Tantas claridades para prender una luz

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Eduardo Rosenzvaig / Tantas claridades para prender una luz

67. TIERRA QUE ANDA MUERDE El hombre es tierra que anda, sentenciaron los incas, sin conocer La Cañada, en Santiago, donde había mil ochocientos habitantes según el censo último (vaya a saber cuál es el último), pero donde la pobreza es tan extrema, la agricultura da tan poco, que la mayoría golondrinea, del verbo golondrinear, que es irse por trabajo para volver más viejo, no con más plata sino con menos fuerza por delante, y entonces no existen –lo dice el rector del colegio secundario– alternativas culturales y los jóvenes naufragan en la monotonía, porque la inacción abruma, la sumisión es una vestimenta, y el escenario de la historia pertenece a otros pueblos, de allí que en La Cañada el hombre es tierra que golondrinea, tanto que cuando vinieron hace años los hombres con vehículos militares no encontraron nada, no había qué y siguieron de largo hasta alguna ciudad donde hubiera alguien real que secuestrar digamos, porque este pueblo es peor que una chacarera sentenciaron, menos que nada, los vamos a matar a estos cañarenses olvidándolos nada más, hasta que no quede uno de tanto olvido, vociferaron, habrá que hacer saltar las astillas alrededor del tronco blanqueado por el hacha, seis hendiduras parecidas y profundas mientras cae el árbol del pueblo muerto, respiraron anhelosos, con un brillo febril y los labios con cierto alegre odio. Bajo la onda del séptimo hachazo, los tipos siguieron de largo y los cañarenses, con las piernas cansadas, los brazos quietos, bebieron del agua fresca. Tierra que anda, alguna vez muerde.

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