Kevin Mendoza Villafuerte - Tus Huesos a la tierra

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Te arrebaté la posibilidad de sonreír por la presencia de tu hijo, por el sonido de su voz o por la gran felicidad que un abrazo suyo infundía en tu enfermo corazón. Y ahora me va pesando tanto como el encierro en una roca, o el polvo de una estrella hecha añicos cayéndome en forma de cataratas que aplastándome me hacen sentir que inclusive cuando muerta llamaste desde tu número, como la peor abominación, indigno de todo y para todos, pues tampoco me atreví a contestar, y cerrando los puños y párpados dejé que lágrimas orilladas por mi petrificado espíritu fueran en representación mía, mientras adentro, yo acomodaba los cobijos del lecho que tocaba definitivo, para dormir, o solo sentarme a llorar como el niño que más te añora y al que tu falta le será tan nefasta como para en adelante pensar en un Río, en un tiro o en el vacío como camino irreversible. Esa llamada no tendría jamás el tono de algo que yo pueda concebir propio, era tan indigno si se quiere, y tan solo imaginar tu voz volviendo a articular palabras me es tan inalcanzable que de seguro hubiera oído solo interferencia, en el mejor de los casos, o nada en el peor. Pero cuando el rostro de quien recibió la llamada se iluminó y tradujo en una inmensa sonrisa de oreja a oreja, inundada de lágrimas por tal emoción del cielo a la tierra, di un brinco de estupor y salté hasta la luna. Pero cuando caí me enteré que la comunicación se había interrumpido al enterarse que otra vez no me encontraba; entonces sí pareció despedirse, me dijo ella, la que contestó, pues su voz se fue apagando en la distancia, como si hablara alejándose del teléfono, cada vez más hasta en un momento dado, justo cuando ya casi mi cuerpo recobraba el equilibrio luego de la propulsión y caída, perdió totalmente su calidad de sonido objetivo y palpable al oído. Reaccioné orgánicamente, instintivamente, deshaciendo mi cuerpo y asestándolo contra la roca. Me hubiera gustado horadar el suelo hasta hallarla


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