Caldo Pollo de para el
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Un
libro de
milagros 101 historias verdaderas sobre curación, fe, intervención divina y plegarias atendidas
Jack Canfield Mark Victor Hansen LeAnn Thieman
CALDO DE POLLO PARA EL ALMA: UN LIBRO DE MILAGROS 101 historias verdaderas sobre curación, fe, intervención divina y plegarias atendidas Título original: Chicken soup for the soul: a book of miracles 101 true stories of healing, faith, divine intervention, and answered prayers
Traducción: Enrique Mercado Diseño de portada: Departamento de Arte de Océano Imagen de portada: shutterstock.com/es/g/jeka84 © 2010, Chicken Soup for the Soul Publishing, LLC Todos los derechos reservados. CSS, Caldo de Pollo Para el Alma, su logo y sellos son marcas registradas de Chicken Soup for the Soul Publishing, llC www.chickensoup.com El editor agradece a todas las editoriales y personas que autorizaron a ChiCken soup for the soul/Caldo de pollo para el alma la reproducción de los textos citados. D. R. © 2021, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Guillermo Barroso 17-5, Col. Industrial Las Armas, Tlalnepantla de Baz, 54080, Estado de México info@oceano.com.mx Tercera edición: 2021 ISBN: 978-607-557-436-3 Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx
Impreso en México / Printed in Mexico
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Índice Introducción, LeAnn Thieman, 13 1
Señales de lo alto
1. Mariposa amarilla, Deborah Derosier, 17 2. Milagro en la pista de baile, BJ Jensen, 19 3. ¿Cuál es tu pluma?, Monica A. Andermann, 23 4. El ángel de las semillas de mostaza, Patricia Morris, 26 5. El crucifijo, David Michael Smith, 28 6. Un ángel en la nieve, Marisa A. Snyder, 31 7. El corderito, Donna Paulson, 33 8. El milagro de Bonnie, Kim D. Armstrong, 35 9. Pesca de la trucha arco iris, Brittany Newell, 37 10. Globos de esperanza, Donna Teti, 40 2
El poder curativo de la oración
11. Sarafina, Kristen Torres-Toro, 47 12. Con todos mis defectos, Martha Moore, 51 13. El milagro de Mariette Reis, Gisele Reis, 53 14. Cinco semanas de vida, Heidi J. Krumenauer, 56 15. Problemas cardiacos, Keisha Bass, 58 16. Niña milagro en préstamo, Johnna Stein, 62 17. Baby Loren, Kim D. Armstrong, 65 18. Milagro de fin de semana, Jeanne Hill, 68 19. El cuarto vacío, Elaine Hanson, 71 20. Atrapado bajo una lápida, Mandy Hastings, 75 21. Un pequeño milagro de Dios, Kelly Stewart Rich, 79
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Amor del más allá
22. De Sarah con amor, Mary Z. Smith, 85 23. Rosas para Wendy, Wendy Delaney, 87 24. Cadena de amor, Paula J. Coté, 89
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25. Lucas 16, Lisa Jo Cox, 92 26. Espíritus en el panteón, Bobbie Clemons-Demuth, 93 27. Regalo de oro, BJ Jensen, 96 28. George, Donna Hartley, 99 29. Una foto del otro lado, Judy Lee Green, 102 30. El amor nunca muere, Terri Ann Meehan, 105 31. La música de mamá, Yolanda Mortimer, 107 32. Oye la voz de los ángeles, Cindy Golchuk, 109
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Mensajero del cielo
33. No pasa nada, Marcia, Marcia Swearingen, 115 34. Cree, Laurel A. Smith, 118 35. Paquete divino, Lynn Worley Kuntz, 121 36. El hijo del carpintero, Teresa Anne Hayden, 123 37. El pay de calabaza, Mary Vaughn, 126 38. Milagro en las nubes, Jane McBride Choate, 129 39. ¿Viste a ese niño?, Kristen Hope, 131 40. Bebés ángeles, Monica Matzner, 135
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Gracia redentora
41. De la oscuridad, R. J. Thesman, 139 42. La sorpresa de Malaquías, David Heeren, 141 43. Desafiando a la muerte, Kim D. Armstrong, 143 44. La campana de la verdad, Morgan Hill, 146 45. No estás sola, Pat Kane, 149 46. Salvada por la mano de Dios, Mita Banerjee, 152 47. Regalo de aniversario, Amy S. Tate, 155 48. En sus manos, Michelle Sedas, 158 49. El milagro de Pascua, Diane Ganzer, 161 50. Hablando de corazón, Denise Colton-D’Agostino, 163 51. Ten un poco de fe, Emily Weaver, 166 52. Puede volver a pasar, Veronica Shine, 169 53. La intuición de una madre, Ellen Javernick, 172 54. Milagro en Grecia, Mary Treacy O’Keefe, 175
