El Esquiu.com domingo 12 de agosto de 2012

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Cultura

Anticipo exclusivo del capítulo “El Rosario” de la novela Traje de Lirio, de próxima aparición

El tema de la identidad, en una novela premiada de Paolantonio

La obra, distinguida junto a otras dos en los Premios Municipales de Novela de Jujuy, integrará el libro “Identidad”. El nombre de Jorge Paolantonio se asocia generalmente con los diez libros de poesía que lleva publicados y con su trabajo dramático más popular, Rosas de Sal –verdadero hito en el teatro regional- que cumplió veinte años de representaciones a cargo de Blanca Gaete y, luego, en un puesta revisada a cargo de varias actrices dirigidas por Daniel Fernando Martínez. Pero Paolantonio es también, con sus novelas –Ceniza de Orquídeas, Algo en el Aire, La Fiammauno de los escritores más representativos del noroeste argentino. El diario mendocino Los Andes asevera que se trata de “un escritor notable que violentó los límites de la etiqueta ‘literatura regional’” y el mexicano Mauricio Flores -en Milenio/Cultura- lo considera “uno de los autores relevantes que conforman la sección argentina de la nueva literatura latinoamericana”. Primer Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires y distinguido con el Esteban Echeverría de Gente de Letras por su trayectoria, este doble finalista del Premio Planeta sigue

creando sin olvidar sus orígenes. De hecho, el pasado mes de julio, Catamarca pudo disfrutar del espectáculo “Margarita de los Valles” que incluye un monólogo suyo y próximamente se estrenarán en la provincia otros dos trabajos dramáticos de su autoría, “Flores del Aire”, dirigido por Daniel Martínez para la UNCa y “Catamarcanas”, con dirección de Facundo Vega Ancheta para la Escuela de Teatro Juan Oscar Ponferrada. El libro “Identidad”, próximo a aparecer, contiene tres novelas breves premiadas en 2011 por la Secretaría de Cultura de San Salvador de Jujuy en una convocatoria de nivel nacional y que contó con la participación efectiva de casi medio centenar de escritores. Cristian Godoy, un joven autor porteño, obtuvo el primer premio con su texto “El Campeón”. Jorge Paolantonio, poeta, narrador y dramaturgo catamarqueño, recibió el segundo premio con su novela “Traje de Lirio”. Patricia Suárez, dramaturga y cuentista santafesina, fue premiada con el tercer lugar, por “La despedida del soltero”.

Se trata de textos premiados en un concurso donde “la identidad”, en sentido amplio, fue el tema central. El jurado estuvo integrado por Elena Bossi, Herminia Terrón y Carlos Bernatek. En el pórtico del libro –a cargo de Ediciones Culturales San Salvador- uno de los jurados, la escritora y catedrática Elena Bossi, expresa: “(..) tres novelas cortas que –entre otros temas- tratan la cuestión de la identidad sexual en una Argentina que, durante los últimos años , legisló en estos aspectos tan postergados. (...) Las tres nouvelles exponen las diferencias: hay aspectos trágicos, pero estas historias se apartan de lo sórdido, de lo subterráneo y dan cuenta de aspectos cotidianos, tiernos, afables que muestran la homosexualidad desde una naturalidad diaria.” Respecto de la obra del catamarqueño, la prologuista dice: “Jorge Paolantonio nos lleva a la vida de las ciudades de las provincias norteñas. Las historias podrían haber ocurrido en San Salvador o Salta, a mediados del siglo pasado. Hechas de recuerdos, homenajes, retazos,

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Jorge Paolantonio, poeta, narrador, dramaturgo catamarqueño.

voces familiares para reconstruir un pasado que nos atañe. Tierna, irónica, con deliciosas observaciones de esas que uno quisiera haber

escrito y con un sutil juego de voces que develan a esos personajes en todos sus matices. Uno termina queriendo hasta a los peores.”

