Mp7 noviembre 2017

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Revista MP7 / página 19

la calle San Vicente asume aquel reto y dispara su producción. El modelo de crucificado de la Buena Muerte; la tipología de la Hiniesta o los nazarenos inspirados en el Gran Poder se multiplican por todos los rincones de la geografía española. Castillo está en lo más alto pero pagará un alto precio para calibrar su valía como escultor: se empieza a rozar la producción en serie. El arte da paso al productivismo... El Gubia recordaba, muchos años después, la dinámica de aquella auténtica factoría de arte sacro en el que pululaban más de quince hombres entre oficiales, escultores, sacadores de punto, doradores, tallistas, carpinteros y aprendices. «Había una perfecta sincronización del maestro con el taller», relataba El Gubia. «El maestro tenía su estudio arriba, en sus aposentos, pero bajaba constantemente al taller; corregía; aconsejaba; daba su opinión...». Aquel aventajado oficial -el discípulo más amado de Castillo le llamó Illanes- salía al paso de la leyenda negra del seriado de imágenes argumentando que «si salían muchas figuras era gracias a esa organización perfecta pero todo se hacía a mano». José Pérez Delgado delimitaba las funciones del taller y del propio Castillo, «que terminaba las partes principales que el taller

El escultor redondea su estilo entre 1923 y 1945. A partir de ese momento dispara su producción escultórica que roza la fabricación en serie de las centenares de imágenes que salen de su taller

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había sacado de puntos o apurado más o menos; después volvían abajo; era una labor de taller», recalcaba. Castillo aún alumbraría tres misterios de distinta fortuna para la Semana Santa de Sevilla y una última dolorosa. En 1952 salieron las figuras que acompañan a Nuestro Padre Jesús de las Penas, de la hermandad de la Estrella. Y en 1955, la imagen de Nuestra Señora del Rocío de la hermandad de la Redención, que sería retallada por su propio autor en 1959 sin que la hermandad se diera por satisfecha. En realidad, la dolorosa del Lunes Santo debe su aspecto actual –de irrenunciable inspiración macarena– a la posterior intervención de Francisco Buiza, verdadero autor de su impronta. Y para la Redención firmaría su último gran misterio en 1958, participado de esa inconfundible escenografía –el conjunto no se puede entender sin el olivo que le da sentido– que había sorprendido treinta y cinco años antes. Aún le daría tiempo de alumbrar –en 1962– un nuevo conjunto, el de nuestro padre Jesús ante Caifás, que no llegaría a cuajar en el paso de San Gonzalo. Las imágenes del Señor del Soberano Poder y el malvado sanedrita serían sustituidas entre 1975 y 1978 por el impresionante diálogo firmado por Luis Ortega Bru. El tiempo de Castillo, definitivamente había pasado. Falleció el 29 de noviembre de 1967. Dicen que le encontraron junto a esa Piedad de talla completa, culminada en 1949, de la que nunca se quiso desprender. Seguramente, sin saberlo, había tallado su propio epitafio. Aquel grupo escultórico, cedido por la familia y restaurado por Pepe El Gubia, vela el sueño eterno de don Antonio en la parroquia de San Julián desde 1995.

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