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Favores concedidos
55. Milagro en el Hudson, Warren F. Holland, 181
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56. Milagros de abastecimiento, Elisa Yager, 185 57. Milagro en la montaña, Doug Heyes, Jr., 188 58. Movida por la fe, Courtney Rusk, 192 59. La fe de Summer, Tina Wagner Mattern, 195 60. Fuga del infierno, Herchel E. Newman, 199 61. Recordatorio de que hay que rezar, Connie Sturm Cameron, 203 62. Reuniones a altas horas de la noche, Shannon Woodward, 206 63. El ciclo de la entrega total, Kimberly McLagan, 209 64. Pide y recibirás, Gene F. Giggleman, 213 65. Rut y Noemí, Joan Clayton, 215 66. Convocada a orar, Sharon L. Patterson, 217 67. El poder del abandono a Dios, Jeri Chrysong, 219
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Ángeles entre nosotros
68. Guía angélica, Lava Mueller, 225 69. El ángel del día de Acción de Gracias, Cynthia Bilyk, 229 70. Ángel en el río, Connie Milardovich Vagg, 233 71. El ángel, Rosemary Goodwin, 235 72. Primer entierro, David S. Milotta, 239 73. Ángel de cuatro patas, Jennifer Crites, 241 74. La banca en el parque, Barbara Davey, 243 75. El guardián de mi hermano, Romona Olton, 246 76. El hombre de la lluvia, Kathleen Rice Kardon, 248 77. Una fría noche de invierno, Debra Manford, 251 78. El ángel de las chuletas de puerco, Jaye Lewis, 254 79. Huracán Ike, Dawn J. Storey, 257
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Milagros de todos los días
80. Milagros de todos los días, Beverly F. Walker, 263 81. La parábola de la bolsa, Heidi H. Grosch, 265 82. El poder de un centavo, Leesa Culp, 268 83. Veintes del cielo, Terri Ann Meehan, 270 84. La jarra de leche, Terrie Todd, 272 85. Un envío único, Lynn McGrath, 274 86. Milagro refrescante, ministra Mary Edwards, 276 87. Una rosa muy especial, Sandra Life, 278 88. Carlo, mi ángel, Theresa Chan, 280 89. Terry, LeAnn Thieman, 283
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Cita divina
90. Barrio bajo, Bernadette Agronsky, 289 91. Espíritu en el aula, Kristy Duggan, 292 92. Un regalo para cada quien, Kristi Hemingway, 294 93. Propósito superior, Tom Lagana, 300 94. Encuentro milagroso, Janeen Lewis, 304 95. Lluvia de rosas, Diana M. Amadeo, 308 96. Preciada pulsera de dijes, Marianne LaValle-Vincent, 312 97. Milagro en las Highlands, Mark Rickerby, 315 98. Phil y Louie, Terry Gniffke, 318 99. Haré luz de la oscuridad, Pam Bostwick, 321 100. Gracia navideña, Mary Z. Smith, 323 101. Aire de familia, Pam Durant Aubry, 326 Nuestros colaboradores, 329 Nuestros autores, 349 Gracias, 353 Mejora tu vida todos los días, 355 Comparte con nosotros, 356
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Introducción
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ace años, estando en un retiro espiritual, mi madre le preguntó al pastor: —El Antiguo Testamento está lleno de historias de milagros realizados por Dios, y Jesús hizo docenas más en el Nuevo Testamento. ¿Por qué Dios ya no hace milagros en la actualidad? El pastor contestó: —Los hace todos los días, pero nosotros los ignoramos, los subesti‑ mamos o les buscamos explicación como ciencia o coincidencia. Después de leer las casi tres mil historias recibidas para Caldo de pollo para el alma. Un libro de milagros, propongo que las coincidencias no exis‑ ten. Aunque algunas personas contaron curaciones milagrosas, y hasta visiones de Dios y los ángeles, otras relataron “milagros de todos los días” que muchos podrían “explicar objetivamente”. He comprobado que