El Jolgorio Cultural 66

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la del estribo

A golpe de mar kurt hackbarth

de regreso a mi tierra natal de la Nueva Inglaterra en agosto, y en aras de rectificar las más notorias omisiones de mi juventud, emprendí un peregrinaje por las casas históricas de los escritores de mi región cuyos nombres figuran en el panteón de los inmortales. Mi primera parada fue en New London, Connecticut, en la Casa Monte Cristo de la familia de Eugene O’Neill, el primer —y único— dramaturgo estadunidense en ganar el Premio Nobel de Literatura. De ahí, a unas dos horas hacia el norte, llegué a las montañas Berkshire de Massachusetts para visitar, primero, la granja Arrowhead, hogar de Herman Melville en su fértil década de los 1850, y después The Mount, la suntuosa mansión diseñada por Edith Wharton en la época dorada del fin de siglo norteamericano. Entre las tres visitas, la casa de Melville me causó la más honda impresión. Al entrar en el estudio del segundo piso en el que el narrador se encerró para escribir gran parte de Moby Dick, al tocar su escritorio y compartir su vista del Monte Greylock por la ventana, tuve la sensación de estar pisando, con mis suelas profanas, un reciento sagrado. Melville tuvo que abandonar la escuela a los 12 años debido al fallecimiento de su padre, quien dejó a la familia en penuria. A los 21 se embarcó de marinero en el ballenero Acushnet y terminó dando la vuelta del mundo a lo largo de tres años. O’Neill duró un año en la Universidad Princeton antes de ser expulsado e irse también de marinero. Wharton, como era la costumbre para una mujer de su clase, fue educada en casa. Ni un licenciado hubo entre ellos. Reflexioné acerca de esto al com-

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pararlo con la situación de hoy en día, con la obsesión del escritor contemporáneo de cursar licenciaturas en letras, maestrías en escritura creativa y doctorados en lo que sea, con tal de poder seguir sometiéndose a la autoridad del profesor. No obstante su salvajismo al nivel de los asuntos internacionales, el siglo xx logró como ningún otro domesticar al escritor por medio del institucionalismo. Encontrar un libro de narrativa o poesía escrito por alguien que no estudió o enseña letras se ha vuelto como buscar una aguja en un pajar. El sueño del escritor norteamericano de hoy, lejos de irse al mar, es ser admitido por el taller de escritura creativa de Iowa para poder publicar cuentos de corte realista acerca de una vida que aún no ha vivido. Melville, por su parte, terminó sus días como oficial de aduana en Nueva York. Pero el anonimato en que vivió no interfirió con su oficio de escritor. Entre los papeles que dejó a su muerte fue el manuscrito de la novela marítima que habría de lanzar su póstuma fama: Billy Budd.

Connecticut, EUA. (1974). Narrador y dramaturgo. Es autor de las obras de teatro La [medio] diezmada y El ostrakón, y del libro de cuentos Interrumpimos este programa (Editorial Ficticia, 2012). www.kurthackbarth.com