Revista Armas & Servicios N°6

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Ahí se nos dio vuelta el panorama... la columna se empezó a desarmar, debido a que los instructores comenzamos a asistir a los que se veían afectados. Yo, que iba al centro, pasé al final apoyando soldados… el viento blanco iba y volvía, era muy fuerte… Sentíamos impotencia ya que tratábamos de ayudar, pero no dábamos abasto… De pronto, llegué a un refugio que estaba construyendo mi Sargento Tolosa, en el que se encontraba el Soldado Carrasco”.

“Hasta ese momento no sabía cuán importante iba a ser ese conscripto en mi vida. Se supone que nos quedaríamos ahí hasta que llegara ayuda, pero yo intuía que era imposible que sobreviviéramos si no salíamos… Aunque no soy especialista en montaña recordaba las experiencias de mi padre”, un suboficial en retiro, instructor de montaña por más de 30 años. “Le dije a Carrasco si se sentía con las capacidades físicas para continuar el camino y de ahí en adelante fuimos sólo los dos... Botamos casi todo lo que llevábamos en las mochilas… cuando comenzamos a ver el camino con equipo abandonado, paré a Carrasco y le dije: “vas a ver cosas que no te van a gustar, pero lo único que quiero es que mires hacia adelante y no pares… eran momentos muy fuertes, de mucho impacto para la edad que teníamos”, reflexiona. Continúa señalando que el clima empeoró aún más. “El viento no nos dejaba avanzar. La cara, las manos, todo estaba congelado, sentíamos como agujas que nos pinchaban. Tras 11 horas el cuerpo no daba más. Íbamos uno tras otro y el que iba detrás

tenía que cantar o contar algo, compartíamos sobre nuestras familias, historias, todo para mantener la lucidez y para escuchar que aún seguía ahí… intentar girar el cuerpo, implicaba un esfuerzo que no podíamos realizar. Como a las 13 horas de marcha, gritábamos al cielo, a la montaña que no nos iba a dejar ahí. A metros del refugio de la universidad, vimos fuego en un tarro, que debieron haber dejado otros que continuaron… el agotamiento era extremo, tanto que para entrar al refugio, debíamos sortear una pirca de piedras de medio metro, pero no pudimos … la impotencia era tal que llorábamos. Debimos gatear y dar vuelta a la pirca… al llegar nos recuperamos un poco, pero teníamos que continuar… le dije a Carrasco que si podía seguir, faltaban solo unos 3 kilómetros… igual nuestra moral estaba fuerte, pues sabíamos que quedaba poco. Ya eran como 15 horas de marcha. Íbamos perdiendo las ganas, pero aún así los dos nos motivábamos y arengábamos… el ya no era el Soldado Carrasco, era mi amigo. Éramos dos personas tratando de salvarse. El miedo siempre estuvo presente, pero hasta ese momento no habíamos sentido desesperación… fue complejo, ya no quedaban fuerzas… al momento que diviso el refugio La Cortina, le grito a Carrasco que corra por su vida… ¡corre, corre, sálvate…! y en ese momento caigo de costado a la nieve. Quedo ahí. Mi cuerpo no daba más… al parecer mi misión consistía en llevar a Carrasco al refugio… cuando estaba tirado en la nieve, veo que Carrasco corre, de repente para y se da cuenta que yo sigo en el suelo... él mira el refugio, me mira a mí, vuelve a mirar el refugio… (con

mucha emoción el cabo Primero Robledo describe el debate interno que mantiene el soldado Carrasco) … yo le grito que siga… pero él volvió y junto con ayudarme, me dice, mi cabo si morimos o vivimos, que seamos los dos, pero esta marcha la comencé con usted y la terminaré con usted“. Tras avanzar unos metros, fueron divisados por personal del Ejército que se encontraba en La Cortina, quienes salieron a su rescate. La situación del Cabo Primero Robledo era crítica, incluso le debieron practicar procedimientos de reanimación. Horas más tarde, con ropa seca y convaleciente, despertó y según recuerda.

“Me sentía confundido, no sabía dónde estaba, lo primero que pregunté fue por Carrasco y me dijeron que estaba bien… volví a dormir y como a las tres de la mañana escuché la voz de mi papá… pese a que sentía una tremenda alegría, no entendía qué hacía ahí… después me contó que al escuchar las noticias sobre lo que estaba ocurriendo en el volcán, pescó su mochila de montaña y tomó rumbo al refugio de La Cortina. Pese a que los caminos estaban cortados debido a la tormenta, dejó su auto en Conaf (lugar en que detenían a todo vehículo por el mal tiempo) y comenzó su ascenso a pie, como a las siete de la tarde. Caminó por varias horas con el único objetivo de encontrar a su hijo, vivo o muerto. Cerca de las 3 de la mañana, ingresó al refugio de La Cortina y gritó ¿dónde está mi hijo?… de inmediato le dijeron que yo estaba bien. Llegó al lugar donde me encontraba y nos dimos un abrazo que jamás olvidaré”. Página Nº 27

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