Espora

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un cajón de estacionamiento y un árbol mediano en la entrada. En su interior, no había nada que llamara la atención de Laura: dos sillones con una mesa de centro, una televisión pequeña, una mesa circular, cuatro sillas. Laura, después de saludar a la madre de Sebastián y a una decena de personas que jamás había visto, se sentó en uno de los sillones. Nico, somnoliento, se recostó a su lado con la cabeza en sus piernas. Cuando recargó su espalda cansada en el respaldo del sillón, descubrió que, junto a una ventana, estaba colgado un enorme retrato en el que aparecía ella cargando a Nico recién nacido. Laura miró la fotografía con un tremendo cansancio, producto del viaje y del llanto de horas atrás que, sumado a los cadenciosos murmullos que producía un pequeño grupo de mujeres sentadas alrededor de la mesa del comedor, fue venciéndola hasta quedar dormida. El mundo iba perdiendo su martirio con la víspera de la mañana. Laura, de entre tantos húmedos sonidos no distinguía el llamado de Nico, quien, con su diminuto andar y con la arena tomándolo por los tobillos, se esforzaba por seguirle los pasos. Varias horas habían transcurrido desde que su desesperación los había hecho subir a aquel camión en la terminal de oriente y ahora el alba se vislumbraba en la misma medida que el consuelo. El mar repetía sus límites con prudencia. La arena se endurecía al remojarse y las pisadas de Laura se borraban dejando pequeños agujeros burbujeantes. Sus gritos se habían agotado, le dolía la garganta. Sebastián se había alejado tanto que Laura empezaba a arrepentirse de estar siguiéndolo; de haberlo seguido por tanto tiempo. Nico tenía la cara llena de arena y mocos. Laura estaba perdiendo de vista a Sebastián, quien no había volteado ni una sola vez durante todo el trayecto. Laura, al empeñarse por alcanzarlo, se había alejado de su hijo. El viento, el movimiento del mar y un llanto que apenas se percibía sonorizaban el ambiente. El cielo iba aclarando y Sebastián ya había desaparecido por completo. Laura, agotada, terminó por arrodillarse en la arena y Nico la alcanzó después. Su figura estaba borrosa todavía. Laura le limpió la carita con su blusa y lo recostó a su lado. Ella también terminó por desvanecerse en la arena. El sol empezaba a calentarle las mejillas. La madre de Sebastián despertó a Laura moviéndole suavemente el hombro. El cuerpo de su hijo acababa de llegar. Laura se incorporó y caminó a la cocina para preparar café.

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