Artemis Fowl 1

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69 —Separación de veinte metros —ordenó Remo—. Barred toda el área y realizad las comprobaciones cada sesenta segundos. ¿Entendido? El escuadrón asintió. Pues claro que lo habían entendido, por algo eran profesionales. El teniente Cudgeon, el jefe del Escuadrón de Recuperación, se subió a una de las torres de vigilancia. —¿Sabes qué es lo que deberíamos hacer, Julius? Él y Remo habían ido juntos a la Academia y se habían criado en el mismo túnel. Cudgeon era uno de los tal vez cinco duendes que llamaban a Remo por su nombre de pila. —Ya sé qué es lo que crees que deberíamos hacer. —Deberíamos volar el lugar entero. —Menuda sorpresa... —De la forma más limpia posible. Un lavado azul y nuestras bajas serán mínimas. Un lavado azul era la expresión en jerga para designar la devastadora bomba biológica que las fuerzas utilizaban en contadas ocasiones. Lo mejor de una bomba biológica era que sólo destruía los tejidos vivos. El paisaje permanecía intacto. —Resulta que esas bajas mínimas de las que hablas es una de mis agentes. —Ah, sí —dijo Cudgeon con una mueca de desprecio—. Una agente femenina de Reconocimiento. El caso experimental. Bueno, no creo que tengas ningún problema para justificar una solución táctica. El rostro de Remo adquirió su tono púrpura habitual. —Lo mejor que puedes hacer ahora mismo es apartarte de mi camino, o de lo contrario me veré obligado a hacerte un lavado azul en esa bolsa de serrín a la que llamas cerebro. Cudgeon permaneció impasible. —Con insultarme no cambias los hechos, Julius. Ya sabes lo que dice el Libro. No podemos, bajo ninguna circunstancia, poner en peligro a los Elementos del Subsuelo. Sólo necesitas detener el tiempo una vez y luego... El teniente no terminó la frase, no era necesario. —Ya sé lo que dice el Libro —rezongó Remo—, pero ojalá no fueses un fanático de él. Si no te conociese bien, pensaría que corre algo de sangre humana por tus venas. —Eso ha sido un golpe bajo —repuso Cudgeon haciendo un mohín de enfado—. Sólo hago mi trabajo. —Tienes razón —concedió el comandante—. Lo siento. No era muy frecuente oír disculparse a Remo, pero lo cierto es que había sido un insulto tremendamente ofensivo.

Mayordomo estaba observando los monitores. —¿Ves algo? —preguntó Artemis. Mayordomo se sobresaltó: no había oído entrar a su joven amo. —No, nada. Una o dos veces me ha parecido ver un parpadeo, pero era una falsa alarma. —Una alarma siempre es una alarma —afirmó Artemis en tono enigmático—. Utiliza la cámara nueva. Mayordomo asintió. Hacía sólo un mes, el amo Fowl había adquirido una cinecámara por Internet. Dos mil fotogramas por segundo, diseñada recientemente por la


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