El Rosario - Capítulo de “Traje de Lirio”, de Paolantonio (adelanto exclusivo) Eva Duarte de Perón acababa de entrar en la inmortalidad. Con Carmela en Tucumán, la Panchita con gripe, y Elena y Víctor enloquecidos con la organización del duelo nacional, Ernesta no tuvo otro remedio que llevarse al chico a la reunión de la Liga de Damas, en casa de los Mendioroz. Luego de besuquear al chico con más o menos efusividad, lo mandaron a jugar con unos gatitos recién nacidos, tapados bajo una “boina de vasco” en un rincón del gran patio. - Ya lo hizo, dijo María Cresta. Se dio el gusto. Trabajó hasta reventar y se murió con el tiempo justo para que la pongan en altares. - Sí, mucho llanto, mucho luto y otro plan quinquenal, sentenció Ernesta. - Está… espléndida... la vi en la radiofoto de La Gaceta, comentó con la banalidad de siempre Soledad, la viuda del falso historiador. Dicen que ella misma pidió que la embalsamen. - Ganas de jugar a la bella durmiente, ironizó Mora Feliú. - Sólo que no hay príncipe que pueda despertarla, acotó Leonor Galindo. Mercedes Vacarriola, mujer del alcalde, entró a los piques y sin besos. Dejó cartera y guantes sobre una silla desocupada y largó sin preámbulos: - La tienen en el loquero de La Merced. - ¿De quién habla?, preguntó una. - De la Cotona Otero, aclaró María Edelmira. - ¡Ah!, dijeron todas a coro.

Se trataba de una antigua socia de la Liga, caída en absoluta desgracia a partir de los tiros con que había asesinado a un amante traicionero. Toda Santa Marta había sido testigo de una venganza: la mujer despechada terminó liquidando al traidor que, sin aviso ni explicaciones, la abandonó para casarse con una mocosa ingenua. -Está de remate-, aclaró la alcaldesa, -comía raíces y dormía en el suelo. Hacía tiempo que no hablaba con nadie. Un peón de la finca de Aconquija le ponía panes a la puerta y los encontraba al día siguiente hechos migaja flotante en el brocal. Dicen que le dio un ataque de andar místico y la creían sanadora. La paisanada empezó a rezarle y a llamarla “la coloradita”. Todas recordaron la rojiza pelambre de la temperamental ex-socia. - Monseñor Hanglin, continuó Mercedes, no permite herejías de ningún tipo. Y la hizo encerrar. - Pobre muchacha, se oyó musitar a María Edelmira, la madrina de Tavito. Las otras pusieron cara de pena transitoria hasta que Leonor señaló: - ¿No estábamos hablando de Evita? - Por favor... Leo... se dice “la Perona”, reconvino María Cresta, la presidenta. Mercedes Vacarriola, casada con un mayor de infantería retirado y al mando de la alcaldía, confesó que su presencia era de consulta. Entre los faustos del duelo nacional, la posición de su marido, y su pertenen-

cia a la Liga, ya no sabía cómo manejarse. Se hablaba de altares cívicos, escudos enlutados, procesiones de antorchas. Pedía consejo. - Hay que examinar esa runfla de pésames y lloriqueos, dijo Soledad Berdes. María Cresta de Antúñez usó su dictum: - Telegrama de Lujo al señor Perón, condoliéndonos claro. Somos cristianas y respetuosas de la investidura presidencial. Y dirigiéndose a Mercedes: - Y vos, vos Merceditas, actuarás como tu conciencia te dicte. - Está de Dios, sentenció la dueña de casa y agregó : es hora de un rosario... por esa pobre infeliz de la Cotona, espectro de gente como una y víctima de su propia... – y dudó – lujuria. - ¿Y por “la Perona”?, preguntó Leonor. - Qué va…al alma de ésa le sobra quien le rece. Ya se ocuparán sus descamisados, perdé cuidado, concluyó Ernesta. El niño entró con uno de los gatitos en brazos. Era negro y como con botitas blancas. Encontró a las mujeres hincadas y a su madrina diciendo “GlorialPadre…alHijo…yalEspírituSanto”. Lo puso sobre la alfombra donde estaban todas. El pequeño felino se acercó maullando y tambaleante hasta Ernesta. Al unísono con el “Amén” de las otras, Ernesta Ferreras-Molino gritó desencajada: - ¡¡ Imbécil desubicado, sacá inmediatamente de aquí a ese gato ciego de porquería!!


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