El Cuaderno 78

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elcuaderno FILOSOFÍA AL AIRE LIBRE

Número 78 / Tercera época, nº 3. Tercer trimestre 2016

«La memoria de la injusticia obliga a visibilizar las lógicas que llevaron a la catástrofe. Si pasamos página, nos ahorramos ese trabajo reconstructivo pero garantizamos la repetición de la barbarie» Ana Gorría

MANUEL REYES MATE (Pedrajas de San Esteban, Valladolid, 1942) es doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid y por la Wilhelms-Universität de Münster (Renania del Norte-Westfalia), profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el Instituto de Filosofía, del que fue miembro fundador, y director del proyecto de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía desde 1987. Dirigió también el Gabinete Técnico del Ministerio de Educación y Ciencia entre 1982 y 1986, y fue miembro fundador del Instituto de Filosofía, realizando labores de director desde 1990 a 1998. También ha sido miembro del consejo científico del Collège International de Philosophie (París) y uno de los principales impulsores de la Universidad Europea de la Cultura. Es autor de una veintena de ensayos centrados fundamentalmente en los conceptos de ‘razón’, ‘historia’ y ‘religión’. Una de sus líneas de investigación es el estudio de la relación entre política y fe con obras como El ateísmo, un problema político (1973) o Mística y política (1990). También ha analizado en profundidad la significación de la barbarie y la relación entre la verdad y la historia del sufrimiento, un asunto que centra obras como La razón de los vencidos (1991), Memoria de Occidente (1997), Memoria de Auschwitz (2003) o A contraluz de las ideas políticamente correctas (2005). En 2009 obtuvo el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de ensayo por su obra La herencia del olvido (2008), que analiza el lugar que ocupa la memoria en la sociedad actual. En Tratado de la injusticia (2011) estudia considerar la experiencia de la injusticia como el lugar filosófico de una teoría posible de la justicia. pregunta. Durante los años ochenta y tras haberse formado en filosofía y teología en Münster, tiene usted un papel muy activo en

el ámbito de la opinión pública a la hora de repensar la Iglesia española. Usted militaba en Cristianos por el Socialismo y en aquella época comienza a reivindicar una justicia universal y reparadora, como es el caso de la denuncia del genocidio de Guatemala. ¿Hasta qué punto considera que esta etapa de su vida ha tenido un peso específico en su formación y su militancia a la hora de elaborar la arquitectura de su pensamiento? respuesta. Lo que condicionó mi futuro no fue lo que estudié, sino cómo lo estudié. Tuve la gran suerte de hacer filosofía en París con dieciocho años. Pude así escapar al nacionalcatolicismo español, al tomismoleninismo de las facultades de filosofía, a la maldición de la posguerra… sin poder olvidar, eso sí, la postración de la gente, la pobreza del pueblo. Luego, en Alemania, hice el doctorado con un pensador genial, Johann Baptist Metz, especialista en teología política. Las condiciones estaban dadas para interesarme teórica y prácticamente por la dimensión política de la religión. p. ¿Por qué decide usted dedicar gran parte de su vida a estudiar el Holocausto? r. Acabé mis estudios en Alemania en 1972. En aquel momento Auschwitz no existía como tema de reflexión. Eso ocurrió más tarde, a finales de los setenta y sobre todo en los ochenta con el famoso debate de los historiadores. Pero en los círculos intelectuales por los que yo me movía sí se hablaba de memoria, no referida, repito, al holocausto judío, sino al pensamiento judío. Frente al dominio de la razón discursiva, o deliberativa, o de consenso, se erigía una razón anamnética inspirada en el Geist judío representado por Benjamin, ciertamente, pero también por una determinada teología que Metz reivindicaba. Walter Benjamin fue leído en Münster, donde yo estaba, mucho antes que en otros lugares y con una intencionalidad moral y política que no ha sido luego la dominante en Alemania. Cuando se

produce el debate de los historiadores, algunos estábamos muy predispuestos a entender lo que ahí se jugaba. En España, quienes evocan ese debate lo remiten a la categoría del ‘patriotismo constitucional’. Gran error, porque esa expresión es una broma de Habermas. Lo que subyacía a ese debate era el lugar de Auschwitz en la historia y en la identidad alemana. ¿Suponía un corte radical o era solo un traspié? Habermas pensaba que era un corte radical, de suerte que el alemán ya no podía sentirse orgulloso de ser alemán, de pertenecer a una tradición gloriosa (la de los «poetas y pensadores», que decía Heidegger). Su único orgullo nacional, su único patriotismo posible era el tener una constitución democrática… que había sido impuesta. La ironía de Habermas estaba ahí: pertenecer a algo que les había sido impuesto. Si se hubiera entendido esta ironía nos hubiéramos ahorrado muchas majaderías expresadas tanto por políticos como por filósofos de campanillas. ¡Si hasta en el Congreso de los Diputados hubo un seminario sobre el patriotismo constitucional impulsado por los llamados constitucionalistas! p. Ha ejercido usted su magisterio durante muchos años en el Instituto de Filosofía del csic y ha puesto en práctica importantes proyectos de investigación dentro del grupo de investigación Políticas de la Memoria, Memorias de la Violencia. ¿Hasta qué punto la institución académica era refractaria a ocuparse sistemáticamente y de manera analítica de la memoria? ¿Encontró algún conflicto a la hora de desarrollar esta línea de trabajo donde brilla su proyecto sobre Filosofía después del Holocausto? ¿Piensa que ha tenido algún impacto social en la organización de la vida común su magisterio? r. Cuando dejé el Ministerio de Educación para volver a la universidad, tenía el propósito de dedicarme a «pensar mi tiempo», tarea propia de cualquier filósofo que se precie, tal y como decía Hegel. La filosofía española


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