La Trinidad y la Vida Interior

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Deseamos vivamente que estas páginas sean leídas en recogimiento, con la misma fe, el mismo amor con que han sido escritas. Estas elevaciones fueron compuestas antes de la aparición del «existencialismo». Contienen una excelsa respuesta a la pregunta que éste se plantea: «¿Para qué existimos en este mundo?» La respuesta, dada por Dios hace muchos siglos, es tan simple como profunda y elevada; la encontramos escrita en la primera página del catecismo: «Hemos sido creados y puestos en el mundo para conocer a Dios, amarle, servirle y obtener así la vida eterna», en la que veremos cara a cara la vida íntima de Dios: cómo las tres Personas divinas se conocen por un solo y mismo acto de conocimiento y se aman por un solo y mismo acto de amor esencial, que se identifica con su naturaleza. La fe viva, penetrante y sabrosa en la Santísima Trinidad es, como tan maravillosamente muestra el autor de este librito de oro, un anticipo de nuestra eterna felicidad. Agradezcamos al Señor el hacernos conocer las cosas divinas y pidámosle la gracia de vivir de ellas cada vez más. REGINALD GARRIGOU-LAGRANGE, O. P.

PROLOGO DEL AUTOR Per Ipsum et cum Ipso et in Ipso, est Tibi Deo Patri omnipotenti, inunitate Spiritus Sancti, omnis honor et gloria (Ordo Missae).

No espere el lector descubrir en estas páginas un tratado completo del dogma de la Santísima Trinidad. Tampoco se ha intentado exponer un problema particular de la vida interior ni proveer soluciones nuevas. Se trata de llamar la atención sobre las perspectivas sobrenaturales más generales. Recorreremos todo el horizonte de la Fe, con sus consecuencias prácticas. Partiremos de la consideración del principio -la Santísima Trinidad, esto es, la vida íntima de Dios-, para volver, al terminar, a la consumación de todas las cosas en el mismo misterio. La vida de toda criatura, y la vida superior del hombre, aparecerán así como teniendo en las profundidades del Ser divino su arraigo y su fin. Es indispensable conocer el camino para llegar a buen fin. Dios nos invita a iniciar la marcha que debe conducirnos hasta Él,. es preciso conocer la dirección para andar con seguridad. La vista de la meta nos dará el deseo, y éste engendrará la confianza, que es, en sí, fuente de fuerza. Este ensayo habrá conseguido su cometido si puede contribuir a que nos sintamos conscientes de nuestra dignidad de hijos de Dios. Es cierto que Dios, según la palabra de la Escritura, habita una luz inaccesible (I Tim., VI, 26). Pero es verdad también que, gracias a la sangre redentora


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