Patrimonio industrial en pasaia: defensa y difusión (Sorgiñarri 2)

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décadas de 1840 y 1860. Su pertenencia a la Milicia Nacional durante el trienio liberal le había llevado primero a prisión y, a partir de 1823, al exilio en Francia5. En el país vecino fijó su residencia en Burdeos, donde trabó amistad con Goya, que le animó a proseguir sus estudios pictóricos, e inició una relación sentimental con una joven llamada Fany Brosse. Este affaire continuó pese a que en 1829 contrajo matrimonio con otra mujer e, incluso, tras su regreso a España en torno a 1835. Arias Anglés opina que su voluntad de mantener esta relación explica “sus idas y venidas entre Madrid y Burdeos, una vez terminados sus once años de exilio”6. Y en el camino entre Madrid y Burdeos se encuentra San Sebastián. En sus paradas en la ciudad y las visitas a sus alrededores tuvo la oportunidad de pintar varias vistas de Pasaia, siendo Vista del torreón y puerto de Pasajes, fechada en 1843, la más temprana de la que tenemos constancia. Quince años después se fijó de nuevo en el mismo motivo para otro lienzo que, junto con Día tempestuoso en el Cantábrico, será premiado en la Exposición Nacional de 1858. Es más que probable que ejecutara estas dos últimas obras aprovechando una de sus visitas a la capital guipuzcoana, donde le habían sido encargados dos enormes lienzos para conmemorar las victorias navales del ilustre Antonio de Oquendo con destino a la Casa Consistorial de San Sebastián7.

Gonzalo Bilbao: Pasajes (1926). Museo de San Telmo, San Sebastián.

vistas y en haber trabajado para distintos talleres litográficos de San Sebastián, sino en que tuvo al menos un discípulo que continuó su labor: Fidel Múgica. Este novedoso dato explicaría las semejanzas que se han solido reseñar entre la producción del inglés y el guipuzcoano. Didier Petit de Meurville (1793-1873), por su parte, nos ha legado numerosas impresiones de la provincia, gracias a su estancia de dieciséis años en San Sebastián como cónsul de Francia (1857-1873). Fernando Altube, perfecto conocedor de la obra de Petit de Meurville, comenta que “la alegría de sus apuntes, dibujos y obras con técnicas de agua, tienen como base un dibujo seguro que quizás va perdiendo precisión, aunque no gracia en sus últimos años”4. Y, efectivamente, la gracia persiste, y reside ante todo en la facilidad con que hoy sus obras nos trasladan a la Gipuzkoa de mediados del XIX. Hay que agradecer a Petit de Meurville, no sólo su calidad técnica, sino el hecho de que su espíritu observador convirtiera cada una de sus obras en un documento gráfico único, dotado de gran valor histórico.

Gustave Colin: Barcos frente a San Juan (1876). En comercio, París.

Rudolph Sprenger, nombrado cónsul de Alemania en San Sebastián durante la segunda guerra carlista -cargo que ocupó durante casi treinta años-, es el último de estos tres artistas en llegar y también el último en talento artístico. Sprenger se interesó no sólo por lo relacionado con esta ciudad y sus alrededores, que dibujo con profusión, sino que siempre le dominó una gran inquietud por integrarse en la cultura vasca y, al parecer, llegó incluso a aprender euskara. Además de estos creadores establecidos en la capital guipuzcoana, hubo un gran número de artistas foráneos que por distintos motivos llegaron a San Sebastián y se decidieron a conocer sus alrededores, buscando nuevos paisajes y diferentes tipos humanos que trasladar a sus libretas de apuntes, lienzos y tablas.

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El importante marinista romántico madrileño Antonio Brugada (1804-1863) solía visitar la ciudad con cierta frecuencia entre las

Uno de los artistas que mayor número de vistas de Pasaia nos ha dejado es el francés Gustave Henri Colin (1828-1910). Nacido en Arras y residente en Ziburu tras casarse en 1860 con una mujer vasca, ejerció de cicerone de varios artistas en sus viajes a España (en 1872, por ejemplo, acompañó a Corot). Su producción debe ser entendida dentro del contexto de ruptura con la tradición académica, y en relación directa con el primer grupo impresionista parisino. De hecho, llegó incluso a tomar parte en el histórico Salón de los Rechazados de 1863. Esto le llevó a centrarse casi únicamente en el paisaje à plein air, realizado directamente del natural, y prestando una gran atención a la luz, que se erige en protagonista de sus cuadros. A partir de mediados de la década de 1860 acudió a Pasaia con frecuencia, y la población costera se convirtió, sin duda, en una de sus preferidas. El nivel de detalle de las obras de Colin es admirable, nos proporcionan no sólo un enorme placer estético, sino también una gran cantidad de información sobre los edificios, las vestimentas, las costumbres o las embarcaciones de la época. En las décadas finales del siglo, la llegada de artistas a Pasaia continuará creciendo. En los primeros años ochenta el pintor madrileño


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