cuando “explicamos” milagros con ciencia, quí‑ mica o coincidencia, no rendimos honor a quien lo merece. Dios podría estarnos hablando, revelándose, bendiciéndonos. Creo que mi abuela tenía razón. Decía que la mejor prueba de que los milagros existen es el crecimiento de una planta y el latido de un corazón. Sí, Dios hace milagros todos los días. Espero que leer estas historias te ayude a identificarlos en tu vida. La próxima vez que veas un arco iris, una mariposa, una moneda o un ave en un momento muy oportuno, rinde honor a quien lo merece. Mira al cielo, sonríe y dale gracias a Dios por sus milagros. ~LeAnn Thieman
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1 capítulo
Señales de lo alto Y dijo Jehová: “Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera”. ~Éxodo 4, 7-8
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Mariposa amarilla
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e niña soñaba con ser madre. Siempre decía que quería tener cua‑ tro hijos, dos niños y dos niñas. Ya adulta, tuve la suerte de que ese sueño se hiciera realidad. Quería a mis hijos más que a mi vida. Muchas veces me paraba en la puerta a verlos jugar en el patio y pensaba en lo afortunada que era, y siempre me maravillaba que todos ellos fueran míos. Como la mayoría de las madres, en el ¿Por qué te abates, fondo tenía miedo de que algo les pasara. oh, alma mía, y te Por desgracia, ese temor se volvió realidad. conturbas en mí? Una tarde de junio tocaron a la puerta. Espera a Dios; porque Cuando mi esposo llegó a darme la no‑ aún le tengo de alabar. ticia, no tuvo que decirme nada. Al mirar‑ lo esa noche a los ojos, le vi el alma. Josh, ~salmos 42, 5 nuestro hijo mayor, de catorce años de edad, acababa de morir atropellado por un coche. Los años siguientes parecieron acumularse sin sentido mientras noso‑ tros tratábamos de aprender a vivir sin él. Años más tarde, un bello día de primavera, mi hija Chelsea y yo fui‑ mos a pescar. Éste era nuestro pasatiempo favorito, y siempre ansiábamos que volviera a hacer calor para poder salir. El olor a fresco de la hierba nueva inundaba el ambiente, y los narcisos estaban en plena floración. Todo en torno nuestro parecía volver a la vida, inclusive nosotras, así fuera por un solo día.
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Esa mañana tomamos nuestras cubetas y cañas de pescar, atravesa‑ mos la antigua cerca y cruzamos el campo en dirección al arroyo. Al vol‑ verme hacia Chelsea, que se había atrasado un poco, vi al menos treinta mariposas blancas danzando a su alrededor. Fue una visión celestial, y me pregunté si mi Josh podía comunicarse con nosotras desde el lugar donde se encontraba. Así que lo llamé varias veces: —Josh, si estás aquí con nosotras, ¡mándanos una mariposa amarilla! Me detuve a esperar a mi hija, y cuando me alcanzó le dije: —Si ves una mariposa amarilla, quiere decir que Josh está con no‑ sotras. Ella me preguntó: —¿Cómo lo sabes? —Porque acabo de pedirle que nos mande una si está aquí. Entonces las dos nos pusimos a llamarlo: —¡Josh, mándanos una mariposa amarilla para que estemos seguras de que estás con nosotras! —¡Señor, que Josh nos mande una mariposa amarilla, por favor! De repente, como salida de la nada, ¡una enorme mariposa amarilla de alas redondeadas pasó volando a menos de cinco centímetros de mí! Nos miramos boquiabiertas, y al voltear, la mariposa ya no estaba; se había ido tan pronto como llegó. No la hallamos por ningún lado, pero ya no hacía falta; teníamos la respuesta que necesitábamos. Sintiendo una paz infinita, reanudamos nuestro camino al arroyo, diciendo: —Anda, Josh, ¡acompáñanos a pescar! ~Deborah Derosier
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Milagro en la pista de baile
