Revista del LABORATORIO POÉTICO 2014

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hacer cuentos sobre cualquier cosa y para cualquier edad (0-100 años)? —Porque los cuentos nos cuentan, a cualquier edad. Son la emoción, lo que sentimos, lo que nos mueve, hecho palabra. Y eso de sentir nos pasa con 0 o con 100 años. Los cuentos tienen el tacto de la piel de quien cuenta, el ritmo del pálpito de su corazón, el calor de su aliento. Piel, corazón, aliento tan necesarios con 0 o con 100 años. No importa qué se cuente. —¿A quién prefieres, a una bruja, a un lobo o a un ojáncano, para tener en tu armario? ¿Por qué? —Depende del día. Hay días en que me levanto con ganas de abrir el armario escobero, coger la escoba y salir volando, de reír a carcajadas sin taparme la boca, de bailar sin mirar la hora. Hay días en que me gustaría abrir el armario ropero y ponerme una piel de loba, irme al monte y sentarme en una piedra a aullarle a la luna. Otros días me encantaría abrir el armario de par en par y dejar salir a la ojáncana que llevo dentro, y tragarme a alguien, eso sí, con mucho cuidado y sin masticarlo. —¿Cómo se conjuga el ser narradora oral y escritora al mismo tiempo? —Es fácil, sobre todo porque fundamentalmente soy una escritora oral. Escribo lo que escucho para que sea leído en voz alta. No me imagino a mi lector callado, lo imagino leyendo en voz alta o contando lo que ha leído, y es a su voz a lo que suenan mis cuentos escritos. Todo en mi escritura parte de la oralidad, adquiere forma escrita pero mantiene huellas de lo oral porque busca siempre regresar a lo oral. —¿De qué ingredientes se compone un narrador? ¿Y un escritor? —Tómese una pizca de verdad, si no se tiene, puede servir una cucharada colmada de verosimilitud. Mézclese con

grandes dosis de presencia, en la que se han mezclado generosamente mirada y voz. Vuélquese todo ello en una historia bien tramada y cúbrase por completo de emoción. Después hornee sin llegar a quemar la historia, y sírvase bien caliente el narrador. Si lo deja enfriar un poco, y lo sirve tibio, tendrá un narrador escrito. —¿Contar para o contar con? —Contar con, siempre. Yo no cuento para ti, cuento contigo, y sigo contando contigo y solo contigo aunque en el teatro haya quinientas personas. Porque contar es un acto íntimo, algo que hago contigo, no para ti. Para contar es necesario el interlocutor, el otro, «ese hueso duro de roer donde la razón se deja los dientes», que diría Ortega. Por ello la única forma de hincarle el diente al otro es usando la emoción, la de la mirada, la del gesto, la de la palabra… y la del silencio. El interlocutor no es un espectador, tiene un papel activo porque él también cuenta en el proceso narrativo. A él se dirigen las palabras del narrador, que se eligen en función de su edad, de sus expectativas, de sus emociones. Porque no hay un texto, hay una historia que se convierte en voz ante la presencia del otro. El narrador escucha a su interlocutor y cuenta con él. —¿Qué te pareció que el Laboratorio Poético contara con-tigo? —Me pareció, como los cuentos que cuentan lo más verdadero, maravilloso. Aprendí muchísimo con la gente que vino a compartir esa pasión por la palabra dicha que tenemos todos los que acudimos a ese laboratorio, me emocioné con ellos, descubrí con ellos que contar es un acto revolucionario. Y escuché su voz, que para mí, que nací y me crié en esta ciudad, tiene ecos de juegos infantiles, vibra con la emoción de quien se enamora por primera vez. Esa voz con la que me siento tan en sintonía. Esa voz


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