacional se enfrentaba al problema de que, según la información que llegaba desde los puntos de venta, más o menos un 65% de las publicaciones que comercializaba jamás llegaban a venderse. Por esta razón, la cadena comercial, una de las mayores de todo el país, se reunió con un grupo de editores y distribuidores para ver lo que, al respecto, podían hacer. Para la industria de las revistas, asfixiada por la caída de las ventas y los medios digitales, se trataba de un problema apremiante que nadie, hasta entonces, había podido resolver. Pero habían llegado a un punto en el que ya no podían seguir encogiéndose de hombros y se vieron obligados a abordarlo en serio. «El despilfarro era, tanto desde el punto de vista del coste como desde la perspectiva del carbono emitido, extraordinario», me dijo Jib Ellison, director general de la consultoría Blu Skye. «Descubrimos –añadió Ellison– que, como la mayor parte de la cadena de producción y distribución había sido creada en el siglo XIX, su visión se centraba en consecuencia, de manera casi exclusiva, en las ventas, sin considerar siquiera la sostenibilidad ni la gestión de los residuos.» Uno de los mayores problemas era que los anunciantes no pagaban su publicidad en función de las


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