¡Hágalo ud. mismo!: auto-construcción cultural

Page 114

LAS MUJERES QUE LIMPIAN TAMBIÉN SON PELIGROSAS* Carmen Sabalete (*) Texto de una conferencia impartida en el Centro de Arte Dos de Mayo (Móstoles, Madrid)

Las mujeres que limpian también son peligrosas, así queremos comenzar a hablar con vosotros, con la obra Vaciando-sé y con el mismo museo, este contenedor blanco, contenedor de obras, experiencias, miradas, de pulsiones, como los de las calles de restos de las obras de nuestras casas —siempre estamos a medio construir o a medio demoler, quién sabe. Restos de nuestra comida, de nuestra vida. ¿Por qué las mujeres que leen y escriben son peligrosas, como subrayan los títulos de dos libros de Stefan Bollman, en Maeva? (libros, por otra parte, que contienen imágenes, como si fuese necesario clavar en la retina, como una mariposa en un corcho, a una mujer leyendo o escribiendo para atestiguar la veracidad de la afirmación) ¿Porque se apropian de actos propios de hombres, porque se atreven a poner en acción roles apartados históricamente de su género por esta sociedad patriarcal? ¿Dónde nos sitúa eso? ¿Acaso la formulación de la frase no esconde un sentido paternalista hacia la mujer? Nosotras, las del delantal, la escoba y la fregona, las buenas esposas, resulta que también podemos ser buenas leyendo y escribiendo, y ahí ser buenas es ser peligrosas, porque para poder ser vistas, (para que ‘nos puedan ver’) necesitan ‘admitirnos’, y para eso han de adjudicarnos un plus de ‘anormalidad’, de peligro: ya sabéis, se acepta desde la etiqueta de lo extremo y subversivo para —precisamente— neutralizar, arruinar la potencia del acto, para apropiarse de la revuelta y reconducirla, desprogramarla. Y así el sistema se autoabastece, va ensanchando sus márgenes. Dios me libre de esas chicas judías tan listas con sus máquinas de escribir1, así respondía Greenberg a las críticas de Rosalind Krauss. ¡Qué voraces y rápidos han sido en Canarias con Vaciandosé! Otro alfiler a la mariposa. Y nosotras, que sólo queríamos leer y escribir: pensar. Por eso, como Benjamin se obstinaba, hay que ir a contrapelo de las cosas que pasan, leer hacia atrás y a saltos las historias, los relatos; saltar los márgenes, porque sino no pueden salir del control estas ‘desapariciones’, sino no nos damos cuenta de que el título del libro de Bollman ‘Las mujeres, que leen, son peligrosas’ separa con dos comas (una alambrada, un cerco) el sujeto del verbo y del predicado rompiendo la acción, desbaratándola. Las mujeres (coma) que leen (coma) por un lado, son peligrosas (por otro); peligrosos los editores con sus lapsus, peligroso el esqueleto del pájaro muerto en el suelo del Hospital. ¿Qué nos señala este Ícaro estrellado, este ángel fuera de la historia, sin suelo?… Vanitas de un bodegón. Tabla viviente. ¿Estamos en un gran cuadro? ¿Llevamos un gran marco incorporado cuando vemos? Nunca fue tan hermosa la basura, dice José Luis Pardo: esos restos que nos acompañan desde los albores de la civilización (restos de la barbarie, lepra de la civilización, para Marx; no existe documento de cultura que no sea

sinónimo de barbarie, responde Benjamin. Los restos como los adoquines, las teselas, las baldosas, del suelo movedizo que pisamos, como los diferentes estratos psíquicos, sociales, personales… en el orden de las cosas —y de las imágenes, claro—. Restos, basura, que se confabulan desde el preciosismo para mantenernos satisfechos, ahítos, es decir inmóviles, como cuando mirando las obras, extasiados ante ellas, ante su poder: ¿posamos ante ellas como posaron antes sus personajes, espejo frente espejo?. Barrer la barbarie. Limpiar el arte (Dependencias mutuas, E. Valldosera). Una trabajadora doméstica limpia el polvo a la escultura del emperador Claudio, rompe la relación cultual con la obra del museo, la subraya, la enfatiza. Simplemente hace su trabajo. Pasa la bayeta a nuestras miradas. Familia y doméstica (obra de Sebastián Friedman), contraposición de dos intimidades: el hogar de la familia en el que se trabaja y el propio con la familia de una. Qué cerca y qué lejos. Y en ambas se es quien se es, en ambas se es una diferente acción que es la misma (cuidar, limpiar, hacer…). Hablar, pensar, desde esa diferencia. ¿Será que con la escoba y el plumero se pueden cargar las tintas? Vaciando-sé. Limpando-sé, soy consciente, sé y saber es poder, es ser. Porque no somos ingenuos. El poder, ese poder que sujeta, se inocula en los cuerpos, se acaba internalizando, y el yo o el nosotros que admite dicha sujeción acaba dependiendo de forma esencial de él para su existencia. Pero, si limpiando soy, porque soy mientras limpio, puedo transformar (andar, recorrer, pensar…) el lugar que me hace. Y es todo mi cuerpo el que se empeña en ello, escoba en mano. Los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres2, decía John Berger. Limpiando cuatro monjas recrean un símbolo en la consagración de la Sagrada Familia de Barcelona. Cuatro monjas que frotan, cae crisma en el suelo y una se arrodilla para limpiarlo. 1.100 hombres mirando, el Papa, en mayúscula, (yo también lo pongo en mayúscula aquí) como en los textos (coma, punto), observa desde lo alto, Jerusalén celeste, pirámide de la autoridad. Todo tan blanco y dorado. Tan limpio. El papa mira. Observan todos; ellas hacen, ellas activas. Hablan con su cuerpo. Luego, observamos nosotros por la mirilla de nuestra televisión, desde casa. Fisgamos, como yo ahora leyéndoos esto. Plaza de Tahrir, Egipto, tras la rebelión: mujeres limpiando, reconstruyendo el país, la democracia. Como si eliminasen las grisuras, las opacidades ocasionadas por el transcurso del tiempo, a un cuadro. Un acto convertido en símbolo por su trascendencia histórica. Y, entonces, encontramos una gran diferencia: de dónde proceden los símbolos, quiénes les confieren su autoritas. ¿La historia, esa bárbara historia?