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Marta Álvarez

LA VOZ DE LOS SUEÑOS

Con ilustraciones de Charles Deroo

Primera edición: octubre de 2021

Diseño de la colección: Laura Zuccotti

Maquetación: Argos

Dirección editorial: Pema Maymó

© 2021, Marta Álvarez, por el texto

© 2021, Charles Deroo, por las ilustraciones

© 2021, La Galera SAU, por la edición en lengua castellana

La Galera es un sello de Grup Enciclopèdia

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Impreso en Egedsa

Depósito legal: B-10.792-2021

Impreso en la UE

ISBN: 978-84-246-6999-7

Cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que autorice la fotocopia o el escaneo de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.

Para la Marta de julio de 2020

PRÓLOGO

La fortaleza flota en mitad de la nada, aunque esa no es, ni de lejos, la más peculiar de sus características. Por ejemplo, corre la leyenda de que solo pueden visitarla quienes logren visualizar el aspecto exacto del portón de entrada, oculto de los ojos indiscretos gracias a la distancia y la bruma. No es completamente cierto, pero se acerca lo suficiente. Al fin y al cabo, la fortaleza está en Umbria. Allí, todas las leyendas tienen algo de verdad.

Hay muchos que aún lo llaman «el castillo de Némesis», aunque hace ya un tiempo que ese ser, el mystical mental del Caos, fue asesinado. Ahora, lo único que queda de él en ese lugar es un pedestal desmoronado y un puñado de enemigos:

Eclipsis, la mystical boreal del Caos; a quien susurran todas las sombras, tanto las que existen como las que no.

Mímesis, capaz de doblegar fuego, tierra, aire y agua a merced de sus instintos.

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Kinesis, la licántropa que porta la gema corporal entre sus garras. La que fue utilizada por Némesis y vencida por las Mystical del Orden. La que anhela la venganza incluso más que la victoria. Y luego está…

—Alastor —gruñe Kinesis—, ya hace varias lunas que regresamos del estanque esencial. Y aún no ha pasado nada.

Alastor se parece tanto, tantísimo a Némesis… Piel gris, cabello negro, y esos tres ojos dispares que guiña constantemente, disfrutando de saber cosas que los demás desconocen.

—Cuando dije que el plan podría requerir de tiempo, me refería a más que un par de días —dice, con esa sonrisa petulante tan propia de él—. Los mensajeros están en camino. Alguno alcanzará a la esencial del Orden tarde o temprano, y ella acabará cediendo. Lo sé. —Se da un toquecito cerca del tercer ojo, el de la frente. El que es completamente negro.

—Estoy harto de esperar y harto de tus juegos —gruñe Mímesis, agarrando a Alastor por la túnica. Se lo acerca al rostro, hasta que el resplandor de su gema baña los rasgos de ambos con un enfermizo color verde—. Debería matarte ahora mismo. Debería asfixiarte.

Unos zarcillos de espino surgen de la pared, enredándose en el cuello gris de Alastor.

—Me necesitáis —resuella él, más por dificultad que por miedo—. Soy el único que conoce a la mystical esencial del Orden, y el único que tiene la… —los ojos de Alastor se desvían hacia los puños apretados de Mímesis—… sutileza necesaria para manipularla.

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—Sutileza… —farfulla el elemental, soltándolo a regañadientes—. Lo que deberíamos hacer con esa humana es retorcerle el cuello.

—Para lograrlo tendríais que estar en el mismo mundo, y me temo que para ir allí necesitas que la esencial del Orden fuerce la Puerta lo suficiente como para que tú puedas cruzarla. Y quizás no la recuerde bien, pero estoy seguro de que no se arriesgará a abrir la Puerta para ti si a cambio amenazas con matarla.

Mímesis vuelve a gruñir. Kinesis, la licántropa, se esfuerza por no imitarla. Ella sí recuerda a la perfección a aquella humana. Recuerda a todas las Mystical del Orden, aunque la mayoría de ellas solo son un borrón en su mente. Pero no esas dos.

La esencial, con el báculo maldito y ese poder que tanto ansían.

Y la corporal. La que osó plantarle cara, la que la miró a los ojos mientras ayudaba a las otras a escapar.

Esa noche, las lunas de Umbria son rojas, igual que lo eran durante la noche en que Kinesis se enfrentó a las humanas. En ese mundo, nada sigue un patrón, pero, si lo hiciera, cabría pensar que el color del firmamento significa algo: que Umbria quiere sangre, igual que la quiso aquella noche. Igual que la quiere Kinesis todas las noches desde entonces.

—Sutileza y engaños… Eres un manipulador y un cobarde, Alastor —escupe—. Igual que tu hermano.

Cuando Eclipsis se ríe, casi se diría que ha aparecido de la nada. A menudo resulta fácil olvidar que la mystical boreal está en una habitación.

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—Cómo se nota que no lo conociste en sus buenos tiempos. Alastor no se parece en nada a Némesis. —Eclipsis esboza una mueca vagamente similar a una sonrisa—. Es mucho peor.

—Por suerte para vosotros. —Alastor le devuelve el gesto, aunque Eclipsis no lo ve a él, no exactamente, y él, en realidad, no está sonriendo para ella.

