El cantor

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CACAREANDO Tepeyac en cuatro días, un quinto momento y lugar que sintetiza todo el relato de manera mística, la aparición milagrosa de la imagen frente al obispo Zumarraga en Tlatelolco. Finalmente, la relación con el ícono de la imagen, se puede corresponder con el testimonio de la cuarta aparición, la virgen le dice “… ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?”(4). Las palabras de la virgen se puede interpretar con una mirada dirigida hacia el lenguaje de los símbolos: debajo del listón negro de su vientre que muestra su embarazo, se encuentra la flor del universo, la fecundidad representa una nueva era por venir, una nueva edad solar donde la fertilidad de la madre recoge el dolor y lo convierte en el renacimiento del pueblo mestizo. El quincunce vuelve aparecer en la imagen, pero esta vez por debajo de una cruz, en el pequeño broche que la virgen lleva en su cuello como señal del sincretismo realizado. Quizás el toque más indígena de la imagen guadalupana, sea el ángel que sostiene a la virgen a manera de trono o querubín americanizado. Inconfundiblemente indio, es un joven de semblante adusto y sus alas tienen un detalle que destaca de la tradición de representación europea: las plumas de colores verde, blanco y rojo. Fray Bernardino Sahagún las asocia con la tradición mítica náhuatl asociándolo con Tepochtli: el mancebo, una de las advocaciones de Tezcatlipoca (5) que poseía un tocado con plumas de tres colores de distintas aves junto con un cinturón de corazones como símbolo de sacrificio. Sahagún relata que las plumas verdes eran por el quetzal, símbolo de realeza; blancas del pelicano que habita el mar interior

del altiplano central de México como símbolo de la extraordinaria tierra en donde floreció su cultura y rojas por la guacamaya, referencia de Cuetzallin, vinculado con el culto al águila solar y divina de la fundación de Tenochtitlán (6). Dentro de la iconografía cristiana estos tres colores

son identificados con la trinidad dotando así un equilibrio de significado donde, el verde representa la esperanza del hijo, el blanco la pureza y bondad del padre y el rojo el amor y la acción del espíritu santo. Estos son también los tres colores de la bandera del México moderno donde:

“Al admirar la Bandera Nacional, ten siempre presente sus colores: el verde de la esperanza de un México mejor, el blanco de la paz que hemos conquistado y el rojo de la sangre derramada por nuestros antepasados, en la lucha por los más altos ideales de nuestra nación. Cuando observes el escudo nacional, recuerda que el águila simboliza al pueblo de México. Su posición de combate hace referencia a que todos los mexicanos estamos listos para enfrentar a los retos que la vida y el mundo nos presentan. La serpiente representa a los enemigos del país. Y el hecho de que la serpiente esté siendo devorada por el águila, significa que el pueblo mexicano vence a sus enemigos.” (7). La permanencia del escudo de la fundación de México-Tenochtitlán en el imaginario político durante la época colonial se funde con la imagen guadalupana, formando una síntesis cultural propia del mestizaje de la sociedad (8). En un lienzo ejemplar firmado por José de Ribera I Argomanis de 1737 (fig. I) donde se muestra a la Virgen de Guadalupe rodeada por un indio ladino a su derecha vestido a la usanza de los evangelizados ofreciendo las flores para que la virgen realizara el milagro de imprimir el ayate, y a la izquierda por un indio gentil con tocado de plumas, atributos indisputables de los indios salvajes (9), que pronuncia las palabras fecit taliter omni nationi (“no hizo nada igual con ninguna otra nación”), se observa también el águila sobre el nopal devorando una serpiente, símbolo de la antigua ELCANTOR

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