"La educación de Lili". Ramon Saizarbitoria

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LA EDUCACIÓN DE LILI

frecuencia artículos científicos americanos. Y también porque no tenía nada más que decirle. Le recomendó que tratara de vivir “sin pensar en la fecha de caducidad”, ésas fueron sus palabras, como si no estuviese enfermo de una enfermedad mortal. “Piensa que lo mismo te puedes morir en un accidente de coche”, le dijo, queriendo aliviarle. El psiquiatra dibuja una sonrisa triste: “Cómo son… No quieren ver la angustia”. Tiene un aire cansado y el hombre le pregunta qué tal se encuentra, consciente de situarse en un nivel que no corresponde a un paciente. “Un poco cansado”, confirma Portuondo, y añade luego: “El mundo está loco, Faustino”. No es raro que le hable de otros pacientes, guardando el debido anonimato. A veces piensa que lo hace para sugerirle ideas, esbozos de historias de las que poder colgar sus propias experiencias. O para darle a entender que hay otra gente que sufre. Le acompaña hasta el rellano de la escalera, que es tan reservado y silencioso como el interior del piso, pero baja la voz hasta hacerse casi inaudible y tiene que leerle los labios para entenderle. Se trata esta vez de un caso de celotipia de un industrial de mediana edad que está arruinando su negocio debido a que, desentendiéndose totalmente de él, se dedica exclusivamente a controlar a su mujer y a sus posibles o potenciales amantes, actividad en la que se deja un montón de dinero, puesto que recurre a la contratación de las más prestigiosas agencias de detectives. Se pregunta qué semblanza haría de él cuando le abrió la historia clínica hace exactamente ocho años. Varón de treinta y cinco años licenciado en Psicología que acude a consulta porque se siente culpable tras el suicidio de una paciente a la que trató inadecuadamente –un caso de depresión

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