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e chica soñaba con ser artista, y cantar, bailar y actuar. Irónica‑ mente, nací inválida, y contraje polio a los diez años, así que es‑ taba “impedida para la danza”. Desafinaba tanto al cantar que a la gente le daba pena ajena. Poco a poco, mi exuberante alegría y entu‑ siasmo por las artes fueron remplazados por inseguridad y baja autoes‑ tima. Aspiraciones sofocadas y plegarias de la infancia se guardaron en una polvorienta Fíate de Jehová de repisa. todo corazón, y no Medio siglo después, y habiendo re‑ estribes en mediado ya múltiples problemas de salud tu prudencia. y amor propio, mi apagada oruga creativa ~Proverbios 3, 5 emergió, y acepté incluso impartir un curso de teatro en mi iglesia. Al acercarse mi cumpleaños número cin‑ cuenta y dos, mis amigos me tentaron a acompañarlos al Seminario de Artistas Cristianos que cada año se celebra en las Rocallosas, en el que se reúnen miles de artistas para participar en competencias, cursos y espec‑ táculos nocturnos a cargo de celebridades de primera. Me entusiasmé mucho. Era una gran oportunidad para aprender de actores experimentados. Pero había un pequeño problema: el seminario era económicamente prohibitivo para mí. Recé: “Señor, si es tu voluntad que yo aprenda más sobre las artes religiosas, ¡necesito asistencia financiera!”.
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Menos de una semana más tarde, ¡recibí inesperadamente cheques que me aportaron todo el dinero que necesitaba! Caí de rodillas, agradecida: “¡Señor, tu generosidad me agobia! Ya que me has abierto esta puerta, ¿puedo saber cuál es tu plan?”. No estaba preparada para la respuesta inmediata que percibí en mi mente: “Baila para mí”. Tampoco para el eco que resonó en mi corazón: “Baila para mí en la competencia”. No entendía. Mi limitada experiencia de baile se reducía a la privaci‑ dad de mi sala. La idea de bailar en público, a mi edad y con mis dimen‑ siones, era ridícula. “Me gustaría obedecerte, Señor, pero no te entiendo.” Luego de mucho meditarlo en la oración, recibí la inspiración de una rutina de baile y me fui a Colorado. El paisaje de Estes Park recordaba un folleto de viajes pintorescos, con lagos centellantes y pinos aromáticos. Era un paraíso. Muy a mi pesar, el lunes en la mañana hice frente a mis adversarios de baile. La mayoría eran adolescentes. Al verlos calentar, pensé que eran tan hábiles que seguramente habían bailado desde el vientre materno. Ata‑ viados con bonitas y ajustadas mallas, ejecutaban pasos exquisitos que yo no sabía siquiera que existían. El paraíso se convertía rápido en pesadilla. Los cuatro jueces eran bailarines profesionales. Hacían tres minutos de críticas constructivas al terminar la rutina de cada competidor. Mientras esperaba mi turno, sentí que las cosas se me complicaban, vestida con un traje improvisado hecho con viejas cortinas transparentes de color beige. Cuando me llamaron, avancé tímidamente, tratando en vano de ocultar mi físico de medio siglo. “¿Qué estoy haciendo aquí, Señor?”, grité en mi interior. “¡Vaya si tengo que tragarme mi orgullo para poder bailar para ti en público!” Comenzó la música. Bailé. Terminó la música. Mientras esperaba vulnerablemente sola en la pista a que los jueces llegaran a una conclusión, me sentí desanimada e indecisa. La juez principal se levantó al fin, luego de lo que pareció una eterni‑ dad. Me preparé para la evaluación; su silencio retumbaba en mis oídos. Por fin susurró: —Muy bien. ¿Dos palabritas y ya? ¿Ella no sabía qué decir porque nada podía ayudar a esta vieja patética? ¿Los jueces no iban a reconocer al menos mi valor y esfuerzo? Enrojecí de humillación mientras bajaba la cabeza y me escurría de la pista, desanimada. 20
