El Trigarral - Revista de Cultura Campesina de la Comarca del Arlanza Nº220

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costumbres

Aquellas fiestas Se conocían por la víspera. La madre echaba mano al pollo más lucido del corral. El padre visitaba la barbería para rasurarse la barba y reducirse el cabello. Y los chicos esperábamos ansiosos a los gaiteros, que llegaban en el coche de línea con sus elementales instrumentos: la dulzaina, la caja y el bombo. El jefe normalmente era Frasio, el de los Balbases. Cuando el sol iba ocultándose realizaban el primer pasacalle a la puerta de las autoridades y de las mozas. Detrás de los gaiteros una cateNa de chiquillos hacíamos comparsa de alboroto, saltando y chillando, como elemental charanga popular. A la vez todas las campanas de la torre se asociaban en jubiloso volteo al anuncio de la fiesta. Así, entre cohetes, campanas y pasacalles se hacía saber oficialmente que el día de la función estaba a la puerta. Al día siguiente la mañana de la familia se convertía en un trajín de jabones, palanganas, peines, vestidos recién planchados y corbatas. Estas pasaban de mano en mano buscando a quien acertara a confeccionar el nudo de la misma. Y cuando sonaba la segunda señal para la Misa el padre aparecía con su impecable traje del día que se casó y la boina nueva reservada para las grandes ocasiones. La madre con vestido estampado en flores de tonos discretos y el velo solemne sobre su detallado peinado. Y los chicos con el jersey y las medias de color, tejidos por la abuela con lana de las ovejas. Al santo se le sacaba y bailaba en procesión por las calles del pueblo. La Misa era con sermón de predicador forastero, cuyas voces impedían que ningún hombre diera la menor cabezadilla. El incienso y el himno nacional solemnizaban el momento "de alzar" y ponían carne de gallina en la total concurrencia del pueblo. A la salida los músicos mantenían un baile en la plaza. Breve porque las amas de casa debían de retirarse para preparar la mesa familiar. Y los hombres cumplían con la cuadrilla, compartiendo en la bodega el sencillo y tradicional aperitivo de cacahuetes y aceitunas. La tarde traía el mayor bullicio y la presencia de los mozos de los pueblos vecinos. El ferial de baile y tenderetes se ponía en la era. Las parejas constituidas, prometidas y noveles marcaban el ritmo de cada pieza. Entonces todo baile se hacía "agarrado". Los desemparejados jugaban al bote o echaban a las almendras en el arca de Maceo de Lerma o de Giro de Villahoz. Había otros puestos que no ponían bote ni rifa. Eran puestos de chuches para que los chiquillos gastaran la propina del abuelo. En ello trabajaba la señora Emilia de Pampliega, adornada con su negra toquilla. Y Crescenciano -Anode Santa María con el reclamo de "la víbora viviente". Y así entre notas musicales, voces de los almendreros y chillidos de los peques se iba apagando a velocidad de vértigo la fiesta. Algunos mozos la prologaban hasta bien acabado el día y empezado el siguiente. Había de llegar el padre a reclamar al hijo con autoridad: "Vamos, vamos, Desiderio, que mañana hav aue ir a acarrear''.

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EPG


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