Revista EC 77

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panorámica

Un desafío pastoral es la necesidad de conectar en nuestras propuestas con la sensibilidad cultural de hoy

para ti, pero, ¿es la que recoge mejor todas las posibilidades? Ya ves, un día cualquiera y se escapa a tu capacidad para comprender en profundidad. Es un “misterio” para ti. A veces pasa que la Palabra de Dios nos da alguna pista para poder entrar más adentro de eso que vivimos como misterio, que se escapa a nuestra capacidad de comprensión. Esta podría ser hoy el pasaje que hemos elegido desde Escuelas Católicas para enmarcar nuestra felicitación navideña:

“La Salvación ya está cerca de sus fieles, y su Gloria habitará en nuestra tierra. El amor y la verdad se dan cita, la justicia y la paz se besan” (Salmo 85, 10-11) Esta es la razón última de nuestra celebración de Navidad. La Gloria de Dios, es decir, su Misterio, habita nuestra tierra. Más preciso aún, Dios, que es Misterio, no solo está cerca, sino que habita en-con nosotros. Y esto hace de la vida un misterio. Un misterio con minúscula que puede ser puerta de entrada para encontrarnos con el Misterio de un Dios que se hace uno de nosotros, vulnerable, cercano, próximo, tangible en un niño. Pero, ¿cómo reconocer la cercanía de Dios en nuestros días? ¿Cómo percibirlo en ese día concreto que acabas de observar abriéndote a lo inesperado? La segunda parte del texto nos puede ayudar a vislumbrar nuevas señales. Aparecen dos parejas de palabras amigas muy sugerentes: el amor y la verdad, la justicia y la paz. Tienen sabor a Navidad. Un amor que no esté fundado en la verdad, no tiene buenos cimientos. Una paz que no esté fundada en la justicia, no tiene buenos cimientos. De ahí que la Palabra las empareje. De ahí que cuando las podemos percibir amigas o “besándose”, estamos ante una de las señales más ciertas de la cercanía-proximidad de Dios-con-nosotros. Un desafío pastoral que nos plantea esta situación es la necesidad de conectar en nuestras propuestas con la sensibilidad cultural de hoy. Una pastoral, en definitiva, que tenga la capacidad de provocar este encuentro con el Misterio. La Navidad nos hace fácil esta experiencia si somos capaces de poner en el centro de la fiesta al protagonista principal: el Niño. Y desentrañar con nuestros alumnos lo que significa que Dios se haga niño. Es cierto que es el acontecimiento de la Resurrección el que da plenitud a la fe cristiana. Pero es igualmente cierto que la entrega de Dios mismo a la humanidad se

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da ya en la llegada de este niño que nace en la vulnerabilidad y precariedad más absoluta. Por tanto, si nuestro desafío es propiciar este encuentro, ¿cómo ha de ser una pastoral mistagógica, esto es, que nos ayude a adentrarnos en la experiencia del Misterio de Dios? Una pastoral así tiene la finalidad de iniciarnos, de una forma procesual, en los misterios de la fe. Implica un camino de experiencia interior que se refleja o genera un compromiso claro, explícito. La posibilidad de esta experiencia la brinda el hecho de que Dios mismo entra en comunicación con nosotros. De nuevo, he ahí el centro de la Navidad. Sugerimos, a continuación, algunos criterios imprescindibles para que así sea: El primero de ellos es que nuestra acción pastoral esté fundamentada en la experiencia personal de encuentro y relación con Jesús de Nazaret. Cuando celebramos la Navidad, ¿celebramos este encuentro? Irradiar, comunicarlo vitalmente es una cuestión esencial para que nuestra propuesta sea creíble. No podemos renunciar a este cimiento de la verdad de lo que transmitimos. En segundo lugar, podemos diseñar y proponer acciones, proyectos, celebraciones que tengan como finalidad suscitar esa misma experiencia-fuente. Entre villancico y villancico, no nos olvidemos de proponer algún encuentro orante más cuidado con nuestros alumnos, con nuestros compañeros, con la comunidad educativa. Enseñar a descubrir misterios, ayudar a identificar señales de amor, señales de justicia, de verdad o de paz. Mejor aún, generar esas señales. Y en tercer y último lugar, aunque no podemos saber nunca cuál es el resultado de nuestra acción, sí podemos intuir el impacto que produce, percibir que no deja indiferente, que “toca” el corazón. Nuestros gestos de solidaridad, que tanto potenciamos en estos días, y nuestras propuestas orantes, que cuidamos con esmero, no se reducen a meros adornos navideños, sino que provocan una pequeña brecha de apertura al Misterio. Nosotros, educadores, podemos ser mediadores de ese encuentro. Y parece paradójico que, mientras a nuestro alrededor muchos se empeñen en afirmar que no estamos en tiempos de utopías, nuestra práctica educativa se comprometa por crear puentes, hacer que la paz y la justicia se besen, que el amor y la verdad se encuentren. De ahí que nuestro compromiso educativo permanente con la paz y la justicia es un modo ineludible de celebrar la Navidad. Ya está. Es el momento de ¡CELEBRAR! diciembre 2017


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