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OPINIÓN_

EL TIEMPO Vi e r n e s 23 de agosto de 2013

SU COMENTARIO NOS INTERESA: opinion@eltiempo.com.ve

< ALÈTHEIA >

El ferry

La culpa de este tormento

DESDE PUERTO LA CRUZ

N

ada más oriental que el ferry, y tampoco nada tan criticado. A pesar de todo lo que se habla, bueno o malo, no conocemos a nadie que no se haya anotado en el intento de montarse en un ferry ida y vuelta a Margarita y disfrutado (o sufrido), todas las peripecias del viaje. Aunque ya para muchos puede resultar tedioso el tener que montarse en el dichoso barco, incluyendo colas y horas de espera, todavía hay personas que ven con ojos de aventura la oportunidad de realizar la travesía entre tierra firme y Nueva Esparta. Lo malo es que no saben lo que les espera. Siendo el ferry patrimonio oriental, son muchos los chistes, cuentos y críticas referidas a este. Inclusive hay una famosa cuña que en la década de los 80 hizo furor por estas tierras, que refería en forma idílica los aportes del transporte marítimo al oriente venezolano. Tanto así, que la frase “Allí viene el ferry…”, en su momento fue parodiada por el Conde del Guácharo, añadiéndole mucho de la chispeante vena humorística oriental a los parlamentos originales, lo que logró que la publicidad se hiciera más famosa aún. Ni siquiera la recordadísima amenaza, no cristalizada, de construir un puente a Margarita pudo disminuir la fama que el ferry se forjó en estas tierras, y se consolidó la importancia del único medio de transporte verdaderamente accesible con que se contaba hacia la isla. Así como los caraqueños tienen el cerro El Ávila para ejercitarse, los anzoatiguenses tienen al ferry para forjar músculos de hierro y hacer cuerpos más resistentes. Nada se compara con las pruebas de habilidad, fuerza y resistencia que representa viajar en un ferry: primero, hacer una cola kilométrica durante una espera de horas para subirse al barco; segundo, pegar la carrera apenas se da el permiso de abordaje, subiendo por empinadas escaleras buscando la cubierta que nos toca según marca el boleto; y por último, mantener la mente alerta y poner a prueba nuestra agilidad, mientras se trata de apartar un puesto entre la multitud enloquecida y desesperada por ubicar un asiento. Esto es especialmente riesgoso en épocas de temporada alta, cuando por ocupar un asiento equivocado, podemos ser desalojados a carterazo limpio por alguna vieja indignada por nuestro atrevimiento. Y luego de zarpar, vendrán las peripecias propias de un viaje en ferry en toda regla: la fogosa parejita recién empatada que le demuestra su amor al mundo, justo en el asiento de al lado; los chiquillos que deciden probar sus ruidosos juguetes electrónicos adquiridos en puerto libre, equipados con esas maravillosas baterías de larga duración, que casualmente funcionan toda la travesía; y las familias enteras que pareciera que se hubieran mudado de un estado a otro, y que con la excusa de llevar equipaje de mano, ocupan todas las zonas circundantes con sábanas, almohadas, colchones y peluches. Pero con todo y lo malo, luego de enviar este artículo, todavía espero que abran la venta de boletos y ver si hay cupo para mi carro.

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< CAZANDO MOSCAS >

JESÚS MILLÁN

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N

uestros gobiernos, en todas las esferas del poder público, sienten un profundo desprecio por el ciudadano. Esto se traduce en una absoluta falta de respeto hacia el pueblo. Insisto en la palabra gobierno porque en Venezuela el Estado no existe. Fue devorado por el insaciable apetito de poder del gobierno. De modo que el gobernante también se complace en faltarle el respeto al Estado. Tome usted por ejemplo Hidrocaribe. Años antes de la satrapía actual, viviendo en Puerto Píritu, recibí en mi casa lo que me pareció el colmo del caradurismo que, de no ser por la profunda arr..emetida que me causó, me hubiera provocado risa. Hidrocaribe me entregó un “aviso de corte del agua”. Meses antes, con un ingeniero, realizamos un análisis sobre la planta de tratamiento de Santa Clara, así que llevé una copia. Cuando finalmente el gerente local me atendió, después de haberme hecho esperar una eternidad, le arrojé sobre su escritorio el car-

HENRY CABELLO DESDE LECHERÍA

tapacio y la carta que le había escrito “con el ruego de firmar la copia anexa en señal de recibido”. Aquel estudio identificaba varios de los problemas existentes y señalaba lo fácil que era resolverlos. Aunque sólo fuera como un comienzo para ir trabajando en la solución definitiva. Ambas cosas eran posibles con un mínimo costo y con un poco de voluntad política y de respeto por los habitantes de aquella sufrida región. Terminé mi exposición invitándolo a mi casa para pedirle que examinara con cuidado las telarañas que cubrían la boca de la tubería por donde hacía años había dejado de circular el agua. Por casi siete años me vi obligado a pagar camiones cisternas que me abastecieran del líquido. Cerré el capítulo con una carta dirigida a Hidrocaribe, donde les exigía me reintegraran los montos cancelados durante todos esos años a las cisternas privadas. Aquel aviso de

