Educacion-y-Sociedad-11

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NICHOLAS C. BURBULES Y KATHLEEN DE SMORE

ocupación por el aprecio y generosidad de un público. No es así como ocurre. Los pasos históricos reales que conlleva la profesionalización requieren una acción social y política agresiva para (a) hacerse con el control de las prerogativas laborales, (b) obtener la protección de la ley para asegurar el acceso restrictivo y los privilegios profesionales y (e) suscitar el conflicto tanto interna como externamente con el fin de diferenciar a los «verdaderos» profesionales de los demás. El reconocimiento público, más que un antecedente, es una consecuencia de este proceso (Larson, 1977). El carácter y la composición de la fuerza docente en los Estados Unidos hace problemática la consecución del profesionalismo en este sentido. Al contrario que cualquier otra profesión tradicional, la enseñanza está muy feminizada. En este sentido, el paralelo más cercano a la enseñanza es la enfermería, que padece el mismo bajo status, los salarios igualmente bajos e idéntica sujeción a la autoridad administrativa (generalmente masculina). La tendencia de nuestra sociedad a infravalorar el trabajo femenino es un impedimento fundamental a la hora de lograr un status profesional para los profesores. ¡La «desprofesionalización» de ciertas profesiones tradicionales -es decir, su progresiva burocratización y pérdida relativa de ventajas en salario, status y priviJegio- se ha atribuido, en realidad, al hecho de que se hayan introducido cada vez más mujeres en ellas (Reskin, 1984)! Un problema habitual es que, por lo general, se espera de las mujeres que trabajan fuera del hogar que se ocupen también del trabajo doméstico y de la familia. Por eso es por lo que hasta cierto punto muchas mujeres eligen la enseñanza en primera instancia: les permite tanto flexibilidad en su horario como un alto nivel de congruencia en las actividades y disposiciones de la vida familiar y laboral. Hacerse completamente «profesionales» requeriría un mayor compromiso de tiempo y una mayor disyunción entre estas actividades y disposiciones -que muchas profesoras encontrarían inaceptables (Biklen, 1985). La noción de «compromiso» supuesto por el modelo del profesionalismo está predispuesto contra estas mujeres y sus prioridades (Leach, 1988). Los profesores provienen generalmente de contextos de clase media o de clase media baja y tienen metas laborales relativamente modestas; frecuentemente han informado que no entra en sus planes hacer de la enseñanza su carrera. Muchos de ellos pasan poco tiempo en esta ocupación y la mitad la abandonan a lo largo de los 7 primeros años (Carnegie Forum on Education, 1986; Chapman y Hutcheson, 1982; Lanier y Little, 1986; Schlechty y Vanee, 1983). Aislados unos de otros, los profesores tienden a ver la autonomía en términos individualistas y personales («cierro la puerta de mi clase y hago lo que creo más conveniente»); y, debido a este aislamiento, tienden a personalizar las causas del stress y las degradadas condiciones de trabajo en vez de volverse otros profesores u otros grupos como aliados potenciales en el cuestionamiento de la organización y los niveles consolidados de la escuela (Densmore, 1984; Tabakin y Densmore, 1986). Esperar que los profesores


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