ebe un trago más de whisky. Está un poco mareado pero no tanto como para no escuchar, como para no entender que lo habían llamado Norma.
Lo había oído fuerte y claro. Baja la velocidad de pronto, el conductor
del auto que viene detrás de él lo rebasa y lo insulta. Luis mira por el espejo retrovisor pero no ve a nadie. «Noorrrmita» escucha esta vez y se estremece, hace quince años que nadie lo llama de esa manera.
Los recuerdos, como niebla, le empañan los ojos. Luis se había escapado de
su casa cuando tenía catorce años, se había enamorado locamente de un brasilero que lo desvirgó y lo abandonó, y con tal de no volver a soportar a su familia, había ido a parar a un burdel que estaba cerca del puerto. Ahí nació Norma, por
Marilyn, porque con el cabello teñido de rubio platino y el maquillaje apropiado
se parecía mucho a ella. Era la travesti más linda y despertaba furor entre los marineros
que
llegaban
para
desahogarse
después
de
meses
en
altamar. «Normita» oye de nuevo y frena. Vuelve a beber y se pregunta qué hubiera pasado si con el dinero que ganó ese año hubiera llegado a Europa para operarse, para convertirse en una mujer plena.
Había comenzado a llover. Las gotas que pegan contra el parabrisas más
las lágrimas que brotan de sus ojos le dan una visibilidad muy pobre. Se siente
desnudo, tan desnudo como aquella noche en que hubo razzia y la policía se lo llevó “Por menor y por puto”. El comisario le había arrebatado su documento de
identidad. «¿Vos no serás pariente del General Valdez, no?» Lo era, uno de los
secretarios de su tío lo sacó de la cárcel a escondidas y lo trasladó al cuartel. Lo golpearon hasta cansarse, le afeitaron la cabellera rubia, lo encarcelaron y, 15