corte era una muestra de desprecio, una burla y una intolerable falta de respeto. El desprecio por el pueblo se nota en todo. En el trato autoritario y despótico, muy similar al de aquellos jefes civiles gomecistas, que cualquier bicho portador de un arma y un uniforme, le dispensa al pobre desgraciado que se atreva a enfrentarlo. Ese desprecio se sufre cuando usted tiene que tomar un transporte público, ir a un hospital, enviar sus hijos a una escuela pública. La cosa es muy simple: ¿Por qué alguien en su sano juicio iría a una clínica privada si los hospitales del gobierno funcionaran de manera ejemplar? ¿Por qué compraría usted un carro dejando el pellejo en la operación, si existiera un transporte público confiable y eficiente? ¿Por qué pagar una costosa matrícula en un colegio privado si las escuelas públicas ofrecieran una educación de

calidad, eficaz y eficiente? ¿Por qué pagarle a un gestor para que le realice algún trámite ante la burocracia oficial, si usted mismo pudiera hacerlo con rapidez, sin colas y sin aguantarle las insolencias al empleadillo de turno? ¿Por qué el gobierno tiene que perseguir a los periodistas, o a los medios de comunicación privados si los oficiales pudieran competir con una excelente programación? ¿Por qué no permitir que la gente diga y opine lo que quiera si el gobierno tiene argumentos para contrarrestarlos? ¿Por qué diablos Hidrocaribe, al pasarle la factura exagerada e inflada por un servicio pésimo, la acompaña de una vez con el aviso de corte? ¿Por qué nos callamos cuando aparece alguien con una camisa o una cachucha roja? ¿Por qué tanto abuso, tanta burla, tantas ofensas, tantas descalificaciones, tanta vulgaridad y tantos improperios? ¿Por qué este bravo pueblo se ha ido convirtiendo en manso rebaño? ¿A qué le tenemos tanto miedo? ¿Alguien tiene la culpa de este tormento?

< JUSTAMENTE >

Chicos listos

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urante ocho años el propagandista Achille Starace fungió como sacerdote indiscutido del culto a la personalidad de Benito Mussolini, pero vio declinar su buena estrella cuando se empecinó en hacer de la juventud italiana la vanguardia de la sociedad fascista. A pesar del fracaso de su más ambiciosa empresa, Starace consiguió inficionar a un importante número de estudiantes idealistas. El gran propagandista pudo construir, con paciencia y tenacidad, una estructura de sumisión que llenó de traumas y deshonor a millones de personas. Muchos de los chicos no lograron salvarse de la dinámica de control y adoctrinamiento promovida por el Estado fascista. Norberto Bobbio, ese gran sabio de la filosofía política, hubo de confesar con el paso del tiempo su pasado fascista. Ocu-

RAFAEL JIMÉNEZ MORENO DESDE CARACAS

rrió cuando un indiscreto investigador encontró, en los archivos de seguridad, una carta titulada “Exposición de Norberto Bobbio a S.E. el jefe de Gobierno”, donde el remitente informaba de su pertenencia desde 1927 a las filas del Partido Nacional Fascista y a los Grupos Universitarios Fascistas, y además expresaba su dicha por crecer en un ambiente familiar patriótico y fascista de total devoción al Duce. La comunicación puede hallarse en la autobiografía de Norberto Bobbio publicada por la editorial Taurus. Allí también se encuentra la siguiente reflexión personal: “En esta carta me he encontrado de pronto cara a cara con otro yo, que creía haber derrotado para siempre. No me turbaron tanto las polémicas sobre la carta como la carta en sí y el propio hecho de

haberla escrito. Aunque formaba parte, en cierto sentido, de un trámite burocrático, aconsejado por la misma policía fascista; era una invitación a humillarse: Si usted le escribiera al Duce…”. Años después, interrogado nuevamente sobre este episodio por el periodista Giorgio Fabre, Bobbio completaría su respuesta: “Quien ha vivido la experiencia de un Estado dictatorial sabe que es un Estado distinto a todos los demás. Y esta carta mía, que ahora me parece vergonzosa, lo demuestra. ¿Por qué una persona como yo, que era un joven estudioso y pertenecía a una familia de bien, tenía que escribir una carta de este tipo? La dictadura corrompe los ánimos de las personas. Fuerza a la hipocresía, a la mentira, al servilismo. Para salvarse, en un Estado dictatorial,

se necesitan almas fuertes, generosas y valientes, y yo reconozco que, en esta carta, no lo fui”. Umberto Eco, otro gran intelectual italiano, cuenta, con más picardía y autobenevolencia, su primer momento de debilidad en la atmósfera totalitaria. Lo hace en las primeras líneas de su ensayo “El fascismo eterno” recogido en la compilación “Cinco escritos morales” (Lumen. 2000): “En 1942, a la edad de 10 años, gané el primer premio de los Ludi Juveniles (un concurso de libre participación forzada para los jóvenes fascistas italianos, es decir, para todos los jóvenes italianos). Había discurrido con virtuosismo retórico sobre el tema ¿Debemos morir por la gloria de Mussolini y el destino inmortal de Italia? Mi respuesta había sido afirmativa. Era un chico listo”. rejimenez@hotmail.com

@jesusmillan1969

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