Juegan a un engaño a plena vista. Para Eclipsis, la reina de los espejismos, es aún más natural que respirar, y Alastor, que nació con el poder y la voluntad de manipular, no contempla otra forma de existir. Mímesis, que ostenta el control de la naturaleza en la palma de su mano, es tan esclavo de su propia magia como lo son los bosques y los incendios.

Kinesis se considera mejor. Ella no es cínica, como Eclipsis, ni una salvaje, como Mímesis, y no es una traidora, como Alastor. Kinesis quiere poder, como todos ellos. Quiere Caos, como toda Umbria. Pero también quiere venganza. Y también sabe jugar por su cuenta.

Su plan, al igual que el de Alastor, sigue adelante.

Los planes son algo inusual en Umbria. Pero hasta los reyes del Caos son capaces de organizarse si la recompensa es lo suficientemente terrible.

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Aquel no es lugar para la magia. Sin embargo, la magia está ahí, escondida en alguna parte.

El resplandor de sus gemas es lo único que alumbra el extraño laberinto. Aunque Iris está acostumbrada a colarse en todo tipo de sitios por la noche, no puede contener un escalofrío. La oscuridad le recuerda a Umbria.

Sabe que es normal. Apenas hace dos semanas que regresaron de su primera y, reza, última incursión por el mundo del Caos y… en fin, hace falta más tiempo para asumir que has matado a alguien. Bueno, o a algo . Fuera lo que fuese Némesis.

Iris mueve la mano frente a sí misma. La gema mental, engarzada en el mitón izquierdo de su traje de guerrera, difumina las sombras con su resplandor azul, desvelando otro rincón de contrachapado negro.

Algo se mueve detrás de Iris.

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Iris

—Este sitio es una pasada. —Oye decir a Hana—. ¿Seguro que no me habéis traído para celebrar una fiesta de cumpleaños sorpresa?

Iris se relaja y, casi a su pesar, sonríe. Así es su mejor amiga: capaz de hacerla sentir mejor simplemente siendo ella misma, es decir, la alegría de la huerta. Incluso cuando andan a la caza de un aberrante.

—Hana, venir aquí ha sido idea tuya. Además, faltan dos meses para tu cumpleaños.

—¡Por eso sería una buena sorpresa! Si me trajeseis ese mismo día, me olería el pastel. Sobre todo con lo mal que disimulas. ¿Te acuerdas de cuando te pedí que me chivaras en ese examen de Historia y fingiste una tos falsa, tan falsa que te oyó la profesora de la clase de al lado?

—Es increíble que te acuerdes de eso, pero no de las fechas de la Segunda Guerra Mundial.

—¡No es que no me acordase! Es que no me las estudié.

Ahora que Hana está a su lado, su gema boreal ilumina varios pasillos a la redonda. Es extraño ver el laberinto de láser tag así, bajo ese resplandor dorado tan intenso. Se ve hasta el último rayón de las paredes, llenas de pegatinas y pintadas de típex que, se supone, normalmente brillarán bajo las luces negras instaladas en las paredes. Ahora apagadas, como todo.

—Solo a ti se te ocurriría celebrar un cumpleaños en una sala de láser tag embrujada —interviene Luna, apareciendo detrás de un panel.

El local está decorado al estilo de esos videojuegos posapocalípticos del año de Matusalén que hay descargados en los ordenadores del aula de Informática, pero, de alguna manera, Luna

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Iris

Iris

no parece fuera de lugar allí. Está transformada, como Hana e Iris, y empuña su inseparable báculo. A simple vista no es más que un fino bastón de orfebrería coronado por el símbolo del plano esencial (una espiral) pero, combinado con el ceño fruncido de Luna, el báculo es tan imponente como una metralleta. Todas las Mystical tienen catalizadores, es decir, amuletos que las ayudan a canalizar sus poderes, pero la tiara de Iris y la gargantilla de Hana no resultan ni la mitad de amenazadoras.

—No está embrujada —dice Iris.

—Está aberrantaaaadaaaaaa… —ulula Hana.

—Bueno, eso dices tú —opina Luna, alejándose para inspeccionar otro rincón—. Yo no veo nada raro.

—¡Ya os lo he dicho! Gabriel me contó que cuando jugó aquí el otro día, los chalecos no paraban de encenderse y apagarse. ¡Tuvo que ser cosa de un aberrante!

—O igual Gabriel es malísimo jugando y le disparaban cada dos por tres. Esa es otra explicación.

—¡Que no! Es muy bueno. Cuando vine con él el año pasado, me mataba todo el rato.

—Igual tú también eres malísi… ¡Chissssst! ¡Callaos!

—¡Pero si estabas hablando t…!

Luna está mirando a Iris fijamente. No hubiera hecho falta: a esas alturas, está acostumbrada a saber cuándo sus amigas necesitan que les lea la mente.

«He oído algo», la oye pensar.

«¿Seguro? Erin habría venido si hubiera oído algo», responde Iris.

«Erin está registrando la otra sala con Nora, ¿cómo va a haber oído lo que pasa aquí?».

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