El Cuaderno 68

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Se merecen los impunes, conocidos desde antaño por su valor pigmeo, que un día alguien les entregue ofrezca consagradas obleas, panes como hostias o viceversa, ellos que obligan a diario a comulgar a muchos con sus ruedas de molino

pública pontificando sobre el valor terapéutico del zumo de limón contra el cáncer, en la pescadería contra todo en general y contra la juventud en particular que cuando llueve se moja como los demás, en la sala de espera del dentista perorando entre dientes acerca del modo en que visten los que no visten como ellos, en el autobús camino del trabajo lanzando veneno por el incisivo abierto de la parada solicitada, en el vestíbulo del cine salpicando el ambiente con insidias de sonotone toblerone sobre un vecino en paro que cobra el subsidio o sobre una estrella de Hollywood venida a menos. El impune es una pancarta un carpanta de la desfachatez manipulada y a bocajarro, un bocas que se va de la mui, un rompetechos de la convivencia, un anacleto de la chismografía, un don pantunflo zapatilla de la mala educación, un gurú de la desidia de la insidia. A los impunes, tan ignorantes a veces, les sobran las personas y los verbos, ellos solo quieren público, audiencias entregadas y gregarias, silenciosos acólitos de la iglesia aceptista del séptimo embuste, fieles de la patraña camisa blanca de su esperanza, obstinados ejemplos de aquellos perrillos de juguete que movían la cabeza arriba y abajo, arriba y abajo en la bandeja trasera de los coches con el movimiento del propio vehículo propio. A ellos, tan sedentarios, al impune, nen, les bailan el agua las senescentes ninfas de allende los mares de nuestro pequeño mundo («Oh, sinner man, where you gonna run to») y de aquende la ría de nuestro pequeño pueblo. También danzan al son de sus rincones al son de sus roncones los jaleadores y palmeros voluntariosos que aguardan la propina, el apremio en forma de terrón de azúcar con una bizca pizca de veneno. La cofradía pesca en las revueltas aguas de las actualidades mientras ellos, los impunes, sacan pecho pontificando largo y, a veces, tendidos. Nadie parece reprenderles

responderles: los impunes se crecen, siempre tan intensos, sublimes en ocasiones al decir de su séquito, rectos, correctos, perfectos, ecuánimes siempre, según dice su apocada apocopada peña deportiva de hooligans locales, su club de fans, sus grupis, aspirantes a impunes, impunitos con dientes de leche. Vacían el cargador contra este y aquel, lo mismo les da ocho que ochenta, tirios que troyanos, cabos que golfos. Mean a menudo fuera del tiesto, chapotean en la nata que produce la marea de sus desbarres, nunca miden el defecto efecto de su vejiga natatoria cháchara vejatoria, dejan exquisitos cadáveres que luego pasan a limpio en diarios con cerradura dorada (pues también hay niñitos entre los impunes, y adolescentes ñoños), en libretas de cuadros y de anillas compradas en los chinos, en molesquines negros, en sus páginas web, en sus twitteres, en sus facebooks, en blogs que actualizan cuando toca, en papeles para envolver pescado. Sobre estos últimos, después, una recua de aduladores hace pública progresión profesión de fe en esos inútiles demiurgos y de su devoción inmarcesible por los reyes de los nenucos eunucos locales que reparten capones a mansalva, masoquistas que buscan en los emperadores impunes una dominátrix tenuemente sádica que les azote las nalgas con el látigo de su indiferencia, que les pellizque el pezón con unos alicates de esos de hacer figuri-

elcuaderno / corrupción de culto / número 68 / mayo del 2015

varón raspante y con mengua que quisiera formar parte de una colonia de varones-dandy, vizconde remediado, caballero o inexistente, y tal y tal y tal, o calvino de frente despiojada en su lugar nativo, y tonsura frailuna y cenobítica, y tontura lacrada con sello principesco. Los impunes actúan en la entrada del colegio de tus hijos elevando quejas sobre las muchas vacaciones de los maestros, en la cola del supermercado proponiendo medidas disuasorias contra la proliferación de gente que pide knock knock knockin’ on heaven’s door, en la barra del café matinal despotricando contra los inmigrantes que quitan el trabajo a los españoles al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo, en la televisión

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