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Para poder participar en la competencia, teníamos que asistir a todas las clases de baile que se impartirían durante la semana. Yo no sabía qué hacer: las clases de baile serían a la misma hora que las de teatro. Quería hacer lo que Dios me pedía, pero esto resultaba cada vez más inconve‑ niente. Con lágrimas de desaliento, decidí que dejar la competencia era me‑ jor que perpetuar esta farsa pueril. Así estaría en libertad de asistir al cur‑ so de teatro. Esperaba que Dios entendiera que lo que nos pide es a veces demasiado difícil de cumplir, e implica muchos sacrificios. Pero una vez más, una demanda intensa y persistente llenó mi cabe‑ za: “Baila para mí”. Con renuencia, me di por vencida. Participar en las clases obligatorias de baile estiró no sólo mi capa‑ cidad, sino también mis piernas, en incómodas contorsiones. Músculos que no había oído mencionar en años amenazaban con rebelarse por completo. Seminconsciente de fatiga, el jueves en la noche me desplomé sobre mi asiento en el auditorio. Sin embargo, algo que oí cuando el maestro de ceremonias anunció a los finalistas me obligó a enderezarme: ¡mi nom‑ bre! ¿Era un error… o un milagro? No importaba. Iba a poder decirles a todos los que me habían apoyado con dinero, oraciones y aliento que su fe en mí no había sido totalmente inútil. En mi cuarto antes de la final del viernes, mi corazón desbordaba gra‑ titud: “¡Gracias, Señor, por el favor concedido! Por primera vez me siento toda una bailarina. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?”. Una respuesta instantánea llenó mi ser: “Baila para mí… sin peluca”. El terror se apoderó de mi corazón, y retrocedí como atacada por una víbora de cascabel. “¡Me sentiría desnuda sin mi peluca, Señor! No puedo hacerlo. ¡Pídeme cualquier cosa, pero eso no, por favor!” Llevaba diecisiete años usando peluca. La operación de un tumor y dos infartos en 1980 hicieron que mi abundante y rizada cabellera rojiza se me cayera a madejas. El escaso pelo lacio y cenizo que creció en su lugar era de dar vergüenza. La idea de ir a cualquier lado sin mi “manto de seguridad” era sencillamente fulminante. Me consumió entonces una confusión abrumadora, porque no com‑ prendía. ¿Por qué Dios seguía pidiéndome lo imposible? “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te atengas a tu entendi‑ miento”, destelló en ese instante en mi mente. Quería confiar, obedecer, pero me estaba costando demasiado trabajo.
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Exhausta, cedí por fin. Hice a Dios las concesiones más difíciles: obe‑ diencia, sumisión y confianza. Volvería a casa transformada, vencedora, fuera cual fuese el resultado de la competencia. Me quité despacio la pe‑ luca y, en “humildad rendida”, me dirigí a la final. Terminadas las ejecuciones, sentí un alivio enorme y, en voz baja, declaré cumplido mi compromiso. Lo había dado todo. Esta vez dejaba el auditorio con la frente en alto. La juez principal se me acercó en ese momento: —¡Me encanta tu nuevo peinado, BJ! Estuviste muy bien el día de hoy. Sonreí de buena gana. —Tengo el honor de informarte que, por votación unánime, fuiste elegida ganadora de la competencia de baile. En medio de mi aturdimiento, lo único que pude pensar fue: “Mi copa rebosa… ¡Gracias, Señor, por tus milagros!”. —También ganaste el Gran Premio de las artes. Esta noche bailarás en el centro del escenario durante la ceremonia de clausura. Mis ojos se anegaron en llanto. ¡Dios había hecho un milagro para contestar las plegarias de una hija inválida y desentonada! Premió mi obediencia y valor mucho más allá de lo que yo habría podido imaginar nunca. Esa noche, esta abuela liberada de peinado gris de duende al natural apareció ante seiscientos concursantes y tres mil espectadores para dar testimonio, con su baile, de que es posible sobreponerse a las adversida‑ des de la vida. ¡Qué increíble experiencia la de la cumbre! ~BJ Jensen
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